Artículo Editorial
PNV: La traición por bandera
Quizá lo más significativo y simbólico del grotesco espectáculo protagonizado don Mariano Rajoy Brey con motivo de la moción de censura ha sido como él y su equipo de asesores de Moncloa creyeron hasta la mañana del 31 de mayo que no serían traicionados por el PNV y que éste cumpliría con sus compromisos de “estabilidad” plasmados en el acuerdo presupuestario.
El equipo dirigente del PP ha demostrado una incompetencia sublime en varios aspectos, pero a mi humilde entender el más significativo y que a la postre ha sido la carta que ha derrumbado el castillo de naipes popular, ha sido su absoluto desconocimiento de la historia de España, empezando por la Transición. Dicen defender y amar a España y desconocen todo, absolutamente todo, de su pasado.
Tradicionalmente se decía que los vascos eran gente de palabra. No voy a poner en duda esta afirmación, salvo que hablemos de los nacionalistas vascos, y ahí ya es otra historia. El devenir del PNV está jalonado por una impresionante sucesión de gravísimas traiciones, de una singular falta de escrúpulos a la hora de apuñalar por la espalda a quien había creído y casi siempre pagado por su compromiso. El lema del PNV siempre ha sido, coge el dinero y si políticamente interesa, corre. Y para ellos, políticamente, es avanzar hacia la secesión. Lo único que les importa. Nada más y ahí no entran otras consideraciones ni religiosas, ni económicas, ni sociales. La misión histórica de lograr el Estado vasco uno, grande y ultranacionalista, es lo único que les mueve.
Cómo apuñalar a la República por la espalda y encima ser admirados por los “republicanos”
Salvo por los desmemoriados de la Memoria Histórica, se suele recordar la traición de Santoña, cuando el PNV dejó un agujero inmenso en las líneas republicanas, obviamente aprovechado por las tropas nacionales, que entrando en tropel y derrumbaron el frente cántabro. Allí se rindieron 14 batallones de gudaris sin disparar un tiro y un tercio de sus hombres corrió a enrolarse de voluntarios con Franco. Esta “ayuda” facilitó la liquidación del frente norte antes de que llegara el invierno, paralizando las operaciones.
Sin embargo, menos se recuerda cómo alrededor de Bilbao, tras la fácil ruptura del "cinturón de hierro", se rindieron o disolvieron cerca de una treintena de batallones, con escasa o nula resistencia salvo algún episodio puntual. La capital vizcaína fue entregada con sus industrias intactas, siendo todo tan grotesco, que cuando los invasores entraron en la factoría "Euskalduna" encontraron una línea de fabricación de bombas de artillería funcionando a pleno rendimiento. El que fuera principal propagandista franquista, Manuel Aznar, sentenció que con esta conquista y en esas condiciones ya tenían ganada la guerra. Y todo bajo la bendición del PNV.
Pero se desconoce completamente otra traición del PNV a la República aún más letal si cabe, dado que se produjo en los primeros momentos de la guerra, cuando la debilidad de los rebeldes era extrema y aún podían ser aplastados. El carlista Antonio Arrue, que coordinó el golpe en Guipúzcoa, explicó la falta de medios materiales y humanos que tenían para conquistar la provincia (1), lográndolo en agosto y septiembre de 1936 en una campaña que fue facilitada por la pasividad mostrada por los gudaris del PNV. El resultado fue letal para los republicanos, al quedar cortado su acceso a la frontera, por lo que para el abastecimiento hubo que depender exclusivamente de la vía marítima. Tras caer Irún, la suerte del frente norte estaba echada y todo era cuestión de tiempo. Si los nacionalistas tienen que reprochar algo a Franco es su ingratitud por no ponerle una estatua a José Antonio Aguirre.
