Santiago Abascal Escuza: Un amigo y una gran persona
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De un tiempo a esta parte solamente creo en las personas, en ciertas individualidades que dejan huella. No creo demasiado en las organizaciones, en los grupos, en las disciplinas, en los intereses corporativos. Admiro a la gente concreta, a sus valores, a esas personalidades diferenciadas e individualizadas cuyo sumatorio da cuerpo y naturaleza a las sociedades, que no son sino eso, lo que son sus elementos que las componen, la suma de todas esas células que dan significación a su manera de ser.
Últimamente, cada vez que hago un viaje, al llegar, me encuentro que alguien que aprecio ha abandonado este mundo para encontrarse con las ánimas que pertenecen a lo desconocido, a ese lugar de los creyentes en el más allá. Eso me hace pensar que somos muy vulnerables y que algunos nos encontramos ya en una fase que va hacia la meta en la que finaliza el proceso vital.
Yo no sé muy bien si creo o no. Soy una mezcla de agnosticismo y voluntad de creer. Sea lo que sea, si existe, allí nos encontraremos, y Dios proveerá. Pero en lo que sí creo es en que existe el bien y el mal, y que esa percepción ancestral entre lo que es bueno y malo, entre lo que define el buen comportamiento y el incorrecto, es congénita. Solamente que hay quien escucha la voz de eso que llamamos conciencia y quien no; quien se siente bien haciendo cosas buenas y quien es indiferente a los efectos de su comportamiento, aunque éstos sean minoría –eso sí, su eco resuena más que el halo de la inmensa mayoría que practica el bien-. Santi Abascal tenía una conciencia muy fuerte y consciente, y por eso sufría y luchaba.
Decía que cada vez que me voy a tierras lejanas alguien querido me abandona. El año pasado fueron dos los amigos a cuyos funerales no pude ir por encontrarme viajando. Esta vez que acabo de llegar tras un periplo feliz por el Báltico, me encuentro con el bofetón emocional de la pérdida de una persona apreciada, valiosa por sus valores, y que ha dejado una impronta muy abundante de testimonios personales de civismo, de patriotismo, de generosidad, enfrentándose a la sinrazón y a la demencia, al chequismo más repugnante en un País Vasco que durante décadas ha tenido – y la tiene aún- una carcoma que le corroía las entrañas. Pocos como él han sabido dar la talla humana, sacrificándolo todo, incluso con riesgo de que le asesinaran, cosa que intentaron, para lograr la libertad, la convivencia y la razón constitucional que es el imperio de la ley. Pero, aparte de todo eso era un ser entrañable, dialogante, cordial, amable, buena persona en el más sentido semántico de la expresión. Este amigo era –pues ya no está- Santiago Abascal, al que apellidábamos “padre” para diferenciarlo de su hijo que tiene el mismo nombre y apellido.
No puedo decir que mi relación con el Partido Popular haya sido buena. Ese partido no es el mejor instrumento para hacer amigos, pero en este caso, gracias a Santi, mi experiencia de relación política fue buena, muy buena diría yo, ya que cuando tuve la ocasión institucional de representar a Unidad Alavesa, los puentes que construimos de entendimiento fueron notables. Y eso fue gracias a él en persona, lo cual no puedo decir de otros. Las cosas son como son.
Sabía que Santi no nos iba a durar mucho, por desgracia. Hace unos días, con ocasión de la presentación del movimiento “Hablamos español”, Santi Abascal –hijo- acudió a nuestro acto en Madrid para solidarizarse con nuestros objetivos. Tuve una fugaz comunicación con él en la que me informó de la situación, nada halagüeña, en la que se encontraba su padre. Por eso la noticia no me ha sorprendido, pero sí me ha dejado una profunda pena, pues es injusto que personas buenas nos abandonen, pues necesitamos ese tipo de gente que enriquece con sus valores a nuestra sociedad, y arriesgan todo por el bien común. Y Santi –padre- lo hizo. Y lo hizo con gallardía, con nobleza, con valentía, con sacrificio personal.
Yo diferencio a los políticos en dos grupos. Aquellos que creen en lo que hacen y los que se aprovechan de los que creen para aposentarse en los aledaños del poder. Santi era de esa estirpe de personas nobles con ideales. Podemos estar o no de acuerdo con una u otra forma de pensar, pero de lo que no cabe duda es que estas personas así son coherentes de principio al final. Y cuando creyó que su partido no iba por el camino adecuado lo abandonó, simplemente porque ya no se sentía bien en él, y porque aquello en lo que él creía no lo veía representado ya. Y a eso yo le llamo coherencia, lo contrario de la expresión mercenaria de algunas formas de hacer política.
Santiago Abascal nos ha dejado una estela bien marcada en el firmamento. Somos aquello que dejamos en el molde de nuestra existencia que es la memoria de nuestro rastro vital.
