Volvamos a la Edad Media
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Los enemigos de izquierda, el socialismo y el comunismo, quieren colectivizar la propiedad, hacerla exclusivamente pública. A la postre, es el Estado el propietario único, el Partido, su gestor, y el pueblo… el siervo. El socialismo y el comunismo, como toda otra ideología colectivista, nos conducen de nuevo hacia lo que H. Belloc denomina "el Estado servil". El colectivismo de izquierda, al anular la propiedad, es un verdadero retroceso con respecto a ese logro luminoso de la Edad media cristiana: la liberación de la servidumbre, el acceso masivo de los pueblos cristianos a la propiedad.
Pero también hay enemigos de la propiedad en la bancada de la derecha: allí se sientan los buitres de la Sociedad Anónima, allí aguardan los carroñeros de las transnacionales y de la gran corporación. Dicen defender la propiedad, pero sólo la suya. La propiedad de los peces gordos que se comen al pez chico, la propiedad oligopólica que tiende a ser monopólica, en un banquete de Pantagruel que lleva a desaparecer a millones de pequeños peces que antes bogaban libres, autónomos, dignos y nunca serviles.
El colectivismo y el capitalismo son las dos caras de un mismo proceso que se inició tras las ruinas del renacimiento feudal. Sí, he dicho bien: el verdadero renacimiento de Europa se dio a partir del año 1.000, a partir de ese momento en que nace precisamente el Cristianismo fáustico –a decir de Spengler- o gótico- en términos de Schubart. Era este un cristianismo nuevo, específicamente europeo, que no huye del mundo, como podía ocurrir a menudo en el mundo antiguo, tiempo de santos que escapaban de la ciudad decadente hacia desiertos y cuevas. El cristianismo gótico-europeo no escapa del siglo sino que se enseñorea de él, lo cultiva como si fuera un huerto, lo domina si el mundo se le tuerce, lo ordena, como quien ordena una casa revuelta o un rebaño espantado.
El cristianismo gótico, al menos en la teoría, supera la esclavitud y la servidumbre antiguas trocándolas por el servicio. Todo hombre sirve: con la espada, la azada, el cetro, el rezo. El cristianismo gótico restaura la propiedad y no la entiende como un derecho de uso y abuso, sino como una relación de dependencia mutua, como una malla de servicios y prestaciones. La tan denostada, por oscura, Edad media, fue en realidad la Edad luminosa del personalismo. La Tierra, los derechos, los privilegios, los vínculos de sangre y de fe se entendían de manera absolutamente personal. Ningún hombre ni ningún producto del trabajo social humano se podían comprender en términos de cosa susceptible de valor de cambio, con derecho de uso y abuso, sino como parte de un entramado de dependencias, de servicios. El campesino europeo, con distintos ritmos locales de progreso, fue liberándose de su servidumbre y accediendo a la propiedad, fundando la familia sobre esta misma idea, la propiedad en el sentido familiar y comunitario. Fue precisamente el "renacimiento" de la Modernidad la ocasión a partir de la cual comenzó a minarse el fundamento de la maravillosa civilización cristiano-gótica. La reforma luterana acabó potenciando el individualismo, impensable en la Edad media. Esa supuesta "liberación" del individuo a la hora de hablar con su Dios y examinar su conciencia, sin intermediarios, sin Madre ni Maestra (Iglesia), aun sin desearlo los propios reformistas, llegó a ser en realidad un brutal recorte: el individuo se vio recortado de su comunidad, fue exaltado como ente ab-soluto (suelto, separado, arrojado). El capitalismo, precisaba de ese tipo de individuo suelto, arrojado de los campos y de las granjas; necesitaba a ese individuo átomo reducido ahora a un par de manos unidas a un cuerpo y ofreciéndose al mejor postor. La exaltación del Hombre en el Renacimiento, tal y como reza la lección de Historia escolar, maquillaba y escondía la exaltación del individuo absoluto, es decir, solitario, convertido en mercancía discreta. El renacimiento medieval fue, a mi entender, el verdadero, pues fue el renacimiento de una civilización cristiana centrada en la persona tras el hundimiento de Roma. Fue el renacimiento de la Civilización escamoteado por un falso Renacimiento posterior, el Moderno, henchido por la hybris (la desmesura y el orgullo) de un ser Humano endiosado.