Hasta que no consiguieron el Estatuto de Autonomía del 1 de octubre, los nacionalistas no movilizaron todos sus recursos y los implicaron en el conflicto. Una vez logrado este texto lo sobrepasaron desde el segundo uno, cuando de la misma forma que hacía el Caudillo, daban un golpe vía Boletín Oficial, desapareciendo el calificativo de “provisional” al nombramiento del lendakari Aguirre. A partir de ahí actuaron en la práctica como si fueran un Estado independiente. Todo queda dicho con recordar que hasta emitieron pasaportes del “Estado vasco”. Daba igual lo que pasara después, que la República fuera aplastada y que la nueva dictadura actuara como quisiera. En la carrera de fondo del PNV sólo les importaba crear el precedente de una “Euskadi independiente” y en la práctica así fue durante ocho meses.
En las páginas de La Tribuna del País Vasco ya se ha tratado cómo mientras la estrella nazi brillaba en Europa, no se hacía ascos a un acercamiento, traicionando toda la estrategia antifascista de las fuerzas con las que se suponía que compartían gobierno en el exilio. Si a Hitler le hubieran salido bien sus planes, no hubieran tenido los menores escrúpulos en ponerse bajo su sombrilla. Como luego no los tuvieron desde 1942, cuando pusieron a numerosos militantes del partido al servicio de la OSS y luego la CIA, para entre otras cosas convertirse en chivatos de sus antiguos compañeros de lucha republicanos con los que compartían exilio. Les traicionaron en la guerra y ahora lo volvían a hacer, pero en este campo a los de la “Memoria” ni están ni se les espera.
Y cuando llega la Transición, a recoger nueces
Hablar de la Transición es hablar de los crímenes de ETA. A estas alturas podemos decir que los dirigentes de UCD fueron una calamidad pública en el tema vasco. Con la tradicional política de la derecha magníficamente descrita por Antonio Muñoz Molina como de “vuelo corto”, decidieron que la solución al terrorismo la debería hacer ¡el PNV!. Desde el minuto uno, responsables ucedistas se afanarán en ir humillándose con cesión tras cesión, mientras que el tándem Arzallus-Garaicoechea les abofeteará públicamene una y otra vez, chantajeándoles sin ningún recato, pero sin hacer nada contra ETA.
Esta realidad fue reconocida tácitamente por José Antonio Ardanza en una entrevista realizada en el diario francés Le Monde el 23 de abril de 1986, cuando refiriéndose al último ejecutivo de Garaicoechea, afirmó: “el anterior Gobierno tuvo el error de usar la misma táctica que con UCD: enfrentamiento sin concesiones”.
Nos lo dice el lendakari: todas las cesiones no habían servido de nada porque ellos no ofrecían concesiones porque no querían la paz, querían la victoria. Así que, tras un cambio de estrategia con el objetivo de seguir cobrando, hubo que esperar al “poli bueno” para que desde ese año, el Gobierno vasco tímidamente empezara a actuar contra los terroristas.
Pero que nadie se engañe, la política de estafa seguía viva. Un mes antes, el día 23, en el diario ABC, el “poli malo” Xabier Arzallus portando su capazo para las nueces, afirmaba que si Navarra se integrara en Euskadi, “ETA dejaría de matar”, con lo que además responsabilizaba indirectamente a los navarros de la violencia.
Regresemos a 1978. Durante las negociaciones con el PNV para la elaboración de la Constitución, todo su afán fue introducir en el articulado el reconocimiento de los “Derechos Históricos”, interpretando que de ahí se derivaba la existencia de una “relación bilateral” España/Euskadi en pie de igualdad. Una vez incluido el reconocimiento, sólo habría que esperar el momento oportuno en Madrid. Sorprendentemente, un sector de UCD les apoyó con una inconsciencia y una completa falta de comprensión de con quién se estaban jugando los cuartos. Lo ocurrido entonces explica muchas cosas que están pasando hoy. En el deseo por incorporar a los nacionalistas al consenso constitucional, finalmente se incluyó su mención en una disposición adicional y en otra transitoria se dio visto bueno para una futura anexión de Navarra. Recuerden un nombre decisivo en este proceso negociador, el padre de la Constitución y premio Sabino Arana, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que desde entonces ha sido un defensor de la sumisión al PNV, pidiendo premiar toda su mala fe y traiciones.
