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Sábado, 02 de Diciembre de 2017 Tiempo de lectura:
Faustino Merchán Gabaldón

Verdad frente a posverdad

Recientemente se ha acuñado el término "posverdad", como un símbolo característico de los tiempos actuales. Aunque la RAE no ha entrado todavía en el estudio y definición del término, sin duda lo hará, dada su actualidad en el lenguaje coloquial y, especialmente, en el mediático. El Diccionario de Oxford define "posverdad" o mentira emotiva, como un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, por tanto a la subjetividad y al relativismo.

 

Posverdad es el falseamiento de la realidad, es decir una mentira emotiva, y se utiliza mucho en la política, como máximo exponente de la actualidad política, también se puede definir como verdad emotiva, en cuanto a que otorga mayor confianza a las emociones que a los hechos, considerando emociones a aquello que queremos creer, aunque no sea real, y por ello creeríamos más en las emociones que en los hechos. Nos recordará a aquél que solo veía aquello que quería ver, porque no hay peor ciego que aquél que no quiere ver. Se ha de reflexionar sobre aquellos factores que han puesto en circulación la posverdad como una mentira de nueva generación, ya que es una marca blanca de la mentira de toda la vida, es decir, es un simple eufemismo de la mentira de siempre, un trampantojo, una trampa al ojo, una ilusión de lo que no es. Es un ejemplo muy candente, la realidad actual de la Cataluña secesionista, hechos subjetivos que se desarrollan en la sociedad actual posmoderna y a los ojos de algunos fanáticos manipuladores se convierten en realidad, en una sociedad líquida, que desemboca en el relativismo y la subjetividad. Los posmodernos consideran la realidad como algo variable, según el punto de vista de cada uno, privilegiando las formas sobre los contenidos, alcanzando así posiciones eclécticas de orden pragmático. La posmodernidad ha transformado la verdad en líquido.


Las nuevas tecnologías han aportado un gran acceso a la información y al debate, pero también tienen el peligro de propagar rápidamente la mentira. Actualmente lo importante es moverse, los triunfadores de la sociedad actual son los hombres light, sin valores ni pensamientos fijos.

 

El relativismo supone una oposición a lo absoluto, donde todas las opiniones son realmente válidas. En esta sociedad, por tanto, ha tomado carta de naturaleza la posverdad, y es muy utilizada por el populismo y los nacionalismos, es decir, se ha convertido, por tanto, en un gran enemigo de la verdad, dado que en la actualidad se ha buscado por todos los grupos políticos  que la formación y la enseñanza a todos los niveles sea mínima, para de esta forma poder manipular fácilmente a todos los ciudadanos y convertirlos en presa fácil de someter y aborregar, mediante procesos de transformación de nuestras vidas.

 

En estos días se ha podido conocer que Rusia ha participado como centro del que ha partido y generado también la crisis de Cataluña, así como el Brexit en el Reino Unido y las elecciones norteamericanas. En el Kremlin existen grupos de trabajo, durante las 24 horas del día, para tomar perfiles de la red y fabricar perfiles falsos. Los medios de comunicación también atraviesan una crisis, debida a su precariedad económica, que impide que puedan hacer su trabajo con escrupulosidad y profesionalidad.

 

También el desprestigio continuo de la clase política, donde puede participar cualquier indocumentado, incluso en la toma de decisiones. Por ello cada día es más necesaria y recurrente la fiabilidad. La posverdad, por tanto, es un eufemismo moderno de la mentira de siempre. Pero la gran cuestión es ¿por qué le damos este nuevo nombre? ¿No estaremos  ocultando que posverdad es mentira? ¿Qué nos asusta? La posverdad es una mentira edulcorada que traiciona a la verdad, disfrazándola como una gran mentira, mediante la insinuación y la persuasión, utilizando la subjetividad, y llega a alterar hasta los documentos visuales, sacándolos de contexto, y utilizándolos fuera de lugar, como se hizo con la consulta en Cataluña del 1-O, que se tomaron por parte del gobierno regional catalán imágenes de la represión policial que no correspondían a ese acto, a fin de manipular la opinión pública, tanto interior, como sobre todo, exterior, es decir, el todo vale para conseguir los objetivos, ya que formamos parte de una sociedad en la que nos creemos lo que queremos creer, porque está en consonancia con nuestra forma de pensar, y así se puede llegar a los autos de fe públicos de la masa contra la verdad y sus defensores; una especie de inquisidores con el poder de las redes sociales, que inducen al borreguismo, actuando en manada, despreciando la individualidad.

