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Pablo Mosquera
Domingo, 25 de Marzo de 2018 Tiempo de lectura:

Las mujeres decidirán

Tras el ocho de marzo nada será igual. Las mujeres al salir a la calle han dado pasos hacia la toma del poder. Han descubierto que tienen la mayoría. Saben que el ejercicio de la ciudadanía como sujeto de derechos, les lleva a decidir en próximas confrontaciones electorales quien gobierna las Instituciones Públicas del Estado.


Evidente que han aprovechado la metedura de pata del todavía presidente del Gobierno. Pero esta vez, es el sumatorio que derrama el vaso. A la corrupción, a la incapacidad para resolver el problema de las pensiones, a la falta de iniciativa para hacer reformas y regenerar la vida pública, sumó el no saber que responder ante la desigualdad en el trato salarial entre hombres y mujeres. Luego quiso arreglarlo colocándose un lazo en la solapa, pero ya era tarde.


Por mucho que se empecinen con noticias o debates disuasorios, este gobierno del PP, con su reforma laboral, su ley mordaza, su financiación pendiente de sentencias judiciales -debería preocuparles lo que le ha sucedido a Sarkozy en Francia- está en caída libre. Pero quien va a juzgarles en las urnas van a ser la mujeres.


Algo similar a lo que aconteció con la IIª República. El reconocimiento de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, incluido el derecho a votar y ser elegidas. Incluso conviene no olvidar que amén del matrimonio civil se aprobó la equiparación salarial. Y es que como dijo nuestra paisana gallega, Concepción Arenal, " la sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano".


Las ciudadanas pueden, deben, saben cómo cambiar el mundo. No se trata sólo de luchar contra la violencia, que por cierto no es de género, es integral. La sufren los más débiles. Forma parte de una subcultura con la que debe enfrentarse la educación pública, pero también la educación directa y subliminal desde los grandes medios audio visuales de información y entretenimiento. Es una vergüenza el uso que se hace de la mujer a efectos publicitarios. Es absolutamente inmoral -en el sentido ético del término- el contenido violento que sostienen determinados programas televisivos a los que nadie controla, ya que existe el complejo de culpabilidad que permite mezclar libertad de expresión con derecho a la intimidad.


Hoy tenemos profesiones universitarias en las que las mujeres son inmensa mayoría. La salud pública y los servicios sociales están, tanto en cantidad como en jerarquía, en manos femeninas. Y funcionan de forma que podemos establecer como la feminización del Servicio Nacional de Salud en España, se convierte en uno de los mejores del mundo, en la medida que incorpora mayoría de mujeres.  

 
El deporte está dando heroínas en todas las competiciones olímpicas. De tal suerte que cada día, año, ciclo, nos muestran la capacidad de liderazgo para ocupar las primeras planas de una actividad con enorme valor añadido.


Sólo nos falta que haya más mujeres al frente de Instituciones tradicionalmente masculinas. El ejército. Los Gobiernos. Las grandes compañías. A la Iglesia no le quedará más remedio que abrirles las puertas de la igualdad para ser, decidir y ejercer.


No debería ser obligatoria la secuencia entre sexos para las listas electorales. Aquí, deben estar los o las mejores. Ni hay que poner cortapisas. Ni resulta estético añadir pluses para garantizar la presencia paritaria de la mujer.


Como hay que terminar con el uso exagerado, rayando el ridículo por excesivo, del término machista. Así resulta una horterada lo de portavoz y portavoza. Como no se puede criminalizar un contencioso entre hombre y mujer, señalando la culpabilidad del varón, o haciéndole siempre sospechoso ante una disputa en la que la justicia no debe tener género y no puede ver sexismo dónde sólo hay pugna por derechos.


Aquí es dónde los Colegios Profesionales deben ser muy cuidadosos con la deontología. No se puede aprovechar la corriente, en un país muy dado a las modas y fácilmente impresionable, hasta el punto de moverse de un extremo al otro. Y así, se debe vigilar la conducta de los abogados, para evitar insulten gravemente el honor de los varones, con la oportunidad para ganarse la clientela femenina.


Un Estado de Derecho es aquel que garantiza el cumplimento de la ley. Pero es también el que garantiza, promueve y educa para la igualdad de oportunidades y trato, sin el valor añadido del género, sea uno o el otro.


Dónde si es preciso un Estado que intervenga, más allá de contemplar, es en la conciliación familiar. Si queremos salir de las causas que promueven el estancamiento poblacional, con el envejecimiento de la pirámide demográfica, es imprescindible dotar al trabajo de las mujeres con los aditamentos precisos para que puedan ser y ejercer como madres, de lo contrario seguirán las cifras de natalidad en descenso, y los cuidados de la primera infancia en manos de guarderías. O lo que sucede en la actualidad. La empresa que debe elegir entre un varón y una mujer con derechos gestacionales, lo hará siempre en favor del primero, ya que sólo cuenta el rendimiento y la productividad fruto de la presencia en el puesto de trabajo.


A este gobierno. A este modelo económico y laboral, caducos. A esta generación de dirigentes, inútiles, carentes de imaginación y propensos a conductas reaccionarias, los pondrán fuera de juego, las mujeres. Esas que se manifestaron por las calles de nuestras villas, el pasado ocho de marzo.   

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