La Policía moral
Un delito moral no es algo que necesariamente venga recogido en una legislación penal convencional. El delito moral se sitúa en esa zona gris entre lo que son los delitos comunes, recogidos universalmente en la legislación penal de cualquier país del mundo, y lo que es el comportamiento de un ciudadano ideal, ideológicamente definido por una sociedad mayoritariamente aleccionada al respecto.
Nadie duda que el asesinato, el robo, la violación o el narcotráfico, son delitos por méritos propios en cualquier ordenamiento jurídico. Pero hay otros delitos en una tierra de nadie que necesitan de una carga moral e ideológica para ser comprendidos. Para algunos países la homosexualidad es delito. Para otros la poligamia o la subversión ideológica, política o religiosa, también lo son. Delitos de opinión, delitos de conducta moral inadecuada, la ruptura de la norma social de comportamiento en vestimenta, comportamientos sexuales, educación en valores, proselitismo, apostasía, delitos de subversión, delitos de trasgresión religiosa. Todos estos comportamientos son juzgados en base a una sospecha o delación, en base a un prejuicio o estereotipo, no en función del daño real que ocasionan en el tejido social o en la ruptura de la paz y seguridad de la comunidad.
Estamos convencidos de que vivimos en una sociedad libre de esta policía moral. Cuando hablamos de ella estamos pensando en Arabia Saudita, Irán, Corea del Norte o regímenes totalitarios presentes y pasados.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
La policía moral no se sirve de porras y pistolas para hacerse valer. Sólo necesita realizar informes basados en sospechas e investigaciones previamente condicionadas cuyo fin es probar la tesis imputada a priori al trasgresor moral. Automáticamente el juicio moral provoca una intervención de las fuerzas del orden si el imputado se resiste a ser reeducado o a aceptar el su condena moral y la legitimidad de sus jueces.
Parece cosa de otros mundos, pero lo tenemos aquí en nuestro propio país.
No hay ya aquella policía moral del franquismo que juzgaba conductas desviadas, a personas caídas o en riesgo de caer. No parece que una Inquisición religiosa pueda prosperar en nuestra sociedad laica, democrática y liberal. Sin embargo, las ascuas de aquellos fuegos continúan muy vivas y presentes en nuestra sociedad. Ya no hay sacerdotes iracundos invocando la moral cristiana, o censores políticos apuntando una desviación ideológica antipatriota.
Pero al servicio de la ideología dominante hay unos profesionales que, apartando de lado su función terapéutica, a sueldo de las instituciones, se transforman en policía moral de nuestro sistema. Es el caso de algunos psicólogos y psiquiatras forenses. Como en todas las profesiones, son una minoría aquellos que, olvidando su código deontológico, venden su alma al mejor postor. Pero aunque sean pocos, saben cómo camuflarse entre los suyos.
Recientemente, en distintos medios, se han denunciado casos concretos de la pinza que forman, de manera perversa, el sistema judicial y algunos de los llamados gabinetes psicosociales. Casos que ya están en los tribunales. La perversión consiste en que los primeros esperan de los segundos que digan lo que se presume de los acusados para provocar una sentencia condenatoria. No se juzgan delitos típicos, sino morales. Y son morales porque atañen al comportamiento de las familias, en esa esfera privada que no trasciende al orden público ni a la paz social.
Cómo educamos a nuestros hijos, cómo los alimentamos, si cubrimos o no sus necesidades materiales y emocionales, si los instrumentalizamos o no, si los valores que les transmitimos son adecuados, si existe un maltrato psicológico rara vez demostrable, etc.
Lo común en un informe de la policía moral es adjetivar, conjeturar, elevar la anécdota a categoría, suponer, acogerse al comportamiento ideal que nadie practica pero que se espera de todo ciudadano investigado.
La mera investigación es garantía de culpabilidad. El filtro es tan estrecho que nadie puede atravesarlo. Ni siquiera los propios policías morales soportarían sus propios requisitos. Pero eso da lo mismo. Éstos son martillos y los investigados son clavos.
El esquema de cualquier policía moral es el mismo de cualquier policía política que ha existido en la historia humana. Lo que se busca en el sospechoso siempre acaba encontrándose.
La mujer que no lleva hiyab es una mujer inmoral, como si por llevarlo se recubriera de unas virtudes que de otro modo no podría desarrollar.
El disidente necesariamente es un antipatriota, un traidor, ya que no acepta el sagrado liderazgo de los salvadores de la patria.
El que no desea la independencia de su país, aunque ese país no exista, es un colaborador de los opresores de la patria.
El que no reconoce la superioridad de la religión mayoritaria, es un infiel que conspira contra nosotros.
El que no acepta nuestros valores educativos es un retrógrado que perjudica la integración de sus hijos.
