Antonio Ríos Rojas
Claudio o el hacerse pasar por tonto. Una solución para Cataluña
![[Img #12294]](upload/img/periodico/img_12294.png)
Quien les escribe pertenece a aquel grupo de personas que no tiene del todo claro cuál es la solución ante el problema de Cataluña, o ante el problema de España, pues ambos son dos caras de la misma moneda, del mismo problema. Oigo de fondo la voz exaltada de mi muy leído Ernesto Giménez Caballero, que me dice: “la duda, raíz de todos los males de España”. Aunque quizás la duda sea más propia de nosotros que de los franceses o, matizando y para vergüenza nuestra, quizás sea más propia de nosotros la cobardía. Pero no quiero desviarme tan pronto. El caso es que entre dudas y cavilaciones va tomando cuerpo, moldeándose lentamente en mis pensamientos, en mis ensoñaciones, una solución. Es una vía que nadie parece exponer, que acaso nadie parece pensar con la seriedad que merece. Esta vía podría curar la herida que la izquierda española y sus aliados nacionalistas vienen infligiendo a España desde hace más de un siglo, y que tiene por finalidad el que España se desangre, para después desguazarla, para que nunca jamás vuelva a ser España. Ni un Rajoy, ni un Sánchez, ni un Rivera, ni mucho menos un Iglesias son los guías apropiados para planificar, trazar y poner en práctica esta vía. Se necesita a un Claudio, aquel emperador que sucedió a Calígula y precedió a Nerón.
Nos cuenta Suetonio que Claudio era tartamudo, señalando además que era físicamente deforme y mentalmente retrasado, es decir, dicho para gentes de hoy: era un ser de cualidades y capacidades distintas. Pero no, no pertenecería Claudio por esos atributos ni a uno ni al otro de los partidos políticos en los que están ustedes pensando; ni tampoco por su simpatía hacia la República se deja Claudio comparar con ningún político español. Por ninguna de estas cualidades aquí citadas es Claudio el modelo que quiero aquí presentar. Lo es por ser portador de una insólita virtud: en realidad era listo, muy listo, aunque ante las circunstancias desfavorables para él y para Roma, se hacía pasar por tonto. Suetonio no destaca suficientemente esta virtud de Claudio, y más bien insiste en la incongruencia, la debilidad y la inconstancia del emperador. Esta inteligencia lúcida que escondía bajo el disfraz de idiota es destacada –inventivamente quizás- por Robert Graves en su novela “Yo Claudio”, vertida al cine en aquella genial serie homónima de mediados de los setenta. Por lo tanto tomo más como modelo a un Claudio ideal, moldeado por Graves y completado por mí mismo en mis sueños y en mis cavilaciones.
Para solventar el problema de Cataluña, el problema de España, se me ocurre la solución de un tonto listo, o mejor, de aquel clarividente estratega al que todos tomen por idiota y cobarde, pues como se verá en las siguientes líneas, al final ha de mostrar ser el verdadero cauterizador del mal. Ningún mal verdaderamente grave se cura de inmediato y eso lo sabría nuestro Claudio. Curar esta herida tan grave sólo puede hacerse con cirugía abierta, y lo más duro es el postoperatorio, quizás la quimioterapia. La operación es muy arriesgada y, de ir todo bien, llevará necesariamente a unos años traumáticos, sobre todo para Cataluña, pero no trato aquí de erigirme en portaestandarte moral, sino de trazar una vía apenas explorada para solucionar el problema catalán, el gravísimo problema catalán que todos sabemos que consiste en que unos tres millones de catalanes no se sienten españoles (no menciono aquí el mayor de los problemas, a tratar en otra ocasión, y es que no pocos castellanos, gallegos, andaluces, etc… se avergüenzan de ser españoles). Sin más preámbulo expondré esta vía que bien podría idear el paciente tartamudo, Tiberio Claudio Druso.
