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Antonio Ríos Rojas
Domingo, 14 de Enero de 2018 Tiempo de lectura:

¿La era Daniil Trifonov?

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Conservo como recuerdo todas mis entradas a conciertos y óperas en Viena, y sobre las mismas escribo, justo después del concierto, algunas impresiones. En todas las entradas de Daniil Trifonov dejé expresado mi entusiasmo. En una de ellas, raptado todavía por las últimas notas que vibraban en mí, llegué a escribir: “es un mensajero”.


Daniil Trifonov es un mensajero procedente de las profundidades, no sé si de la Tierra, del Espíritu, de la carne o de la sangre; quizás todo ello se junte en este joven ruso que cuenta hoy con sólo 26 años y al que vi por primera vez en el Konzerthaus de Viena en el año 2012.

 

Nada, absolutamente nada había oído ni visto entonces de Trifonov. Cuando fui a comprar mi entrada, ya no quedaba ninguna. ¿Será tan bueno este –para mí desconocido- pianista que ha llenado el Konzerthaus? La taquillera me dijo que mirara un día antes del concierto por si acoplaban sillas en el pódium (justo en el escenario) y habilitaban unas 50 entradas más. Eso hice, y en efecto, pude comprar una entrada en el pódium. El teclado del piano Bösendorfer estaba justo delante de mis ojos, la mano izquierda del intérprete quedaría a unos cinco metros de mí. Y de repente entró el pianista. Mediana estatura, media melena de cabellos castaños y lisos. El andar precipitado, gestos algo nerviosos. Sus ojos como ausentes. A los pocos minutos yo ya estaba transportado a otro mundo, aunque muy distante del mundo maravilloso y a la vez tenebroso en el que parecía haber entrado aquel joven bañado ya en sudor y de cuyo aspecto decimonónico no cabía ya dudar. Desde aquel día no he dejado de comprar sus discos, de ver sus videos y sobre todo, de asistir a conciertos de este portento.


Uno envidia a los viejos melómanos que me decían en Viena “yo vi cantar a Di Stefano, a Corelli, a Del Monaco”. La envidia no es menor hacia quienes te dicen “yo vi tocar a Rubinstein, a Horowitz y a Arrau”. Sin embargo, creo, ustedes y yo podremos decir con todo orgullo, “yo vi tocar a Trifonov”. Este pianista se sitúa un paso más allá de los grandes talentos que el piano nos ofrece hoy, más allá de Kissin, de Lang, de Wang, de Levit, de Buniatisvilis. Ya lo dijo la excéntrica, creída, pero maravillosa pianista Martha Argerich: “con Trifonov” –decía la pianista argentina- “estamos ante una revelación, posee una dulzura virginal y posee además el elemento demoníaco”. No se puede definir mejor el tocar de Trifonov.

 

En el interior de este pianista parece habitar un volcán, quizás él mismo tenga naturaleza volcánica. Arde, abrasa, pero sabe dosificar todo eso con una ternura insospechada y sorprendente, con una intimidad acogedora, acariciadora, que nos hace redescubrir obras que ya teníamos muy oídas. Su Chopin, su Liszt y sobre todo su Rachmaninov y su Schumann suenan nuevos, diferentes, y sin embargo, uno no puede pensar que se está traicionando al compositor, más bien todo lo contrario.


Con Trifonov cada nota respira, cada nota es un milagro, parece viva, y como viva, individual. Cada sonido late en las manos de Trifonov, él parece que los crea, o quizás provengan desde lugares misteriosos a su mente, a sus manos, pues como escribí en la entrada citada, “es un mensajero”. Decía el crítico Joachin Kaiser sobre Furtwängler que este era el más grande de todos los directores de orquesta porque no impresionaba en cada nota, para él lo más importante era el todo de la obra. Bien, pues en Trifonov, el todo de la obra está en cada nota. Cuando uno escucha una nota, un acorde salido de las manos de este genio, sabe que el todo ya está ahí, viviendo, latiendo. Es un milagro. Trifonov no pretende impresionar –como tampoco lo hacía Furtwängler- desde la primera nota, pero desde la primera nota, uno percibe que algo grande va a acontecer. (Compárese el inicio de su versión de la Sonata en si menor de Liszt con la versión, por ejemplo, de Kissin).
 

