Contra el totalitarismo de Podemos
![[Img #11941]](upload/img/periodico/img_11941.png)
Hace unos días en el Ateneo de Santander, acompañado de Jesús Laínz, entrañable amigo e intelectual, presenté el libro de Iñaki Ezkerra “Totalitarismos blandos”. Quiero reproducir el guion que preparé para ello porque esa reflexión a la que me vi obligado es una buena oportunidad para analizar la problemática política en la que estamos envueltos en España que nos lleva a lugares muy poco transitables y de difícil reversión.
Se ha cumplido el 40 aniversario del advenimiento de la democracia, recientemente celebrado en el Congreso de los Diputados en presencia de su Majestad el Rey.
Los que teníamos en esos años entre 20 y 30 años fuimos los jóvenes que habíamos vivido nuestra niñez en los tiempos del blanco y negro de un régimen autoritario, en una situación de reconstrucción de una España destruida por la Guerra; y no solo en el ámbito de los bienes más imprescindibles para la supervivencia de las personas.
Algunos de aquellos jóvenes de entonces pusimos toda la carne en el asador para traer nuevos tiempos y contribuir a la formación de un Estado de Derecho, al pluralismo democrático y a terminar un largo periodo derivado de una Guerra Civil fraticida. Teníamos la ilusión de meter a España en el concierto de naciones y sumarnos a una democracia a la que la mayoría aspiraba, anhelando vientos de libertad. Esto que acabo de decir ya suena a tópico, pero es verdad que ocurrió así. Tengo 66 años y recuerdo perfectamente las ganas de hacer un borrón y cuenta nueva con el pasado y los anhelos de sumar voluntades para una convivencia en paz que olvidara las rencillas del pasado y la división de los españoles en buenos y malos, en vencedores y vencidos.
Pero quienes vivíamos –en mi caso lo sigo haciendo- en tierras vascas por haber nacido allí o por llegar de otras tierras de España a labrarse un futuro, pronto experimentamos el sopapo de la realidad, de una nueva forma de restricción de libertades, incluso más aguda si me apuran que la que experimentamos con Franco. Con Franco yo me arriesgaba a perder mi plaza de funcionario por sumarme a algunas iniciativas en tiempos en los que ya se apuntaba al cambio. En la época de la prevalencia nacionalista he vivido aires de exclusión y amenaza, e incluso peligrar mi vida y patrimonio; y mi familia ha vivido en un constante desasosiego. Me refiero al eje nacionalismo-terrorismo que nos impidió vivir con normalidad y libertad. Yo he vivido once años de mi vida escoltado, mirando los bajos de mi coche y no atreviéndome a salir simplemente a tomar un café sin protección. Hay que seguir recordándolo porque a algunos les parece que eso sucedió en tiempos remotos, y resulta que fue ayer por la noche. Incluso hoy mismo están en las instituciones aquellos que nos decían “así, así hasta Madrid” sugiriéndonos que nos sumáramos a la diáspora, (200.000 vascos huidos).
En algo no estoy de acuerdo con el título del libro de Iñaki Ezkerra. Habla de totalitarismos blandos, y es verdad que en cierta manera son blandos los que nos anuncian los podemitas y acompañantes por “el cambio”; pero aquel totalitarismo que puede volver, no era blando. Era duro. Durísimo. Y los de Podemos son muy amigos de los que nunca han denunciado el terrorismo o han contemporizado con él cuando no contribuido.
No soy un entusiasta de esta Constitución del 78 que tiene tantos defectos que nos ha llevado a la situación actual de descomposición, pero más vale malo conocido que bueno por conocer, y en todo caso es mi Constitución, pues se votó por la mayoría de los españoles. Y sobre todo se votó en Cataluña. Más que en otras regiones de España. De forma abrumadora. Parece que algunos tienen un problema de memoria.