 

Lo racional puede sucumbir ante lo emocional, dejando de actuar con la cabeza para actuar con el corazón. Podríamos decir, racionalizando, que lo que algunos llaman cinismo o hipocresía, otros llaman romanticismo emocional. Y son muchos a los que les  da miedo apartarse de la masa, para no ser castigados con los autos de fe. La victoria de Trump, se consigue a través de la posverdad, ya que no se contrasta información en la actualidad, a veces por la inmediatez,y la mayoría es buscada. Todos los conflictos comienzan siempre con una gran mentira, como la guerra de Cuba, que empezó con el hundimiento del acorazado norteamericano Maine, causado por ellos mismos para poder intervenir en un conflicto externo, y arrebatar Cuba a España, así como también los polacos que habían entrado en la Alemania de Hitler eran alemanes disfrazados, lo que les proporcionó a estos la argucia para atacar a Polonia como acto de defensa.

 

Lo nuevo es la horizontalidad, por ello, la capacidad de manipulación de los medios de comunicación también es limitada, ya que algunos afortunadamente tienen filtros, así, en numerosos casos las campañas electorales y de comercialización de productos no son efectivas, y porque de nuevo, también muchos solo ven lo que quieren ver, y creen lo que quieren creer. Por ello, la opinión pública, que somos todos, es volátil. Las decisiones más importantes que tomamos, lo hacemos con el corazón, no con la razón.


Las redes sociales están permitiendo que todos sepan de todo, con esa horizontalidad que proporciona la homogeneización de los grupos sociales . Es cierto que la mayoría de las mentiras proceden de los medios de comunicación. En las decisiones de compra se tiende a creer lo que sale en los medios, sobre todo en la tv, porque no hay tiempo para contrastar las noticias y los periodistas manipulan las noticias, pues gran parte de los medios están genuflexos ante el poder político o ante sus patrocinadores. Muchos medios emplean a becarios dóciles que sesgan la información, por ello la honorabilidad de los periodistas está bajo sospecha en numerosos casos. La falta de objetividad de los medios es causada por la dependencia de los medios financieros.


En la campaña presidencial de 2008, de Obama también hubo posverdad en su lema “Yes, we can”, en general las campañas políticas están basadas en la posverdad, es decir, mentiras edulcoradas han existido siempre, y los medios de comunicación han contribuido, y esta procede del mundo anglosajón. En la actualidad, el presidente norteamericano Trump está utilizando la posverdad para buscar la identidad perdida ante el peligro de la invasión hispanoamericana, al servicio de corrientes emocionales. ¿Existe alguna vacuna contra la posverdad? En el mundo global se extiende la posverdad, pero también la contramentira se transmite rápidamente, precisamente porque el mundo es global. Con las redes sociales estamos aprendiendo sobre la marcha, ante la facilidad de las conexiones de telefonía móvil, al igual que hubo que aprender rápidamente cuando se popularizó el automóvil, hubo que diseñar y establecer reglas, semáforos, señales y un conjunto de leyes, que supone el código de circulación, habrá que establecer, por tanto, aquí también las reglas de juego. En estos momentos hay un miedo a lo desconocido por mor de los movimientos migratorios, del que está en situación de privilegio o confort respecto a los migrantes, es decir, los países occidentales respecto a los orientales y africanos, a la vez por los medios de comunicación y las redes sociales.


Se trata de la posmodernidad, que se suma a una crisis económica, a numerosos casos de corrupción y una revolución tecnológica, donde los medios de comunicación juegan un papel vital. Asistimos a una gran incertidumbre y a una nueva guerra fría, donde la injerencia rusa y los ataques cibernéticos son agentes de desinformación, hemos de apostar por una información de calidad, pues solo la verdad nos hace libres.
Desde la perspectiva de la comunicación, la posverdad consiste en disfrazar la mentira con apariencia de verdad. Cuanta más apariencia verdadera tenga, más efectiva será. Ya lo expresaba exquisitamente Guy Durandin en “La mentira en la propaganda política y en la publicidad”. Los principales mecanismos de la manipulación e intoxicación, desde los medios de comunicación son la insinuación, la presuposición y la exageración: Comunicar solo una parte de los hechos es desinformación; transformar una información en algo universal o elevar ese hecho a una categoría superior, a través de la exageración son los mecanismos de manipulación por excelencia. Mecanismos que, sin duda, se rigen por una clara intencionalidad, a la que hemos de hacer frente y no conformarnos.
La mentira o posverdad es un fenómeno que ha ocurrido desde tiempos remotos. Solo hemos de retrotraernos a los principios bélicos, donde la utilización de la mentira sentó precedente: Todos los conflictos pasados y presentes empiezan con una mentira de quien intencionadamente busca el enfrentamiento. Guerras frías de la información, centralizadas históricamente en los medios de comunicación tradicionales, como la prensa escrita o la radio. Actualmente son más rápidos y accesibles que nunca gracias a la globalización, los avances tecnológicos y las redes sociales. Disponer de medios de comunicación que permiten la interactuación en un contexto de opinión pública es una realidad a la que debemos adaptarnos y buscar soluciones. Existe un gran nivel de desinformación y manipulación que apela a las emociones, el corazón y a los grupos de influencia. Se trata de la horizontalidad que es el nuevo parámetro de la comunicación global. Un hecho que hemos podido observar en el 1-O: La gente se enzarza en discusiones infinitas, fagocitadas por grupos de activismo en las redes. Pero hay luz al final del túnel; por mucho que circulen noticias falsas, el antídoto también llega pronto.