Ante esta bajada de pantalones, que en Madrid creían que era suficiente, salvo alguna voz aislada como la del histórico nacionalista Juan Ajuriaguerra, la dirección PNV en bloque optó por la traición. Después de dar a entender en las negociaciones que apoyarían la Carta Magna, al final por sorpresa pidieron la abstención. Si aún hubieran actuado decentemente dentro de esta posición se podría respetar, pero el viejo partido es como el escorpión de la fábula. Tal como se puede leer en el diario ABC del día 7 de diciembre de 1978, los interventores y apoderados nacionalistas del referéndum constitucional destacaron por su labor obstruccionista, poniendo todo tipo de dificultades para la constitución de las mesas, en alguna de las cuales se demoró hasta las 11 horas. Había que inflar los índices de abstención incluyendo medios torticeros con el objetivo de visualizar una participación inferior al 50 % y lo consiguieron en Guipúzcoa y Vizcaya, donde se registró un 56% de abstención, mientras la rebelde Álava quedó en el 41%.
Y, por supuesto, durante aquellos años después de estar logrando concesión tras concesión, no hicieron nada en materia de terrorismo.
En 1986, Felipe González tenía un problema: las encuestas vaticinaban una derrota en el referéndum de la OTAN. El PNV siempre se había mostrado atlantista, tan atlantista que como ya hemos contado, sus militantes fueron perrunos servidores de la CIA durante muchos años. Los socialistas contaban con su ayuda incondicional, dado que era una cuestión nuclear del programa y de principios nacionalistas. Pero hablamos del PNV, que por supuesto exigió compensaciones. Cuando ya las tenían, encontraron una excusa para que el partido no se implicara y fue que las papeletas no eran bilingües, incluyendo “Bai” y “Ez”.
Aun así tranquilizaron a los incautos socialistas. El 6 de marzo. el lendakari Antonio Ardanza declaró que iba a votar sí en el referéndum, convencido de que “es lo mejor para los vascos y para nuestro país”. El día 10, Juan Manuel Eguiagaray (PSE-PSOE) explicó que si se podía votar en euskera Xabier Arzallus les había prometido “500.000 bai”. Un día después la Junta Electoral Central admitía los “bai” y “ez”, aunque fueran escritos a bolígrafo.
Al final, después de jugar con la bolita, que me abstengo, que no sé, que si… en el País Vasco y Navarra los votos negativos se impusieron por 829.784 a 435.028. Lo del europeísmo y el atlantismo estaba muy bien, pero a la porra los principios si hay la posibilidad mostrar un hecho diferencial con “España”. ¿Qué había pasado? El día 12 de marzo, Xabier Arzallus y Luis María Retolaza reconocieron que el partido no se había implicado, pero esto es insuficiente para explicar tal debacle socialista. Por ello no faltó la otra excusa, la irritación por “la política autonómica socialista”, con la que se buscaba recoger más nueces, pero la realidad fue más simple. Tal y como publicó la prensa aquellos días, a nivel de "batzoki" la consigna a la militancia fue la movilización para conseguir que los simpatizantes votaran masivamente “no”. El hecho de no cumplirse las predicciones de un resultado muy apretado evitó un disgusto a Felipe González, que le pudo haber costado su cargo en Moncloa, pero Andalucía votó en bloque por el “sí” y el resultado hizo que se olvidara cómo le habían dejado tirado después de prometer lo contrario. Y no fue sólo un problema del PSOE, sino que nadie tomó nota.
Pero la traición contemporánea más importante y sobre la que no me extenderé, ya que es relativamente cercana en el tiempo, fue el Pacto de Estella con ETA. En un momento en el que la Ertzaintza estaba plenamente implicada en la persecución del terrorismo y el PNV formaba parte del Pacto de Ajuria Enea, tras la reacción cívica por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, reaccionaron como es habitual en ellos, mediante la traición. El maestro Florencio Domínguez Iribarren lo explicó en su libro "Las raíces del miedo. Euskadi una sociedad atemorizada": Koldo San Sebastián, periodista y militante de PNV en un artículo publicado en 'Deia', reveló la angustia con la que amplios sectores de este partido político vivieron los acontecimientos de julio de 1997, no por el crimen de ETA, sino por la reacción popular contra aquel: "Días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, centenares de militantes del PNV nos reunimos en asamblea para ver cómo afrontábamos la brutal campaña mediático-política que se había desatado contra nosotros (...) Había quien pensaba que, efectivamente, sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar. Para quien conozca un poco la historia del PNV se vivieron los momentos más críticos desde 1936 (incluso más críticos que los de la última escisión)”. A partir de ahí, como dijo Txapote, "Los contactos con el PNV fueron más fáciles que nunca después de la acción contra Miguel Ángel Blanco". Y todo fue rodado.