Las ideologías que han pintado de colores los siglos XIX y XX, ya sea de rojo ya de azul, con mezclas y tonos, con matices y brillos diferentes, son todas ellas hijas de una antropología tenazmente individualista. El hombre endiosado, que es libre de consumir o de contratar, no es producto exclusivo del liberalismo. Se encuentra también en el meollo del propio marxismo. El proletario descrito por Marx es la versión recortada del burgués, un hombre moderno que ha roto los vínculos con su propia humanidad (alienación) y ve reducida sus posibilidades de consumo. El triunfo de una revolución marxista traerá consigo, previo paso por una dictadura del proletariado, una reintegración del hombre, de todo hombre, en el modo de vida burgués: consumo a raudales y escaso tiempo de trabajo, "humanizado" este mismo trabajo gracias a la máquina. El comunismo, sobre el cual Marx calla bastante, con cautela y astucia, es concebido por los marxistas como el país de la abundancia. El proletario quiere universalizar un modo de vida burgués eliminando lo negativo de esa misma burguesía, la propiedad. Una propiedad que, bajo el capitalismo, no hace más que concentrarse y acumularse en muy pocas manos. Manos que, a su vez, en los tiempos recientes, ni siquiera parecen humanas, pues las grandes corporaciones carecen de "amos" con nombre y apellidos, con rostro, ni siquiera poseen rostro de cerdo. Son anónimos, impersonales, multinacionales entes de acumulación de beneficio.
El distributismo, la economía intermedia, el mundo del pequeño negocio (autónomo, familiar, comunitario) debe suponer un cambio antropológico si quiere ganarle la partida a las ideologías modernas. No se trata sólo de una consoladora "tercera vía" para quienes se han sentido expulsados del sistema y tienen que buscarse la vida, sacar las castañas de su fuego, emplearse a sí mismos y sobrevivir gracias a la solidaridad familiar y comunitaria. No, es eso pero mucho más. Se trata de ir organizando una nueva base productiva para restaurar la Moral. La Economía de los pueblos de Europa es, actualmente, una monstruosa máquina que destroza a individuos y comunidades, a identidades y valores, y lo hace a partir de una antropología que parece obra del mismo Satán. La idea de un hombre des-comprometido de su familia, su clan, su entorno natural, su fe y su cultura, la idea de un hombre comprador-consumidor intrínsecamente egoísta, que calcula costes y beneficios tanto si está debajo de la rueda como si tiene la bota encima de los demás… es una idea triste y fanática de hombre. Es una idea que, primero, anidó en sectas cristianas reformistas más puritanas, hundiendo y minando los fundamentos de Europa (fundamentos basados en el cristianismo católico fáustico-gótico) y, ya secularizada, contaminó a pueblos y naciones. Es por ello que, en las dos centurias pasadas, escuchar a los "economistas" (liberales) o a los "materialistas históricos" provoca en las mentes más mosqueadas una rara impresión. Sus sermones puritanos se parecen demasiado a sermones de predicador de vieja película del Far-West. Sus palabras, adornadas con la Biblia y el revólver, son conminaciones al mal: como el hombre lleva en sí el Pecado Original, y él mismo es el Mal, hágase el Mal. El Mal ante el cual, en el juego de maldades llamado Mercado, brillará con más gloria la luz del Bien: crecimiento, competitividad, abundancia.
El distributismo, tal y como yo lo entiendo, es en realidad una reforma moral para los pueblos europeos y sus descendientes. El valor de las cosas pequeñas, el trabajar bien y para los nuestros, la solidaridad de proximidad, la lucha honesta por salir adelante, sin explotación ni especulación. Se trata de volver a la Edad media, sí. Digámoslo así, como provocación. Se trata de que impere el derecho natural, el valor de la tradición, el respeto a la persona. Hacer de los pueblos de Europa, nuevamente, una red de comunidades autosuficientes, en las que se diga, tal y como se decía antaño en mi tierra, Asturias: "que haya de todo para que no falte de nada".
