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Antonio Ríos Rojas
Domingo, 17 de Diciembre de 2017 Tiempo de lectura:
BEETHOVEN. CUARTETO OP.132. TERCER MOVIMIENTO. CUARTETO MELLOS

Titanes del espíritu

[Img #12909]

 

Los tres últimos cuartetos de cuerda de Ludwig van Beethoven, el op.130, 131, 132 y la Gran Fuga op.135 forman parte, indudablemente, de las más elevadas creaciones del hombre.

 

Son las obras de un autor, convertido ya en un Titán del espíritu cuando las escribió entre 1825 y 1826. Los tres cuartetos están enlazados temáticamente, formando casi una trilogía que muchos han querido ver como la trilogía temporal de la vida del hombre, el op.132 representa el pasado, el op.130 el presente y el op.131 el futuro. Y pese al orden confuso del número de opus, se ha de decir que efectivamente se compusieron en ese orden, primero el op.132, después el op.130 y por último el 131. El Beethoven más íntimo, más religioso, lo encontramos en estos tres cuartetos, así como en sus últimas sonatas para piano. En estas obras asistimos a algo más elevado que la belleza misma, a una superación espiritual mutua entre subjetividad y objetividad. Aquí encontramos al romanticismo religioso –cristiano- en su punto álgido. Lo que vendría después en el desarrollo del mismo romanticismo tendrá características atormentadas, incluso suicidas y homicidas. En estas obras beethovenianas, no. Mucho podría hablarse de la historia compositiva de estos cuartetos. Pero el lector puede acceder a esa fría información de muchas formas. Aquí vamos a otra cosa, y es a centrarnos de forma especial en el tercer movimiento del cuarteto n.15 en la menor op.132, movimiento que no lleva una indicación de tempo, sino un título, nada menos que este: Canción sacra de acción de gracias elevada a Dios por aquel a quien curó, escrita en el modo lidio.


El movimiento se abre con santo temor reverencial, y yo imagino al escucharlo a un orante que se introduce humildemente en un templo, quizás en el templo de sí mismo, de su propia alma, tan en ruinas por tantas miserias y vilezas, por tanto olvido de lo esencial. Con cuidado se accede al cuidado del alma. Y al entrar en sí, el orante se olvida de sí mismo y va accediendo poco a poco al terreno de lo misterioso. Pronto oímos un canon que nos recuerda a un coral luterano, a Bach. El orante ha percibido ya, vagamente, una presencia misteriosa y superior, las notas se han elevado luminosa y místicamente, pero para volver pronto, de nuevo, al recogimiento, a la reverencia. Hay siempre en esta pieza una sucesión entre reverencia grave y ascensión aguda. La parte danzable de este movimiento –un allegretto intercalado- parece evocar un tierno egoísmo que se permite la memoria, y es como si ante la presencia de Dios el compositor orante reconociera los momentos de felicidad de su vida, y notamos tan elevada  alegría, que (en la versión del cuarteto Mellos, que utiliza el adorno de los trinos magistralmente) parece que recordara el orante sus paseos por Grinzig o Heiligenstadt, cerca de los bosques de Viena, y que por tan desbordado  gozo saltara para juntar sus tacones en el aire, como un niño bienaventurado. Imagen a toda luz melancólica, el viejo que se hace niño en el bosque. Y tras esta incursión en su propia vida, en su propio pasado –el tema de la felicidad danzable se repite dos veces-, que ahora se ve bajo la iluminación y la gracia divina, Beethoven cierra la pieza  con el mismo temor reverencial con el que comenzó. Hay en los compases finales intentos de éxtasis, de elevaciones, pero parecen más lejanos, más imposibles. Parecen despedidas, adioses a un Dios que se aleja, pero que nos ha dejado en la oración la semilla de su amor. Este alejamiento no resulta doloroso, pues se vuelve a la tierra habiendo sido acariciado por la presencia divina, que parece aquí maternal, resignada.


