La Cataluña profunda
Tanto mi familia -padre e hijos- tuvimos y tenemos una intensa relación con Cataluña. Incluso, mi abuelo materno nació en Barcelona a finales del XIX. La formación hospitalaria que me ha servido para dirigir o gestionar servicios públicos, me la enseñaron los sanitarios catalanes, con aquel seny que les hacía tan civilizados que recordaban la decadencia final en el Imperio de Roma.
Pero hay algo que casi olvido. No es lo mismo la cosmopolita Barcelona que las comarcas que han conservado personalidad administrativa y cultural. No es lo mismo el barrio judío de Girona que el viejo Ampurdán. No es lo mismo la hospitalaria y abierta Costa Brava o Costa de Tarragona, que el Penedés, dónde las masías cuidan y elaboran el mejor de los Cavas.
Por eso analizar los resultados electorales del "nefasto" 21-D requiere mucha sociología y menos política al uso. Algún día descubriremos que el Estado de las Autonomías trasladó el centralismo de Madrid a ciudades emblemáticas en cada nuevo fragmento de Estado. Y así lo que sucede en Barcelona no representa la vida y sentimientos de la Cataluña profunda. Algo parecido con lo que aprendimos en Euskadi al comparar Donostia con el Goyerri, o Bilbao con Bermeo y Ondárroa.
Mientras en Barcelona son permeables, de inmediato, a la cultura, en esa Cataluña de la barretina y las espardeñas, siguen viviendo a su antojo tradicional y -aquí está la madre del cordero- pendientes de la TV3. El efecto información-adoctrinamiento no es sólo para manipular desde las escuelas rurales, es también siguiendo el modelo que implementó el nacional-catolicismo, una herramienta que se mueve entre el temor y el grito contra la francesada -en este caso, España-.
Hoy me atrevo a señalar tres gravísimos errores del insigne gallego nacido entre las rúas compostelanas dónde la lluvia es arte y las campanadas de la Catedral, llamada que resuenan entre las viejas piedras que rodean el sepulcro del Hijo del Trueno- o quizá Prisciliano-.
Tal como nos han revelado, los independentistas llevaban un plan integral que comenzó a desarrollarse en el 2013, con el fin de proclamar la República de Cataluña. El Estado lo debía saber. El Estado se encontraba ausente. El Estado prefería dejarles hacer por si les necesitaba a la hora de sumar escaños en Madrid.
Todos los partidos políticos han aspirado a gobernar con los nacionalistas. Era la necesaria y suficiente carta de naturaleza para dejar de ser charnegos y pasar a ser "los otros". Algo parecido o igual que en Euskadi. Hasta que tras los sucesos de Ermua y la alianza de Lizarra, como San Pablo, cayeron del caballo y descubrieron que los nacionalistas no podían ser la solución, ya que eran el núcleo intangible del problema vasco.
Tras la declaración a regañadientes del 155, entre complejos de culpabilidad y la vagancia que perfila al paseante de la playa del Silgar, se comete el peor de los errores tácticos. No se deja tiempo para mostrar como España es capaz de administrar mejor que la Generalidad, al mismo tiempo que se debía haber cesado con el adoctrinamiento desde los medios de comunicación con titularidad pública en Cataluña, pues han seguido agitando el odio a España y victimizando a los presuntos delincuentes de la sedición y malversación. En Euskadi fue Garzón quien se atrevió a cerrarles los emporios logísticos de las Herriko Tabernas, cuestión que era muy evidente; ya que de allí salían "las herramientas" para la "kale-borroka" (Terrorismo callejero) y los aprendices de gudari.
Dicho en román paladino. El Estado español, con el gobierno del PP a la cabeza, tardó y se ausentó, dando la sensación, a los españoles que residen en Cataluña, de vivir en la más absoluta orfandad. Cuestión que sufrimos en la Euskadi de Garaicoechea y Arzallus durante muchos años, hasta que se pasaron en Ermua y el pueblo se echó a las calles en 1997.
Mantenerla y no enmendarla. Siempre ha sido la conducta propia del españolito. Ese al que cantaba don Antonio Machado señalando que había dos Españas...y una de ellas le helaba el corazón. Los nacionalistas catalanes, que han dejado de ser moderados, exigen la República, como tras el 2 de mayo de 1808, los alcaldes y curas trabucaires, exigieron la vuelta de Fernando VII, y tomaron las armas frente al ejército más poderoso del mundo. Ahora un tal Puigdemont se ha convertido en el Alcalde de Móstoles, mejor dicho, lo hemos convertido entre todos. Y cuidado, no me fío nada de la lectura del proceso que a partir del 21-D hagan los mercaderes que mandan en la UE. Durante muchos años, la Europa impecablemente hipócrita, ayudó a los etarras y aprovechó la desesperación del Estado español, para vendernos toda suerte de mercancías a cambio de ciertas colaboraciones puntuales; o aquel vergonzoso pasaje tras el atentado de las Torres Gemelas, cuando la comunidad vasca en yankilandia logró detener momentáneamente la declaración de terroristas para ETA, y mantener la de movimiento nacional de liberación vasco.
España necesita un gobierno fuerte, decente, culto, sin complejos de culpabilidad o vergüenzas por golferías. España tiene en Cataluña, por fin, otra generación de dirigentes, jóvenes, sin pasado franquista, representantes de la generación mejor preparada que ha dado este viejo país. España necesita reformas y regeneración, sin miedo, ilusionando y emocionando al tejido social. España necesita un Renacimiento antes que las epidemias de la Edad Media, se extiendan por todas las regiones.
Y en Cataluña. Hay que conseguir ganar tiempo. Hasta que el espíritu cosmopolita de Barcino, impregne a esa Cataluña profunda de los payeses cabreados y detenidos en los tiempos del somatén.
