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Pablo Mosquera
Domingo, 10 de Septiembre de 2017 Tiempo de lectura:

Sátrapas

Sí, efectivamente. Son como aquellos gobernantes persas que se caracterizaron por su arbitrariedad y despotismo. Fue el espectáculo que vimos desde el Parlamento de Cataluña, con varios protagonistas. La presidenta Forcadell, absolutamente iluminada para vivir aquel momento "histórico" dónde era la gran sacerdotisa. El presidente para un Gobierno que usó la Constitución española y el Estatuto de Autonomía que de tal emana, y así poder actuar como un felón. El historiador, hoy líder de la Ezquerra, al que desde hace tiempo veo en un calculado segundo plano; no sé si para ser el primero en salir corriendo cuando llegue el séptimo de caballería, o por conocimiento histórico de que peor va a ser si lo logran y caen en manos de los anarquistas de la CUP, que siempre han odiado a los burgueses explotadores de las clases populares.   


Pero no acepto lo del golpe de Estado. Tal hecho siempre es súbito. Casi como una explosión. Y aquí se trata de un proceso anunciado, calculado y ejecutado de forma pausada, cumpliendo los tiempos. Lo que sucede es culpa para ineptos, frívolos, ingenuos y perezosos; en definitiva, aquello tan español de ¡no se van a atrever!. Y así, mientras unos avanzaban en su desconexión, los garantes de la soberanía del pueblo español estaban entretenidos con la corrupción, y desde luego, fortificados detrás de unas instancias judiciales a las que hace mucho tiempo los nacionalistas catalanes han colocado en el cajón de objetos perdidos.


Pero vamos a ser serios. ¿Dónde está la sorpresa de algo que se ha ido gestando sin prisas?. ¿Dónde está la sorpresa de un proceso en el que desde el primer instante se dijo, alto y claro, que España y sus Instituciones ni son demócratas a la catalana, ni son disponibles en argumentos, mandatos y representación en territorio de la Generalitat? ¡Y, tan contentos!.     


Ahora me traslado a la Euskadi que me tocó vivir y sufrir. Por mucho menos se inhabilitó al Presidente del Parlamento Vasco. Por mucho menos se le hizo una advertencia de derecho penal a Juan José Ibarreche. Es verdad que en aquella Euskadi, unos mataban, otros morían y algunos le echábamos coraje paisano para salir a las calles gritando libertad y exigiendo que nos amparara la Ley y el Estado de Derecho. En Cataluña no recuerdo haber visto ciudadanos españoles luchando por su dignidad frente a la escalada creciente y constante del proceso para separar Cataluña de España. Desde historias mitológicas de nación, cuando no pasaron de ser un condado en el reino de Aragón, hasta confundir la guerra de sucesión con guerra de secesión, pues al equivocarse de aspirante al trono de España, les dieron unas manos de bofetadas.

 

Pero ahora viene lo bueno. Por un lado, los ciudadanos generalmente y cómodamente confiados en la fuerza del Estado frente a la bravuconería de los nacionalistas, ignorando que hasta un pequinés se crece si el amo no le educa. Estos españolitos forman tres grupos: los que están preparando la maleta pues de repente tuvieron pesadillas soñando con los Balcanes; los que han salido a comprarse una senyera y una barretina, amén de exigir que les llamen por su identificación catalanizada, y por fin, los indignados con lo que están viviendo, pero que pierden el tiempo mirando hacia Madrid en la confianza que desde la ciudad de la señá Cibeles, les llegará ayuda.


Por otro, y estos me dan pena, los funcionarios a los que la República les hará jurar sus postulados y fidelidad, para lo que tendrán que abjurar de su obediencia debida a las leyes del "antiguo régimen", todo ello a riesgo de equivocarse en el resultado final y quedarse como decía Larra, en situación de cesante. Me dan pena los pensionistas que siempre son los primeros en preguntarse... ¿y con lo mío, qué va a pasar?. Me dan pena los funcionarios del Parlamento Catalán que han tenido la gallardía de negarse a firmar el papel del proceso secesionista, o los letrados de la Cámara que han advertido por escrito de lo que significa desobedecer al Tribunal Constitucional; a todos ellos, ya los han puesto en las listas negras como no adeptos al régimen y... veremos lo que les aplican.


Y los que me dan miedo. Esos diecisiete mil agentes armados, a los que debemos sumar guardias urbanos, que supongo habrán sido elegidos y fichados para mejor proveer en el suceso. También me dan miedo, relativo, los exaltados que pondrán en la calle, de inmediato, los anarquistas de la CUP, y que serán las fuerzas de choque y advertencia a propios o extraños de que están dispuestos a declarar la República Catalana por lo civil y por lo criminal.       


Me da miedo y me indigna la disposición y el uso que pueden tener y hacer de cada ciudadano, con el fin de saber, quienes son, cómo se comportan, si van a ir a votar, si aceptan ser interventores, si colaboran con el proceso, en definitiva y como decían aquellos falangistas de camisa vieja; si son de la cáscara amarga...


El asunto ya no tiene marcha atrás. Ni solución dialogada. Ni negociación posible. Ni podemos consentir que el bienestar de la República Catalana se haga a costa de los españolitos, como otras veces, en que se usó el palo y la zanahoria, pero ésta última la pagábamos los parias de la España pobre, marinera y campesina, esa cuyos hijos son denominados charnegos.


Así que a lo hecho, pecho. Los del coro para Els Segadors deberán mostrar su capacidad de convicción en Cataluña, me temo que han emprendido una marcha hacia la dictadura en nombre de su libertad. Los del PP, deberán interrumpir sus vacaciones y soflamas sobre las cifras de la economía y el empleo -su modelo miserable- para enfrentarse con el problema más grave que ha tenido España tras la segunda guerra mundial. Los españoles, ciudadanos con derechos amparados por la Ley, seremos exigentes con la resolución del conflicto que nosotros no hemos creado, pero sin contemplaciones, y desde luego si hubiese dignidad parlamentaria, exigiendo la dimisión de aquellos cargos institucionales que han dejado involucionar el problema hasta la putrefacción.  

 

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