Previo estudio de la situación europea y mundial, previo minucioso estudio de la historia de España, Claudio considera necesario dejar que Cataluña siga el curso que está siendo impuesto por sus políticos, el rumbo, pues, hacia el referéndum, y muy probablemente hacia el “sí”, hacia la independencia que tras el sí proclamarían esos osados navegantes, los políticos catalanes. Evidentemente, como Claudio no es un idiota, sino un sabio que se hace pasar por idiota, habrá de contentar (o al menos no decepcionar demasiado) a quienes le exigen que impida a toda costa el referéndum, aunque tenga que emplear para ello “mano dura”. Quienes le exigen esto no serán demasiados, ya que Claudio, para erigirse con el poder en España ha debido ser votado por una mayoría de españoles y esa mayoría es estulta, blanda, progre, cobarde. Claudio supo ganarse bien a esta gente; supo disfrazarse. Pero no obstante, para contentar a esas voces que le piden dureza, Claudio llevará a Cataluña fuerzas de seguridad en número no despreciable, se incautará papeletas, urnas, encarcelará a algún responsable, no a los principales. Todo una farsa, pues Claudio siempre contaría con que los catalanes fueran lo suficientemente astutos –estultos se demostrará al final- como para tener otras urnas B, otras papeletas B, escondidas en otros almacenes. Y de no tener preparado los catalanes este plan B calcado al plan A, Claudio, suficientemente atento, calculador estratega político, se encargaría él mismo de dar órdenes para facilitar primero y no impedir después este plan B.
Se ha votado pues, y –imaginémoslo- ha ganado el “sí”. La guardia civil ha recibido la orden de no dar un solo tiro, ni siquiera de usar una porra. Puigdemont se asoma al balcón más alto, y con su cara de tonto redomado proclama el “triunfo” de la democracia, el triunfo de la independencia. Su monumental cabellera se eriza de emoción, y su cara de perro se hace más evidente ante la placentera satisfacción. Tenemos República catalana, pues Claudio, sentado en su sillón, no piensa hacer nada. Alguien que mirara a ambos en ese instante desde la ultratumba –alguien, pues, que haya superado la condición temporal- se daría cuenta de quién es el triunfador, si el peludo con rostro canino que ha proclamado el Estado catalán, o este hombre que con media sonrisa se sienta en su sillón sin hacer nada. Rajoy, Sánchez e Iglesias estarían descontentos ante la postura de Claudio. El primero habría deseado más fuerza –tampoco demasiada-. Rajoy pensaría que hasta él mismo había actuado largo tiempo como Claudio, hasta que su inutilidad de estratega le pidió que había que ser un poco más osado. El segundo en realidad piensa muy poco, y el tercero, Iglesias…. Mmmm. A Iglesias no le gusta lo que ve. Atisba gato encerrado, pues Iglesias es un hombre tan sumamente inteligente como sumamente malvado. Eso no es lo que él querría, y cree atisbar que Claudio, bajo la fachada de tonto, esconde a alguien muy listo. Lo veremos. Iglesias tiene astucia y malicia suficientes para ver que algo no funciona. ¿Qué habría querido en el fondo Iglesias? Y qué hubiera acabado queriendo también Sánchez en un gobierno con Iglesias? Un “referéndum pactado” entre el Estado y el Govern de Cataluña. ¿Por qué? Porque así todo se disfrazaría de legalidad, y porque además la UE ha abierto una rendija a Cataluña, insinuando que ésta sólo podría formar parte de la UE si tras un referéndum pactado, saliera el sí.
