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Antonio Ríos Rojas
Viernes, 13 de Octubre de 2017 Tiempo de lectura:

Discursos de ayer

Uno quiere pensar que al menos la mitad de los manifestantes de este domingo en Barcelona fueron catalanes. Pero aunque sólo hubieran sido una cuarta parte, ya el número habría sido importante. No hace falta insistir en la emoción que a tantos nos produjo ver por televisión la manifestación; sin embargo, los discursos de Vargas Llosa y Borrell, siendo buenos y contundentes, me dejaron algo insatisfecho. Como me gusta ser aguafiestas, voy a criticar lo malo, obviando lo bueno de los discursos –que fue mucho-.

 

Vargas Llosa, adalid intelectual del liberalismo en España, hizo un discurso pretendidamente racional, pero en el fondo muy discutible, a veces delirante. Vargas Llosa señaló como culpable de todos los males nada más y nada menos que a la pasión, y aunque matizara más adelante “la pasión de los nacionalismos”, fue en realidad atacada la pasión en general en detrimento de una pretendida razón. Como si la pasión no tuviera, lo mismo que la fe, sus razones; y hondísimas. Y es que el liberalismo se arroga hoy la defensa a ultranza de la razón –apoyada en la ley- para defender no otra cosa que sus intereses. Como si los cientos de miles de personas que se dieron cita el domingo por las calles de Barcelona hubieran salido de sus casas tras leer la “Crítica de la razón pura”. Lo que les movió fue la pasión, y además una pasión nacionalista verdadera; verdadera por pasión y por nacionalista, fue el orgullo apasionado de sentirse uno en una nación verdadera, histórica y no ficticia. Sí, indirectamente defendieron una causa racional y de justicia histórica, pero lo que les movió a defenderla fue la pasión. Claro que a no pocos les inspirarían Manolo Escobar, los éxitos de la Roja o similares, pero de momento, no podemos pedir más. Es lo que hay.

 

Yo entiendo las razones y los miedos de Vargas Llosa hacia la pasión, son los mismos que tras la terrible experiencia nazi hacen a Thomas Mann separarse de Nietzsche y de Wagner, y de gran parte del romanticismo. Las mismas que llevan a Europa a volver a ser kantiana, rousseauniana, habermasiana, recelando cada vez más de autores pasionales. Todos apelan a este discurso racional, pero de matiz liberal, incluso Albert Rivera; pero ¿fue a su sien o a su bolsillo a dónde Rivera señalaba para dar gracias a los cientos de miles de manifestantes? No, fue a su corazón.

 

Digo esto porque estoy convencido de que, como he señalado en un escrito reciente aquí mismo aparecido, España no forjará una unidad auténtica, y lo que es más importante, un proyecto auténtico, sin el aliento de la pasión. Y esto es hoy aún más importante, pues las apelaciones a la razón suelen ser el trasunto de apelaciones económicas, y bien está que los sancho panzas se disfracen de racionalistas ilustrados defendiendo llevar dinero en las alforjas, pero no está mal que lo equilibremos siendo los quijotes que siempre fuimos, sabiendo que para un verdadero proyecto espiritual, el primer impulso lo hace el ideal guiado por la pasión. Y un matiz más al gran orador y escritor, aunque no tan riguroso pensador que es Vargas Llosa. ¿Es que usted cree que los males de Europa son sólo fruto de la pasión? Es que ese pasional nacionalismo –en el caso alemán-, fue sólo pasión y fue sólo nacionalismo? No señor, para vergüenza de la razón, el nazismo fue racional y arguyó  suficientemente sus razones, no sólo políticas, sino históricas y filosóficas, enfrentándose a otro tipo de razón, porque señor Vasgas Llosa, la razón ni es esa instancia zapateril-sanchezca desde las que todos podemos entendernos con diálogo frailuno, ni es su razón liberal absoluta. La razón sólo vive en guerra, con otras razones diversas. Por lo tanto, no encumbre usted tanto a la razón y desprecie a la pasión, porque igual ésta dispone de  más fuerza para unir que la primera. Y por último, como le decía, el nazismo no tuvo nada de nacional, pese a su nombre. El nazismo fue imperial. Y esto es una verdad incontestable.
 

De otro lado, Josep Borrell me gustó. Me decepcionaron no obstante, algunas cosas de su discurso. Comentaré sólo una, que imagino será evidente para todos los que lo oyeron. Cuando los manifestantes pedían que los golpistas fueran a la cárcel, Borrell les reprimió diciéndoles que no fueran tan pasionales, que no se portaran como las bestias sedientas de sangre del circo romano. Pero, curiosamente, los manifestantes estaban pidiendo algo de razón y de ley, estaban pidiendo justicia. Si fue la pasión lo que les movió a manifestarse, los gritos más racionales que se oyeron fueron esos: “A la cárcel”. Eso no procedía de un ansia de sangre inocente, sino de justicia con el culpable. La reprimenda por parte de Borrell fue impertinente. Subido al pódium del foro debió de sentirse como un Cicerón calmando a las masas y pidiendo a estas que recapacitaran, como si la exigencia de justicia y de cárcel no la hubiera pensado suficientemente el público asistente. Otras cosas tampoco me convencieron en su discurso, pero todo se lo perdono por un asunto: exigió con firmeza y valiente gesto de desprecio, el fin de la manipulación de los medios catalanes. Exigió intervenir al  gobierno en ello. Eso me conmovió realmente; por eso, a los puntos mejor Borrell, aunque el primer premio fue compartido por los casi un millón de manifestantes. Esos sí que no me decepcionaron. 

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