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Carlos X. Blanco
Domingo, 25 de Marzo de 2018 Tiempo de lectura:

"Competencias" e incompetentes

[Img #13604]A todos los efectos, nuestros legisladores nunca han rectificado los errores graves surgidos de la LOGSE, esa nefasta ley que rompió con nuestras tradiciones en materia de enseñanza y que supuso el hundimiento cultural y moral de España.

 

La actual "Ley Wert" (LOMCE) persevera en los errores y barbaridades de la LOGSE pero, si cabe, los agrava con su estúpido sistema de evaluación y calificación, sometiéndonos a todos, y especialmente a los profesores, a los dictados de los organismos internacionales globalistas, forzándonos a hincar las rodillas ante la plutocracia y tecnocracia de las instituciones europeas.


Tal es el grado de sometimiento y pérdida de "soberanía educativa" en España que, en la comunidad autónoma donde vivo y ejerzo mi docencia, en ciertas materias existe la obligatoriedad de poner el membrete europeísta en la esquina superior de cada examen y documento del instituto, hasta en las más humilde circular informativa, y eso como aviso y señal de que esas enseñanzas están siendo cofinanciadas por aquellas lejanas esferas de poder. La cofinanciación europeísta es desigual, según asignaturas, y no de toda la enseñanza en bloque. El público (especialmente padres y alumnos) suele ignorar que hay unas asignaturas y unas enseñanzas con financiación "europea" y otras que no, que se deben contentar con los grifos financieros indígenas. Esto provoca –al menos a mí- una sensación de desasosiego. Me induce el pensamiento de que España, en el contexto europeo, es una especie de gañán insolvente, que debe ser rescatado por partes y a plazos, todo por haber consumido su corta paga en juergas y apuestas locas. Me produce una sensación deprimente conocer en mi oficio que "quien paga, manda", y que no todas las materias son objeto de atención preferente por ese ente europeo.


Al proceder tan importantes partidas de dinero de unos fondos europeos (y que por tanto exigen membrete especial y una inspección educativa también especial), no debe extrañarle a nadie que la imposición de la jerigonza y de la mentalidad plutocrática y tecnocrática en el ámbito de la Educación haya ido en aumento y que, si bien ya era plúmbea y visible en los tiempos de la LOGSE, ahora la pedagogía oficial se haya convertido en un verdadero catecismo fanático, impuesto autoritariamente sobre los docentes, catecismo de muy difícil comprensión y de imposible aplicación.


El catecismo incluye dos términos a los que hay que prestar especial atención, términos que recaen como mazos y martillos sobre los cráneos de los profesores, pero que se escapan al control de parte del gran público: competencias educativas y estándares de evaluación.

 

Los ciudadanos de toda condición (y no sólo los que estamos más metidos en la harina de la Educación) ignoran que estos términos son una clara imposición de las instituciones europeas que comprometerán para siempre nuestra supervivencia como nación y nuestras posibilidades culturales y formativas.

 

Los propios docentes hemos tenido, una vez más, que agachar la cerviz y soportar admoniciones, peroratas y recomendaciones encaminadas a "adaptar la práctica docente a la normativa vigente". Es evidente que, tras la creación de un régimen constitucional y democrático en 1978, muy poca cultura democrática se ha formado en los medios pedagógicos y académicos y que la aparición de una nueva ley de Educación (LOMCE), sin consenso, sin debate previo, sin consulta con profesionales y sectores representativos de la Enseñanza, es una cuestión de "ordeno y mando".

 

Pasmados y estupefactos, los profesores hemos podido asistir a admoniciones varias sobre cómo "adaptarse a la normativa vigente" sin que medie, a cambio y ni por asomo, la menor oferta formativa por parte de la Administración para conocer los jeroglíficos de esa nueva normativa vigente. Resulta de lo más chocante que a los profesores les impongan toda una nueva terminología (jerigonza) pedagógica y un alambicado sistema de evaluación, que corta radicalmente con las tradiciones y usos inveterados de los docentes españoles, y que, por el contrario, nadie se haya molestado en: a) justificarlo, b) explicarlo o, si cabe, "descifrarlo".