Conociendo esto ¿cómo los políticos de los partidos constitucionalistas han seguido confiando en el PNV?
Sin perdón señor Rajoy
La listas de actuaciones que no se pueden perdonar de Mariano Rajoy Brey es enorme, pero una de las imperdonables es el blanqueamiento y legitimación del PNV, fuerza que fue presentada desde Moncloa como socio fiable y ejemplar. Con este historial es incomprensible que pudieran tener una fe tan ciega. Y en el caso del expresidente, es especialmente grave porque estaba en el Gobierno durante el periodo de vigencia del Pacto de Estella y cuando se desveló el contenido de los acuerdos secretos. Forzosamente tenía que conocer la magnitud de la traición.
Mientras blanqueaba al PNV y le daba legitimidad, amén de que nos saqueaba con trampas en los cálculos del Concierto Económico y otras prebendas que les permitirían usarlas electoralmente, durante sus años de Gobierno, Rajoy ha tenido comportamientos muy diferentes con aquellos que defendían la nación española.
Recordemos qué pasó durante la anterior legislatura. Mientras CiU ya estaba en el monte con un discurso abierta y frontalmente ultranacionalista, Rajoy se desvivía en deferencias al representante en el Congreso de la corrupta coalición, Josep Antoni Duran i Lleida, trataba con respeto a los diputados de ERC y se mostraba cordial y cálido con los nacionalistas vascos.
En cambio, para Rosa Díez, que le estaba apoyando en la poca legislación que impulsó para frenar a los ultranacionalistas, quedaba reservado el tono borde y desabrido. Una vez que la ex dirigente de UPyD abandonó el Congreso, Albert Rivera ha pasado a ser el blanco de las inconveniencias y falta de educación del expresidente y sus diputados mientras se mostraba afable con los enemigos de España. Los supuestos y los reales errores de Díez y Rivera nunca han sido tomados con paciencia y comprensión, pero las bravatas y provocaciones de los ultranacionalistas al menos hasta el desencadenamiento del golpe de Estado postmoderno del 1-O y su posterior DUI, siempre han contado con su reacción suave y moderada en las formas y en el fondo.
Y este Rajoy y sus escuderos siempre han considerado que los votos “españolistas” eran propiedad de su cortijo, incluidos aquellos de socialdemócratas y de izquierdas. No está mal recordar cómo mientras la izquierda democrática y patriota de UPYD fue destrozada por las terminales mediáticas peperas, desde Moncloa se lanzaba lo que Mauricio Carlotti de Atresmedia calificó la "Operación Sandwich", por la cual la ultraizquierda sumisa y servil a los secesionistas fue promocionada hasta conseguir ser el monstruo electoral que es hoy.
Este comportamiento, reiterado en las dos últimas legislaturas, nos muestra que el PP no tiene solución mientras no haya una refundación y se descabece a la actual dirección. Ni saben, ni aprenden, ni quieren saber ni quieren aprender. Sólo con unos mínimos conocimientos de historia y unas briznas de patriotismo constitucional, habría sido suficiente.
A estas alturas, la responsabilidad de esta última traición no es del PNV sino de quienes a estas alturas nunca ha querido ver con quién se estaba jugando el futuro y el bienestar de los ciudadanos. Si le queda un mínimo de responsabilidad, jubílese señor expresidente, usted y los suyos. Nunca le perdonaremos.