Tanto mi familia -padre e hijos- tuvimos y tenemos una intensa relación con Cataluña. Incluso, mi abuelo materno nació en Barcelona a finales del XIX. La formación hospitalaria que me ha servido para dirigir o gestionar servicios públicos, me la enseñaron los sanitarios catalanes, con aquel seny que les hacía tan civilizados que recordaban la decadencia final en el Imperio de Roma.
Pero hay algo que casi olvido. No es lo mismo la cosmopolita Barcelona que las comarcas que han conservado personalidad administrativa y cultural. No es lo mismo el barrio judío de Girona que el viejo Ampurdán. No es lo mismo la hospitalaria y abierta Costa Brava o Costa de Tarragona, que el Penedés, dónde las masías cuidan y elaboran el mejor de los Cavas.
Por eso analizar los resultados electorales del "nefasto" 21-D requiere mucha sociología y menos política al uso. Algún día descubriremos que el Estado de las Autonomías trasladó el centralismo de Madrid a ciudades emblemáticas en cada nuevo fragmento de Estado. Y así lo que sucede en Barcelona no representa la vida y sentimientos de la Cataluña profunda. Algo parecido con lo que aprendimos en Euskadi al comparar Donostia con el Goyerri, o Bilbao con Bermeo y Ondárroa.
Mientras en Barcelona son permeables, de inmediato, a la cultura, en esa Cataluña de la barretina y las espardeñas, siguen viviendo a su antojo tradicional y -aquí está la madre del cordero- pendientes de la TV3. El efecto información-adoctrinamiento no es sólo para manipular desde las escuelas rurales, es también siguiendo el modelo que implementó el nacional-catolicismo, una herramienta que se mueve entre el temor y el grito contra la francesada -en este caso, España-.
Hoy me atrevo a señalar tres gravísimos errores del insigne gallego nacido entre las rúas compostelanas dónde la lluvia es arte y las campanadas de la Catedral, llamada que resuenan entre las viejas piedras que rodean el sepulcro del Hijo del Trueno- o quizá Prisciliano-.
Tal como nos han revelado, los independentistas llevaban un plan integral que comenzó a desarrollarse en el 2013, con el fin de proclamar la República de Cataluña. El Estado lo debía saber. El Estado se encontraba ausente. El Estado prefería dejarles hacer por si les necesitaba a la hora de sumar escaños en Madrid.
Todos los partidos políticos han aspirado a gobernar con los nacionalistas. Era la necesaria y suficiente carta de naturaleza para dejar de ser charnegos y pasar a ser "los otros". Algo parecido o igual que en Euskadi. Hasta que tras los sucesos de Ermua y la alianza de Lizarra, como San Pablo, cayeron del caballo y descubrieron que los nacionalistas no podían ser la solución, ya que eran el núcleo intangible del problema vasco.
Tras la declaración a regañadientes del 155, entre complejos de culpabilidad y la vagancia que perfila al paseante de la playa del Silgar, se comete el peor de los errores tácticos. No se deja tiempo para mostrar como España es capaz de administrar mejor que la Generalidad, al mismo tiempo que se debía haber cesado con el adoctrinamiento desde los medios de comunicación con titularidad pública en Cataluña, pues han seguido agitando el odio a España y victimizando a los presuntos delincuentes de la sedición y malversación. En Euskadi fue Garzón quien se atrevió a cerrarles los emporios logísticos de las Herriko Tabernas, cuestión que era muy evidente; ya que de allí salían "las herramientas" para la "kale-borroka" (Terrorismo callejero) y los aprendices de gudari.
Dicho en román paladino. El Estado español, con el gobierno del PP a la cabeza, tardó y se ausentó, dando la sensación, a los españoles que residen en Cataluña, de vivir en la más absoluta orfandad. Cuestión que sufrimos en la Euskadi de Garaicoechea y Arzallus durante muchos años, hasta que se pasaron en Ermua y el pueblo se echó a las calles en 1997.
Mantenerla y no enmendarla. Siempre ha sido la conducta propia del españolito. Ese al que cantaba don Antonio Machado señalando que había dos Españas...y una de ellas le helaba el corazón. Los nacionalistas catalanes, que han dejado de ser moderados, exigen la República, como tras el 2 de mayo de 1808, los alcaldes y curas trabucaires, exigieron la vuelta de Fernando VII, y tomaron las armas frente al ejército más poderoso del mundo. Ahora un tal Puigdemont se ha convertido en el Alcalde de Móstoles, mejor dicho, lo hemos convertido entre todos. Y cuidado, no me fío nada de la lectura del proceso que a partir del 21-D hagan los mercaderes que mandan en la UE. Durante muchos años, la Europa impecablemente hipócrita, ayudó a los etarras y aprovechó la desesperación del Estado español, para vendernos toda suerte de mercancías a cambio de ciertas colaboraciones puntuales; o aquel vergonzoso pasaje tras el atentado de las Torres Gemelas, cuando la comunidad vasca en yankilandia logró detener momentáneamente la declaración de terroristas para ETA, y mantener la de movimiento nacional de liberación vasco.
España necesita un gobierno fuerte, decente, culto, sin complejos de culpabilidad o vergüenzas por golferías. España tiene en Cataluña, por fin, otra generación de dirigentes, jóvenes, sin pasado franquista, representantes de la generación mejor preparada que ha dado este viejo país. España necesita reformas y regeneración, sin miedo, ilusionando y emocionando al tejido social. España necesita un Renacimiento antes que las epidemias de la Edad Media, se extiendan por todas las regiones.
Y en Cataluña. Hay que conseguir ganar tiempo. Hasta que el espíritu cosmopolita de Barcino, impregne a esa Cataluña profunda de los payeses cabreados y detenidos en los tiempos del somatén.