Pero aquella transición tuvo gran importancia, pues se produjo gracias a la voluntad de que confluyeran todas las sinergias sociales y políticas para lograr la convivencia y la paz, cosa que estos ignorantes imberbes de Podemos quieren soslayar, y contaminar –como lo hacen otros populistas de signo nacionalista- confundiendo a los jóvenes adocenados por el adoctrinamiento en las aulas y la ignorancia de la historia. Hay mucha tergiversación de nuestro pasado reciente, y también del que no lo es tanto. Demasiado adoctrinamiento y mucha desinformación. Yo particularmente estoy harto de la utilización de la escuela para la formación del espíritu nacionalista, vulnerando principios y derechos esenciales recogidos en la Constitución, en las cartas de derechos humanos; y más en concreto en las Declaraciones de derechos del niño, sin que nadie mueva un dedo para impedirlo. El adoctrinamiento, con el telón de fondo de las lenguas impuestas, es una lacra.
No voy a redundar en las bondades de esos años, para superar las dos Españas, la roja y la azul, para hacernos a todos españoles sin adjetivos, y lograr sumar intenciones a la superación del rencor. Ese rencor que resucitó un personaje nefasto para la historia próxima de España que ha sido Zapatero, de cuyas fuentes vienen estas aguas. Pero la contribución del PP, más por omisión que acción, aunque también por estrategias cortoplacistas con los nacionalistas, no es para soslayar.
Lo que sí quiero decir es que ese patrimonio de trabajo por el entendimiento está siendo arruinado por tendencias irresponsables, irreflexivas e ignorantes. No quiero suponer que son malintencionadas pues eso sí que sería grave. Se está inoculando el virus de la disgregación, del enfrentamiento y de una lucha de clases ficticia, demagógica. Para mí, que milité 18 años en el Partido Socialista, es patético observar en el último Congreso a las huestes de Sánchez cantando la Internacional puño en alto. Esta gente sigue en el siglo XIX o se ha sumado a la demagogia populista.
Más que populismo es popularismo, pues de lo que se trata es de pescar en aguas revueltas con eslóganes vacíos, frases huecas e ideas sin una mínima solidez intelectual. La política, amigos, es una tarea muy noble, que consiste en dedicarse a los demás, a la colectividad, para superar problemas, poner condiciones para que todo vaya a mejor y procurar la felicidad de las gentes. La política no es un paquete de eslóganes para excitar ánimos, para guiar a la masa como un rebaño hacia destinos inconfesables, no es un juego de engaños, de banderas que llevan a puertos inexistentes. La política implica ponerse a trabajar codo con codo para que el país prospere y todos vivamos mejor. Y el actual panorama se parece todo menos a eso. Es una lucha fraticida para “asaltar el cielo” en palabras de Pablo Iglesias. ¿Y para qué quiere conquistar el cielo si no plantea una sola propuesta en positivo que haga habitable el cielo? Eso es demagogia, y la demagogia es la puerta al totalitarismo.. Iñaki Ezkerra se refiere a esta cuestión partiendo de una cita de Umberto Eco: ”Apelar al pueblo significa construir un fingimiento, una ficción puesto que el pueblo como tal no existe, el populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular. Se trata de apropiarse de una abstracción. Y de desarrollarla en los grandes medios, sustituyendo el Parlamento por la televisión”.
La reflexión de Iñaki Ezkerra sobre el papel de los medios de comunicación en la gestación del populismo no se queda en la televisión sino en la propia prensa sensacionalista y a su discurso apocalíptico: “El amarillismo –nos dice- es el embrión del populismo. Es populismo mediático. Y está, de manera infalible, en los orígenes de todos los estrambóticos especímenes que amenizan nuestros periódicos y telediarios: Donald Trump, Boris Johnson, Pablo Iglesias, Beppe Grillo...
Y al papel de los medios Iñaki Ezkerra añade el de las redes sociales como sucedáneos de la vida parlamentaria, la opinión pública y los propios votos: “Si no se desenmascara su naturaleza virtual y no se las ponen su sitio, sino que se les da carta de realidad y se las eleva a la falsa categoría de altavoces de la «vox populi», las redes sociales no son otra cosa que «asambleísmo tecnológico». Por eso gustan tanto a los populistas y más aún al populismo asambleario que padecemos. Son una ficción cibernética de la democracia, como esas asambleas en las que la imagen de doscientos sujetos agolpados en un aula o en un hall municipal pretende representar la de millones de ciudadanos que acuden a las urnas. Este nuevo fenómeno, que podríamos denominar «tecnoasambleísmo», no se resigna a la mera función de vía de expresión del discurso antisistema, sino que es estructuralmente antisistémico porque finge mayorías inexistentes y suplanta, mediante burdos apaños técnicos, la legitimidad de la opinión pública y de las papeletas del voto completando así la labor manipuladora de estas que ya realiza por su cuenta la telebasura política.”
