Casas de acogida
Cada vez es más frecuente en los institutos. El profesor quiere ponerse en contacto con el padre o la madre de un alumno y suele recibir esta información: "No, con los padres no puede ser, con su tutor". El docente interroga un poco más a quien posee una mayor información (el orientador, el tutor, el jefe de estudios…) y le dicen: "Sí, su tutor de la Casa de Acogida".
Cada vez hay más chicos que no viven en su casa, con una familia, con unos padres o abuelos, y con sus hermanos. Viven en "Casas de Acogida". Cuando yo empecé a enseñar, esta situación de ciertos alumnos era de todo punto excepcional. Uno podía imaginarse familias rotas, problemas con el alcohol, las drogas, la salud mental, separación traumática, abandono. Uno podía imaginarse la necesidad de prestar unas atenciones y unos servicios sociales básicos a un tanto por ciento minúsculo de la población juvenil. Uno debía pensar que el derecho fundamental de todo menor, poseer un Hogar (con mayúscula), no siempre estaba garantizado por circunstancias de todo tipo y que entonces, sólo entonces, la Administración debía intervenir. Pero, ¿esto que estoy viendo ahora?
Esto que estoy viendo, a pesar de que habito en una ciudad más bien pequeña y tranquila de España, tiene que ser mucho más grave, feroz diría, en ciudades "aluvión", donde se acumulan muchos hijos de emigrantes desarraigados, donde habitan familias españolas castigadas en zonas de reconversión industrial y declive económico, en pozos de conflictividad social, laboral e incluso étnica. Pero no hace falta irse a sitios así para constatarlo. Esta realidad superabundante de las Casas de Acogida se extiende incluso por el más apacible pueblo o en la capital provinciana hasta ahora apacible y estable. La Familia muere. La Familia se rompe y la atacan por todos los lados.
Hace ya muchos años, el "divorcio exprés" fue introducido por nuestros políticos progresistas, siempre afanosos por "homologar" nuestra democracia con las democracias más avanzadas. Cuando de avances se trata, los propios políticos que hacen apostolado del Progreso rara vez reparan en que también se puede hablar de "avances" cuando hacemos referencia a un "cadáver en avanzado estado de descomposición".
España y sus valores tradicionales se encuentran en un estado avanzado, muy avanzado… de descomposición. El avance, en sí mismo, no es mejora. El avance también es recorrer un tramo de posibilidades hacia un hundimiento, hacia una destrucción. Antes de que alguien hubiese proclamado oficialmente que "España ha dejado de ser católica", ya era cierto y probado que las parejas antes eran más duras en el duro arte de aguantarse. Y que eso de soportarse forma parte del amor. Tengamos en cuenta que las palabras soporte y aguante son ricas, amplias en significado. El hombre necesita el sostén de la hembra, y la mujer requiere de la base firme de su varón. Me atrevo a decir que el hombre sin convivencia de la hembra, es poco hombre y más animal, de la misma manera que la mujer sin el varón se convierte en una cámara vacía y gris, una oquedad llena de ecos y lamentos. La convivencia amorosa es soportarse, y hay más Amor, amor mayúsculo, cuando los apretones y cosquilleos de la libido se atemperan y entra una pareja en la fase de acoplarse anímicamente de veras, esto es: soportarse, tolerarse, cuidar el jardín común y criar hijos. Son los hijos los que amarran y crean compromiso, son los hijos los que deberían permitir al matrimonio redescubrirse y soportarse mutuamente. Pero esto, en el Nuevo Orden Mundial, no interesa. No interesa la existencia de células sociales y biológicas unidas, firmes, solidarias, indestructibles, impermeables a la manipulación y el adoctrinamiento. Interesaba, y mucho, remover el avispero de las bajas pasiones conyugales, hurgar con un maligno dedo en los retortijones de la infidelidad y la intolerancia de alcoba, dividir y vencer a los divididos (en el más puro estilo satánico) para que el verdadero antídoto al Estado y al Consumismo Globalizado, el antídoto de la Familia, avanzara hacia su descomposición.
