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Antonio Ríos Rojas
Miércoles, 13 de Diciembre de 2017 Tiempo de lectura:

¿Algún nexo entre darwinismo e islam?

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El darwinismo propinó un golpe casi definitivo a los muchos otros que la  ciencia y la razón iban asestando no sólo al cristianismo y a la visión creacionista del mundo, sino a toda religión en general.

 

Desde que en 1871 Darwin publicara "El origen del hombre", que venía a coronar lo ya expuesto en "El origen de las especies" (1859), sólo exaltados como Teilhard de Chardin o fundamentalistas ciegos -muchos de ellos disfrazados de científicos serios-  se atrevieron a negar la evidencia de que el hombre, tal como lo conocemos hoy en día, o bien procede de especies simias o bien procede de una especie anterior común a simios y humanos  –matiz a todas luces secundario para el fin de este artículo-.

 

En todo caso,  nuestros “primeros padres” no fueron la inocente pareja del Edén, sino un grupo de bichos que, de encontrárselos un humano actual, podría esperar para su vida peor suerte que si se topara con una manada de lobos. El creacionismo y el darwinismo se repelen mutuamente.


Pero he aquí que existe un inesperado punto de unión entre las teorías darwinistas y la religión. Ese punto de unión lo encuentro en la tesis evolucionista de la supervivencia del más fuerte. Evidentemente, Darwin se refería por ello a la biología y a la capacidad de adaptación al medio que hacía sobrevivir a los fuertes y perecer a los débiles, no sólo a las especies, sino a los individuos de una misma especie. Pero he aquí lo sorprendente, pues ¿quién es hoy el más fuerte, dentro de la especie humana? ¿Quién está llamado a sobrevivir a otros miembros de su misma especie?

 

Nunca pudimos sospechar que la religión tuviera la capacidad de otorgar esa fuerza superior que dotara a los individuos para la supervivencia. A quienes nos sentimos hijos de la civilización occidental, nos hacen temblar todos los pronósticos. En cien años, y de no remediarlo nadie, el islam será la religión preponderante en Europa. El islam, con una fe inamovible e intransigente –es realmente difícil encontrar ateos en el mundo islámico-, y un sistema religioso, que como todos sabemos se funde a la perfección con el derecho y la política, parece estar llamado a sobrevivir a otras religiones.

 

Más rocambolescamente “predarwinista” que el ingenuo Cristo, Mahoma supo ver (sobre todo a partir de la Hégira), que sin la crueldad de la espada, su religión tendría los días contados. Parece que en la especie humana sobrevivirán aquellos cuya fe religiosa sea más fuerte, más ciega, más impía, más cruel. Las religiones se han convertido en especies que desbordan por completo el hecho racial y biológico. Una fe débil, tolerante, abierta a la razón, una fe pacifista, que abra espacio ingenuamente a la modernidad, a la técnica, y por tanto al endiosamiento de lo efímero, al disfrute del momento, al materialismo del “usar y tirar”, no tiene nada que hacer contra una fe intransigente, intolerante y guerrera. Comte fue ciegamente occidental a la hora de teorizar sobre los tres estados del hombre (teológico, metafísico y científico o positivo). No contó con otra fe que resistía y amenazaba. No contó con el tercer mundo, ni con el islam.


¿Por qué el cristianismo -esa especie de Occidente en cuyo seno ha nacido la modernidad y el progreso- está en peligro? ¿Quizás porque su fe no fue suficientemente fuerte? No. Está en peligro porque su fe fue ingenua, y lo sigue siendo. En el fundamento del cristianismo está la paz y el entendimiento entre todos los seres humanos, de todos sin excepción, incluso de aquellos que quieren degollarte. El versículo de Isaías que invita al lobo a morar con el cordero fue lo que del Antiguo Testamento más sedujo al cristianismo, y con ello sembró la religión del Mesías la semilla de su propia autodestrucción, de su sumisión -tarde o temprano- ante una fe más devastadora y en el fondo mucho más realista.