 

Como yo creo entender un poco la manera de funcionar la Administración Educativa, después de largos años de servicio, me atrevo a decir que ni siquiera la Autoridad "competente" entiende muy bien el nuevo sistema y, por ende, se limita a imponerlo sin más, aplicándolo en la dirección en donde "el corte del carnicero" satisface más al pueblo y perjudica más a la patria: retirándole la razón al maestro, otorgándosela al caradura, beneficiando al más leguleyo y querellante, y agravando a quien trabaja en serio y estudia duro.


Comencemos con el primer palabro: "Competencia". Está claro que lo que nuestros mecenas y tutores, esto es, los invisibles y distantes altos funcionarios europeos quieren es esto, que abandonemos un objetivo cimero en la enseñanza científica y humanística de Occidente: alcanzar Conocimiento.

 

Nuestros niños y jóvenes no precisan "conocer", que en mala hora les hemos atiborrado (nos cuentan) con las listas de los reyes godos y cosas así. Empleando y extendiendo un término oriundo de la formación profesional, y con resonancias mucho más tecno-económicas y utilitarias, los tecnócratas europeos, y quienes nos "rescatan" y financian, entienden que cuanto hace un chico en la escuela y en el instituto no es otra cosa que "alcanzar competencias". Uno posee la competencia de arreglar un váter o reparar un auto, si estudia para fontanero o mecánico, de forma respectiva, justamente como si posee la competencia de hacer una raíz cuadrada en matemáticas o una línea del tiempo en clase de historia.

 

Incluso, tal y como como ha "innovado" la Comunidad de Castilla-La Mancha, uno puede poseer la "competencia emocional" si sabe, de acuerdo con la psicología yanqui, "hacer una buena gestión de sus emociones". Todo son competencias en la vida: se alcanzan o no se alcanzan, y si en parte se alcanzan, se alcanzan según medidas, grados y "estándares objetivos". Y aquí, con esta roma mentalidad pseudo-profesionalista, por no decirlo claramente, gilipollez, los nuevos burócratas de la enseñanza pretenden imponer al profesorado la idea de que la evaluación del alumnado ha de ser un "fiel reflejo del grado de competencias alcanzado". Ya no se puede evaluar al que trabaja, se esfuerza, llega o no llega, hace el vago, estudia, aprovecha, a quien le "entra" o no "le entra" el conocimiento, se porta bien o mal... Ya no se puede "avisar" con el suspenso preventivo para que un niño estudie más y mejor en la próxima evaluación. Ya no es lícito usar la calificación como un "instrumento punitivo" que sirva para corregir malas conductas y peores actitudes. De eso, nada. Se trata de medir unas supuestas "competencias" que, al igual que se dice de las habilidades profesionales, miden si uno puede arreglar el váter si es fontanero, o hacerle una permanente a la cabeza de alguien, si es peluquero. En un mundo de "profesionales", como este en el que los euro-burócratas europeos nos quieren meter, se trata de "medir" esas competencias con total objetividad, y, para ello, no dudan en imponer todo un mecanismo barroco y pseudo-estadístico basado en ponderaciones (pesos porcentuales para cada "estándar" o, sea 'ítem' evaluable). Excuso decir que he tenido noticia de institutos que han elaborado programas informáticos para que los profesores, en vez de enseñar y transmitir conocimiento y valores, se dediquen a meter miles de datos en la maquinita y así poder "evaluar por competencias".