No obstante, Cataluña no tendría fácil el ser aceptada por la UE, pero, la posibilidad sólo pasaría por dicha vía. Y Tiberio Claudio Druso sabía muy bien que lo que no había que hacer en ningún caso sería un referéndum pactado, pues sabe que eso, de salir el “sí”, significaría otorgarles la victoria a Cataluña, sembrando además el precedente para que otras partes de España se disgreguen exigiendo un pacto similar ante el precedente legal catalán. Claudio, el listo que se hace pasar por idiota, sabe que lo absolutamente prohibitivo sería un referéndum pactado. En cambio, un idiota que se haga pasar por listo, es decir, un idiota integral, es decir, Sánchez, desearía al final este referéndum pactado. La misma vía que desearía un malvado que se haga pasar por santo –aunque ya el disfraz va siendo muy falso-, es decir, un malvado integral, es decir, Iglesias. El primero en su ignorancia, y el segundo en su malicia vengativa y gratuita, explorarían la vía que colmaría la trama que la izquierda española, los nacionalismos y las bandas terroristas llevan tejiendo desde hace más de un siglo: arrancar las raíces de España: secarla, matarla. No regar el árbol, tan falto de agua a lo largo de los tres últimos siglos, sino podarlo o mejor, desenraizarlo. La vía intermedia, la que recorrería un valiente prudente, es decir, un cobarde mentiroso, es decir, Rajoy, sería la sosa e ineficaz vía de “hacer cumplir la ley”. Es esta, sin duda, mejor opción que las anteriores, pero no cercena el problema, pues se trata de recuperar de verdad a Cataluña y lo más importante, recuperar a los catalanes, que hemos perdido por hacer dejar a sus anchas a políticos romántico-lerdos –unos- y oportunistas –otros- ir envenenando las raíces de la esencia de España, de lo que formaba su potencial unidad. Idiotas a lo Sánchez, malvados a lo Iglesias y mentecatos cobardes a lo Rajoy han ido gestando esta situación, a lo que en los últimos treinta años, las leyes educativas, la televisión basura y los gamberros callejeros efectos de ambas causas, dieron el toque de gracia. Claudio sabe que la enfermedad es grave, se necesita pues de paciencia y de algo que el mundo moderno parece no tener, tiempo. Claudio sabe esperar.
Cataluña, pues, se ha ido. ¿Y ahora qué? Claudio sabe que tras extirpar el tumor tiene que haber un largo periodo de quimioterapia. Los catalanes sin saberlo van a empezar a curarse de su grave enfermedad: de su odio, de su asco y de su desprecio a España. Los catalanes no lo saben, Claudio sí. Y Claudio, el cirujano político, ha ocultado al enfermo su enfermedad. Pero además de la enfermedad, Claudio conoce bien la evolución de la cura. La UE ha dejado muy claro que un referéndum forzado y unilateral es completamente ilegal. Cataluña queda pues fuera del euro, fuera de la Europa económica. La posibilidad de negocio con EEUU, de no ser repelida por el mismo Trump, será repelida por la CUP, para quien EEUU viene a ser lo que para un vampiro un crucifijo (sin forzar nada el símil). Pero Claudio lo ha previsto todo, y ha previsto también la posibilidad de que se colme el giro a la derecha radical que está cociéndose en Europa y que ya ha servido en Hungría y Polonia, pueblos que se niegan a que los valores europeos, a que la cultura europea se vaya al traste. Aunque en realidad buena parte de ese pueblo sepa ya muy poco de cultura europea, aunque no lean a los clásicos europeos ni escuchen su música –en todo caso, siempre lo harán más que en España- tienen el instinto de no querer una Europa islamizada, una Europa perdida, una Europa como España, desenraizada y muerta. Y Claudio, sopesa bien que esa Europa tampoco defenderá a Cataluña, es más que la tendría como enemiga fundamental, por ser cuna de progres, de necios disfrazados de intelectuales, de anarquistas, de cristianófobos e islamófilos.
Y mientras tanto, ya se mantenga la UE o ya se haya ido esta al garete, ha pasado eso que tanto angustia al hombre actual y que Claudio gusta ver en su discurrir, el tiempo. Digamos cinco años, digamos ocho. La mayoría de empresas catalanas, tal como ellas mismas han avisado, han dejado Cataluña para instalarse en otros lugares de España. Nadie se atreve a invertir en una situación de exclusión y bloqueo. No hay una fuente de la que mane el dinero para pagar a funcionarios y pensionistas. Es decir, se ha gestado el estado ideal para que las CUP se alcen con el poder. Y es ahora cuando el enfermo toma consciencia de su enfermedad. Se acuerda de esa virtud que se le asignó siempre, la del “seny”. Y este no defraudará. Tarde, el sentido común catalán no defraudará, pues en una Cataluña donde las CUP pueden hacerse con un poder absoluto convirtiéndola en un insólito monstruo comunista-anarquista-progreguaysista. Cataluña se irá dando cuenta, como en 1659, de que en España se estaba mejor. Igual que en aquel año, en el que tras salir en estampida cuesta abajo, oprimidos esta vez de verdad por los franceses, se darán ahora cuenta de que “antes” no se vivía tan mal, y muchos estirarán aún más ese “antes” en el pasado, signo ya de que empiezan a curarse, para acabar sentenciando que en España se vivía bien, que aunque había chorizos de igual calado que los chorizos (butifarras) catalanes, España tenía más proyecto que esta Cataluña que en su único proyecto egoísta, ha acabado amenazada con su extinción por parte de grupos anarquistas, comunistas. Y el seny catalán, en pro de su tan confundida “democracia” irá pensando en un referéndum, de nuevo un referéndum, cuyas tres preguntas –para nuestra sorpresa formuladas tanto en catalán como en español- podrían formularse así: 1.- ¿Cree usted que los políticos catalanes han tergiversado la historia de Cataluña y de España? 2.-¿Cree usted que con el referéndum de 2017 nos tomaron el pelo? 3.-¿Quiere usted volver a formar parte de España como en toda nuestra puñetera vida, y como nos pertenece históricamente, para ser un poco más solidarios y agradecidos de lo que hemos sido con el resto de España?