El que no cree en nuestro sistema de protección social y nuestro sistema de salud, es un desestabilizador que pone en riesgo la cohesión social.
El que pone en duda los valores sociales y democráticos de nuestra sociedad, es sospechoso de ser un antisitema o un neofascista.
Si el individuo en cuestión cuestiona el modelo de desarrollo económico es un involucionista que puede desestabilizar nuestro sistema de valores, y por tanto la paz social.
Si no educas a tus hijos en lo políticamente correcto, les privas de su necesaria integración social y no mereces detentar su custodia ni su patria potestad. Estás creando un ejército disidente desde la cuna.
Si uno analiza los informes realizados por algunos pseudo-profesionales, apesebrados por las instituciones, descubre como su trabajo consiste no en hacer una terapia de patología o disfunción alguna, sino en configurar una descripción minuciosa de lo que sus amos han dicho que debe señalar. De ese modo los amos tienen la legitimación científica para esterilizar la disidencia o condenarla al ostracismo. No lo digo yo, lo dice un profesional. Pero ese profesional en realidad es un mercenario a sueldo de aquél que paga el informe.
Las empresas que contratan un servicio de auditoria ambiental nunca suspenden el informe de viabilidad ambiental. Del mismo, en algunos casos puede ocurrir que las administraciones que pagan a un profesional para que diagnostique una tara siempre encuentren la tara que andaban buscando. ¡Qué casualidad!
Nuestros policías morales creen que realizan una gran labor social. Como todos los de su calaña. Pero sólo son una mera justificación del poder que les llena los bolsillos con sus 30 denarios de plata para entregar al reo a la crucifixión social.
Y ustedes dirán: Eso no me va a suceder a mí.
No, claro, salvo que un vecino, un enemigo político, un competidor, el colegio de sus hijos, un médico, un familiar, un ciudadano responsable o su propio cónyuge, le denuncien. Si esa denuncia pone en marcha el mecanismo de la policía moral, haga lo que haga usted, será declarado desviado, antisocial, inadaptado, y en definitiva una anomalía, un ser anormal con algún tipo de tara o patología. Y hay tantas patologías como santos en el santoral.
La libertad ideológica o de expresión es un mero espejismo. La moral es un chicle que se adapta a la bota del poder. Una moral que partiendo de una concepción subjetiva de los valores acaba por ser un código inflexible y ortodoxo al servicio de la dominación y del control social. El que avisa no es traidor.
Un delito moral no es algo que necesariamente venga recogido en una legislación penal convencional. El delito moral se sitúa en esa zona gris entre lo que son los delitos comunes, recogidos universalmente en la legislación penal de cualquier país del mundo, y lo que es el comportamiento de un ciudadano ideal, ideológicamente definido por una sociedad mayoritariamente aleccionada al respecto.
Nadie duda que el asesinato, el robo, la violación o el narcotráfico, son delitos por méritos propios en cualquier ordenamiento jurídico. Pero hay otros delitos en una tierra de nadie que necesitan de una carga moral e ideológica para ser comprendidos. Para algunos países la homosexualidad es delito. Para otros la poligamia o la subversión ideológica, política o religiosa, también lo son. Delitos de opinión, delitos de conducta moral inadecuada, la ruptura de la norma social de comportamiento en vestimenta, comportamientos sexuales, educación en valores, proselitismo, apostasía, delitos de subversión, delitos de trasgresión religiosa. Todos estos comportamientos son juzgados en base a una sospecha o delación, en base a un prejuicio o estereotipo, no en función del daño real que ocasionan en el tejido social o en la ruptura de la paz y seguridad de la comunidad.
Estamos convencidos de que vivimos en una sociedad libre de esta policía moral. Cuando hablamos de ella estamos pensando en Arabia Saudita, Irán, Corea del Norte o regímenes totalitarios presentes y pasados.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
La policía moral no se sirve de porras y pistolas para hacerse valer. Sólo necesita realizar informes basados en sospechas e investigaciones previamente condicionadas cuyo fin es probar la tesis imputada a priori al trasgresor moral. Automáticamente el juicio moral provoca una intervención de las fuerzas del orden si el imputado se resiste a ser reeducado o a aceptar el su condena moral y la legitimidad de sus jueces.
Parece cosa de otros mundos, pero lo tenemos aquí en nuestro propio país.
No hay ya aquella policía moral del franquismo que juzgaba conductas desviadas, a personas caídas o en riesgo de caer. No parece que una Inquisición religiosa pueda prosperar en nuestra sociedad laica, democrática y liberal. Sin embargo, las ascuas de aquellos fuegos continúan muy vivas y presentes en nuestra sociedad. Ya no hay sacerdotes iracundos invocando la moral cristiana, o censores políticos apuntando una desviación ideológica antipatriota.