El nacimiento de Podemos y la podemización del PSOE, así como la itinerancia del nacionalismo catalán hacia el absurdo, y del emergente nacionalismo pancatalanista en Valencia, Baleares y Este de Aragón son paradigmáticos y ese síndrome se resume en la frase que vomitó Pablo Iglesias en la Puerta del Sol en las vísperas de la moción de censura a Rajoy. Cito literal: “El pueblo es mejor que su parlamento” . A mí, cuando se cita al pueblo como ente sujeto a razón, me vienen a la memoria frases tan estúpidas como esta: los derechos del euskera, los derechos de la lengua. Hay una tendencia irreprimible a aplicar personalizaciones a las cosas, incluso a las que son abstractas como “pueblo”. ¿Qué es el pueblo? Cuando se habla de pueblo me agarro a la silla fuertemente porque enseguida pienso que algún derecho individual se me va a arrebatar, en aras de eso que se llama los derechos colectivos que siempre se usan para restringir libertades. Pero… ¿de dónde nace la soberanía si no es de la voluntad general? El Parlamento ¿qué es sino eso?; es decir la plasmación de esa voluntad, con todas las imperfecciones derivadas del régimen electoral. Esa expresión de Iglesias refleja la vaciedad de proyecto que hay en su cabeza. Es el paradigma de las frases grandielocuentes vacías de significado. Estúpidas en su trastienda semántica.
El libro de Iñaki Ezkerra da respuestas a este fenómeno. O más que respuestas emite un diagnóstico de gran lucidez, con una gran precisión conceptual, con una literatura fluida, repleta de imágenes y figuras literarias, con una inteligente ironía no exenta de rigor en el análisis.
Solamente quiero decir una cosa: después de una crisis de gran calado como esta de la que apenas hemos salido aún, siempre hay impulsos autodestructivos derivados de una tendencia irrefrenable hacia la melancolía y hacia la subversión de los valores preexistentes.
Iñaki Ezkerra plantea cuestiones sumamente interesantes en su libro, algunos de cuyos párrafos quiero referirme a modo de muestra de lo que es su contenido. Estos brochazos de lo que es el libro abren interrogantes sobre la deriva que tiene este país por la falta de análisis serenos, reflexiones sensatas. Son necesarias muchas dosis de respeto al trabajo realizado, al sufrimiento de quienes vivieron convulsiones del pasado; y tenemos la necesidad, en estos momentos convulsos de un ejercicio de la responsabilidad por parte de sectores de nuestra sociedad aquejados de pulsiones que no nos llevan a ninguna parte, salvo a la conquista del poder para revoluciones que no tienen salida y que pueden devolvernos al pasado.
Voy a hacer un rápido repaso a modo de muestrario de algunas de las ideas reflejadas.
“Qué peculiar rasgo tienen en común, a primera vista el nacionalismo vasco, el catalán y el discurso de los populismos de izquierda que se aglutinan en torno a Podemos, es decir, los tres conglomerados ideológicos que con más virulencia impugnan hoy el sistema constitucional español y son una verosímil amenaza a éste? La característica más genuina y llamativa que los une y les da un innegable aire de familia es que, pese a compartir todos ellos algo más que unas obvias reminiscencias totalitarias, todos se reclaman de una forma particularmente pertinaz y cansina como los puros, los genuinos, los verdaderos demócratas” Y yo añado… sin embargo la realidad es contumaz, sus políticas son intrínsecamente autoritarias, irrespetuosas con los derechos de ciudadanos que no están en su órbita. Lo tenemos en el caso de Navarra, imponiendo símbolos que no son de la comunidad, aplicando políticas de imposición del euskera cuando la mayoría de los padres estaba de acuerdo con el PAI, de aprendizaje del inglés, apoyando a terroristas que acosan a guardias civiles en Alsasua, con políticas sectarias cuyo destino es la absorción de Navarra por la Euskadi de Sabino Arana para formar Euskal herria, etc. Y en esas políticas está Podemos. Igualmente ocurre en Aragón, con la contribución de un PSOE que ha perdido su proyecto de origen o en Valencia con políticas de imposición del catalán en esa comunidad excluyendo a padres que exigen sus derechos, o en Baleares. Y para qué hablar de Cataluña donde esos partidos populistas abogan por incumplir la Constitución y abrir un proceso separatista. Por eso Iñaki añade…”Ese modo de pensar lo justifica todo. No solo no repara en las consecuencias catastróficas de sus demandas secesionistas o populistas, sino que incluso desea esas catastróficas consecuencias, y las da por buenas si sirven para hacer más fácil y verosímil la realización de su siniestro ideal”.
