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Manuel Molares do Val
Jueves, 19 de Abril de 2018 Tiempo de lectura:

Los sindicatos, con los independentistas

Los dos principales sindicatos españoles, UGT y CC.OO., se manifiestan hoy en Barcelona contra las “desproporcionadas decisiones tomadas por los tribunales con los políticos catalanes en la tipificación de algunos delitos, así como en el abuso de la utilización de la prisión preventiva”.

 

Los sindicatos aseguran que no son nacionalistas, pero como ellos denuncian como exagerada la detención de dirigentes del golpe de Estado separatista, puesto que lo es cuando algún poder del propio Estado como la Generalidad y el Parlamento catalanes se levantan contra este y la Constitución.

 

Como hizo Tejero, aunque sin disparar: los dirigentes catalanes, cuya legitimidad se debe a esa Constitución que habían roto, disponían de una mayoría de los 17.000 Mossos d’Esquadra dispuestos a hacer lo que le ordenaran los golpistas. Lo evitó el Art. 155.

 

Pero estos sindicatos se han permitido juzgar y condenar a la Justicia por defender a todos los españoles del golpe y por tomar las medidas precisas de acuerdo con las leyes democráticas para castigarlo.

 

En agosto hará 130 años que Pablo Iglesias Posse, padre del PSOE, fundaba también la Unión General de Trabajadores en Barcelona, UGT, con obreros de toda España que construían la “Barcelona 92” de entonces, la “Exposición Universal”, gran escaparate mundial de la ciudad con financiación del Estado.

 

Comisiones Obreras (CC.OO) aparecía en 1962 en Madrid, con obreros católicos y militantes del Partido Comunista, pero dentro de los sindicatos verticales franquistas para horadarlos desde dentro, y bajo la dirección de Marcelino Camacho, fallecido en 2010.

 

Ambos sindicatos, de componente marxista, eran internacionalistas y pertenecen todavía a la Confederación Europea cuyo objetivo es unificar a los trabajadores sin distinción nacional, siguiendo a Marx y Engels.

 

Pero su decadencia de afiliados en Cataluña –hablan de 140.000 cada uno, aunque fuentes internas reconocen menos de la mitad—supone su ocaso económico, que la Generalidad ha atenuado regándolos con generosos fondos y premios, incluido el Sant Jordi.

 

El número cae aceleradamente estos días en protesta contra esta participación en manifestaciones ajenas al sindicalismo, y que demuestran cómo el nacionalismo corrompió a numerosas organizaciones teóricamente opuestas a su ideología.

 

No hay corrupción más grave que la de entregar el propio país a un grupo de iluminados que si no se paraban a tiempo y con la contundencia de la cárcel provocarían una nueva guerra civil.

 

Porque millones de catalanes, primero, y del resto de los españoles, después, terminarían respondiendo a las agresiones físicas, morales y contra su dignidad y derechos, que ya comenzaban a cometer los independentistas contra ellos y sus familias.

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