Santi Abascal del Valle de Ayala
Nada es eterno. Hasta los héroes se cansaban de los trabajos que mandaban desde el Olimpo. Euskadi ha sido durante muchas años tierra de promisión. Se puede escribir o contar delante del animal fuego, en una lareira dónde se asan castañas, las vicisitudes de gentes como Santiago Abascal Escuza. Puede que desde mi Galicia del norte, entre esos golpes de la mar que descomponen cada roca granítica en cuarzo, feldespato y mica, para convertirse en arenas de playas, un día, o mejor una noche de mareas septembrinas con luna llena, entre pocillos de queimada, les cuente a mis amigos mariñanos la historia épica de Abascal, patriota alavés con residencia en Amurrio.
Puede que sea uno de esos cuentos que le gustan a mi nieto Nacho. Y que lo haga poniendo como testigo al viejo faro de Punta Atalaya con el que me crié y cuya luz me traía de la mar, fuerza, dignidad y entereza para luchar, con todos los riesgos mortales por un mundo mejor, sin matones, sin razas con RHs diferentes, sin derechos históricos más allá de la Hispanidad.
Compartí con el poeta Vidal de Nicolás, presidente del Foro de Ermua, que sin libertad no se puede vivir, y que por la libertad merece la pena morir. Por cuestiones como estas, soy un convencido que la muerte nunca es el final. Lo aprendí en los momentos más duros de aquella desigual batalla entre vascos asesinos y españoles rebeldes. Ni todos los vascos eran asesinos, ni todos los españoles eran rebeldes. Santi era vasco y español, lo había aprendido en su casa y se lo enseñó a sus hijos. Aquí, como en mi caso, cuando mi padre me preguntaba, en aquellos tiempos en que salías de casa, pero nadie sabía si íbamos a regresar, siempre dije que a la muerte había que mirarla de frente, con desprecio, y así, los asesinos del zulo, por la espalda, con una bomba a distancia, les resultaría muy complicado cobrarse la pieza que éramos los declarados enemigos del pueblo vasco -su pueblo de agujero profundo con música de Txalaparta- . Así era Abascal, un patriota dispuesto a dejarse la piel y predicar con su ejemplo y su iniciativa, se convirtió en semilla para jóvenes y veteranos del Valle de Ayala, que más de una vez compartieron, también conmigo, calles, concentraciones, mítines y reuniones casi clandestinas en las que nos dábamos fuerza y convicciones.
Hace una semana me comunicaron que Santi había fallecido. Que ya no militaba en el PP. Que había seguido los pasos de su hijo. Que seguía siendo un hombre comprometido con la verdad, la justicia y el honor. Las gentes así podemos, si queremos, hacerlas inmortales. Basta con hablar de ellos. Basta con hacerlos historia del pueblo para el pueblo. Basta con separarlos de los cenáculos del glamur y mostrarlos en las reuniones paisanas en las que se termina brindando por los ausentes para hacerlos presentes, mientras en el humo de una Faria se adivina la sonrisa del amigo que se ha convertido en espíritu inmortal.
Las miserias de la partitocracia política me alejaron de Santi. Hubo un tiempo que compartíamos sueños, esperanzas y lucha por un mundo en el que ser español fuera un derecho ciudadanamente obvio, y sin embargo era una afrenta que estaba penada con amenaza de muerte. A Santi no le importaban las pintadas, ni las llamadas nocturnas por los profetas de las tinieblas, ni los atentados contra su patrimonio de hombre trabajador y honrado. Lo ponía todo al servicio de la causa, de su país, de la ciudadanía española. Santi nunca fue un político de palacete ministerial, ni de yate Mediterráneo, ni siquiera del Madrid que se codea con grandes apellidos, esos que estaban dispuestos para hacerse una foto con los "Espartanos de las Termófilas", después de cuyo simbólico acto, se marchaban a Madrid, mientras nosotros seguíamos a tiro en el desfiladero del conflicto.
Hace años que dejé Euskadi y me reintegré a mi comunidad de gallegos. Hace años que ETA tuvo que rendirse. Hace años que la paz es punto de encuentro entre generaciones. Y lo más importante. A nuestros nietos no los insultarán, amenazarán y estigmatizarán los descendientes de la costilla de Aitor. Entre otras razones gracias a la entrega paisana de gentes como Santiago Abascal.
Posiblemente el Conde de Ayala esparció su linaje por esas tierras alavesas del norte, y entre robles, castaños y abedules, el polen de las plantas se transformó en Fuero- Pacto y Libertad- impregnando de valor a gentes como este amigo que me enseñó el secreto de la filantropía ayalesa.
En la foto que se acompaña aparecemos: Santiago Abascal, Carmelo Barrio; Pablo Mosquera y Benigno Cortazar, advirtiendo que si Euskadi se planteaba la salida de España, Álava por su Derechos e Instituciones Forales, se plantearía la salida de Euskadi y la incorporación a España, con el mismo modelo de la Comunidad Foral de Navarra.