Dice… “El odio como motor de la ideología y la acción política. El odio como primera y gran motivación. El odio como seña de identidad, como atractivo y como señuelo. No es verdad que quien escucha al profeta de Podemos se convence de que en ese tipo y en ese partido están la esperanza de cambio de esta sociedad, la fuerza que puede llevar a transformarla, la salvación. Antes que conectar con la esperanza, la promesa y la ilusión del cambio, con lo que de verdad conecta Pablo Iglesias es con la despensa de odio que el otro puede albergar en su interior, con los resortes que pueden accionarlo y hacerlo aflorar” Y yo digo… no hay más que ver la inquina contra el Partido Popular para vislumbrar un odio intrínseco, muy característico de la extrema izquierda.
Va repasando así, tema tras tema, pero no quiero pasar por alto la cuestión del yihadismo y la actitud que caracteriza a esta izquierda camuflada de transversalidad en torno al islamismo radical. En tal sentido dice… “No debe quedarse, en fin, en la mera persecución de los autores de un magnicidio, sino ir mucho más lejos. Debe enfrentarse con todos sus legítimos recursos a quien prohíbe trabajar a una mujer, la golpea o la veja obligándole a cubrirse el rostro por la calle; a quein defiende esos abusos como parte de un legado cultural que debe ser respetado y que se sustraería a la universalidad de la moral kantiana sobre la que se sostiene todo el edificio de la ilustración. ¿Para qué tenemos en España una ley de violencia de género? ¿Para dar ahora un gigantesco paso atrás y abrir en nuestra legalidad moderna, excepcionales grietas que permitan dar palizas a la parienta, impedirle que acceda a un puesto laboral o embozarle el rostro y quitarle la identidad en nombre de Alá?” “Una segunda desviación, también clásica, consiste en hablar como si el sistema de libertades del que disfrutamos hubiera existido siempre; como si siempre hubiéramos tenido la libertad como uno de nuestros incuestionables valores y como si hubiésemos alcanzado su reinado plenamente; como si la condición democrática y sus avances sociales no fueran algo que se conquista todos los días y que se puede perder en cualquier momento; como si no fuera una meta que nunca se alcanza en plenitud, razón por la cual debemos intentar dar un paso más cada día en el acercamiento a ese norte que deseamos y que no nos ha sido regalado”
Y quizás, como colofón a este somero recorrido por el libro, picoteando por aquí y por allá, valga estas líneas que son como una auscultación médica a un cuerpo débil social: “De acuerdo. Debemos estar dispuestos a asumir que la calidad de la democracia depende en una buena medida de que tolere, admita, respete un cierto nivel de impugnación, de que conviva con ella de un modo natural y de que esta sirva para su perfeccionamiento, para la mejora de aspectos sociales, económicos, de género… que se han descuidado. Pero cuando la sobrecarga de impugnaciones es tan elevada y además todas de raíz totalitaria, la vida democrática también pierde calidad por el otro lado, por el de una perversión del respeto; por el consentimiento y el desistimiento. Es esa y no el Frente Popular ni la República bolivariana ni la Revolución bolchevique la verdadera amenaza que pende sobre España: la falta de calidad de nuestra democracia. Y es que, en efecto, hay un déficit democrático español que crece día a día y que reside en no haber encontrado jamás ese deseable equilibrio”.