Pero al servicio de la ideología dominante hay unos profesionales que, apartando de lado su función terapéutica, a sueldo de las instituciones, se transforman en policía moral de nuestro sistema. Es el caso de algunos psicólogos y psiquiatras forenses. Como en todas las profesiones, son una minoría aquellos que, olvidando su código deontológico, venden su alma al mejor postor. Pero aunque sean pocos, saben cómo camuflarse entre los suyos.
Recientemente, en distintos medios, se han denunciado casos concretos de la pinza que forman, de manera perversa, el sistema judicial y algunos de los llamados gabinetes psicosociales. Casos que ya están en los tribunales. La perversión consiste en que los primeros esperan de los segundos que digan lo que se presume de los acusados para provocar una sentencia condenatoria. No se juzgan delitos típicos, sino morales. Y son morales porque atañen al comportamiento de las familias, en esa esfera privada que no trasciende al orden público ni a la paz social.
Cómo educamos a nuestros hijos, cómo los alimentamos, si cubrimos o no sus necesidades materiales y emocionales, si los instrumentalizamos o no, si los valores que les transmitimos son adecuados, si existe un maltrato psicológico rara vez demostrable, etc.
Lo común en un informe de la policía moral es adjetivar, conjeturar, elevar la anécdota a categoría, suponer, acogerse al comportamiento ideal que nadie practica pero que se espera de todo ciudadano investigado.
La mera investigación es garantía de culpabilidad. El filtro es tan estrecho que nadie puede atravesarlo. Ni siquiera los propios policías morales soportarían sus propios requisitos. Pero eso da lo mismo. Éstos son martillos y los investigados son clavos.
El esquema de cualquier policía moral es el mismo de cualquier policía política que ha existido en la historia humana. Lo que se busca en el sospechoso siempre acaba encontrándose.
La mujer que no lleva hiyab es una mujer inmoral, como si por llevarlo se recubriera de unas virtudes que de otro modo no podría desarrollar.
El disidente necesariamente es un antipatriota, un traidor, ya que no acepta el sagrado liderazgo de los salvadores de la patria.
El que no desea la independencia de su país, aunque ese país no exista, es un colaborador de los opresores de la patria.
El que no reconoce la superioridad de la religión mayoritaria, es un infiel que conspira contra nosotros.
El que no acepta nuestros valores educativos es un retrógrado que perjudica la integración de sus hijos.
El que no cree en nuestro sistema de protección social y nuestro sistema de salud, es un desestabilizador que pone en riesgo la cohesión social.
El que pone en duda los valores sociales y democráticos de nuestra sociedad, es sospechoso de ser un antisitema o un neofascista.
Si el individuo en cuestión cuestiona el modelo de desarrollo económico es un involucionista que puede desestabilizar nuestro sistema de valores, y por tanto la paz social.
Si no educas a tus hijos en lo políticamente correcto, les privas de su necesaria integración social y no mereces detentar su custodia ni su patria potestad. Estás creando un ejército disidente desde la cuna.
Si uno analiza los informes realizados por algunos pseudo-profesionales, apesebrados por las instituciones, descubre como su trabajo consiste no en hacer una terapia de patología o disfunción alguna, sino en configurar una descripción minuciosa de lo que sus amos han dicho que debe señalar. De ese modo los amos tienen la legitimación científica para esterilizar la disidencia o condenarla al ostracismo. No lo digo yo, lo dice un profesional. Pero ese profesional en realidad es un mercenario a sueldo de aquél que paga el informe.
Las empresas que contratan un servicio de auditoria ambiental nunca suspenden el informe de viabilidad ambiental. Del mismo, en algunos casos puede ocurrir que las administraciones que pagan a un profesional para que diagnostique una tara siempre encuentren la tara que andaban buscando. ¡Qué casualidad!
Nuestros policías morales creen que realizan una gran labor social. Como todos los de su calaña. Pero sólo son una mera justificación del poder que les llena los bolsillos con sus 30 denarios de plata para entregar al reo a la crucifixión social.
Y ustedes dirán: Eso no me va a suceder a mí.
No, claro, salvo que un vecino, un enemigo político, un competidor, el colegio de sus hijos, un médico, un familiar, un ciudadano responsable o su propio cónyuge, le denuncien. Si esa denuncia pone en marcha el mecanismo de la policía moral, haga lo que haga usted, será declarado desviado, antisocial, inadaptado, y en definitiva una anomalía, un ser anormal con algún tipo de tara o patología. Y hay tantas patologías como santos en el santoral.
La libertad ideológica o de expresión es un mero espejismo. La moral es un chicle que se adapta a la bota del poder. Una moral que partiendo de una concepción subjetiva de los valores acaba por ser un código inflexible y ortodoxo al servicio de la dominación y del control social. El que avisa no es traidor.