Claudio ha esperado todo este tiempo. Muchos políticos catalanes, con plañidera solicitud bovina dirán a Claudio: “Ustedes nos necesitas y nosotros a ustedes, creemos de nuevo una enriquecedora variedad cultural, reconocida en Comunidades Autónomas, progresista, dinámica y flexible (…blablablá…); tengamos de nuevo dos sesiones de circo estelares cada año, dos Real Madrid- Barcelona; dos como mínimo, pues cabe la posibilidad de que nos enfrentemos también en la Copa del Rey, y de verdad que haremos todo lo posible para que el himno español no sea pitado, aunque estamos seguros de que, esta vez, no será pitado sino por una minoría”. Pero ese rebaño bovino de políticos catalanes se olvidan de que en España no hay ya un Rajoy, ni un Sánchez, ni un Iglesias, sino un sabio que se hizo pasar por tonto, un médico más que un político, un gran médico, Claudio, que esta vez, ya sin tartamudear, ya sin necesidad alguna de hacerse pasar por idiota, les dirá a las ovejas plañideras. “Yo, y sólo yo pongo las condiciones, pues detrás de mí está un proyecto y una esencia de que comenzó hace muchos siglos, España. El árbol que hemos dejado maltrecho, y que hemos despreciado, sigue aún en pie. Ahora vamos a cuidarlo, a entenderlo y a quererlo entre todos.
Quien les escribe pertenece a aquel grupo de personas que no tiene del todo claro cuál es la solución ante el problema de Cataluña, o ante el problema de España, pues ambos son dos caras de la misma moneda, del mismo problema. Oigo de fondo la voz exaltada de mi muy leído Ernesto Giménez Caballero, que me dice: “la duda, raíz de todos los males de España”. Aunque quizás la duda sea más propia de nosotros que de los franceses o, matizando y para vergüenza nuestra, quizás sea más propia de nosotros la cobardía. Pero no quiero desviarme tan pronto. El caso es que entre dudas y cavilaciones va tomando cuerpo, moldeándose lentamente en mis pensamientos, en mis ensoñaciones, una solución. Es una vía que nadie parece exponer, que acaso nadie parece pensar con la seriedad que merece. Esta vía podría curar la herida que la izquierda española y sus aliados nacionalistas vienen infligiendo a España desde hace más de un siglo, y que tiene por finalidad el que España se desangre, para después desguazarla, para que nunca jamás vuelva a ser España. Ni un Rajoy, ni un Sánchez, ni un Rivera, ni mucho menos un Iglesias son los guías apropiados para planificar, trazar y poner en práctica esta vía. Se necesita a un Claudio, aquel emperador que sucedió a Calígula y precedió a Nerón.
Nos cuenta Suetonio que Claudio era tartamudo, señalando además que era físicamente deforme y mentalmente retrasado, es decir, dicho para gentes de hoy: era un ser de cualidades y capacidades distintas. Pero no, no pertenecería Claudio por esos atributos ni a uno ni al otro de los partidos políticos en los que están ustedes pensando; ni tampoco por su simpatía hacia la República se deja Claudio comparar con ningún político español. Por ninguna de estas cualidades aquí citadas es Claudio el modelo que quiero aquí presentar. Lo es por ser portador de una insólita virtud: en realidad era listo, muy listo, aunque ante las circunstancias desfavorables para él y para Roma, se hacía pasar por tonto. Suetonio no destaca suficientemente esta virtud de Claudio, y más bien insiste en la incongruencia, la debilidad y la inconstancia del emperador. Esta inteligencia lúcida que escondía bajo el disfraz de idiota es destacada –inventivamente quizás- por Robert Graves en su novela “Yo Claudio”, vertida al cine en aquella genial serie homónima de mediados de los setenta. Por lo tanto tomo más como modelo a un Claudio ideal, moldeado por Graves y completado por mí mismo en mis sueños y en mis cavilaciones.
