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Carlos X. Blanco
Domingo, 19 de Noviembre de 2017 Tiempo de lectura:

Todas las lenguas españolas

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Que España sea una nación plurilingüe es una gran riqueza. Nadie en su sano juicio puede esconder este hecho, ni retorcerlo a favor de un estrecho jacobinismo. Es cierto que, de todas lenguas del Estado, y a distancia, aquella se llama por antonomasia "lengua española" o castellana, cuenta con una proyección internacional y con una potencialidad económica y geopolítica insuperable, incomparable con las demás lenguas de España. Pero ninguna es, per se, inferior a otra. En el aspecto cultural y educativo, el español o castellano no tiene nada que envidiar al alemán, francés, inglés o alguna de las otras lenguas mundiales de alta cultura. La lengua de Cervantes es y será una de las grandes lenguas, de esas que han logrado educar a la Humanidad.

 

Resulta lamentable que, justo cuando esto es así reconocido en una escala planetaria, sea en la propia España donde el poderoso idioma cervantino se vea atacado o, al menos, sumido en feos conflictos con las otras lenguas española. Conflictos que nos podríamos haber ahorrado. Yo aquí propongo una salida a la "guerra de las lenguas". Salida que tengo por ecuánime, regionalista y a la vez leal con la patria común que es España.


Esta es la idea obvia pero que yo quiero difundir: todas las demás lenguas no castellanas son también lenguas españolas. El catalán (o sus variantes, valenciano y mallorquín), el vascuence, el gallego, el asturiano, el aragonés, todas éstas lenguas, con total independencia de su grado de implantación o supervivencia, al margen de sus implicaciones políticas (nacionalismo, regionalismo) o ideológicas, más allá de su situación sociolingüística… todas ellas son lenguas españolas, forman parte de nuestro acervo, y es preciso velar por su protección, estudio, y conocimiento general. Pero subrayando siempre esto: son lenguas españolas. No son y no deben ser lenguas que pertenezcan exclusivamente a una Comunidad Autónoma. En esto, como en tantas cosas, el Régimen de 1978 lo hizo todo mal, sembró la cizaña y trajo consigo manzanas envenenadas y gérmenes de estúpida discordia.


El régimen del 78 nos trajo un Estado de las autonomías que, como ya se ha leído en este diario, supuso la creación de un mosaico de reinos de taifas. Cada reino de taifas, con sus reyezuelos y caciques correspondientes, se inventó una historia regional (y hasta "nacional") a la medida. No es extraño leer programas académicos que rezan así: "la prehistoria en Castilla-La Mancha", "el románico en Castilla-León", utilizando divisiones administrativas actuales con gran anacronismo y con mucha violencia hacia la realidad pretérita. Los caciques universitarios y políticos han creado una especie de imagen eterna de las autonomías, como si éstas fueran esencias intemporales que hubieran existido desde siempre. Lo peor de todo es que se ha empleado la lengua regional no castellana como factor diferenciador de unas supuestas nacionalidades o naciones, siguiendo así las ideas románticas de Herder, que son todo menos  ideas científicas.


Cualquier español que viaje a Cataluña, por ejemplo, podrá constatar que éste de la lengua propia es el único factor esgrimido por los soberanistas locales para justificar sus anhelos separatistas, pues históricamente no pueden sino mentir, y etnográficamente tienen muy poca cosa que ofrecer. Aparte de la lengua, que también es la de valencianos y mallorquines, todo el paisaje y paisanaje de esta región es español por los cuatro costados. Paisaje y paisanaje encuadrados en la España mediterránea. A muchos que, como yo, procedemos del norte, de la otra vertiente marina, la cantábrica, nos cuesta mucho asimilar cómo hay independentistas en la región catalana, cuando a los atlánticos nos parece que su paisaje y paisanaje es tan cercano al valenciano y en general al español-mediterráneo. Me pregunto cómo diablos algunas gentes habrán llegado a tal conclusión, la de que "son diferentes", si no es manipulando el único hecho de tener una lengua propia. Hecho no exclusivo de los catalanes, dicho sea de paso.