Hace unos días en el Ateneo de Santander, acompañado de Jesús Laínz, entrañable amigo e intelectual, presenté el libro de Iñaki Ezkerra “Totalitarismos blandos”. Quiero reproducir el guion que preparé para ello porque esa reflexión a la que me vi obligado es una buena oportunidad para analizar la problemática política en la que estamos envueltos en España que nos lleva a lugares muy poco transitables y de difícil reversión.
Se ha cumplido el 40 aniversario del advenimiento de la democracia, recientemente celebrado en el Congreso de los Diputados en presencia de su Majestad el Rey.
Los que teníamos en esos años entre 20 y 30 años fuimos los jóvenes que habíamos vivido nuestra niñez en los tiempos del blanco y negro de un régimen autoritario, en una situación de reconstrucción de una España destruida por la Guerra; y no solo en el ámbito de los bienes más imprescindibles para la supervivencia de las personas.
Algunos de aquellos jóvenes de entonces pusimos toda la carne en el asador para traer nuevos tiempos y contribuir a la formación de un Estado de Derecho, al pluralismo democrático y a terminar un largo periodo derivado de una Guerra Civil fraticida. Teníamos la ilusión de meter a España en el concierto de naciones y sumarnos a una democracia a la que la mayoría aspiraba, anhelando vientos de libertad. Esto que acabo de decir ya suena a tópico, pero es verdad que ocurrió así. Tengo 66 años y recuerdo perfectamente las ganas de hacer un borrón y cuenta nueva con el pasado y los anhelos de sumar voluntades para una convivencia en paz que olvidara las rencillas del pasado y la división de los españoles en buenos y malos, en vencedores y vencidos.
Pero quienes vivíamos –en mi caso lo sigo haciendo- en tierras vascas por haber nacido allí o por llegar de otras tierras de España a labrarse un futuro, pronto experimentamos el sopapo de la realidad, de una nueva forma de restricción de libertades, incluso más aguda si me apuran que la que experimentamos con Franco. Con Franco yo me arriesgaba a perder mi plaza de funcionario por sumarme a algunas iniciativas en tiempos en los que ya se apuntaba al cambio. En la época de la prevalencia nacionalista he vivido aires de exclusión y amenaza, e incluso peligrar mi vida y patrimonio; y mi familia ha vivido en un constante desasosiego. Me refiero al eje nacionalismo-terrorismo que nos impidió vivir con normalidad y libertad. Yo he vivido once años de mi vida escoltado, mirando los bajos de mi coche y no atreviéndome a salir simplemente a tomar un café sin protección. Hay que seguir recordándolo porque a algunos les parece que eso sucedió en tiempos remotos, y resulta que fue ayer por la noche. Incluso hoy mismo están en las instituciones aquellos que nos decían “así, así hasta Madrid” sugiriéndonos que nos sumáramos a la diáspora, (200.000 vascos huidos).
En algo no estoy de acuerdo con el título del libro de Iñaki Ezkerra. Habla de totalitarismos blandos, y es verdad que en cierta manera son blandos los que nos anuncian los podemitas y acompañantes por “el cambio”; pero aquel totalitarismo que puede volver, no era blando. Era duro. Durísimo. Y los de Podemos son muy amigos de los que nunca han denunciado el terrorismo o han contemporizado con él cuando no contribuido.
No soy un entusiasta de esta Constitución del 78 que tiene tantos defectos que nos ha llevado a la situación actual de descomposición, pero más vale malo conocido que bueno por conocer, y en todo caso es mi Constitución, pues se votó por la mayoría de los españoles. Y sobre todo se votó en Cataluña. Más que en otras regiones de España. De forma abrumadora. Parece que algunos tienen un problema de memoria.