Una actitud que Menéndez Salmón define con precisión: “Lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, que es, además, una de las mayores conquistas del poder”.


La posverdad resulta más fácil, y cómoda, que la verdad. Parece un neologismo de nuestro tiempo pero su paternidad tiene veinticinco años, cuando el dramaturgo Steve Tesich se inventó el término, allá por 1992, para denunciar que el concepto verdad carece de importancia o es irrelevante; y lo hizo en un artículo sobre el escándalo Irangate en la venta de armas, con Reagan en la Casa Blanca. En abril de 2010 resurgió el término en un artículo de David Roberts sobre la posverdad referido a los políticos que negaban el cambio climático.


Claro que esta actitud llamada posverdad no es nueva, pero se consagró con otro nombre a partir de la sofisticación que logró Joseph Göebbles, el que fuera ministro nazi de propaganda: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Ni siquiera el escritor Émile Zola y su compromiso moral escribiendo el artículo Yo acuso,un verdadero manifiesto que todavía estremece, sobre el caso Dreyfus, apenas logró cambiar la opinión de algunos intelectuales, y eso que se publicó en la portada de algún diario.


Más recientemente, algunas oleadas de opinión en las redes sociales desbaratan la verdad, y a ver quién puede reponerla con todas las emociones manipuladas en contra de ella. Lo más descarado del uso reciente de la posverdad que ha venido de la mano del periodista afín a Donald Trump, Kellyanne Conway, cuando intentando defender unas declaraciones falsas del portavoz de la Casa Blanca le recordaron que dicho portavoz había caído en una “mentira demostrable” a ojos de todo el mundo. Conway respondió que su compañero solo había presentado “hechos alternativos”. La equivocación de los que pretenden combatir al Donald Trump de la posverdad es tomárselo como si fuera una disputa racional, sobre hechos concretos. La realidad es que Trump ha convertido los hechos en armas de guerra que manipulan las verdades en beneficio de sus intereses.


Lo cierto es que a nadie le gusta que le mientan, al menos con ese nombre. No hay nada tan negativo como el engaño mendaz y cínico, como hemos visto en Göebbles, Conway y otros. Es algo que acaba propiciando la pérdida de confianza en el ser humano. Pocas cosas nos rompen más por dentro que la traición a nuestra confianza, o que nos traten como a niños inmaduros. Pero es lo que está pasando con muchos gobiernos en total impunidad moral y legal. Es el vértigo de sentirse fuerte vapuleando la verdad en beneficio propio, a corto plazo, pero a costa de oscurecer la historia, como está ocurriendo en España en las regiones vascongada y catalana.


Una vez que se miente por sistema, manipulando los sentimientos y los legítimos intereses, se pierde toda veracidad. A partir de ahí, todo se pone en duda y mil verdades juntas no pueden contra el escepticismo, haciendo peligrar la convivencia misma. La verdad, en cambio, construye, y cuando prevalece en las conductas, se convierte en veracidad; es entonces cuando la persona se vuelve creíble toda ella. Educar en la verdad conduce al conocimiento de lo que somos, a respetarnos y al mejor humanismo posible. Pero está de moda lo contrario, sin preocuparnos de que perdamos todos a medio plazo, y lo sabemos, cada uno en lo más íntimo de la persona. La verdad nos hace libres, dijo el profeta Jesús de Nazaret.


La tecnología nos permite vivir en mundos paralelos, que son reales y ficticios a la vez. Lo real y lo virtual se entremezclan. Las mentiras pueden resultar semiverdades en mundos imaginarios o paralelos. De lo que no somos conscientes, es de cómo esos mundos virtuales están en contacto con el auténtico, y que la posverdad que aceptamos de forma alegre y despreocupada en la vida virtual, tarde o temprano, se manifestará como lo que es, una falsedad con todas sus consecuencias.


También preferimos hablar de posverdad, por la velocidad. En las redes sociales suelen aparecer titulares de noticias que todavía están sin contrastar. Entonces, leeré aquello que confirme lo que pienso o lo que siento. Por eso preferimos hablar de posverdad. De llamarlo mentira estaríamos aceptando que son delirios de nuestra mente.


Conceptualizándolo así reducimos la disonancia que produciría reconocer el autoengaño. Pero este tipo de creencias exaltan la opinión, en detrimento del verdadero conocimiento. El mundo es el que es, real o virtual. El tiempo, tarde o temprano, pone a todo el mundo en su sitio. La posverdad morirá. Es solo cuestión de tiempo. Por tanto, si se dispone de más certezas, es decir, más verdades, seremos menos vulnerables, por ello, tendremos que aprender a formarnos para tener criterio propio, como único antídoto, que será el código de conducta y de ética necesario. La respuesta está en nosotros mismos.
 

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