Para solventar el problema de Cataluña, el problema de España, se me ocurre la solución de un tonto listo, o mejor, de aquel clarividente estratega al que todos tomen por idiota y cobarde, pues como se verá en las siguientes líneas, al final ha de mostrar ser el verdadero cauterizador del mal. Ningún mal verdaderamente grave se cura de inmediato y eso lo sabría nuestro Claudio. Curar esta herida tan grave sólo puede hacerse con cirugía abierta, y lo más duro es el postoperatorio, quizás la quimioterapia. La operación es muy arriesgada y, de ir todo bien, llevará necesariamente a unos años traumáticos, sobre todo para Cataluña, pero no trato aquí de erigirme en portaestandarte moral, sino de trazar una vía apenas explorada para solucionar el problema catalán, el gravísimo problema catalán que todos sabemos que consiste en que unos tres millones de catalanes no se sienten españoles (no menciono aquí el mayor de los problemas, a tratar en otra ocasión, y es que no pocos castellanos, gallegos, andaluces, etc… se avergüenzan de ser españoles). Sin más preámbulo expondré esta vía que bien podría idear el paciente tartamudo, Tiberio Claudio Druso.
Previo estudio de la situación europea y mundial, previo minucioso estudio de la historia de España, Claudio considera necesario dejar que Cataluña siga el curso que está siendo impuesto por sus políticos, el rumbo, pues, hacia el referéndum, y muy probablemente hacia el “sí”, hacia la independencia que tras el sí proclamarían esos osados navegantes, los políticos catalanes. Evidentemente, como Claudio no es un idiota, sino un sabio que se hace pasar por idiota, habrá de contentar (o al menos no decepcionar demasiado) a quienes le exigen que impida a toda costa el referéndum, aunque tenga que emplear para ello “mano dura”. Quienes le exigen esto no serán demasiados, ya que Claudio, para erigirse con el poder en España ha debido ser votado por una mayoría de españoles y esa mayoría es estulta, blanda, progre, cobarde. Claudio supo ganarse bien a esta gente; supo disfrazarse. Pero no obstante, para contentar a esas voces que le piden dureza, Claudio llevará a Cataluña fuerzas de seguridad en número no despreciable, se incautará papeletas, urnas, encarcelará a algún responsable, no a los principales. Todo una farsa, pues Claudio siempre contaría con que los catalanes fueran lo suficientemente astutos –estultos se demostrará al final- como para tener otras urnas B, otras papeletas B, escondidas en otros almacenes. Y de no tener preparado los catalanes este plan B calcado al plan A, Claudio, suficientemente atento, calculador estratega político, se encargaría él mismo de dar órdenes para facilitar primero y no impedir después este plan B.
Se ha votado pues, y –imaginémoslo- ha ganado el “sí”. La guardia civil ha recibido la orden de no dar un solo tiro, ni siquiera de usar una porra. Puigdemont se asoma al balcón más alto, y con su cara de tonto redomado proclama el “triunfo” de la democracia, el triunfo de la independencia. Su monumental cabellera se eriza de emoción, y su cara de perro se hace más evidente ante la placentera satisfacción. Tenemos República catalana, pues Claudio, sentado en su sillón, no piensa hacer nada. Alguien que mirara a ambos en ese instante desde la ultratumba –alguien, pues, que haya superado la condición temporal- se daría cuenta de quién es el triunfador, si el peludo con rostro canino que ha proclamado el Estado catalán, o este hombre que con media sonrisa se sienta en su sillón sin hacer nada. Rajoy, Sánchez e Iglesias estarían descontentos ante la postura de Claudio. El primero habría deseado más fuerza –tampoco demasiada-. Rajoy pensaría que hasta él mismo había actuado largo tiempo como Claudio, hasta que su inutilidad de estratega le pidió que había que ser un poco más osado. El segundo en realidad piensa muy poco, y el tercero, Iglesias…. Mmmm. A Iglesias no le gusta lo que ve. Atisba gato encerrado, pues Iglesias es un hombre tan sumamente inteligente como sumamente malvado. Eso no es lo que él querría, y cree atisbar que Claudio, bajo la fachada de tonto, esconde a alguien muy listo. Lo veremos. Iglesias tiene astucia y malicia suficientes para ver que algo no funciona. ¿Qué habría querido en el fondo Iglesias? Y qué hubiera acabado queriendo también Sánchez en un gobierno con Iglesias? Un “referéndum pactado” entre el Estado y el Govern de Cataluña. ¿Por qué? Porque así todo se disfrazaría de legalidad, y porque además la UE ha abierto una rendija a Cataluña, insinuando que ésta sólo podría formar parte de la UE si tras un referéndum pactado, saliera el sí.