Volviendo a mi experiencia docente cotidiana, hago constar más detalles. Además del enorme número de niños y jóvenes españoles que carecen propiamente de Hogar, y a quienes hay que buscar una "casa de acogida", hay un creciente número de muchachos que viven en familias monoparentales y rotas. Deben vivir solos con uno de los progenitores. El otro no existe, o no está, como si no existiera.
Si se trata de divorcio o separación suele ocurrir que los dos progenitores exijen información a los docentes por separado, exijen por separado su propio boletín de notas y demás documentos expedidos por el centro… todo por duplicado. El niño suele estar en medio, recibiendo educaciones contradictorias, y a veces es objeto arrojadizo contra un ex cónyuge odiado. En otros casos ocurre a la inversa: el niño, volviendo diablesco su sufrimiento, manipula a ambos y enfrenta a ambos, saliendo él triunfante y, como venganza, consigue hacer de su capa un sayo. Y es así que del desamor y las peleas, se crían sinvergüenzas, muchachos malcriados, desgraciados despóticos que nunca han conocido autoridad. Las matrículas para escolarizarse, los boletines de notas, las cartas con las faltas, los consentimientos firmados y las autorizaciones… todo por separado y por duplicado. ¿Tenemos que aceptar como normal todo esto?
¿Es este el mundo "moderno" que nos prometieron los apóstoles del divorcio exprés y del "derecho a decidir"? Porque hay que recordar que el "derecho a decidir" empezó a mentarse de los vientres y de los genitales antes que de las supuestas naciones y comunidades históricas. El derecho a decidir era "ser dueños y dueñas" de nuestros propios cuerpos. Aberración satánica, o sea, capitalista, de grado sumo: los cuerpos y los afectos entendidos como propiedad.
En un artículo anterior culpaba a la tecnología, a los teléfonos móviles, a la tablet, la destrucción planificada de nuestra juventud. Pero me parece que aún son más culpables, y culpables con solera, ciertas ideologías y leyes metidas con calzador por nuestros políticos a partir de 1975. El divorcio fue aireado como moderno. Después fue moderno el asesinato de inocentes y no nacidos. El crimen más horrendo fue una "interrupción involuntaria" de la gestación. Pero la ingeniería social no ha cesado en su marcha inexorable hacia la extinción del hombre. Hoy debemos los docentes andar de puntillas ante el crimen no tipificado de "herir sensibilidades" de padres y menores. La libertad de cátedra se ha esfumado y nadie sabe cómo ha sido, acaso porque siempre fue humo vendido por este régimen setentayochero. Basta con una denuncia anónima ante la superioridad jerárquica para que la existencia de un humilde docente se vea complicada ante extremos desconocidos por el resto de la ciudadanía. Y el "delito" habitual es éste, el de las "sensibilidades". Parece como si el cuerpo social entero fuera un organismo con inmunodeficiencia adquirida y cada célula que lo compone, el individuo discente, reaccionase de manera excesiva ante el más mínimo estímulo mediáticamente tenido por perturbador. Pero esos padres, alumnos y autoridades hiper-reactivas no existen porque sí.
La sociedad española, y europea en general, no se ha vuelto más débil, vulnerable, de manera espontánea y natural. Es un síndrome de vulnerabilidad inducida desde los más altos poderes. Altos poderes que no son sino plutocráticos cetros que rigen el mundo desde que el orden civilizatorio nuestro, el de la espada, la cruz y la azada, se vino abajo a fines de la Edad Media. Altos poderes que, asumiendo la función satánica de la división, enfrentaron al hermano con el hermano, al hijo contra el padre, al esposo contra la esposa y a la vida contra la misma vida.
Decía el otro día don Juan Manuel de Prada, en una de sus recientes y valiosísimas perlas escritas, que estamos entrando en una nueva era de oscuridad. Dentro de la edad oscura que nos toca, nadie quiere ver lo que se muere: la infancia, la juventud, la cultura y la enseñanza, el respeto a uno mismo y el sentido celular y nuclear del "nosotros" familiar. Y sin familia cae todo lo demás, cae la patria y se derrumba la civilización. El propio hombre se volverá un recuerdo, y en este mundo-mercado, una mera y barata mercancía. A todo esto apunta ese síntoma que palpo y ausculto en un instituto cualquiera: las casas de acogida.