 

Predicadores cándidos se dicen asombrados: ¡qué fuerza tiene el amor universal cristiano que sigue vivo tras dos mil años! A esas mentes candorosas habría que recordarles que si el cristianismo ha sobrevivido tantos años ha sido porque delegó su fundamento a los ejércitos, a las espadas, renunciando a la fundamentalista ingenuidad pacífica y “globalizadora” paulina. Sólo gracias a su alianza con Roma y con todos los imperios y naciones que siguieron la estela de Roma, la fe cristiana pudo imponerse, extenderse y mantenerse. No fue por el derramamiento del Espíritu Santo en la historia, sino por el derramamiento de sangre, la de sus defensores y las de sus agresores, por lo que el cristianismo ha sobrevivido, y por lo que hoy podemos asistir a la ópera o escuchar en las salas de conciertos música de Bach y Beethoven, o ver en los museos obras de Rafael y el Greco. Fue por haber blandido las espadas contra las cimitarras  por lo que pudo extenderse una religión, que sin la ceguera de su fundamentalismo amoroso, resultaba infinitamente más bella y sublime, más dramática, más amante de las artes plásticas, incomparablemente más creadora en música, en pintura y escultura que el islam. ¡Cuántos alumnos de Bellas Artes desprecian al catolicismo sin darse cuenta de que deben la acción misma de su pintar y de su esculpir a esa religión que odian, religión que permitió seguir el instinto del hombre de las cavernas (a quien seguro admiran), hombre que apreciaba más el arte pictórico que la religión islámica!


Felipe II nada sabía de especies, pero supo reconocer en su aislamiento de El Escorial una fe que amenazaba a otra más bella y sublime; ésta su fe, pese a sus muchas vilezas, daba a su vez frutos santos al espíritu del hombre. Lo sabía el rey mientras escuchaba las obras de su organista Antonio de Cabezón o la polifonía de los músicos de su corte, lo sabía al contemplar las obras de Tiziano o Sánchez Coello. Más confuso contemplaba el rey las obras de El Greco, y otros más “modernizantes”, pero las apreciaba.  ¿Fue un loco, un fanático, un “intolerante” al idear un plan que combatiera al islam allá donde éste respirara? O ¿fue más bien fue un alumbrado –permítanme una vez más la anacronía-  predarwinista?


Tras siglos de alianza del cristianismo con la espada, ese germen de debilidad amorosa universal, esa enfermedad traída desde la cuna, fue tomando de nuevo protagonismo allá por el siglo XVIII, brotando de nuevo esa visión nefasta de la unión entre todos los seres humanos –los aristócratas descartados, claro-, y ese brote derivó en la forma optimista del progreso, de la ciencia y de la técnica, poniéndose en manos de fines exclusivamente materiales.


El espíritu con el que se gestó Europa, el cristianismo y su sistema inmunitario, la cristiandad, acabó siendo relegado al ámbito privado, subjetivo. Hoy, la Unión Europea no es sino la unión de cuerpos comerciales y comerciantes de seres que, sólo de boquilla, se llaman a sí mismos  europeos. Una unión en moneda, no tiene nada que ver con el espíritu de Europa, el cristianismo, y si tiene que ver es porque la Unión Europea nació de ese cristianismo débil. La cristiandad exige el reconocimiento del enemigo, exige tener las espadas preparadas.

 

Moneda sí, pero al servicio de una creencia, de un espíritu, como siempre fue el caso en Europa hasta la irrupción de la modernidad y de su inevitable consecuencia: el estado del bienestar y el triunfo del nihilismo. El progreso y la técnica se han convertido hoy en el triste espíritu de Occidente, mientras que el desprecio al progreso del islam (que sólo lo utiliza como medio para un fin: la anulación de todo progreso), ha resultado algo más poderoso. Y así tenemos hoy un mundo occidental hijo del cristianismo, de apariencia fuerte, pero de fondo débil, un mundo que se autodestruye en su comodidad, contra un mundo de apariencia débil, pero de fondo fuerte, un mundo que desprecia el progreso y la comodidad, un mundo que tiene por meta propagar la especie islámica, poblando el mundo con hijos del profeta. Si nadie despierta, si nadie reconoce que Europa no puede seguir existiendo sin su alimento cristiano, nuestras nietas llevarán burka. Aunque si Occidente sigue su curso de autodestrucción, quizás quepa esperar que un ejército de robots –la robótica es el fin de la modernidad- nos defiendan de los guerreros talibanes. Difícil simpatizar por alguna de las partes ¿No les parece?

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