Y uno tiene que leer a algunos críticos que, aun reconociendo el talento del ruso, esperan que aún madure más. Yo espero sinceramente que no lo haga. ¿A qué llaman madurar? En Trifonov está la música joven, vibrante, enamorada, él está enamorado de la música con el ardor de la pasión más juvenil. Ojalá conserve siempre la frescura de ese primer amor. Trifonov nos contagia ese amor, porque oyéndole y viéndole tocar asistimos a una llama de amor viva entre él y la obra, vemos amor, desamor, desencanto, sacrificio, tormento, descubrimiento. Sí, vemos que Trifonov descubre mientras toca. Sus oídos estás siempre atentos, como si esperara una revelación del fondo de la Tierra, del fondo del sonido, como si en cada nota quisiera escuchar un eco que le hace contagiar de amor a la nota siguiente, al compás siguiente. Nada en él es artificial o falso, todo es verdadero, todo es sincero.


Recuerdo una interpretación mágica de las “Escenas de niños” de Schumann. En aquella ocasión me sentaba al fondo del patio de butacas, en la imperfecta acústica de la inmensa y altísima gran sala del Konzerthaus. Aquella acústica lo volvía todo circunspecto, y de repente uno sentía más vibrante la alegría de los niños al jugar que expresaban algunos de los fragmentos, como sentía, con una melancolía nunca jamás oída, al anciano que, en sus últimos días, veía jugar al niño. La “Kreisleriana”, también de Schumann la interpretó con un brillo extraño, igualmente procedente de lugares jamás oídos en esta pieza.


Sobre el piano, Trifonov se sitúa en otra dimensión, y fuera de él parece perdido, ajeno al mundo. Le vi una vez cerca del Musikverein, andando con paso rápido y la cabeza gacha. Le vi en una prueba general también en el Musikverein, interpretando el concierto n.2 de Rachmaninov. Entró y se fue sin hacer ruido, tímido, místico, sin hablar apenas con nadie, pero amable con todos.


Oírle tocar es asistir a una fiesta de colores, de ricos contrastes dinámicos, sus repeticiones y sus arpegios siempre sorprenden y llegan al corazón. Quizás esto se deba a que Trifonov también es compositor. En una entrevista declaraba que cuando llegó a Cleveland desde Rusia anhelaba tanto su país natal que no hacía otra cosa que improvisar al piano al estilo Rachmaninov, en quien veía plasmado el espíritu de su Rusia. También declaraba que ensayó todo el concierto n.2 de Rachmaninov en el agua de la piscina, deslizando sus dedos sobre la líquida superficie. Y en efecto, cuando oí en directo este concierto por Trifonov, algo en el movimiento de sus hombros insinuaba que se movía en una superficie líquida.


Les dejaré algunos ejemplos, pero quisiera destacar en primer lugar una pieza que no se suele interpretar mucho, y a la que Daniil Trifonov ha dado una nueva vida. Se trata de las Variaciones sobre un tema de Chopin, op.22, de Sergei Rachmaninov. El tema de Chopin es el Preludio n.20. A la exposición del tema sigue una introducción pausada, de una atmósfera nebulosa y misteriosa, que sigue su desarrollo en unas variaciones para virtuoso lucimiento, en la que ya vive de lleno el posromanticismo de Rachmaninov. De repente se calma levemente la intensidad para, en el minuto 3:23 (del video adjunto) regalársenos un minuto mágico, en el que Rachmaninov expone un tema muy suyo, perfectamente armonizado ya con Chopin. Es un momento de una emoción extrema en el que algo ha de moverse necesariamente en el oyente. El resto de las Variaciones son un alarde de virtuosismo. Cuando en el minuto 19:33 se exponga de nuevo el tema de Chopin, usted lo percibirá de una forma muy distinta.


Trifonov ha grabado para la Deutsche Grammophon esta pieza en un disco que recomiendo vivamente, algo más lento. Así como también les recomiendo el disco de los 12 Estudios de ejecución trascendental de Liszt, para el mismo sello discográfico.


En el segundo video que les propongo, Trifonov interpreta esta obra de Liszt, una de las piezas más difíciles jamás escritas para el piano. Me resulta imposible elegir alguno de los 12 estudios, por lo que les sugiero que los escuchen todos y al final juzguen ustedes mismos si estamos o no en una gran era, la era Daniil Trifonov.

 

 


 

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