![[Img #11932]](upload/img/periodico/img_11932.jpg)
Nada es eterno. Hasta los héroes se cansaban de los trabajos que mandaban desde el Olimpo. Euskadi ha sido durante muchas años tierra de promisión. Se puede escribir o contar delante del animal fuego, en una lareira dónde se asan castañas, las vicisitudes de gentes como Santiago Abascal Escuza. Puede que desde mi Galicia del norte, entre esos golpes de la mar que descomponen cada roca granítica en cuarzo, feldespato y mica, para convertirse en arenas de playas, un día, o mejor una noche de mareas septembrinas con luna llena, entre pocillos de queimada, les cuente a mis amigos mariñanos la historia épica de Abascal, patriota alavés con residencia en Amurrio.
Puede que sea uno de esos cuentos que le gustan a mi nieto Nacho. Y que lo haga poniendo como testigo al viejo faro de Punta Atalaya con el que me crié y cuya luz me traía de la mar, fuerza, dignidad y entereza para luchar, con todos los riesgos mortales por un mundo mejor, sin matones, sin razas con RHs diferentes, sin derechos históricos más allá de la Hispanidad.
Compartí con el poeta Vidal de Nicolás, presidente del Foro de Ermua, que sin libertad no se puede vivir, y que por la libertad merece la pena morir. Por cuestiones como estas, soy un convencido que la muerte nunca es el final. Lo aprendí en los momentos más duros de aquella desigual batalla entre vascos asesinos y españoles rebeldes. Ni todos los vascos eran asesinos, ni todos los españoles eran rebeldes. Santi era vasco y español, lo había aprendido en su casa y se lo enseñó a sus hijos. Aquí, como en mi caso, cuando mi padre me preguntaba, en aquellos tiempos en que salías de casa, pero nadie sabía si íbamos a regresar, siempre dije que a la muerte había que mirarla de frente, con desprecio, y así, los asesinos del zulo, por la espalda, con una bomba a distancia, les resultaría muy complicado cobrarse la pieza que éramos los declarados enemigos del pueblo vasco -su pueblo de agujero profundo con música de Txalaparta- . Así era Abascal, un patriota dispuesto a dejarse la piel y predicar con su ejemplo y su iniciativa, se convirtió en semilla para jóvenes y veteranos del Valle de Ayala, que más de una vez compartieron, también conmigo, calles, concentraciones, mítines y reuniones casi clandestinas en las que nos dábamos fuerza y convicciones.
Hace una semana me comunicaron que Santi había fallecido. Que ya no militaba en el PP. Que había seguido los pasos de su hijo. Que seguía siendo un hombre comprometido con la verdad, la justicia y el honor. Las gentes así podemos, si queremos, hacerlas inmortales. Basta con hablar de ellos. Basta con hacerlos historia del pueblo para el pueblo. Basta con separarlos de los cenáculos del glamur y mostrarlos en las reuniones paisanas en las que se termina brindando por los ausentes para hacerlos presentes, mientras en el humo de una Faria se adivina la sonrisa del amigo que se ha convertido en espíritu inmortal.
Las miserias de la partitocracia política me alejaron de Santi. Hubo un tiempo que compartíamos sueños, esperanzas y lucha por un mundo en el que ser español fuera un derecho ciudadanamente obvio, y sin embargo era una afrenta que estaba penada con amenaza de muerte. A Santi no le importaban las pintadas, ni las llamadas nocturnas por los profetas de las tinieblas, ni los atentados contra su patrimonio de hombre trabajador y honrado. Lo ponía todo al servicio de la causa, de su país, de la ciudadanía española. Santi nunca fue un político de palacete ministerial, ni de yate Mediterráneo, ni siquiera del Madrid que se codea con grandes apellidos, esos que estaban dispuestos para hacerse una foto con los "Espartanos de las Termófilas", después de cuyo simbólico acto, se marchaban a Madrid, mientras nosotros seguíamos a tiro en el desfiladero del conflicto.
Hace años que dejé Euskadi y me reintegré a mi comunidad de gallegos. Hace años que ETA tuvo que rendirse. Hace años que la paz es punto de encuentro entre generaciones. Y lo más importante. A nuestros nietos no los insultarán, amenazarán y estigmatizarán los descendientes de la costilla de Aitor. Entre otras razones gracias a la entrega paisana de gentes como Santiago Abascal.
Posiblemente el Conde de Ayala esparció su linaje por esas tierras alavesas del norte, y entre robles, castaños y abedules, el polen de las plantas se transformó en Fuero- Pacto y Libertad- impregnando de valor a gentes como este amigo que me enseñó el secreto de la filantropía ayalesa.
En la foto que se acompaña aparecemos: Santiago Abascal, Carmelo Barrio; Pablo Mosquera y Benigno Cortazar, advirtiendo que si Euskadi se planteaba la salida de España, Álava por su Derechos e Instituciones Forales, se plantearía la salida de Euskadi y la incorporación a España, con el mismo modelo de la Comunidad Foral de Navarra.
![[Img #11932]](upload/img/periodico/img_11932.jpg)











