Muere Tom Wolfe, reportero brillante y nombre clave del “Nuevo Periodismo” de los años setenta
![[Img #13959]](upload/img/periodico/img_13959.png)
Ha muerto Tom Wolfe, una leyenda del periodismo. Tenía 87 años y una carrera deslumbrante que lo ha encumbrado a lo más alto del mundo de las letras, tanto en el ámbito de la ficción como de la no-ficción, términos definitorios del mundo literario que él ayudó a implantar.
Padre y teórico del “Nuevo Periodismo”, movimiento literario y periodístico que revolucionó la forma de escribir en los periódicos y en las revistas de los años setenta del pasado siglo, Wolfe fue el principal abanderado de ese empeño que tantos textos maestros nos ha legado y que fue tan bien trabajado por otros autores magníficos como Truman Capote y Hunter S. Thompson.
Ha sido su agente, Lynn Nesbit, quien ha confirmado su muerte a “The New York Times”. Wolfe, nacido en Richmond, Virginia, en 1931, había ingresado en el hospital por una infección y allí murió.
La historia narrativa de Wolfe comienza al terminar la secundaria. Estudió literatura y periodismo en la Universidad Washington and Lee. Se graduó en 1952 y, tras un intento con el béisbol profesional, comenzó como colaborador en The Washington Post, Enquirer y New York Herald. Allí comprendió la potencia de la no ficción, de cómo se podía hacer una gran literatura basándola en hechos reales y escribiendo crónicas y reportajes inolvidables en los mejores periódicos y revistas del momento.
Empezó con ensayos periodísticos y literarios como “El Nuevo Periodismo” o “La palabra pintada”, pero el año clave para él fue 1987, cuando publicó su primera novela, “La hoguera de las vanidades”: una enorme, cruel y acerada sátira y parábola de las sociedades urbanas de los años ochenta.
Agnóstico, conservador, valiente, admirador de Ronald Reagan y George W. Bush, poseedor de la Medalla Nacional de Humanidades y defensor a ultranza de la cultura pop, este escritor, que solía presentarse en público con un inmaculado traje blanco y un sombrero de Panamá y que escribía novelas como pocas personas en el mundo lo han hecho, se ha llevado consigo la magia, la intuición, la galantería y la capacidad de irritar de los mejores periodistas. Su obra, hoy más que nunca, es un modelo de todo lo que el periodismo ha perdido. Y por eso es tan importante.
Ha muerto Tom Wolfe, una leyenda del periodismo. Tenía 87 años y una carrera deslumbrante que lo ha encumbrado a lo más alto del mundo de las letras, tanto en el ámbito de la ficción como de la no-ficción, términos definitorios del mundo literario que él ayudó a implantar.
Padre y teórico del “Nuevo Periodismo”, movimiento literario y periodístico que revolucionó la forma de escribir en los periódicos y en las revistas de los años setenta del pasado siglo, Wolfe fue el principal abanderado de ese empeño que tantos textos maestros nos ha legado y que fue tan bien trabajado por otros autores magníficos como Truman Capote y Hunter S. Thompson.
Ha sido su agente, Lynn Nesbit, quien ha confirmado su muerte a “The New York Times”. Wolfe, nacido en Richmond, Virginia, en 1931, había ingresado en el hospital por una infección y allí murió.
La historia narrativa de Wolfe comienza al terminar la secundaria. Estudió literatura y periodismo en la Universidad Washington and Lee. Se graduó en 1952 y, tras un intento con el béisbol profesional, comenzó como colaborador en The Washington Post, Enquirer y New York Herald. Allí comprendió la potencia de la no ficción, de cómo se podía hacer una gran literatura basándola en hechos reales y escribiendo crónicas y reportajes inolvidables en los mejores periódicos y revistas del momento.
Empezó con ensayos periodísticos y literarios como “El Nuevo Periodismo” o “La palabra pintada”, pero el año clave para él fue 1987, cuando publicó su primera novela, “La hoguera de las vanidades”: una enorme, cruel y acerada sátira y parábola de las sociedades urbanas de los años ochenta.
Agnóstico, conservador, valiente, admirador de Ronald Reagan y George W. Bush, poseedor de la Medalla Nacional de Humanidades y defensor a ultranza de la cultura pop, este escritor, que solía presentarse en público con un inmaculado traje blanco y un sombrero de Panamá y que escribía novelas como pocas personas en el mundo lo han hecho, se ha llevado consigo la magia, la intuición, la galantería y la capacidad de irritar de los mejores periodistas. Su obra, hoy más que nunca, es un modelo de todo lo que el periodismo ha perdido. Y por eso es tan importante.