Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach
Dickens, Bach y un villancico español
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Que el sentido de la Navidad, y en realidad de toda fiesta cristiana y no cristiana, se va desvirtuando con el correr del tiempo, es una triste constatación. El maestro Juan Manuel de Prada escribía hace pocos días en la revista Magnificat un excelente artículo sobre “Cuento de Navidad” de Dickens, una obra que ha colaborado en alterar en gran medida el sentido de lo que cristianamente se celebra en la Navidad. Dickens es sin duda un coloso de la literatura, y ni su apego al sentimentalismo y a la solidaridad de corte burgués impide que un católico conservador como de Prada o un marxista como Arnold Hauser (en su monumental “Historia social de la literatura y el arte” Hauser trata a Dickens a partir de la página 372 del segundo volumen; ed. Debolsillo) escatimen elogios hacia el genial novelista inglés. Pero es cierto que “Cuento de Navidad” envuelve la fiesta cristiana –en palabras de de Prada- en un “buenismo lacrimógeno”, en una “utopía filantrópica” que arrincona el conflicto dramático teológico narrado en la Navidad y lo reduce a una moralina bienpensante. Hay que leer, pese a todo, esta maravillosa obra de Dickens, aunque no sea ni de lejos su mejor obra. Pero como esta sección no es de literatura sino de música, en estas fechas les recomiendo escuchar una obra que, a diferencia de “Cuento de Navidad”, se mantiene fiel al sentido teológico de lo que se celebra, se trata del Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach, obra que les invito dejen sonar en su casa, en su coche o en su trabajo durante estas fechas. No es la única obra que Bach escribe para este tiempo litúrgico. De memoria me vienen al menos unas quince cantatas de Bach para Adviento y Navidad. Algunas de ellas tan bellas como el mismo oratorio, pienso en la cantata BWV 61 o 132 para el Adviento, o en las BWV 40, 62, 63, 91 o 111 para el tiempo de Navidad.
Unas cuantas recomendaciones discográficas antes de entrar en materia. En general hay muy buenas versiones del Oratorio de Navidad. Si escuchan alguna dirigida por Harnoncourt, les recomiendo que lo hagan en dos grabaciones posteriores a los años noventa, pues el Harnoncourt de los setenta y ochenta utilizaba voces de niños para las partes de soprano, y los pobres niños cantores de Viena no podían llegar a notas tan altas. Encantadores niños sí, pero a veces una auténtica tortura para el oído. A los más nostálgicos les complacerá la versión de Karl Richter de los años sesenta y setenta, con excelentes cantantes: Dieskau, Schreier, Mathis. Aunque Richter me parece solemne y lento hasta el tedio, sobre todo en las arias y los corales, no así en los coros, que suenan maravillosos en las manos de Richter. Yo me quedo con las versiones de René Jacobs, de John Eliot Gardiner o de Philipp Herreweghe. Y por encima de todas la de Ton Koopman para el sello Erato y con su orquesta barroca de Amsterdam (un doble CD que ya no os fácil encontrar). Como ilustración musical adjunto al final de este artículo la sinfonía con que se abre la segunda cantata, (pieza que comentaremos) y la versión íntegra del Oratorio, ambos enlaces en la versión de John Eliot Gardiner quien, a lo mejor como buen inglés, hace una versión un poco más a lo Dickens que el luterano holandés Ton Koopman, y es que, por extraño que parezca, aún hay personas a las que la patria y la tradición les tira. ¡Qué retrógrados! Es, pese al tono “dickensiano”, ligero y amable, una bellísima interpretación del oratorio de Navidad la que hace Gardiner. Adjunto aquí el texto en alemán y español del oratorio:
Y por fin, algunas pinceladas sobre la obra:
El oratorio de Navidad BWV 248 está dividido en seis cantatas que nos narran desde el censo ordenado por el emperador Augusto hasta la adoración de los reyes.
La obra se abre con el célebre coro “Jauchzet, frohlocket”, un canto de alegría, una invitación a adorar a Dios por el nacimiento del redentor. “Abandonen la pena” –se canta en una estrofa-. Hay muchos momentos de esta exultante alegría en todo el oratorio, así como fragmentos de angelical confianza en Dios (recordemos por ejemplo la deliciosa aria Flösst mein Heiland, para soprano y solo de oboe, a la que otra soprano responde en eco, de la cuarta cantata). Pero son los innumerables momentos de ternura que contiene esta obra los que más me emocionan, incluso la llamada a la alegría a los pastores de la segunda cantata, el aria “Frohe Hirten”, respira una serena melancolía con el lánguido solo de flauta. La obra está traspasada por esta dulzura y ternura celestial, que jamás se hacen sentimentales –pues estamos en el barroco-. Y a cuenta del sentimentalismo no quisiera amargarles estas fiestas con el ultracatólico Leon Bloy, pero me permitirán citarle; al fin y al cabo, quién no se atraganta con un polvorón en estas fiestas. Dice Bloy: “¿Cómo aguantar el horror completo de la sentimentalidad religiosa actual que ha sustituido por doquier a la caridad en las prácticas más virtuosas de la palabra y la literatura?”. (“En tinieblas”; Escuela Libre editorial; pg.29).