Pero aquella transición tuvo gran importancia, pues se produjo gracias a la voluntad de que confluyeran todas las sinergias sociales y políticas para lograr la convivencia y la paz, cosa que estos ignorantes imberbes de Podemos quieren soslayar, y contaminar –como lo hacen otros populistas de signo nacionalista- confundiendo a los jóvenes adocenados por el adoctrinamiento en las aulas y la ignorancia de la historia. Hay mucha tergiversación de nuestro pasado reciente, y también del que no lo es tanto. Demasiado adoctrinamiento y mucha desinformación. Yo particularmente estoy harto de la utilización de la escuela para la formación del espíritu nacionalista, vulnerando principios y derechos esenciales recogidos en la Constitución, en las cartas de derechos humanos; y más en concreto en las Declaraciones de derechos del niño, sin que nadie mueva un dedo para impedirlo. El adoctrinamiento, con el telón de fondo de las lenguas impuestas, es una lacra.
No voy a redundar en las bondades de esos años, para superar las dos Españas, la roja y la azul, para hacernos a todos españoles sin adjetivos, y lograr sumar intenciones a la superación del rencor. Ese rencor que resucitó un personaje nefasto para la historia próxima de España que ha sido Zapatero, de cuyas fuentes vienen estas aguas. Pero la contribución del PP, más por omisión que acción, aunque también por estrategias cortoplacistas con los nacionalistas, no es para soslayar.
Lo que sí quiero decir es que ese patrimonio de trabajo por el entendimiento está siendo arruinado por tendencias irresponsables, irreflexivas e ignorantes. No quiero suponer que son malintencionadas pues eso sí que sería grave. Se está inoculando el virus de la disgregación, del enfrentamiento y de una lucha de clases ficticia, demagógica. Para mí, que milité 18 años en el Partido Socialista, es patético observar en el último Congreso a las huestes de Sánchez cantando la Internacional puño en alto. Esta gente sigue en el siglo XIX o se ha sumado a la demagogia populista.
Más que populismo es popularismo, pues de lo que se trata es de pescar en aguas revueltas con eslóganes vacíos, frases huecas e ideas sin una mínima solidez intelectual. La política, amigos, es una tarea muy noble, que consiste en dedicarse a los demás, a la colectividad, para superar problemas, poner condiciones para que todo vaya a mejor y procurar la felicidad de las gentes. La política no es un paquete de eslóganes para excitar ánimos, para guiar a la masa como un rebaño hacia destinos inconfesables, no es un juego de engaños, de banderas que llevan a puertos inexistentes. La política implica ponerse a trabajar codo con codo para que el país prospere y todos vivamos mejor. Y el actual panorama se parece todo menos a eso. Es una lucha fraticida para “asaltar el cielo” en palabras de Pablo Iglesias. ¿Y para qué quiere conquistar el cielo si no plantea una sola propuesta en positivo que haga habitable el cielo? Eso es demagogia, y la demagogia es la puerta al totalitarismo.. Iñaki Ezkerra se refiere a esta cuestión partiendo de una cita de Umberto Eco: ”Apelar al pueblo significa construir un fingimiento, una ficción puesto que el pueblo como tal no existe, el populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular. Se trata de apropiarse de una abstracción. Y de desarrollarla en los grandes medios, sustituyendo el Parlamento por la televisión”.
La reflexión de Iñaki Ezkerra sobre el papel de los medios de comunicación en la gestación del populismo no se queda en la televisión sino en la propia prensa sensacionalista y a su discurso apocalíptico: “El amarillismo –nos dice- es el embrión del populismo. Es populismo mediático. Y está, de manera infalible, en los orígenes de todos los estrambóticos especímenes que amenizan nuestros periódicos y telediarios: Donald Trump, Boris Johnson, Pablo Iglesias, Beppe Grillo...
Y al papel de los medios Iñaki Ezkerra añade el de las redes sociales como sucedáneos de la vida parlamentaria, la opinión pública y los propios votos: “Si no se desenmascara su naturaleza virtual y no se las ponen su sitio, sino que se les da carta de realidad y se las eleva a la falsa categoría de altavoces de la «vox populi», las redes sociales no son otra cosa que «asambleísmo tecnológico». Por eso gustan tanto a los populistas y más aún al populismo asambleario que padecemos. Son una ficción cibernética de la democracia, como esas asambleas en las que la imagen de doscientos sujetos agolpados en un aula o en un hall municipal pretende representar la de millones de ciudadanos que acuden a las urnas. Este nuevo fenómeno, que podríamos denominar «tecnoasambleísmo», no se resigna a la mera función de vía de expresión del discurso antisistema, sino que es estructuralmente antisistémico porque finge mayorías inexistentes y suplanta, mediante burdos apaños técnicos, la legitimidad de la opinión pública y de las papeletas del voto completando así la labor manipuladora de estas que ya realiza por su cuenta la telebasura política.”
