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Sábado, 07 de Abril de 2018 Tiempo de lectura:

El dilema de Orbán y las elecciones: la perspectiva de una vasca afincada en Hungría

[Img #13668]Este domingo, Hungría celebrará elecciones nacionales de las que saldrán elegidos el Primer Ministro y el Gobierno. Como ciudadana nacida en España, pero que vive y paga sus impuestos en Hungría desde hace 25 años, es un tema que me preocupa, y que afectará no solo a los húngaros, sino a los numerosos extranjeros y ciudadanos adoptivos que vivimos en ese país.


Explicado de manera simplificada, estos son los candidatos: por un lado, los dirigentes de una docena de partidos de la oposición que abarca desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, enfrentados entre sí y dentro de sus propios partidos, sin un programa electoral claro; de esos dirigentes, la inmensa mayoría no cuenta con ninguna experiencia real de gobierno, ni siquiera en una aldea (pero aspiran a gobernar de buenas a primeras todo el país), o bien son títeres financiados por especuladores extranjeros, o son exmiembros del gobierno aliados al partido Fidesz del Primer Ministro Orbán, pero perdieron su confianza y la del electorado por sus posiciones antieuropeas, racistas y radicales, o bien fracasaron al gobernar con el antiguo partido comunista por sus escándalos. Escándalos que no en todos los casos fueron por corrupción (como el famoso discurso del candidato Gyurcsány, que siendo Primer Ministro pronunció una alocución ante su Partido Socialista en el que dijo literalmente, entre otras cosas: "Hemos mentido durante año y medio, mintiendo mañana, tarde y noche", "Tenemos que transformar este jodido país", "No tenemos muchas opciones, porque la hemos jodido. No la jodimos un poquito, sino un montón. Ningún otro país de la Unión Europea ha hecho algo tan gilipollas como nosotros”, "...y entretanto, no hemos hecho nada de nada durante cuatro años: nada. No cabe mencionar ni una medida importante del Gobierno de la que estemos orgullosos...”, "Nuestra labor de gobierno no la hacemos por las buenas, con calma o con detalle. No, no: lo hacemos a lo loco (...) tan a la desesperada que estamos a punto de reventar”. El discurso se puede consultar en Wikipedia bajo "Őszöd_speech").


La intención de voto de todos estos partidos de la oposición oscila entre el 2,3% del recién creado partido de protesta "Momentum” hasta el 17,5% del ultraderechista Jobbik, pasando por el 12% de los excomunistas, rebautizados Partido Socialista Húngaro.


Por otro lado, con una intención de voto de casi el 50%, está Viktor Orbán, dirigente de la alianza Fidesz-Cristianodemócratas, que ha gobernado el país entre 1998 y 2002, y desde 2010 hasta la fecha. Como todos los primeros ministros húngaros (salvo quizá József Antall) desde la caída del Telón de Acero en 1989, Orbán se encuentra involucrado en casos de corrupción. Pero su gobierno ha tomado muchas medidas para mejorar el nivel de vida de los húngaros, y ha concedido la nacionalidad húngara a miles de rumanos, israelíes, eslovacos y ucranianos descendientes de húngaros.

 

Entre otros logros, ha reducido el IRPF al 15% para todos, y el impuesto sobre sociedades al 9% (el más bajo de toda la Unión Europea); ha reducido el desempleo al 3,7% (noviembre de 2017); ha aumentado las pensiones en un 3,8% en 2018 (comparado con el 0,25% anunciado por el Gobierno español); ha aumentado el salario bruto y neto en un 13% en el último año (+8% del salario mínimo, y +12% del salario mínimo garantizado); ha reducido varias veces en un 20% y en un 10% los gastos de agua, luz y gas/calefacción de los hogares; ha duplicado las subvenciones para las familias, y ha reducido el IVA del 27% para todos los productos y servicios (el más alto en la Unión Europea) al 5% para medicamentos, libros, revistas y artes escénicas, acceso a Internet, restaurantes, pescado, productos porcinos, aves de corral y sus productos, lácteos, y viviendas de construcción nueva.

 

Todos estos logros son hechos, corroborados por cifras y datos, y no tienen absolutamente nada que ver con la cuestión de la migración, que ha dominado la campaña electoral de Orbán porque se trata de un problema de dimensión europea y hasta mundial, y que por tanto va más allá de las competencias de Hungría.


En 2015, cuando se produjo el éxodo masivo de Siria, Afganistán y otros países de Oriente Medio y de África, tuve ocasión de tratar personalmente con miles de migrantes de esos países que atravesaron ilegalmente la frontera entre Hungría y Serbia en dirección a Europa occidental y pasaron por la ciudad fronteriza de Sopron, situada entre Austria y Hungría, donde yo vivo desde hace muchísimos años.