Con el polvorón ya redirigido, digerido y con el ánimo un poco mimado por Dickens –al fin y al cabo, ¡es Navidad!-, quiero fijarme en algunos de estos momentos de conmovedora ternura. Primero el aria para soprano de la primera cantata “Bereite dich Zion mit zärtlichen Trieben”. “Prepárate Jerusalén con dulces encantos”. Bach no olvida el sentido teológico. No es Belén la que ha de prepararse, sino Jerusalén, pues la encarnación de Cristo, su nacimiento, es sólo la preparación para la salvación del hombre, que sólo tiene lugar con la Pasión y Resurrección de Cristo (también la tercera cantata se abre con un coral en recuerdo del saludo de Jerusalén). El oboe y los violines tocan la misma melodía, y la soprano canta: “acoge Jerusalén al que está más alto, al más digno de amor”. Hay una alegría contenida en este aria, un presagio del futuro, del sacrificio del Hijo de Dios, que el siguiente coral reafirma cuando dice: “Enciende en mí tu luz divina, Jesús, para que mi alma conozca lo que es grato a tus ojos”. Sacrifico del Hijo de Dios que es para un creyente su misma libertad como bellamente canta la soprano y el bajo en el dúo de la tercera cantata “Herr dein Mitleid, dein Erbarmen”.
El oratorio no pierde el mensaje teológico en ninguna de las seis cantatas. Las arias, los corales, la sinfonía de la segunda cantata, están llenas de una mezcla de dulzura y de anticipo del dolor y de la muerte que contrastan con los coros iniciales de las cantatas, exultantes de alegría. ¿Quizás esta dulzura y anticipo del dolor está un poco pensada desde la óptica de la Virgen? El protestantismo –Bach era un luterano como todos sabemos- no da tanta importancia a la Virgen María como el catolicismo, pero en esta cantata no puede ocultarse que esa ternura tiene algo de hogareño y femenino. ¿Bach y los serenos y resignados ojos de las madonas de Rafael juntos? Yo así lo veo. Oigan el aria para soprano o mezzo: “Duerme hijo mío”, “Schlafe mein Kind”.
El bajo canta en su primer aria: “El Salvador desprecia las comodidades terrenales, el que redimirá al mundo duerme en un duro pesebre”. Dolor, sufrimiento y desprecio de las comodidades del mundo para ofrecernos el sentido hondo de la encarnación, y recordar con más aprecio a Tomás de Kempis y su manual “Imitación de Cristo y desprecio del mundo”, tan leído en épocas espiritualmente más fuertes que esta.
Johann Sebastian Bach tuvo veinte hijos, de los cuales sólo nueve sobrevivieron a la infancia. La alegría del nacimiento tenía que ser pues contenida, y habría de mirar siempre a la Pasión y a la Resurrección, no sólo porque así lo dictaba el sentido escatológico cristiano, sino porque así lo decía la vida, así lo decía la muerte.
Si hay una pieza en estas fechas que me emociona es la sinfonía con la que se abre la segunda cantata. Se trata de una pastoral, pues en esta segunda cantata son los pastores los protagonistas. Los violines con los que se abre la pieza se asemejan al coro de ángeles y entablan un diálogo con los dos oboes, que vienen a representar a los pastores. Los oboes, en sus repetitivos compases, parecen expresar las dudas y el temor de los pastores, pero los ángeles los tranquilizan: os ha nacido un salvador. Id a adoradlo. Sin texto, esta sinfonía pastoral tiene la fuerza de decirlo todo, y condensa el sentido teológico de la Navidad, todo el Oratorio en sí está lleno del espíritu de esta sinfonía. Gócenlo.
Y ya que estamos con pastores, gocen también del hermoso y españolísimo villancico de Joaquín Rodrigo “pastorcico santo”, en la voz incomparable de Victoria de los Ángeles. No lloren demasiado, aunque la belleza de este villancico les recuerde a una España mejor que la que vivimos; alégrense por vivir y por saber gozar de las obras más edificantes del espíritu humano. Feliz Navidad.