No obstante, Cataluña no tendría fácil el ser aceptada por la UE, pero, la posibilidad sólo pasaría por dicha vía. Y Tiberio Claudio Druso sabía muy bien que lo que no había que hacer en ningún caso sería un referéndum pactado, pues sabe que eso, de salir el “sí”, significaría otorgarles la victoria a Cataluña, sembrando además el precedente para que otras partes de España se disgreguen exigiendo un pacto similar ante el precedente legal catalán. Claudio, el listo que se hace pasar por idiota, sabe que lo absolutamente prohibitivo sería un referéndum pactado. En cambio, un idiota que se haga pasar por listo, es decir, un idiota integral, es decir, Sánchez, desearía al final este referéndum pactado. La misma vía que desearía un malvado que se haga pasar por santo –aunque ya el disfraz va siendo muy falso-, es decir, un malvado integral, es decir, Iglesias. El primero en su ignorancia, y el segundo en su malicia vengativa y gratuita, explorarían la vía que colmaría la trama que la izquierda española, los nacionalismos y las bandas terroristas llevan tejiendo desde hace más de un siglo: arrancar las raíces de España: secarla, matarla. No regar el árbol, tan falto de agua a lo largo de los tres últimos siglos, sino podarlo o mejor, desenraizarlo. La vía intermedia, la que recorrería un valiente prudente, es decir, un cobarde mentiroso, es decir, Rajoy, sería la sosa e ineficaz vía de “hacer cumplir la ley”. Es esta, sin duda, mejor opción que las anteriores, pero no cercena el problema, pues se trata de recuperar de verdad a Cataluña y lo más importante, recuperar a los catalanes, que hemos perdido por hacer dejar a sus anchas a políticos romántico-lerdos –unos- y oportunistas –otros- ir envenenando las raíces de la esencia de España, de lo que formaba su potencial unidad. Idiotas a lo Sánchez, malvados a lo Iglesias y mentecatos cobardes a lo Rajoy han ido gestando esta situación, a lo que en los últimos treinta años, las leyes educativas, la televisión basura y los gamberros callejeros efectos de ambas causas, dieron el toque de gracia. Claudio sabe que la enfermedad es grave, se necesita pues de paciencia y de algo que el mundo moderno parece no tener, tiempo. Claudio sabe esperar.
Cataluña, pues, se ha ido. ¿Y ahora qué? Claudio sabe que tras extirpar el tumor tiene que haber un largo periodo de quimioterapia. Los catalanes sin saberlo van a empezar a curarse de su grave enfermedad: de su odio, de su asco y de su desprecio a España. Los catalanes no lo saben, Claudio sí. Y Claudio, el cirujano político, ha ocultado al enfermo su enfermedad. Pero además de la enfermedad, Claudio conoce bien la evolución de la cura. La UE ha dejado muy claro que un referéndum forzado y unilateral es completamente ilegal. Cataluña queda pues fuera del euro, fuera de la Europa económica. La posibilidad de negocio con EEUU, de no ser repelida por el mismo Trump, será repelida por la CUP, para quien EEUU viene a ser lo que para un vampiro un crucifijo (sin forzar nada el símil). Pero Claudio lo ha previsto todo, y ha previsto también la posibilidad de que se colme el giro a la derecha radical que está cociéndose en Europa y que ya ha servido en Hungría y Polonia, pueblos que se niegan a que los valores europeos, a que la cultura europea se vaya al traste. Aunque en realidad buena parte de ese pueblo sepa ya muy poco de cultura europea, aunque no lean a los clásicos europeos ni escuchen su música –en todo caso, siempre lo harán más que en España- tienen el instinto de no querer una Europa islamizada, una Europa perdida, una Europa como España, desenraizada y muerta. Y Claudio, sopesa bien que esa Europa tampoco defenderá a Cataluña, es más que la tendría como enemiga fundamental, por ser cuna de progres, de necios disfrazados de intelectuales, de anarquistas, de cristianófobos e islamófilos.