Yo creo que la Constitución del 78 debería haber contemplado una Real Academia de las Lenguas Españolas, como institución hermana, paralela a la R.A.E. , para evitar la usurpación que algunas taifas autonómicas han hecho de las lenguas regionales. Como todo el mundo sabe, éstas han sido instrumentalizadas por los soberanistas con los fines más turbios imaginables. En el Principado de Asturias, una zarpa galleguista (a través de su TV autonómica y su Academia) se extiende por el occidente de la región, así como por ciertas zonas de León. Por su parte, la Llingua Asturiana –o bable- es la misma que aún se habla en algunos territorios de León y Zamora, territorios donde allí prefieren nombrarla como "leonés", pero que no es distinta en nada sustancial en comparación con las hablas situadas más al norte. En las Encartaciones, donde nunca se habló vascuence, quedan restos del bable o del montañés (sin duda por su antigua pertenencia al Reino Asturiano) en claro retroceso actual ante la "euskaldunización" forzosa y artificial a la que se ve sometida la zona. Por otra parte, una minoría vascoparlante de Navarra está a punto de "euskaldunizar" la Comunidad Foral entera por obra y gracia del soberanismo vasquista que, por esencia, es imperialismo y expansionismo. ¿A qué viene todo este jaleo?

 

Debería existir una Institución centralizada que estudie y promocione las lenguas con objetividad y sin ceñirse a estúpidos criterios administrativos, los de las taifas del estado autonómico o turbias intenciones imperial-soberanistas. Las lenguas españolas distintas del castellano no conocen esos límites administrativos, y muchas veces sus hablantes patrimoniales son cualquier cosa menos nacionalistas. Puedo dar cuenta personalmente de ese hecho a propósito del bable: quienes lo hablan bien y "de verdad" (patrimonialmente) no quieren saber nada de independencias, soberanías o naciones sin estado. En cambio, muchos de quienes agitan una bandera reivindicativa son "neo-hablantes" que cometen verdaderas tropelías lingüísticas, hablan un bable mostrenco y sueñan con nuevos mini-estados liberados de una España "cárcel de pueblos".


No concederé nunca mucha legitimidad ni credibilidad a unas Academias regionales de las lenguas cuyos miembros, mayoritariamente, sean "soberanistas" y pretendan cosificar las actuales fronteras administrativas de las C.C.A.A. La desgracia de los soberanistas catalanes es que su lengua también está presente entre los valencianos y mallorquines (que con todo el derecho del mundo no desean llamarla "catalán), pues la suya, como las demás, es una lengua que nos pertenece a todos. El catalán, como el vascuence, también son míos, aunque yo sea asturiano y, de forma muy lógica y natural, yo no sepa hablarlos. Son lenguas de España, como mía es también la playa de la Concha donostiarra o el Tibidabo barcelonés, porque están en España y yo soy ciudadano de este país.


Este sistema autonómico ha laminado el verdadero regionalismo, y ha dejado la gestión política (especialmente la gestión educativa) de nuestras lenguas en manos de unos entes artificiales, las taifas, que pugnan, en muchos casos, por convertirse en cuasi-estados. Yo abogaría por la supresión de las Academias regionales de las lenguas,  y la creación de una Academia central que asumiera las funciones científicas, educativas y proteccionistas de todas las lenguas españolas, labor hecha con una perspectiva de Estado. En todo caso, si esta medida ahora puede parecer muy radical, al menos se podría condicionar la percepción de subvenciones públicas a la coordinación de estas Academias o Instituciones lingüísticas regionales con el organismo estatal futuro que vele por todas las lenguas en atención a criterios rigurosos, científicos, ajenos a toda manipulación soberanista. A la vez ese ente central que velaría por las lenguas españolas tomaría como divisas, al menos, éstas:

1) No discriminar nunca a ningún ciudadano español por motivos lingüísticos, únicamente el castellano deber ser obligatorio a efectos oficiales, 2) No considerar ninguna lengua de España como propiedad exclusiva de un ente autonómico ni de una Academia regional, 3) Expulsar de la Academia Española  cualquier científico o académico que emplee la lengua regional con fines soberanistas.


Esto no se hizo con la creación y desarrollo del "café para todos". ¿Llegaría demasiado tarde si, después del Golpe de Estado en Cataluña, nos vacunamos para siempre de amenazas como éstas?

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