(1) Entrevista a Antonio Arrue en "Diario Vasco", 18 de julio de 1961
Quizá lo más significativo y simbólico del grotesco espectáculo protagonizado don Mariano Rajoy Brey con motivo de la moción de censura ha sido como él y su equipo de asesores de Moncloa creyeron hasta la mañana del 31 de mayo que no serían traicionados por el PNV y que éste cumpliría con sus compromisos de “estabilidad” plasmados en el acuerdo presupuestario.
El equipo dirigente del PP ha demostrado una incompetencia sublime en varios aspectos, pero a mi humilde entender el más significativo y que a la postre ha sido la carta que ha derrumbado el castillo de naipes popular, ha sido su absoluto desconocimiento de la historia de España, empezando por la Transición. Dicen defender y amar a España y desconocen todo, absolutamente todo, de su pasado.
Tradicionalmente se decía que los vascos eran gente de palabra. No voy a poner en duda esta afirmación, salvo que hablemos de los nacionalistas vascos, y ahí ya es otra historia. El devenir del PNV está jalonado por una impresionante sucesión de gravísimas traiciones, de una singular falta de escrúpulos a la hora de apuñalar por la espalda a quien había creído y casi siempre pagado por su compromiso. El lema del PNV siempre ha sido, coge el dinero y si políticamente interesa, corre. Y para ellos, políticamente, es avanzar hacia la secesión. Lo único que les importa. Nada más y ahí no entran otras consideraciones ni religiosas, ni económicas, ni sociales. La misión histórica de lograr el Estado vasco uno, grande y ultranacionalista, es lo único que les mueve.
Cómo apuñalar a la República por la espalda y encima ser admirados por los “republicanos”
Salvo por los desmemoriados de la Memoria Histórica, se suele recordar la traición de Santoña, cuando el PNV dejó un agujero inmenso en las líneas republicanas, obviamente aprovechado por las tropas nacionales, que entrando en tropel y derrumbaron el frente cántabro. Allí se rindieron 14 batallones de gudaris sin disparar un tiro y un tercio de sus hombres corrió a enrolarse de voluntarios con Franco. Esta “ayuda” facilitó la liquidación del frente norte antes de que llegara el invierno, paralizando las operaciones.
Sin embargo, menos se recuerda cómo alrededor de Bilbao, tras la fácil ruptura del "cinturón de hierro", se rindieron o disolvieron cerca de una treintena de batallones, con escasa o nula resistencia salvo algún episodio puntual. La capital vizcaína fue entregada con sus industrias intactas, siendo todo tan grotesco, que cuando los invasores entraron en la factoría "Euskalduna" encontraron una línea de fabricación de bombas de artillería funcionando a pleno rendimiento. El que fuera principal propagandista franquista, Manuel Aznar, sentenció que con esta conquista y en esas condiciones ya tenían ganada la guerra. Y todo bajo la bendición del PNV.
Pero se desconoce completamente otra traición del PNV a la República aún más letal si cabe, dado que se produjo en los primeros momentos de la guerra, cuando la debilidad de los rebeldes era extrema y aún podían ser aplastados. El carlista Antonio Arrue, que coordinó el golpe en Guipúzcoa, explicó la falta de medios materiales y humanos que tenían para conquistar la provincia (1), lográndolo en agosto y septiembre de 1936 en una campaña que fue facilitada por la pasividad mostrada por los gudaris del PNV. El resultado fue letal para los republicanos, al quedar cortado su acceso a la frontera, por lo que para el abastecimiento hubo que depender exclusivamente de la vía marítima. Tras caer Irún, la suerte del frente norte estaba echada y todo era cuestión de tiempo. Si los nacionalistas tienen que reprochar algo a Franco es su ingratitud por no ponerle una estatua a José Antonio Aguirre.