Que el sentido de la Navidad, y en realidad de toda fiesta cristiana y no cristiana, se va desvirtuando con el correr del tiempo, es una triste constatación. El maestro Juan Manuel de Prada escribía hace pocos días en la revista Magnificat un excelente artículo sobre “Cuento de Navidad” de Dickens, una obra que ha colaborado en alterar en gran medida el sentido de lo que cristianamente se celebra en la Navidad. Dickens es sin duda un coloso de la literatura, y ni su apego al sentimentalismo y a la solidaridad de corte burgués impide que un católico conservador como de Prada o un marxista como Arnold Hauser (en su monumental “Historia social de la literatura y el arte” Hauser trata a Dickens a partir de la página 372 del segundo volumen; ed. Debolsillo) escatimen elogios hacia el genial novelista inglés. Pero es cierto que “Cuento de Navidad” envuelve la fiesta cristiana –en palabras de de Prada- en un “buenismo lacrimógeno”, en una “utopía filantrópica” que arrincona el conflicto dramático teológico narrado en la Navidad y lo reduce a una moralina bienpensante. Hay que leer, pese a todo, esta maravillosa obra de Dickens, aunque no sea ni de lejos su mejor obra. Pero como esta sección no es de literatura sino de música, en estas fechas les recomiendo escuchar una obra que, a diferencia de “Cuento de Navidad”, se mantiene fiel al sentido teológico de lo que se celebra, se trata del Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach, obra que les invito dejen sonar en su casa, en su coche o en su trabajo durante estas fechas. No es la única obra que Bach escribe para este tiempo litúrgico. De memoria me vienen al menos unas quince cantatas de Bach para Adviento y Navidad. Algunas de ellas tan bellas como el mismo oratorio, pienso en la cantata BWV 61 o 132 para el Adviento, o en las BWV 40, 62, 63, 91 o 111 para el tiempo de Navidad.
Unas cuantas recomendaciones discográficas antes de entrar en materia. En general hay muy buenas versiones del Oratorio de Navidad. Si escuchan alguna dirigida por Harnoncourt, les recomiendo que lo hagan en dos grabaciones posteriores a los años noventa, pues el Harnoncourt de los setenta y ochenta utilizaba voces de niños para las partes de soprano, y los pobres niños cantores de Viena no podían llegar a notas tan altas. Encantadores niños sí, pero a veces una auténtica tortura para el oído. A los más nostálgicos les complacerá la versión de Karl Richter de los años sesenta y setenta, con excelentes cantantes: Dieskau, Schreier, Mathis. Aunque Richter me parece solemne y lento hasta el tedio, sobre todo en las arias y los corales, no así en los coros, que suenan maravillosos en las manos de Richter. Yo me quedo con las versiones de René Jacobs, de John Eliot Gardiner o de Philipp Herreweghe. Y por encima de todas la de Ton Koopman para el sello Erato y con su orquesta barroca de Amsterdam (un doble CD que ya no os fácil encontrar). Como ilustración musical adjunto al final de este artículo la sinfonía con que se abre la segunda cantata, (pieza que comentaremos) y la versión íntegra del Oratorio, ambos enlaces en la versión de John Eliot Gardiner quien, a lo mejor como buen inglés, hace una versión un poco más a lo Dickens que el luterano holandés Ton Koopman, y es que, por extraño que parezca, aún hay personas a las que la patria y la tradición les tira. ¡Qué retrógrados! Es, pese al tono “dickensiano”, ligero y amable, una bellísima interpretación del oratorio de Navidad la que hace Gardiner. Adjunto aquí el texto en alemán y español del oratorio:
Y por fin, algunas pinceladas sobre la obra:
El oratorio de Navidad BWV 248 está dividido en seis cantatas que nos narran desde el censo ordenado por el emperador Augusto hasta la adoración de los reyes.
La obra se abre con el célebre coro “Jauchzet, frohlocket”, un canto de alegría, una invitación a adorar a Dios por el nacimiento del redentor. “Abandonen la pena” –se canta en una estrofa-. Hay muchos momentos de esta exultante alegría en todo el oratorio, así como fragmentos de angelical confianza en Dios (recordemos por ejemplo la deliciosa aria Flösst mein Heiland, para soprano y solo de oboe, a la que otra soprano responde en eco, de la cuarta cantata). Pero son los innumerables momentos de ternura que contiene esta obra los que más me emocionan, incluso la llamada a la alegría a los pastores de la segunda cantata, el aria “Frohe Hirten”, respira una serena melancolía con el lánguido solo de flauta. La obra está traspasada por esta dulzura y ternura celestial, que jamás se hacen sentimentales –pues estamos en el barroco-. Y a cuenta del sentimentalismo no quisiera amargarles estas fiestas con el ultracatólico Leon Bloy, pero me permitirán citarle; al fin y al cabo, quién no se atraganta con un polvorón en estas fiestas. Dice Bloy: “¿Cómo aguantar el horror completo de la sentimentalidad religiosa actual que ha sustituido por doquier a la caridad en las prácticas más virtuosas de la palabra y la literatura?”. (“En tinieblas”; Escuela Libre editorial; pg.29).