Cada vez es más frecuente en los institutos. El profesor quiere ponerse en contacto con el padre o la madre de un alumno y suele recibir esta información: "No, con los padres no puede ser, con su tutor". El docente interroga un poco más a quien posee una mayor información (el orientador, el tutor, el jefe de estudios…) y le dicen: "Sí, su tutor de la Casa de Acogida".
Cada vez hay más chicos que no viven en su casa, con una familia, con unos padres o abuelos, y con sus hermanos. Viven en "Casas de Acogida". Cuando yo empecé a enseñar, esta situación de ciertos alumnos era de todo punto excepcional. Uno podía imaginarse familias rotas, problemas con el alcohol, las drogas, la salud mental, separación traumática, abandono. Uno podía imaginarse la necesidad de prestar unas atenciones y unos servicios sociales básicos a un tanto por ciento minúsculo de la población juvenil. Uno debía pensar que el derecho fundamental de todo menor, poseer un Hogar (con mayúscula), no siempre estaba garantizado por circunstancias de todo tipo y que entonces, sólo entonces, la Administración debía intervenir. Pero, ¿esto que estoy viendo ahora?
Esto que estoy viendo, a pesar de que habito en una ciudad más bien pequeña y tranquila de España, tiene que ser mucho más grave, feroz diría, en ciudades "aluvión", donde se acumulan muchos hijos de emigrantes desarraigados, donde habitan familias españolas castigadas en zonas de reconversión industrial y declive económico, en pozos de conflictividad social, laboral e incluso étnica. Pero no hace falta irse a sitios así para constatarlo. Esta realidad superabundante de las Casas de Acogida se extiende incluso por el más apacible pueblo o en la capital provinciana hasta ahora apacible y estable. La Familia muere. La Familia se rompe y la atacan por todos los lados.
Hace ya muchos años, el "divorcio exprés" fue introducido por nuestros políticos progresistas, siempre afanosos por "homologar" nuestra democracia con las democracias más avanzadas. Cuando de avances se trata, los propios políticos que hacen apostolado del Progreso rara vez reparan en que también se puede hablar de "avances" cuando hacemos referencia a un "cadáver en avanzado estado de descomposición".
España y sus valores tradicionales se encuentran en un estado avanzado, muy avanzado… de descomposición. El avance, en sí mismo, no es mejora. El avance también es recorrer un tramo de posibilidades hacia un hundimiento, hacia una destrucción. Antes de que alguien hubiese proclamado oficialmente que "España ha dejado de ser católica", ya era cierto y probado que las parejas antes eran más duras en el duro arte de aguantarse. Y que eso de soportarse forma parte del amor. Tengamos en cuenta que las palabras soporte y aguante son ricas, amplias en significado. El hombre necesita el sostén de la hembra, y la mujer requiere de la base firme de su varón. Me atrevo a decir que el hombre sin convivencia de la hembra, es poco hombre y más animal, de la misma manera que la mujer sin el varón se convierte en una cámara vacía y gris, una oquedad llena de ecos y lamentos. La convivencia amorosa es soportarse, y hay más Amor, amor mayúsculo, cuando los apretones y cosquilleos de la libido se atemperan y entra una pareja en la fase de acoplarse anímicamente de veras, esto es: soportarse, tolerarse, cuidar el jardín común y criar hijos. Son los hijos los que amarran y crean compromiso, son los hijos los que deberían permitir al matrimonio redescubrirse y soportarse mutuamente. Pero esto, en el Nuevo Orden Mundial, no interesa. No interesa la existencia de células sociales y biológicas unidas, firmes, solidarias, indestructibles, impermeables a la manipulación y el adoctrinamiento. Interesaba, y mucho, remover el avispero de las bajas pasiones conyugales, hurgar con un maligno dedo en los retortijones de la infidelidad y la intolerancia de alcoba, dividir y vencer a los divididos (en el más puro estilo satánico) para que el verdadero antídoto al Estado y al Consumismo Globalizado, el antídoto de la Familia, avanzara hacia su descomposición.
