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Pablo Mosquera
Domingo, 08 de Octubre de 2017 Tiempo de lectura:

Españoles en Cataluña

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Hasta la comparecencia del Jefe del Estado, desde las televisiones, para pronunciarse de forma clara y contundente sobre los sucesos en la Región de Cataluña del Reino de España, muchos ciudadanos españoles estaban huérfanos con respecto al Estado, acosados por la iniciativa en diabólica espiral promovida desde el nacionalismo catalán, y lo peor, con esa sensación de ser perdedores en un gravísimo conflicto entre Estado de Derecho y estado de sedición.


Se lo que se siente. Aquellos terribles años del gobierno UCD, cuando en Euskadi los poderes públicos sólo emitían partes de condena o promesas baldías para medidas ante las escaladas del terrorismo etarra, la complicidad calculada del Gobierno presidido por Carlos Garaicoechea que trataba de estimular el complejo de culpabilidad en los españoles y como única salida negociar la autodeterminación, y en medio una población dividida entre entusiastas del poder abertzale y asustados españoles que debían comportarse clandestinamente de palabra, pensamiento, comportamiento y relaciones sociales. Sin duda, íbamos perdiendo, y aún así, siempre hubo rescoldos de dignidad.
No voy a repetir algo que a estas alturas forma parte de una página negra de nuestra historia en la relación España-Cataluña. El nacionalismo avanzó y el Estado retrocedió. Los poderes independentistas, de forma organizada, imparable por la secuencia de hechos, descaradamente rupturista, siempre llevó la iniciativa, mientras los poderes públicos con Soberanía Nacional no pasaban de las palabras al igual que aquella UCD con promesas para medidas eficaces en la defensa del Estado de Derecho.   


Me voy a centrar en lo que si considero la teoría del golpe de Estado -Curcio Malaparte 1931- sumada a la espiral del silencio -Elisabeth Noelle-Neumann 1977-. Una tormenta perfecta que permitió al Gobierno Puigdemont vender como el derecho a votar en democracia era contestado por el autoritarismo del Estado con cargas policiales indiscriminadas. Lo malo es que siempre hay algún imbécil, presuntamente bien intencionado, que se lo cree a pies juntillas.
 

Mientras la policía autónoma catalana se inhibía de sus cometidos haciendo oídos sordos a las autoridad judicial y dejando tirados a los españoles de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, ante una muchedumbre agitada por la propaganda y las soflamas de los dirigentes -CUP, Asamblea nacional, Ómnium-, los españoles con residencia en Cataluña y los demás españoles pendientes de las imágenes televisivas, nos sentíamos gravemente estafados por los hechos, la ausencia de orden legal, por la gravedad de los enfrentamientos, pero sobre todo, por la indignidad a la que se vieron sometidos, entre errores de unos y maledicencia de otros, esos españoles con uniformes azules y verdes que empezaron tratando de cumplir órdenes para evitar un referéndum ilegal y terminaron siendo escupidos, insultados, acosados y humillados por una jauría humana disfrazada de "pacíficos ciudadanos catalanes".


Lo he dicho alto y claro. Cataluña no me resulta indiferente. Una parte de mi vida estuvo y está en el Condado del antiguo Reino de Aragón. Pero es que tras mi historial en Euskadi, -muy accesible a través de Internet- no puedo consentir que se vulneren los derechos fundamentales de mis compatriotas. Tales derechos no son negociables. Tales derechos son para garantizarse con toda la fuerza que atesora un Estado de Derecho, para reimplantar, como dijo el Jefe del Estado, el Orden Constitucional, de inmediato, sin complejos, sin componendas de última hora en el espacio -cada día más repugnante- de la partitocracia.
 

Prueba de la importancia del discurso pronunciado por el Jefe del Estado -situación, culpables, llamada al Orden Constitucional, omisión de diálogos- es que comenzaron a verse tres imágenes que me han reconfortado. Españoles recuperando las calles que se habían convertido en espacio exclusivo y excluyente de la sedición. Españoles apoyando a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en su estado de dolor por la trampa en la que les habían colocado y la retirada a la que les estaban sometiendo las circunstancias. Españoles del viejo y digno Reino de España, pidiendo el uso inmediato de todo lo que sea preciso para castigar a los sediciosos y devolver la tranquilidad a los compatriotas que residen en Cataluña y que se habían convertido en colectivos silentes, asustados, amenazados, olvidados por la utilización de las calles y los resultados de un plebiscito propio de una dictadura como Venezuela. ¿No les ha recordado Barcelona, en estos días, a las imágenes de Caracas?.    
 

Seguro que lo superamos. Pero requiere de un profundo análisis. ¿Son de fiar los Cuerpos de Seguridad autónomos desplegados en territorios inestables a la hora de cumplir la Ley?. ¿Cuál es la razón por la que determinados personajes como la Presidenta del Parlamento de Cataluña sigue haciendo de las suyas en la más absoluta impunidad?. ¿Para qué está la Ley si no se cumple?. ¿Cómo se puede tolerar que sigan determinados Ministros que tuvieron la desvergüenza de ofrecer dinero de todos para tratar de frenar la escalada secesionista?. ¿Para qué compareció el hombre de la barba gris y gesto de hastío que me recuerda, ya no sólo a Don Tancredo, también al personaje que describe Don Antonio Machado en su poema dedicado al "hombre del casino provinciano".
 

Habrá que imponer el Orden. Habrá que disolver ciertas estructuras espléndidamente pagadas con la deuda pública. Habrá que someter a juicio sumarísimo a los delincuentes de la sedición. Habrá que buscar otros dirigentes que garanticen sin titubear la condición de ciudadano español en cualquier lugar del Estado.   
   

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