Con el polvorón ya redirigido, digerido y con el ánimo un poco mimado por Dickens –al fin y al cabo, ¡es Navidad!-, quiero fijarme en algunos de estos momentos de conmovedora ternura. Primero el aria para soprano de la primera cantata “Bereite dich Zion mit zärtlichen Trieben”. “Prepárate Jerusalén con dulces encantos”. Bach no olvida el sentido teológico. No es Belén la que ha de prepararse, sino Jerusalén, pues la encarnación de Cristo, su nacimiento, es sólo la preparación para la salvación del hombre, que sólo tiene lugar con la Pasión y Resurrección de Cristo (también la tercera cantata se abre con un coral en recuerdo del saludo de Jerusalén). El oboe y los violines tocan la misma melodía, y la soprano canta: “acoge Jerusalén al que está más alto, al más digno de amor”. Hay una alegría contenida en este aria, un presagio del futuro, del sacrificio del Hijo de Dios, que el siguiente coral reafirma cuando dice: “Enciende en mí tu luz divina, Jesús, para que mi alma conozca lo que es grato a tus ojos”. Sacrifico del Hijo de Dios que es para un creyente su misma libertad como bellamente canta la soprano y el bajo en el dúo de la tercera cantata “Herr dein Mitleid, dein Erbarmen”.
El oratorio no pierde el mensaje teológico en ninguna de las seis cantatas. Las arias, los corales, la sinfonía de la segunda cantata, están llenas de una mezcla de dulzura y de anticipo del dolor y de la muerte que contrastan con los coros iniciales de las cantatas, exultantes de alegría. ¿Quizás esta dulzura y anticipo del dolor está un poco pensada desde la óptica de la Virgen? El protestantismo –Bach era un luterano como todos sabemos- no da tanta importancia a la Virgen María como el catolicismo, pero en esta cantata no puede ocultarse que esa ternura tiene algo de hogareño y femenino. ¿Bach y los serenos y resignados ojos de las madonas de Rafael juntos? Yo así lo veo. Oigan el aria para soprano o mezzo: “Duerme hijo mío”, “Schlafe mein Kind”.
El bajo canta en su primer aria: “El Salvador desprecia las comodidades terrenales, el que redimirá al mundo duerme en un duro pesebre”. Dolor, sufrimiento y desprecio de las comodidades del mundo para ofrecernos el sentido hondo de la encarnación, y recordar con más aprecio a Tomás de Kempis y su manual “Imitación de Cristo y desprecio del mundo”, tan leído en épocas espiritualmente más fuertes que esta.
Johann Sebastian Bach tuvo veinte hijos, de los cuales sólo nueve sobrevivieron a la infancia. La alegría del nacimiento tenía que ser pues contenida, y habría de mirar siempre a la Pasión y a la Resurrección, no sólo porque así lo dictaba el sentido escatológico cristiano, sino porque así lo decía la vida, así lo decía la muerte.
Si hay una pieza en estas fechas que me emociona es la sinfonía con la que se abre la segunda cantata. Se trata de una pastoral, pues en esta segunda cantata son los pastores los protagonistas. Los violines con los que se abre la pieza se asemejan al coro de ángeles y entablan un diálogo con los dos oboes, que vienen a representar a los pastores. Los oboes, en sus repetitivos compases, parecen expresar las dudas y el temor de los pastores, pero los ángeles los tranquilizan: os ha nacido un salvador. Id a adoradlo. Sin texto, esta sinfonía pastoral tiene la fuerza de decirlo todo, y condensa el sentido teológico de la Navidad, todo el Oratorio en sí está lleno del espíritu de esta sinfonía. Gócenlo.
Y ya que estamos con pastores, gocen también del hermoso y españolísimo villancico de Joaquín Rodrigo “pastorcico santo”, en la voz incomparable de Victoria de los Ángeles. No lloren demasiado, aunque la belleza de este villancico les recuerde a una España mejor que la que vivimos; alégrense por vivir y por saber gozar de las obras más edificantes del espíritu humano. Feliz Navidad.