El nacimiento de Podemos y la podemización del PSOE, así como la itinerancia del nacionalismo catalán hacia el absurdo, y del emergente nacionalismo pancatalanista en Valencia, Baleares y Este de Aragón son paradigmáticos y ese síndrome se resume en la frase que vomitó Pablo Iglesias en la Puerta del Sol en las vísperas de la moción de censura a Rajoy. Cito literal: “El pueblo es mejor que su parlamento” . A mí, cuando se cita al pueblo como ente sujeto a razón, me vienen a la memoria frases tan estúpidas como esta: los derechos del euskera, los derechos de la lengua. Hay una tendencia irreprimible a aplicar personalizaciones a las cosas, incluso a las que son abstractas como “pueblo”. ¿Qué es el pueblo? Cuando se habla de pueblo me agarro a la silla fuertemente porque enseguida pienso que algún derecho individual se me va a arrebatar, en aras de eso que se llama los derechos colectivos que siempre se usan para restringir libertades. Pero… ¿de dónde nace la soberanía si no es de la voluntad general? El Parlamento ¿qué es sino eso?; es decir la plasmación de esa voluntad, con todas las imperfecciones derivadas del régimen electoral. Esa expresión de Iglesias refleja la vaciedad de proyecto que hay en su cabeza. Es el paradigma de las frases grandielocuentes vacías de significado. Estúpidas en su trastienda semántica.
El libro de Iñaki Ezkerra da respuestas a este fenómeno. O más que respuestas emite un diagnóstico de gran lucidez, con una gran precisión conceptual, con una literatura fluida, repleta de imágenes y figuras literarias, con una inteligente ironía no exenta de rigor en el análisis.
Solamente quiero decir una cosa: después de una crisis de gran calado como esta de la que apenas hemos salido aún, siempre hay impulsos autodestructivos derivados de una tendencia irrefrenable hacia la melancolía y hacia la subversión de los valores preexistentes.
Iñaki Ezkerra plantea cuestiones sumamente interesantes en su libro, algunos de cuyos párrafos quiero referirme a modo de muestra de lo que es su contenido. Estos brochazos de lo que es el libro abren interrogantes sobre la deriva que tiene este país por la falta de análisis serenos, reflexiones sensatas. Son necesarias muchas dosis de respeto al trabajo realizado, al sufrimiento de quienes vivieron convulsiones del pasado; y tenemos la necesidad, en estos momentos convulsos de un ejercicio de la responsabilidad por parte de sectores de nuestra sociedad aquejados de pulsiones que no nos llevan a ninguna parte, salvo a la conquista del poder para revoluciones que no tienen salida y que pueden devolvernos al pasado.
Voy a hacer un rápido repaso a modo de muestrario de algunas de las ideas reflejadas.
“Qué peculiar rasgo tienen en común, a primera vista el nacionalismo vasco, el catalán y el discurso de los populismos de izquierda que se aglutinan en torno a Podemos, es decir, los tres conglomerados ideológicos que con más virulencia impugnan hoy el sistema constitucional español y son una verosímil amenaza a éste? La característica más genuina y llamativa que los une y les da un innegable aire de familia es que, pese a compartir todos ellos algo más que unas obvias reminiscencias totalitarias, todos se reclaman de una forma particularmente pertinaz y cansina como los puros, los genuinos, los verdaderos demócratas” Y yo añado… sin embargo la realidad es contumaz, sus políticas son intrínsecamente autoritarias, irrespetuosas con los derechos de ciudadanos que no están en su órbita. Lo tenemos en el caso de Navarra, imponiendo símbolos que no son de la comunidad, aplicando políticas de imposición del euskera cuando la mayoría de los padres estaba de acuerdo con el PAI, de aprendizaje del inglés, apoyando a terroristas que acosan a guardias civiles en Alsasua, con políticas sectarias cuyo destino es la absorción de Navarra por la Euskadi de Sabino Arana para formar Euskal herria, etc. Y en esas políticas está Podemos. Igualmente ocurre en Aragón, con la contribución de un PSOE que ha perdido su proyecto de origen o en Valencia con políticas de imposición del catalán en esa comunidad excluyendo a padres que exigen sus derechos, o en Baleares. Y para qué hablar de Cataluña donde esos partidos populistas abogan por incumplir la Constitución y abrir un proceso separatista. Por eso Iñaki añade…”Ese modo de pensar lo justifica todo. No solo no repara en las consecuencias catastróficas de sus demandas secesionistas o populistas, sino que incluso desea esas catastróficas consecuencias, y las da por buenas si sirven para hacer más fácil y verosímil la realización de su siniestro ideal”.
