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Pablo Mosquera
Lunes, 21 de Mayo de 2018 Tiempo de lectura:

¿A qué esperan para ilegalizarlos?

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Desde que abandoné la Euskadi devota de Sabino Arana y dispuesta a señalar como enemigos del pueblo vasco a toda persona que no compartiera los principios fundamentales para la construcción nacional del Estado Vasco, no había vuelto a leer, escuchar y ver tamaña cantidad de barbaridades.


No me lo puedo creer. ¿Son estos catalanes aquellos que siempre presumieron de civilizados? ¿Tienen algo que ver, estos padres de la patria catalana, con aquellos que mostraban solidaridad con los que sufríamos la violencia integral en Euskadi? ¿Son estos ciudadanos catalanes del siglo XXI seguidores públicos y privados de los discursos, artículos de opinión y artesanos capaces de crear un conflicto de unas proporciones no suficientemente calculadas, pero semilla para la violencia, inseguridad jurídica, miedo y desafección?


Entre lo que escribió de los castellanos Sabino Arana y lo que ha escrito Torra sobre los españoles, sólo se interpone el paso del tiempo. Por lo demás, el parecido y la intencionalidad es harina del mismo costal.


No sigamos haciéndonos trampas en el solitario. Violencia no es sólo dar mamporros, sacar las tropas a las calles, asaltar tiendas y delegaciones de entidades públicas o privadas. Violencia es crear un clima de inseguridad jurídica, dar un golpe de Estado, por ahora incruento, ciscarse en la Ley, insultar gravemente a los españoles, pasarse el orden constitucional por el arco del triunfo y declarar la República Catalana.  

 
Durante el tiempo que ha permanecido vigente el artículo 155 de la Constitución Española, tiene que haberse recogido información y pruebas más que suficientes para afirmar que en Cataluña llevaban mucho tiempo preparando todo lo preciso para una declaración de independencia. O dicho en términos jurídicos, para la sedición.


Durante muchos años, la sociedad catalana ha sido adoctrinada desde todos los instrumentos posibles, tanto informativos como educativos, en el odio a España, en el mito de los derechos a la autodeterminación, en la República Catalana como Arcadia feliz, mientras vivir en España era un sometimiento contra natura, contra historia y contra derechos de toda índole. Lo malo es que hasta la más burda de las mentiras, a base de repetirse, puede terminar calando como verdad.


El Estado español ha ido a remolque de los acontecimientos, incluso los ha facilitado por simples motivos de tacticismo al servicio de mayorías coyunturales a favor del Gobierno de turno o del cuerpo legislativo en el Parlamento Nacional.       


No hay ninguna posibilidad de cambio. El Parlamento de Cataluña ha investido un Presidente instrumental al servicio del conflicto. Por de pronto han logrado, con los votos de parlamentarios ausentes -¡inaudito!- otra vuelta de tuerca más, incrementar la chulería o la seguridad de que van ganándole la partida al Estado, internacionalizar el conflicto, aumentar la zozobra de los españoles que residen en Cataluña, dar la razón a los que han perdido la confianza sobre la capacidad del actual Gobierno de España, para resolver cualquier problema.


Desde cualquier lugar de nuestro país, al menos hay tres dudas razonables: ¿Qué más tienen que hacer o decir los partidos independentistas catalanes para que se les ilegalice?; ¿Qué espera el Gobierno, acaso un milagro?; ¿Cómo puede ser más importante para un Estado aprobar los Presupuestos Generales con el apoyo del PNV, que cortar definitivamente el proceso independentista?. Me temo que hasta los jueces, que han probado los presuntos delitos de personajes protagonistas del proceso, lleguen a estar hartos, sentirse inseguros, y opten por inhibirse hasta que el propio Ejecutivo no  tome la iniciativa.


Me siguen preocupando, de forma muy grave, esos más de diecisiete mil agentes armados, y digo más, por estar pensando en las policías locales. Me indigna que se haya mantenido la TV3 funcionando como generadora doctrinaria al servicio de la independencia. Es más, no puedo comprender el conflicto en TVE por manipulaciones informativas, y los organismos competentes no digan nada de lo que sucede con las radios y televisiones públicas de Cataluña.


El ridículo llega al paroxismo. Dos presidentes. Varios escapados de la justicia, a los que se les permite votar y ser miembros del nuevo-viejo gobierno para instaurar la República. Un personaje de sainete al frente del desaguisado. Una parte muy numerosa de la ciudadanía enfrentada con la otra parte, con el peligro que ello supone, pues cualquier chispazo, queriendo o sin querer, pondrá en marcha la espiral de la violencia entre partidarios de uno u otro "bando".


Esta vez el PP no puede decir que está sólo frente a la sedición. Es más, echamos en falta una presencia muy seria y severa, ante las instituciones de la UE para advertir que con la Ley de los españoles no se juega. Si la Europa del euro no es capaz de condenar y perseguir a los sediciosos, bandidos, delincuentes y peligrosos enemigos de una Constitución Nacional, es que deberíamos preguntar a los ingleses como se hace lo del Brexit.


Por cierto. Además de carísimo, el Estado de los Autonomías nos está resultando un grave problema, ya que cualquier iluminado hace, dice y moviliza, a su comunidad, a su antojo, contra el resto de los españoles, que como se contagie lo de Cataluña -puede contagiarse, más allá de los problemas con los idiomas- va a ser muy difícil saber quién se siente español.


Desde luego, no deja de ser paradójico. La autonomía que emana de la Constitución, es quien ha propiciado un Parlamento y un Gobierno en Cataluña, dispuestos a romper con la España de tal Constitución. La firma del Jefe del Estado y del Jefe del Gobierno han legitimado el nombramiento de un personaje que los desprecia y que una vez entronizado, se va a dedicar a terminar con los lazos que nos unen y con el cuerpo legal que nos ordena. ¿No hubiera sido de aplauso general que el Jefe del Estado se hubiera declarado insumiso a firmar tal felonía?.   
       

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