Volviendo a mi experiencia docente cotidiana, hago constar más detalles. Además del enorme número de niños y jóvenes españoles que carecen propiamente de Hogar, y a quienes hay que buscar una "casa de acogida", hay un creciente número de muchachos que viven en familias monoparentales y rotas. Deben vivir solos con uno de los progenitores. El otro no existe, o no está, como si no existiera.
Si se trata de divorcio o separación suele ocurrir que los dos progenitores exijen información a los docentes por separado, exijen por separado su propio boletín de notas y demás documentos expedidos por el centro… todo por duplicado. El niño suele estar en medio, recibiendo educaciones contradictorias, y a veces es objeto arrojadizo contra un ex cónyuge odiado. En otros casos ocurre a la inversa: el niño, volviendo diablesco su sufrimiento, manipula a ambos y enfrenta a ambos, saliendo él triunfante y, como venganza, consigue hacer de su capa un sayo. Y es así que del desamor y las peleas, se crían sinvergüenzas, muchachos malcriados, desgraciados despóticos que nunca han conocido autoridad. Las matrículas para escolarizarse, los boletines de notas, las cartas con las faltas, los consentimientos firmados y las autorizaciones… todo por separado y por duplicado. ¿Tenemos que aceptar como normal todo esto?
¿Es este el mundo "moderno" que nos prometieron los apóstoles del divorcio exprés y del "derecho a decidir"? Porque hay que recordar que el "derecho a decidir" empezó a mentarse de los vientres y de los genitales antes que de las supuestas naciones y comunidades históricas. El derecho a decidir era "ser dueños y dueñas" de nuestros propios cuerpos. Aberración satánica, o sea, capitalista, de grado sumo: los cuerpos y los afectos entendidos como propiedad.
En un artículo anterior culpaba a la tecnología, a los teléfonos móviles, a la tablet, la destrucción planificada de nuestra juventud. Pero me parece que aún son más culpables, y culpables con solera, ciertas ideologías y leyes metidas con calzador por nuestros políticos a partir de 1975. El divorcio fue aireado como moderno. Después fue moderno el asesinato de inocentes y no nacidos. El crimen más horrendo fue una "interrupción involuntaria" de la gestación. Pero la ingeniería social no ha cesado en su marcha inexorable hacia la extinción del hombre. Hoy debemos los docentes andar de puntillas ante el crimen no tipificado de "herir sensibilidades" de padres y menores. La libertad de cátedra se ha esfumado y nadie sabe cómo ha sido, acaso porque siempre fue humo vendido por este régimen setentayochero. Basta con una denuncia anónima ante la superioridad jerárquica para que la existencia de un humilde docente se vea complicada ante extremos desconocidos por el resto de la ciudadanía. Y el "delito" habitual es éste, el de las "sensibilidades". Parece como si el cuerpo social entero fuera un organismo con inmunodeficiencia adquirida y cada célula que lo compone, el individuo discente, reaccionase de manera excesiva ante el más mínimo estímulo mediáticamente tenido por perturbador. Pero esos padres, alumnos y autoridades hiper-reactivas no existen porque sí.
La sociedad española, y europea en general, no se ha vuelto más débil, vulnerable, de manera espontánea y natural. Es un síndrome de vulnerabilidad inducida desde los más altos poderes. Altos poderes que no son sino plutocráticos cetros que rigen el mundo desde que el orden civilizatorio nuestro, el de la espada, la cruz y la azada, se vino abajo a fines de la Edad Media. Altos poderes que, asumiendo la función satánica de la división, enfrentaron al hermano con el hermano, al hijo contra el padre, al esposo contra la esposa y a la vida contra la misma vida.
Decía el otro día don Juan Manuel de Prada, en una de sus recientes y valiosísimas perlas escritas, que estamos entrando en una nueva era de oscuridad. Dentro de la edad oscura que nos toca, nadie quiere ver lo que se muere: la infancia, la juventud, la cultura y la enseñanza, el respeto a uno mismo y el sentido celular y nuclear del "nosotros" familiar. Y sin familia cae todo lo demás, cae la patria y se derrumba la civilización. El propio hombre se volverá un recuerdo, y en este mundo-mercado, una mera y barata mercancía. A todo esto apunta ese síntoma que palpo y ausculto en un instituto cualquiera: las casas de acogida.