Dice… “El odio como motor de la ideología y la acción política. El odio como primera y gran motivación. El odio como seña de identidad, como atractivo y como señuelo. No es verdad que quien escucha al profeta de Podemos se convence de que en ese tipo y en ese partido están la esperanza de cambio de esta sociedad, la fuerza que puede llevar a transformarla, la salvación. Antes que conectar con la esperanza, la promesa y la ilusión del cambio, con lo que de verdad conecta Pablo Iglesias es con la despensa de odio que el otro puede albergar en su interior, con los resortes que pueden accionarlo y hacerlo aflorar” Y yo digo… no hay más que ver la inquina contra el Partido Popular para vislumbrar un odio intrínseco, muy característico de la extrema izquierda.
Va repasando así, tema tras tema, pero no quiero pasar por alto la cuestión del yihadismo y la actitud que caracteriza a esta izquierda camuflada de transversalidad en torno al islamismo radical. En tal sentido dice… “No debe quedarse, en fin, en la mera persecución de los autores de un magnicidio, sino ir mucho más lejos. Debe enfrentarse con todos sus legítimos recursos a quien prohíbe trabajar a una mujer, la golpea o la veja obligándole a cubrirse el rostro por la calle; a quein defiende esos abusos como parte de un legado cultural que debe ser respetado y que se sustraería a la universalidad de la moral kantiana sobre la que se sostiene todo el edificio de la ilustración. ¿Para qué tenemos en España una ley de violencia de género? ¿Para dar ahora un gigantesco paso atrás y abrir en nuestra legalidad moderna, excepcionales grietas que permitan dar palizas a la parienta, impedirle que acceda a un puesto laboral o embozarle el rostro y quitarle la identidad en nombre de Alá?” “Una segunda desviación, también clásica, consiste en hablar como si el sistema de libertades del que disfrutamos hubiera existido siempre; como si siempre hubiéramos tenido la libertad como uno de nuestros incuestionables valores y como si hubiésemos alcanzado su reinado plenamente; como si la condición democrática y sus avances sociales no fueran algo que se conquista todos los días y que se puede perder en cualquier momento; como si no fuera una meta que nunca se alcanza en plenitud, razón por la cual debemos intentar dar un paso más cada día en el acercamiento a ese norte que deseamos y que no nos ha sido regalado”
Y quizás, como colofón a este somero recorrido por el libro, picoteando por aquí y por allá, valga estas líneas que son como una auscultación médica a un cuerpo débil social: “De acuerdo. Debemos estar dispuestos a asumir que la calidad de la democracia depende en una buena medida de que tolere, admita, respete un cierto nivel de impugnación, de que conviva con ella de un modo natural y de que esta sirva para su perfeccionamiento, para la mejora de aspectos sociales, económicos, de género… que se han descuidado. Pero cuando la sobrecarga de impugnaciones es tan elevada y además todas de raíz totalitaria, la vida democrática también pierde calidad por el otro lado, por el de una perversión del respeto; por el consentimiento y el desistimiento. Es esa y no el Frente Popular ni la República bolivariana ni la Revolución bolchevique la verdadera amenaza que pende sobre España: la falta de calidad de nuestra democracia. Y es que, en efecto, hay un déficit democrático español que crece día a día y que reside en no haber encontrado jamás ese deseable equilibrio”.