Hasta que no consiguieron el Estatuto de Autonomía del 1 de octubre, los nacionalistas no movilizaron todos sus recursos y los implicaron en el conflicto. Una vez logrado este texto lo sobrepasaron desde el segundo uno, cuando de la misma forma que hacía el Caudillo, daban un golpe vía Boletín Oficial, desapareciendo el calificativo de “provisional” al nombramiento del lendakari Aguirre. A partir de ahí actuaron en la práctica como si fueran un Estado independiente. Todo queda dicho con recordar que hasta emitieron pasaportes del “Estado vasco”. Daba igual lo que pasara después, que la República fuera aplastada y que la nueva dictadura actuara como quisiera. En la carrera de fondo del PNV sólo les importaba crear el precedente de una “Euskadi independiente” y en la práctica así fue durante ocho meses.
En las páginas de La Tribuna del País Vasco ya se ha tratado cómo mientras la estrella nazi brillaba en Europa, no se hacía ascos a un acercamiento, traicionando toda la estrategia antifascista de las fuerzas con las que se suponía que compartían gobierno en el exilio. Si a Hitler le hubieran salido bien sus planes, no hubieran tenido los menores escrúpulos en ponerse bajo su sombrilla. Como luego no los tuvieron desde 1942, cuando pusieron a numerosos militantes del partido al servicio de la OSS y luego la CIA, para entre otras cosas convertirse en chivatos de sus antiguos compañeros de lucha republicanos con los que compartían exilio. Les traicionaron en la guerra y ahora lo volvían a hacer, pero en este campo a los de la “Memoria” ni están ni se les espera.
Y cuando llega la Transición, a recoger nueces
Hablar de la Transición es hablar de los crímenes de ETA. A estas alturas podemos decir que los dirigentes de UCD fueron una calamidad pública en el tema vasco. Con la tradicional política de la derecha magníficamente descrita por Antonio Muñoz Molina como de “vuelo corto”, decidieron que la solución al terrorismo la debería hacer ¡el PNV!. Desde el minuto uno, responsables ucedistas se afanarán en ir humillándose con cesión tras cesión, mientras que el tándem Arzallus-Garaicoechea les abofeteará públicamene una y otra vez, chantajeándoles sin ningún recato, pero sin hacer nada contra ETA.
Esta realidad fue reconocida tácitamente por José Antonio Ardanza en una entrevista realizada en el diario francés Le Monde el 23 de abril de 1986, cuando refiriéndose al último ejecutivo de Garaicoechea, afirmó: “el anterior Gobierno tuvo el error de usar la misma táctica que con UCD: enfrentamiento sin concesiones”.
Nos lo dice el lendakari: todas las cesiones no habían servido de nada porque ellos no ofrecían concesiones porque no querían la paz, querían la victoria. Así que, tras un cambio de estrategia con el objetivo de seguir cobrando, hubo que esperar al “poli bueno” para que desde ese año, el Gobierno vasco tímidamente empezara a actuar contra los terroristas.
Pero que nadie se engañe, la política de estafa seguía viva. Un mes antes, el día 23, en el diario ABC, el “poli malo” Xabier Arzallus portando su capazo para las nueces, afirmaba que si Navarra se integrara en Euskadi, “ETA dejaría de matar”, con lo que además responsabilizaba indirectamente a los navarros de la violencia.
Regresemos a 1978. Durante las negociaciones con el PNV para la elaboración de la Constitución, todo su afán fue introducir en el articulado el reconocimiento de los “Derechos Históricos”, interpretando que de ahí se derivaba la existencia de una “relación bilateral” España/Euskadi en pie de igualdad. Una vez incluido el reconocimiento, sólo habría que esperar el momento oportuno en Madrid. Sorprendentemente, un sector de UCD les apoyó con una inconsciencia y una completa falta de comprensión de con quién se estaban jugando los cuartos. Lo ocurrido entonces explica muchas cosas que están pasando hoy. En el deseo por incorporar a los nacionalistas al consenso constitucional, finalmente se incluyó su mención en una disposición adicional y en otra transitoria se dio visto bueno para una futura anexión de Navarra. Recuerden un nombre decisivo en este proceso negociador, el padre de la Constitución y premio Sabino Arana, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que desde entonces ha sido un defensor de la sumisión al PNV, pidiendo premiar toda su mala fe y traiciones.