 

Mi profesión es traductora e intérprete de conferencias con seis idiomas en varias organizaciones internacionales, entre ellas la Unión Europea, y me presté voluntariamente para pasar mis dos meses de vacaciones de verano ayudando a los recién llegados a comunicarse con las autoridades y los servicios médicos y de policía locales: ¿quiénes eran, de dónde venían, sufrían lesiones o enfermedades crónicas o agudas que necesitaran atención médica, tenían familiares o conocidos en esta zona con los que pudiéramos entablar contacto, había entre ellos mujeres, también embarazadas, o niños que necesitaban cuidados especiales?   


Preguntas lógicas y legítimas, planteadas para prestar ayuda: preguntas que quedaron sin respuesta. Porque la inmensa mayoría eran varones jóvenes que respondían en el mejor caso con el silencio, y en el peor con violencia: insultos, escupitajos y patadas contra los médicos, sicólogos, funcionarios y voluntarios que trataban de gestionar su paso más o menos ordenado por una ciudad de 60.000 habitantes adonde de golpe afluían varios miles de migrantes bloqueados allí, puesto que Austria les había cerrado sus fronteras meses antes de que también lo hiciera Hungría.

 

La ciudad se volcó en ellos, les ofreció gulash de ternera (y no de cerdo), algo que muchos húngaros solo pueden permitirse consumir una vez por semana, si es que pueden, y agua mineral embotellada: los recién llegados lo arrojaron todo a las vías del tren porque "no está preparado según el rito halal, ni como nos gusta a nosotros”. A las mujeres que les asistíamos como intérpretes, enfermeras, cocineras o trayéndoles ropa y comida, nos insultaban, nos pellizcaban donde podían y luego nos apartaban a empujones, se interponían entre nosotras y las pocas mujeres que viajaban con ellos, impidiendo que hablaran siquiera con nosotras. Esa fue mi experiencia, y la de muchos otros húngaros; no solo en Sopron, sino en Budapest, en Győr, en Mosonmagyarovár, en muchas ciudades por las que pasaron. Se portaron actuando hacia nosotros con violencia, xenofobia, antisemitismo, anticristianismo y desprecio hacia las autoridades y la población local. Por no hablar de los destrozos materiales que ocasionaron a su paso deliberadamente.


Contrariamente a lo que muchos creen, Hungría, un país de menos de diez millones de habitantes, ha sido siempre, a lo largo de su historia milenaria, un crisol multicultural donde conviven pacíficamente muchísimas etnias y religiones diferentes (magiares, székely, romaníes, croatas, eslavos, judíos, bosnios, teutones, de confesión católica, luterana, calvinista, judía, serbia ortodoxa y rusa ortodoxa, entre otras).

 

Pese a su riqueza histórica y cultural, actualmente es un país muy empobrecido debido a los más de cuarenta años de ocupación y expolio de sus recursos naturales por la Unión Soviética. Aun así, precisamente porque Hungría ha sufrido éxodos históricos de su propia población, sobre todo durante la invasión turca y bajo la ocupación soviética, los extranjeros de todas las nacionalidades siempre han sido bienvenidos, y la integración ha funcionado sin problemas. Hasta que, en verano de 2015, más de 160.000 migrantes entraron en Hungría y se encontraron bloqueados allí, mientras los países adonde se dirigían, Alemania y Austria, les cerraban sus fronteras. Hungría abrió centros de acogida y trámite de la documentación necesaria, cumpliendo estrictamente sus obligaciones frente a la Unión Europea (el primer país de la UE en el que entra un migrante es el país que debe acogerlo y tramitar sus papeles), pero los migrantes rechazaron de plano la hospitalidad de un país pobre, cuyas ayudas a la propia población indigente no llegan ni a la quinta parte de las prestaciones en Alemania o Austria.  


Hungría tiene la obligación de defender sus fronteras propias, así como la frontera exterior de la Unión Europea que cae en su territorio, y así lo hizo al construir la valla con Serbia. No fue el único país: también lo han hecho Austria (sin fronteras exteriores de la UE, por cierto), Bulgaria, Eslovenia, Macedonia, y Francia (fuente: https://www.indy100.com/article/a-map-of-the-six-european-countries-who-have-built-a-wall-to-stop-migrants-7320271).

 

¿Por qué los medios informativos solo mencionan la valla entre Hungría y Serbia, y silencian adrede las de todos esos otros países?

 
A esa experiencia directa y personal en mi ciudad, Sopron, puedo sumar mi experiencia de los últimos diez años, viajando a través de Europa para trabajar en Austria y en Bruselas. Conozco de primera mano sus zonas donde ahora ni la policía se atreve a entrar, el aumento de la delincuencia perpetrada por migrantes ilegales tanto en Bruselas como en Alemania y, desgraciadamente, también en Viena y otras ciudades austríacas. Comparando mi experiencia con los migrantes recién llegados en Sopron con mi experiencia con ese tipo de migrantes no integrados en Bruselas o Alemania, la experiencia es prácticamente la misma.