[Img #12911]Beethoven prefigura aquí lo que en el siglo XX será el último movimiento de La Ascensión de Olivier Messiaen, sólo que con una diferencia, en Messiaen la ascensión es continua, siempre hacia la luz, más y más claridad anhela el católico compositor francés; en Beethoven a la ascensión le sigue el recogimiento, a la luz un retorno a una sombra dispensadora de bienes, a una tierna y serena resignación y asunción de la voluntad divina del que aún está en la Tierra y en ella quiere seguir pese a los sufrimientos. Beethoven, en este año de 1825 padeció indeciblemente, pero el suicidio era descartado por él, pues -decía-, mientras un hombre pudiera hacer una buena acción en la Tierra no debería nunca abandonarla voluntariamente. No pudo hacer Beethoven mejor acción que el habernos regalado la maravilla de estas sus últimas obras, y especialmente este movimiento que hoy comentamos y que todo ser humano, y especialmente aquellos que decimos amar al espíritu europeo deberíamos conocer.


Releo estos días las Lecciones sobre la Estética de Hegel (Mestas ediciones, 2003) publicada en 1834, pero que fueron lecciones impartidas por el filósofo en 1828, por lo tanto son pensamientos que se aproximan en el tiempo a esta obra de Beethoven. Hegel muestra cómo el arte romántico es la culminación del espíritu del hombre, un espíritu que se olvida de sí mismo, de su subjetividad para fundirse con el Espíritu Absoluto, una especie de Dios que se va perfeccionando conforme el hombre va tomando conciencia de sí mismo y de su naturaleza divina. En este tercer movimiento del cuarteto op.132 de Beethoven me parece ver -entre otras muchas cosas- este pensamiento de Hegel, la inserción en una unidad infinita, en lo absoluto. Beethoven parece haber reconocido que lo más importante en la estética, o en la creación humana no es lo bello, sino la inserción del espíritu en lo absoluto, que va más allá de la belleza, superándola. Esa resignación que antes comentaba implica también la resignación a nuestra miseria humana, a la asunción de que sólo desde nuestra miseria pude el hombre elevarse hasta la infinita unión con Dios y con la naturaleza, pues esta última, para Hegel y para Beethoven, es un momento del mismo Dios, del espíritu absoluto. Es  la famosa asunción de la negatividad –y de la miseria- como parte del hombre y del espíritu en Hegel. “Y es abandonando todo acuerdo con el mundo sensible en cuanto bello, como el hombre va encontrando su verdadera armonía en su naturaleza íntima” (Hegel; o.c; pg.210). “La belleza sensible (incluidas las armonías placenteras) queda como algo inferior y subordinado, cede el puesto a la belleza espiritual, que reside en el fondo del alma, en las profundidades de su naturaleza infinita” (o.c; pg.211). Y esto mismo parece que encontramos en este cuarteto, una dejación de la propia voluntad, que implica un olvido del propio gusto en las cosas bellas, para entrar en un ámbito todavía más elevado.


Recomiendo la versión que más conozco, la del cuarteto Mellos. La interpretación es muy lenta en los momentos que hemos llamado de resignación, dejación. Sus ascensos a las notas altas, los místicos ascensos a la luz,  están muy marcados. Y como contraste a esta mística, lo que hemos llamado danza retrospectiva, suena vertiginosa y desenfadada. Son casi veinte minutos en manos del mencionado cuarteto. En cambio, apenas quince minutos le dura esta pieza  al cuarteto Alban Berg, un cuarteto que emplea siempre una voluntaria sobriedad y austeridad, muy bella, pero más apropiada para un Bartok –por ejemplo- que para esta pieza de Beethoven. Así me lo parece.
   

Creo que estas pinceladas, impresiones personales sobre la obra y el breve comentario a la interpretación del cuarteto Mellos, son más que suficientes para invitarles a oír, a penetrar -será mejor decir- en esta acción de gracias, quizás no ahora, sino cuando usted esté algo más libre de esas cadenas que a todos nos atan; a penetrar, pues, con la misma reverencia y humildad de los primeros compases en este tercer movimiento del cuarteto op.132 de Ludwig van Beethoven.


Es una obra que no he querido oír con demasiada frecuencia a lo largo de mi vida, pues uno no puede, no debe familiarizarse en exceso por estos caminos divinos sin sentir que profana un templo. No se puede soportar tanto gozo, ni se puede uno familiarizar con tan ahogada resignación. Esta no es música cualquiera. Esto es, para el que crea, presencia de Dios, y para el que no crea, el secreto de por qué hay quién anhela algo más allá de esta vida. Cuidado, pues, al entrar en esta obra, hágalo con la reverencia y con la sacralidad que merece. No se trata del sencillo y devoto canto gregoriano, aquí hay senderos más elevados y por lo tanto más peligrosos.

 

 

 

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