De un tiempo a esta parte solamente creo en las personas, en ciertas individualidades que dejan huella. No creo demasiado en las organizaciones, en los grupos, en las disciplinas, en los intereses corporativos. Admiro a la gente concreta, a sus valores, a esas personalidades diferenciadas e individualizadas cuyo sumatorio da cuerpo y naturaleza a las sociedades, que no son sino eso, lo que son sus elementos que las componen, la suma de todas esas células que dan significación a su manera de ser.
Últimamente, cada vez que hago un viaje, al llegar, me encuentro que alguien que aprecio ha abandonado este mundo para encontrarse con las ánimas que pertenecen a lo desconocido, a ese lugar de los creyentes en el más allá. Eso me hace pensar que somos muy vulnerables y que algunos nos encontramos ya en una fase que va hacia la meta en la que finaliza el proceso vital.
Yo no sé muy bien si creo o no. Soy una mezcla de agnosticismo y voluntad de creer. Sea lo que sea, si existe, allí nos encontraremos, y Dios proveerá. Pero en lo que sí creo es en que existe el bien y el mal, y que esa percepción ancestral entre lo que es bueno y malo, entre lo que define el buen comportamiento y el incorrecto, es congénita. Solamente que hay quien escucha la voz de eso que llamamos conciencia y quien no; quien se siente bien haciendo cosas buenas y quien es indiferente a los efectos de su comportamiento, aunque éstos sean minoría –eso sí, su eco resuena más que el halo de la inmensa mayoría que practica el bien-. Santi Abascal tenía una conciencia muy fuerte y consciente, y por eso sufría y luchaba.
Decía que cada vez que me voy a tierras lejanas alguien querido me abandona. El año pasado fueron dos los amigos a cuyos funerales no pude ir por encontrarme viajando. Esta vez que acabo de llegar tras un periplo feliz por el Báltico, me encuentro con el bofetón emocional de la pérdida de una persona apreciada, valiosa por sus valores, y que ha dejado una impronta muy abundante de testimonios personales de civismo, de patriotismo, de generosidad, enfrentándose a la sinrazón y a la demencia, al chequismo más repugnante en un País Vasco que durante décadas ha tenido – y la tiene aún- una carcoma que le corroía las entrañas. Pocos como él han sabido dar la talla humana, sacrificándolo todo, incluso con riesgo de que le asesinaran, cosa que intentaron, para lograr la libertad, la convivencia y la razón constitucional que es el imperio de la ley. Pero, aparte de todo eso era un ser entrañable, dialogante, cordial, amable, buena persona en el más sentido semántico de la expresión. Este amigo era –pues ya no está- Santiago Abascal, al que apellidábamos “padre” para diferenciarlo de su hijo que tiene el mismo nombre y apellido.
No puedo decir que mi relación con el Partido Popular haya sido buena. Ese partido no es el mejor instrumento para hacer amigos, pero en este caso, gracias a Santi, mi experiencia de relación política fue buena, muy buena diría yo, ya que cuando tuve la ocasión institucional de representar a Unidad Alavesa, los puentes que construimos de entendimiento fueron notables. Y eso fue gracias a él en persona, lo cual no puedo decir de otros. Las cosas son como son.
Sabía que Santi no nos iba a durar mucho, por desgracia. Hace unos días, con ocasión de la presentación del movimiento “Hablamos español”, Santi Abascal –hijo- acudió a nuestro acto en Madrid para solidarizarse con nuestros objetivos. Tuve una fugaz comunicación con él en la que me informó de la situación, nada halagüeña, en la que se encontraba su padre. Por eso la noticia no me ha sorprendido, pero sí me ha dejado una profunda pena, pues es injusto que personas buenas nos abandonen, pues necesitamos ese tipo de gente que enriquece con sus valores a nuestra sociedad, y arriesgan todo por el bien común. Y Santi –padre- lo hizo. Y lo hizo con gallardía, con nobleza, con valentía, con sacrificio personal.
Yo diferencio a los políticos en dos grupos. Aquellos que creen en lo que hacen y los que se aprovechan de los que creen para aposentarse en los aledaños del poder. Santi era de esa estirpe de personas nobles con ideales. Podemos estar o no de acuerdo con una u otra forma de pensar, pero de lo que no cabe duda es que estas personas así son coherentes de principio al final. Y cuando creyó que su partido no iba por el camino adecuado lo abandonó, simplemente porque ya no se sentía bien en él, y porque aquello en lo que él creía no lo veía representado ya. Y a eso yo le llamo coherencia, lo contrario de la expresión mercenaria de algunas formas de hacer política.
Santiago Abascal nos ha dejado una estela bien marcada en el firmamento. Somos aquello que dejamos en el molde de nuestra existencia que es la memoria de nuestro rastro vital.