Esto lo digo como expatriada vasco-hispano-argentina, hija y nieta de refugiados de guerra que huyeron de su país con lo puesto, y bendijeron al país que los acogió, primero Argentina y muchos años después España, que jamás plantearon exigencias culturales, religiosas, políticas, lingüísticas o económicas para sí o para su familia, que aprendieron el idioma y se plegaron a las tradiciones locales, y aceptaron con gratitud los trabajos más duros durante muchos años con tal de sacar a su familia adelante. Para mí, eso es el verdadero espíritu del refugiado: agradecer cada día, con actos y palabras, el futuro que te regala generosamente un país que no es el tuyo y que no te debía nada, cuando tu propio país te lo ha robado. Y de eso saben mucho los húngaros, que lo han vivido en su propia carne como refugiados, y ahora como país de tránsito de refugiados.


Por eso el Gobierno de Orbán creó en 2017 el programa "Hungary Helps” ("Hungría Presta Ayuda") de ayuda a los refugiados, defensa de los derechos humanos y de las minorías en los lugares de origen: Irak, Siria, el Líbano, Jordania, Palestina, Turquía, Egipto, Nigeria, Tanzania, Kenia y el Congo. ¿Por qué la prensa internacional no habla de los muchos proyectos financiados por este programa húngaro, como la escuela construida en Erbil (Irak) por 650.000 euros, el plan de empleo para jóvenes en un campo de refugiados en Jordania (un millón de euros), las ayudas a las medidas humanitarias de la Iglesia Ortodoxa Siria de Antioquía (un millón de euros), la construcción de 200 viviendas en Tell-Askuf (Irak), por casi dos millones de euros, las becas para que 72 jóvenes cristianos de Oriente Medio y Nigeria puedan estudiar en universidades húngaras, o la repatriación de familias iraquíes en Mosul con material de construcción, electrodomésticos, y ayuda a la reconstrucción de las infraestructuras locales?


¿Por qué la prensa no habla tampoco de las numerosas medidas para favorecer la integración de la minoría romaní, con programas de escolarización, empleo, reinserción social y prevención sanitaria?


Es fácil tildar a Orbán y a su gobierno de populistas (una calificación que sí corresponde a Jobbik, el partido de extrema derecha), cuando lo más acertado sería calificarlos de populares. Sus medidas de apoyo al empleo, a las familias, a la vivienda, a la inversión extranjera, a las PYMES, a la cultura y a la economía individual, familiar, empresarial y nacional son populares, porque funcionan y porque siguen un programa coherente a largo plazo, y son el motivo por el que llevan ocho años gobernando con mayoría absoluta, y probablemente serán reelegidos mañana por mayoría absoluta. La cuestión migratoria es solo un aspecto de los muchos que decidirán el resultado de estas elecciones.


En el platillo negativo de la balanza están los casos de corrupción, la mala situación de un sistema de pensiones, educativo y sanitario ineficiente que dista mucho del nivel occidental, y el enfrentamiento con la Unión Europea provocado ante todo por la política de puertas abiertas indiscriminadas de Alemania, Francia, Italia, Holanda o Bélgica; un enfrentamiento no deseado por Orbán, que siempre ha demostrado con palabras y hechos su adhesión sin reservas a Europa y a la Unión Europea. Orbán es proeuropeo, pero no proglobalista, más bien al contrario: de ahí la confusión.


En resumen, y vistos los logros objetivos del gobierno Orbán/Fidesz-Cristianodemócratas conseguidos para los húngaros en los últimos ocho años, considero que compensan con creces los casos de corrupción y los fallos del sistema sanitario, de pensiones y educativo que aún no han sabido solucionar.  Porque la alternativa son una docena de candidatos demasiado inexpertos, cuya corrupción ya ha sido demostrada, o manipulados por magnates extranjeros cuya agenda no tiene en cuenta los intereses de los húngaros. Orbán significa coherencia, predecibilidad, estabilidad, seguridad, una identidad europea, inversión extranjera, empleo, apoyo a las familias, y rechazo claro a los productos genéticamente manipulados y a la especulación financiera (Hungría ha sido el único país que ha expulsado literalmente de su territorio a Monsanto y al Fondo Monetario Internacional).


Por todo ello, basándome en mi experiencia directa, mi conocimiento profundo de Hungría, su idioma, sus gentes y sus expectativas de futuro (y no en artículos sesgados de la prensa extranjera, escritos por propagandistas a sueldo de intereses de consorcios, bancos y grupos políticos extranjeros), mi voto informado y fundado, pese a todas mis reservas, será de nuevo para Orbán y su gobierno.


A los húngaros en mi situación les diré que, si su experiencia ha sido diferente, respeto su criterio y su decisión, aunque no estemos de acuerdo. A los no húngaros, sé que comprenden que mañana se decide el futuro de Hungría, y por tanto los únicos con derecho a decidir son los húngaros: así es la democracia, así es la soberanía nacional, y son los propios húngaros quienes deberán aceptar las consecuencias de su elección.

 


 

(*) Vic Echegoyen es intérprete, pintora y escritora vasco-hispanohúngara, autora de la novela histórica "El lirio de fuego” (Ediciones B, 2016) y del "Diccionario de Regionalismos de la Lengua Española” (Editorial Juventud, 1997).

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