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Domingo, 17 de Diciembre de 2017 Tiempo de lectura:
Faustino Merchán Gabaldón

Las redes sociales y la necedad

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La sentencia que procede del pensador y escritor Umberto Eco, poco antes de despedirse de nuestro mundo hace más de un año, pero antes de irse, dejó constar su dura opinión sobre el efecto que estaban teniendo las redes sociales en la sociedad.


"Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad, y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios", sentenció. Y así se despachó a placer, a pesar de que no vivió para ver a un youtuber dar de comer galletas con dentífrico a personas sin techo.


"El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad".
 

Si bien la Red supone la democratización de la difusión del conocimiento -de todo tipo de conocimiento- y de la información. En concreto, por Facebook, Twitter, Instagram, o Google+, circulan intenciones, deseos, críticas, aplausos, insultos, adhesiones, de personas corrientes, y también informaciones contrastadas y opiniones de medios de comunicación. No es demasiado difícil distinguir entre unos y otros. Pero interpretando las palabras de Eco nos debemos plantear¿Cuántos realmente usamos las redes con responsabilidad y con un propósito mejor que el entretenimiento momentáneo?


En las redes sociales suelen aparecer titulares de noticias que todavía están sin contrastar. Leemos rumores y les concedemos toda la credibilidad, porque sabemos que en cuestión de minutos u horas, dispondremos de la información totalmente correcta. Y por eso le vemos sentido a permanecer atentos a la evolución de las inexactitudes. En otras palabras, prevalece la rapidez sobre la exactitud. No nos importa que algo no sea cierto del todo mientras sea reciente. De hecho, parte del gran cambio en las reglas de la información es que aceptamos que un mensaje que suscita interés hará que evolucione durante unas horas.


Hemos acabado por aceptar que las noticias no sean exactas en el primer minuto. Es decir, preferimos la posverdad en el minuto uno, a la concreción exacta, verdad, dentro de varias horas. El problema es que tampoco nos preocupa la validación de las informaciones. El entretenimiento es seguir la apariencia de los hechos, no descubrirlos. También se observa la pérdida de confianza en las instituciones, desde el inicio de la crisis de Cataluña, y que ha acentuado la credibilidad en fuentes desconocidas, gente sin fundamento o diletantes sin experiencia sobre el asunto en cuestión. Cognitivamente buscamos la sorpresa continuada. Es decir, prestamos más atención a las cosas que nos llaman la atención, independientemente de cuál sea su fuente y si esta tiene credibilidad o no.
 

También está el ansia y la premura por confirmar las propias creencias y sentimientos, la reducción de la disonancia cognitiva, que se ha convertido en un problema social, psicológico y educativo, dada la información contradictoria que circula por la red. A través de un buscador, cualquiera puede encontrar información que confirme lo que piensa o siente. Y otra persona que piense y sienta lo opuesto encontrará los datos que confirmen las tesis contrarias. Poco importa que se trate de un asunto científico o sanitario. ¿Quiere preocuparse por una enfermedad?. Introduzca en el buscador, junto a la patología que sufre, la palabra “problemas” o “complicaciones”. ¿Quiere tranquilizarse? Escriba entonces, aparte de su dolencia, términos positivos. La proliferación de información contradictoria en grandes dosis propicia un déficit de criterio para el inexperto en la materia que desemboca en la búsqueda de reducción de disonancia.


Leeré aquello que confirme lo que pienso o lo que siento. Por eso preferimos hablar de posverdad. De llamarlo mentira estaríamos aceptando que son delirios de nuestra mente.

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