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Los enemigos de izquierda, el socialismo y el comunismo, quieren colectivizar la propiedad, hacerla exclusivamente pública. A la postre, es el Estado el propietario único, el Partido, su gestor, y el pueblo… el siervo. El socialismo y el comunismo, como toda otra ideología colectivista, nos conducen de nuevo hacia lo que H. Belloc denomina "el Estado servil". El colectivismo de izquierda, al anular la propiedad, es un verdadero retroceso con respecto a ese logro luminoso de la Edad media cristiana: la liberación de la servidumbre, el acceso masivo de los pueblos cristianos a la propiedad.
Pero también hay enemigos de la propiedad en la bancada de la derecha: allí se sientan los buitres de la Sociedad Anónima, allí aguardan los carroñeros de las transnacionales y de la gran corporación. Dicen defender la propiedad, pero sólo la suya. La propiedad de los peces gordos que se comen al pez chico, la propiedad oligopólica que tiende a ser monopólica, en un banquete de Pantagruel que lleva a desaparecer a millones de pequeños peces que antes bogaban libres, autónomos, dignos y nunca serviles.
El colectivismo y el capitalismo son las dos caras de un mismo proceso que se inició tras las ruinas del renacimiento feudal. Sí, he dicho bien: el verdadero renacimiento de Europa se dio a partir del año 1.000, a partir de ese momento en que nace precisamente el Cristianismo fáustico –a decir de Spengler- o gótico- en términos de Schubart. Era este un cristianismo nuevo, específicamente europeo, que no huye del mundo, como podía ocurrir a menudo en el mundo antiguo, tiempo de santos que escapaban de la ciudad decadente hacia desiertos y cuevas. El cristianismo gótico-europeo no escapa del siglo sino que se enseñorea de él, lo cultiva como si fuera un huerto, lo domina si el mundo se le tuerce, lo ordena, como quien ordena una casa revuelta o un rebaño espantado.
El cristianismo gótico, al menos en la teoría, supera la esclavitud y la servidumbre antiguas trocándolas por el servicio. Todo hombre sirve: con la espada, la azada, el cetro, el rezo. El cristianismo gótico restaura la propiedad y no la entiende como un derecho de uso y abuso, sino como una relación de dependencia mutua, como una malla de servicios y prestaciones. La tan denostada, por oscura, Edad media, fue en realidad la Edad luminosa del personalismo. La Tierra, los derechos, los privilegios, los vínculos de sangre y de fe se entendían de manera absolutamente personal. Ningún hombre ni ningún producto del trabajo social humano se podían comprender en términos de cosa susceptible de valor de cambio, con derecho de uso y abuso, sino como parte de un entramado de dependencias, de servicios. El campesino europeo, con distintos ritmos locales de progreso, fue liberándose de su servidumbre y accediendo a la propiedad, fundando la familia sobre esta misma idea, la propiedad en el sentido familiar y comunitario. Fue precisamente el "renacimiento" de la Modernidad la ocasión a partir de la cual comenzó a minarse el fundamento de la maravillosa civilización cristiano-gótica. La reforma luterana acabó potenciando el individualismo, impensable en la Edad media. Esa supuesta "liberación" del individuo a la hora de hablar con su Dios y examinar su conciencia, sin intermediarios, sin Madre ni Maestra (Iglesia), aun sin desearlo los propios reformistas, llegó a ser en realidad un brutal recorte: el individuo se vio recortado de su comunidad, fue exaltado como ente ab-soluto (suelto, separado, arrojado). El capitalismo, precisaba de ese tipo de individuo suelto, arrojado de los campos y de las granjas; necesitaba a ese individuo átomo reducido ahora a un par de manos unidas a un cuerpo y ofreciéndose al mejor postor. La exaltación del Hombre en el Renacimiento, tal y como reza la lección de Historia escolar, maquillaba y escondía la exaltación del individuo absoluto, es decir, solitario, convertido en mercancía discreta. El renacimiento medieval fue, a mi entender, el verdadero, pues fue el renacimiento de una civilización cristiana centrada en la persona tras el hundimiento de Roma. Fue el renacimiento de la Civilización escamoteado por un falso Renacimiento posterior, el Moderno, henchido por la hybris (la desmesura y el orgullo) de un ser Humano endiosado.