Y mientras tanto, ya se mantenga la UE o ya se haya ido esta al garete, ha pasado eso que tanto angustia al hombre actual y que Claudio gusta ver en su discurrir, el tiempo. Digamos cinco años, digamos ocho. La mayoría de empresas catalanas, tal como ellas mismas han avisado, han dejado Cataluña para instalarse en otros lugares de España. Nadie se atreve a invertir en una situación de exclusión y bloqueo. No hay una fuente de la que mane el dinero para pagar a funcionarios y pensionistas. Es decir, se ha gestado el estado ideal para que las CUP se alcen con el poder. Y es ahora cuando el enfermo toma consciencia de su enfermedad. Se acuerda de esa virtud que se le asignó siempre, la del “seny”. Y este no defraudará. Tarde, el sentido común catalán no defraudará, pues en una Cataluña donde las CUP pueden hacerse con un poder absoluto convirtiéndola en un insólito monstruo comunista-anarquista-progreguaysista. Cataluña se irá dando cuenta, como en 1659, de que en España se estaba mejor. Igual que en aquel año, en el que tras salir en estampida cuesta abajo, oprimidos esta vez de verdad por los franceses, se darán ahora cuenta de que “antes” no se vivía tan mal, y muchos estirarán aún más ese “antes” en el pasado, signo ya de que empiezan a curarse, para acabar sentenciando que en España se vivía bien, que aunque había chorizos de igual calado que los chorizos (butifarras) catalanes, España tenía más proyecto que esta Cataluña que en su único proyecto egoísta, ha acabado amenazada con su extinción por parte de grupos anarquistas, comunistas. Y el seny catalán, en pro de su tan confundida “democracia” irá pensando en un referéndum, de nuevo un referéndum, cuyas tres preguntas –para nuestra sorpresa formuladas tanto en catalán como en español- podrían formularse así: 1.- ¿Cree usted que los políticos catalanes han tergiversado la historia de Cataluña y de España? 2.-¿Cree usted que con el referéndum de 2017 nos tomaron el pelo? 3.-¿Quiere usted volver a formar parte de España como en toda nuestra puñetera vida, y como nos pertenece históricamente, para ser un poco más solidarios y agradecidos de lo que hemos sido con el resto de España?
Claudio ha esperado todo este tiempo. Muchos políticos catalanes, con plañidera solicitud bovina dirán a Claudio: “Ustedes nos necesitas y nosotros a ustedes, creemos de nuevo una enriquecedora variedad cultural, reconocida en Comunidades Autónomas, progresista, dinámica y flexible (…blablablá…); tengamos de nuevo dos sesiones de circo estelares cada año, dos Real Madrid- Barcelona; dos como mínimo, pues cabe la posibilidad de que nos enfrentemos también en la Copa del Rey, y de verdad que haremos todo lo posible para que el himno español no sea pitado, aunque estamos seguros de que, esta vez, no será pitado sino por una minoría”. Pero ese rebaño bovino de políticos catalanes se olvidan de que en España no hay ya un Rajoy, ni un Sánchez, ni un Iglesias, sino un sabio que se hizo pasar por tonto, un médico más que un político, un gran médico, Claudio, que esta vez, ya sin tartamudear, ya sin necesidad alguna de hacerse pasar por idiota, les dirá a las ovejas plañideras. “Yo, y sólo yo pongo las condiciones, pues detrás de mí está un proyecto y una esencia de que comenzó hace muchos siglos, España. El árbol que hemos dejado maltrecho, y que hemos despreciado, sigue aún en pie. Ahora vamos a cuidarlo, a entenderlo y a quererlo entre todos.