Nos quieren hacer creer que se puede medir la competencia de un chaval como quien mide el grado de eficiencia de un motor de combustión o como se mide el grado de efectividad de un medicamento, o el índice de productividad de un operario. Con la muy abstracta y muy absurda imagen de un universo social formado por entes humanos en progresivo ascenso "hacia un mayor nivel competencial", una vez que se le han dado "herramientas" pedagógicas oportunas, estos "hombres de negro" euro-burócratas, y sus esbirros en la administración indígena, pretenden que nos olvidemos del Conocimiento, así escrito, con mayúscula. La conquista del Conocimiento es una conquista casi bélica, es cosa de sangre, sudor y lágrimas. Nada se conquista sin esfuerzo, y los chavales en el aula deben saberlo cuanto antes. Los hay más rápidos y más despiertos, y los hay más torpes y lentos. También los hay que no deben estar en las aulas, sino haciendo algo útil a la sociedad, o aprendiendo un oficio que les sea útil -al menos- a ellos mismos. Pero eso de pretender "medir" competencias de los chicos como si fueran parámetros económicos o tecnológicos no es más que ideología pura y tomadura de pelo a los profesores. Por otra parte, me consta que para lo único que ha servido es para crear situaciones de clara injusticia y desigualdad. Si un chaval es vago y sinvergüenza, pero tiene la suerte de contar con un padre "versado" en los intríngulis de la LOMCE, puede reclamar oportunamente la nota final de curso ante un sistema de evaluación tan abstruso, y así ganar el aprobado "por imposición" de la Administración, pues algunos inspectores aprovechan la más mínima ocasión para quitarle la razón a los profesores y tener contentos a estos padres-clientes. Los clientes, recuerden, "siempre llevan la razón". En cambio, el chico que no posee padres tan versados en saberes arcanos, se queda con la nota que les caiga encima. Como es imposible cumplir la ley, el funcionario de la Enseñanza siempre se verá indefenso y desautorizado. Si quiere ser justo debe incumplir la norma. El buen maestro prefiere ser justo a ser legal, sobre todo sabiendo que "ser legal" es imposible con una ley jeroglífica, esotérica, ideológica y operativamente inviable.


En asociación con las "competencias", en las programaciones didácticas de los departamentos (antiguos "temarios") deben figurar listas detalladas de "estándares". ¿Qué significa este otro palabro? En la práctica los "estándares" son ítems que pueden figurar como preguntas de exámenes o "cosas" que el alumno sabe o no hacer, y en un determinado grado.

 

Nótese que ya no existen "temas", "lecciones", "apartados que hay que estudiarse". Los "estándares" son una especie de entidades discretas, como preguntas cerradas en un test: sí o no. Toda asignatura queda cuarteada en "estándares" como si se tratase de unos átomos de habilidades, saberes, destrezas. Cada "estándar" goza de su propio "peso" estadístico o porcentual, de su diferente medida y de su particular instrumento de evaluación.

 

Con este sistema alambicado que ha impuesto la LOMCE, y que la mayor parte de la gente, insensatamente, desconoce, se ha perpetrado el mayor atraco y ataque a la Enseñanza en España. Es un sistema que hace imposible la Evaluación u calificación del alumnado y que convierte al profesor en un chupatintas, en un generador de números y numeritos, en alguien que debe estar obsesionado por tener "los papeles en regla" en lugar de ser lo que toda la vida fue: un Educador. A ello se le une la patética falta de preparación de gran parte de los inspectores de enseñanza. Se están dando múltiples casos de inspectores procedentes del cuerpo de maestros o de técnicos de Formación Profesional, y con experiencia docente (y en ocasiones escasa) en primaria o en talleres, nombrados para evaluar actuaciones de profesores de bachillerato. Una inspección que no esté especializada en la rama científico-académica en cuestión, y adaptada a la etapa o modalidad de enseñanza concreta, siempre será inútil, formalista, vacía, como es la propia pedagogía y la propia legislación educativa que no atiende al principio de "zapatero, a tus zapatos".

 

Entre tanto, España acentúa su declive cultural y moral, al contar con un cuerpo de docentes asustado, aborregado, amedrentado por leyes abstrusas e inaplicables, castrado a la hora de evaluar y actuar, "por miedo a las reclamaciones", inhabilitado a la hora de acometer problemas de disciplina y mala actitud, desautorizado ante sus propios superiores jerárquicos, reciclado en forma de chupatintas y burócrata, en esbirro del globalismo bárbaro emanado de las instituciones europeas y de los tinglados de la UNESCO y demás poderes arrogantes que nos mutilan cada día más, dejándonos sin cultura y sin soberanía.

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