Las ideologías que han pintado de colores los siglos XIX y XX, ya sea de rojo ya de azul, con mezclas y tonos, con matices y brillos diferentes, son todas ellas hijas de una antropología tenazmente individualista. El hombre endiosado, que es libre de consumir o de contratar, no es producto exclusivo del liberalismo. Se encuentra también en el meollo del propio marxismo. El proletario descrito por Marx es la versión recortada del burgués, un hombre moderno que ha roto los vínculos con su propia humanidad (alienación) y ve reducida sus posibilidades de consumo. El triunfo de una revolución marxista traerá consigo, previo paso por una dictadura del proletariado, una reintegración del hombre, de todo hombre, en el modo de vida burgués: consumo a raudales y escaso tiempo de trabajo, "humanizado" este mismo trabajo gracias a la máquina. El comunismo, sobre el cual Marx calla bastante, con cautela y astucia, es concebido por los marxistas como el país de la abundancia. El proletario quiere universalizar un modo de vida burgués eliminando lo negativo de esa misma burguesía, la propiedad. Una propiedad que, bajo el capitalismo, no hace más que concentrarse y acumularse en muy pocas manos. Manos que, a su vez, en los tiempos recientes, ni siquiera parecen humanas, pues las grandes corporaciones carecen de "amos" con nombre y apellidos, con rostro, ni siquiera poseen rostro de cerdo. Son anónimos, impersonales, multinacionales entes de acumulación de beneficio.
El distributismo, la economía intermedia, el mundo del pequeño negocio (autónomo, familiar, comunitario) debe suponer un cambio antropológico si quiere ganarle la partida a las ideologías modernas. No se trata sólo de una consoladora "tercera vía" para quienes se han sentido expulsados del sistema y tienen que buscarse la vida, sacar las castañas de su fuego, emplearse a sí mismos y sobrevivir gracias a la solidaridad familiar y comunitaria. No, es eso pero mucho más. Se trata de ir organizando una nueva base productiva para restaurar la Moral. La Economía de los pueblos de Europa es, actualmente, una monstruosa máquina que destroza a individuos y comunidades, a identidades y valores, y lo hace a partir de una antropología que parece obra del mismo Satán. La idea de un hombre des-comprometido de su familia, su clan, su entorno natural, su fe y su cultura, la idea de un hombre comprador-consumidor intrínsecamente egoísta, que calcula costes y beneficios tanto si está debajo de la rueda como si tiene la bota encima de los demás… es una idea triste y fanática de hombre. Es una idea que, primero, anidó en sectas cristianas reformistas más puritanas, hundiendo y minando los fundamentos de Europa (fundamentos basados en el cristianismo católico fáustico-gótico) y, ya secularizada, contaminó a pueblos y naciones. Es por ello que, en las dos centurias pasadas, escuchar a los "economistas" (liberales) o a los "materialistas históricos" provoca en las mentes más mosqueadas una rara impresión. Sus sermones puritanos se parecen demasiado a sermones de predicador de vieja película del Far-West. Sus palabras, adornadas con la Biblia y el revólver, son conminaciones al mal: como el hombre lleva en sí el Pecado Original, y él mismo es el Mal, hágase el Mal. El Mal ante el cual, en el juego de maldades llamado Mercado, brillará con más gloria la luz del Bien: crecimiento, competitividad, abundancia.
El distributismo, tal y como yo lo entiendo, es en realidad una reforma moral para los pueblos europeos y sus descendientes. El valor de las cosas pequeñas, el trabajar bien y para los nuestros, la solidaridad de proximidad, la lucha honesta por salir adelante, sin explotación ni especulación. Se trata de volver a la Edad media, sí. Digámoslo así, como provocación. Se trata de que impere el derecho natural, el valor de la tradición, el respeto a la persona. Hacer de los pueblos de Europa, nuevamente, una red de comunidades autosuficientes, en las que se diga, tal y como se decía antaño en mi tierra, Asturias: "que haya de todo para que no falte de nada".