Ante esta bajada de pantalones, que en Madrid creían que era suficiente, salvo alguna voz aislada como la del histórico nacionalista Juan Ajuriaguerra, la dirección PNV en bloque optó por la traición. Después de dar a entender en las negociaciones que apoyarían la Carta Magna, al final por sorpresa pidieron la abstención. Si aún hubieran actuado decentemente dentro de esta posición se podría respetar, pero el viejo partido es como el escorpión de la fábula. Tal como se puede leer en el diario ABC del día 7 de diciembre de 1978, los interventores y apoderados nacionalistas del referéndum constitucional destacaron por su labor obstruccionista, poniendo todo tipo de dificultades para la constitución de las mesas, en alguna de las cuales se demoró hasta las 11 horas. Había que inflar los índices de abstención incluyendo medios torticeros con el objetivo de visualizar una participación inferior al 50 % y lo consiguieron en Guipúzcoa y Vizcaya, donde se registró un 56% de abstención, mientras la rebelde Álava quedó en el 41%.
Y, por supuesto, durante aquellos años después de estar logrando concesión tras concesión, no hicieron nada en materia de terrorismo.
En 1986, Felipe González tenía un problema: las encuestas vaticinaban una derrota en el referéndum de la OTAN. El PNV siempre se había mostrado atlantista, tan atlantista que como ya hemos contado, sus militantes fueron perrunos servidores de la CIA durante muchos años. Los socialistas contaban con su ayuda incondicional, dado que era una cuestión nuclear del programa y de principios nacionalistas. Pero hablamos del PNV, que por supuesto exigió compensaciones. Cuando ya las tenían, encontraron una excusa para que el partido no se implicara y fue que las papeletas no eran bilingües, incluyendo “Bai” y “Ez”.
Aun así tranquilizaron a los incautos socialistas. El 6 de marzo. el lendakari Antonio Ardanza declaró que iba a votar sí en el referéndum, convencido de que “es lo mejor para los vascos y para nuestro país”. El día 10, Juan Manuel Eguiagaray (PSE-PSOE) explicó que si se podía votar en euskera Xabier Arzallus les había prometido “500.000 bai”. Un día después la Junta Electoral Central admitía los “bai” y “ez”, aunque fueran escritos a bolígrafo.
Al final, después de jugar con la bolita, que me abstengo, que no sé, que si… en el País Vasco y Navarra los votos negativos se impusieron por 829.784 a 435.028. Lo del europeísmo y el atlantismo estaba muy bien, pero a la porra los principios si hay la posibilidad mostrar un hecho diferencial con “España”. ¿Qué había pasado? El día 12 de marzo, Xabier Arzallus y Luis María Retolaza reconocieron que el partido no se había implicado, pero esto es insuficiente para explicar tal debacle socialista. Por ello no faltó la otra excusa, la irritación por “la política autonómica socialista”, con la que se buscaba recoger más nueces, pero la realidad fue más simple. Tal y como publicó la prensa aquellos días, a nivel de "batzoki" la consigna a la militancia fue la movilización para conseguir que los simpatizantes votaran masivamente “no”. El hecho de no cumplirse las predicciones de un resultado muy apretado evitó un disgusto a Felipe González, que le pudo haber costado su cargo en Moncloa, pero Andalucía votó en bloque por el “sí” y el resultado hizo que se olvidara cómo le habían dejado tirado después de prometer lo contrario. Y no fue sólo un problema del PSOE, sino que nadie tomó nota.
Pero la traición contemporánea más importante y sobre la que no me extenderé, ya que es relativamente cercana en el tiempo, fue el Pacto de Estella con ETA. En un momento en el que la Ertzaintza estaba plenamente implicada en la persecución del terrorismo y el PNV formaba parte del Pacto de Ajuria Enea, tras la reacción cívica por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, reaccionaron como es habitual en ellos, mediante la traición. El maestro Florencio Domínguez Iribarren lo explicó en su libro "Las raíces del miedo. Euskadi una sociedad atemorizada": Koldo San Sebastián, periodista y militante de PNV en un artículo publicado en 'Deia', reveló la angustia con la que amplios sectores de este partido político vivieron los acontecimientos de julio de 1997, no por el crimen de ETA, sino por la reacción popular contra aquel: "Días después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, centenares de militantes del PNV nos reunimos en asamblea para ver cómo afrontábamos la brutal campaña mediático-política que se había desatado contra nosotros (...) Había quien pensaba que, efectivamente, sin ETA nos convertiríamos en una fuerza vulgar. Para quien conozca un poco la historia del PNV se vivieron los momentos más críticos desde 1936 (incluso más críticos que los de la última escisión)”. A partir de ahí, como dijo Txapote, "Los contactos con el PNV fueron más fáciles que nunca después de la acción contra Miguel Ángel Blanco". Y todo fue rodado.
Conociendo esto ¿cómo los políticos de los partidos constitucionalistas han seguido confiando en el PNV?
Sin perdón señor Rajoy
La listas de actuaciones que no se pueden perdonar de Mariano Rajoy Brey es enorme, pero una de las imperdonables es el blanqueamiento y legitimación del PNV, fuerza que fue presentada desde Moncloa como socio fiable y ejemplar. Con este historial es incomprensible que pudieran tener una fe tan ciega. Y en el caso del expresidente, es especialmente grave porque estaba en el Gobierno durante el periodo de vigencia del Pacto de Estella y cuando se desveló el contenido de los acuerdos secretos. Forzosamente tenía que conocer la magnitud de la traición.
Mientras blanqueaba al PNV y le daba legitimidad, amén de que nos saqueaba con trampas en los cálculos del Concierto Económico y otras prebendas que les permitirían usarlas electoralmente, durante sus años de Gobierno, Rajoy ha tenido comportamientos muy diferentes con aquellos que defendían la nación española.
Recordemos qué pasó durante la anterior legislatura. Mientras CiU ya estaba en el monte con un discurso abierta y frontalmente ultranacionalista, Rajoy se desvivía en deferencias al representante en el Congreso de la corrupta coalición, Josep Antoni Duran i Lleida, trataba con respeto a los diputados de ERC y se mostraba cordial y cálido con los nacionalistas vascos.
En cambio, para Rosa Díez, que le estaba apoyando en la poca legislación que impulsó para frenar a los ultranacionalistas, quedaba reservado el tono borde y desabrido. Una vez que la ex dirigente de UPyD abandonó el Congreso, Albert Rivera ha pasado a ser el blanco de las inconveniencias y falta de educación del expresidente y sus diputados mientras se mostraba afable con los enemigos de España. Los supuestos y los reales errores de Díez y Rivera nunca han sido tomados con paciencia y comprensión, pero las bravatas y provocaciones de los ultranacionalistas al menos hasta el desencadenamiento del golpe de Estado postmoderno del 1-O y su posterior DUI, siempre han contado con su reacción suave y moderada en las formas y en el fondo.
Y este Rajoy y sus escuderos siempre han considerado que los votos “españolistas” eran propiedad de su cortijo, incluidos aquellos de socialdemócratas y de izquierdas. No está mal recordar cómo mientras la izquierda democrática y patriota de UPYD fue destrozada por las terminales mediáticas peperas, desde Moncloa se lanzaba lo que Mauricio Carlotti de Atresmedia calificó la "Operación Sandwich", por la cual la ultraizquierda sumisa y servil a los secesionistas fue promocionada hasta conseguir ser el monstruo electoral que es hoy.
Este comportamiento, reiterado en las dos últimas legislaturas, nos muestra que el PP no tiene solución mientras no haya una refundación y se descabece a la actual dirección. Ni saben, ni aprenden, ni quieren saber ni quieren aprender. Sólo con unos mínimos conocimientos de historia y unas briznas de patriotismo constitucional, habría sido suficiente.
A estas alturas, la responsabilidad de esta última traición no es del PNV sino de quienes a estas alturas nunca ha querido ver con quién se estaba jugando el futuro y el bienestar de los ciudadanos. Si le queda un mínimo de responsabilidad, jubílese señor expresidente, usted y los suyos. Nunca le perdonaremos.
(1) Entrevista a Antonio Arrue en "Diario Vasco", 18 de julio de 1961