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Javier Salaberria
Lunes, 18 de Junio de 2018 Tiempo de lectura:

La paradoja sanitaria

Es cierto que comparando nuestro sistema sanitario con el resto del mundo, incluso con países del entorno europeo, podemos estar agradecidos de la calidad y costo del mismo. La salud es un derecho fundamental que debería estar garantizado universalmente, como la educación, la vivienda, el trabajo y la libertad ideológica. Pero una cosa es lo que dicen nuestros principios constitucionales y otra la cruda realidad.


No, no estamos hablando del efectista anuncio del nuevo ejecutivo Sánchez a cerca de devolver la atención sanitaria a los indocumentados.
Lo que suscita la duda sobre el sistema de salud es lo contradictorio que resulta escuchar eso en un país donde los nativos documentados a veces carecen de esos mismos derechos.


¿Cómo es posible?, dirán asombrados e indignados a partes iguales.
Lo es cuando la visión mercantilista y usurera de la salud como un bien de consumo interactúa con un sistema administrativo burocratizado, insensible a las necesidades elementales de los ciudadanos administrados.

 

Recuerda demasiado a lo que sucede en los juzgados. Se supone que todos tenemos un derecho universal a la justicia gratuita. Pero casualmente quienes tienen dinero para pagarse buenos abogados ganan pleitos. Quienes no, pierden el tiempo, la salud y el patrimonio dándose golpes de frente contra un muro.
 

Con la salud pasa tres cuartos de lo mismo. Tienen acceso a la salud de calidad los que tienen forrado su bolsillo.
 

Los negocios de las residencias para la tercera edad, las farmacéuticas, las clínicas privadas de todo tipo, los seguros médicos y las funerarias, florecen a pesar de la Salud Universal pública y gratuita.
 

En primer lugar lo “universal” siempre es sinónimo de masificado, que rima con colapsado. Ese colapso no es uniforme, como tampoco lo son las listas de espera o los overbookings hospitalarios. Pero explíqueselo al que sufre una enfermedad grave.
 

En segundo lugar, a veces, no siempre, algunos tratamientos llegan sospechosamente antes a las clínicas privadas que a la sanidad pública. Probablemente porque el costo de un medicamento experimental y novedoso es más elevado cuando se lanza por primera vez. Según va extendiéndose su uso va disminuyendo el coste de producción, momento en el que es adoptado por la sanidad pública. Pero maldita la gracia que le hace al paciente como no tenga un seguro de salud privado.
 

Además existen áreas de salud que se consideran privadas, aún no sabemos por qué. La psicología, la mayor parte de las intervenciones odontológicas, prótesis, y aparatos de movilidad para impedidos temporales o crónicos, enfermedades raras, tratamientos de rehabilitación de fisioterapia, etc.
 

Es decir, que siendo la salud un derecho universal, tiene muchos “peros” que se resuelven en cuanto enseñas tu tarjeta de crédito. Como casi todo en esta vida.
 

Pero ahí no acaba todo.
 

Pregunta: En la era del Internet y las intranets, no en la de los amanuenses; ¿Cuánto tarda en hacerse un traslado de expediente médico? ¿Un segundo, un minuto, una hora, una día, una semana…varios meses?


Cualquier respuesta es válida ya que depende de lo que le pique el sobaco al funcionario de turno. Y no hablo de repúblicas bananeras del sur sino de la desarrollada, europea y ejemplar Gipuzkoa. Osakidetza no es la maravilla que dice ser. El paciente deja su paciencia sometida a una tortura en la que esa pinza burocrática acaba literalmente con su vida.
 

Mientras tanto las farmacias, no fían a clientes asiduos que han dejado todo su dinero en fármacos inútiles.Los medicamentos van agujereando la cuenta corriente del enfermo, de sus familiares, de sus amigos…Y al final del proceso, menos salud encontramos una ruina económica y personal.
Lo más irónico de todo es la hipócrita y manida frase “lo importante eres tú” que de un modo u otro usan los creativos publicitarios para vender salud. “Lo único importante es tu dinero” deberían subrayar.

 

Vender salud no es curar.
 

Curar empieza evitando la enfermedad, previniéndola, fortaleciendo nuestro organismo y, en todo caso, ayudando a nuestro cuerpo a que sepa curarse solo.
 

No volviéndolo un adicto a sustancias ansiolíticas, o destrozando el sistema inmunológico para combatir un cáncer, o arruinando el sistema digestivo y renal para combatir una bacteria, que para más INRI la has pillado en un quirófano mal esterilizado.
 

El propio sistema de salud patrocina la enfermedad garantizando su beneficio económico.
 

La salud empieza por entender que delante de un médico no hay un caso, un paciente con una sintomatología y un historial médico, sino una persona con una vida compleja.
 

Una persona cuya salud depende en gran medida de que sepamos escuchar lo que nos cuenta, no tanto de su enfermedad, sino de su vida, de su salud.
 

Porque el cuerpo es un mero vehículo y su funcionamiento depende mucho del conductor y su manera de conducirlo.
 

Eso es incompatible con la masificación.
 

Pero también con las ratios de beneficios de las empresas privadas.
 

La mejor medicina, la más barata de producir, aunque no sea fácil obtenerla, y la más universal de todas, es la empatía.
 

Algo que muchos profesionales de la salud olvidan y que no justifica pero explica ese cúmulo de agresiones sufridas por el sector.
 

Hasta para arreglar un coche es necesario escucharlo primero.
 

No somos meras máquinas. Somos una milagrosa combinación de física, química y poesía.
 

Para poder curar, un médico debe ser un excelente ingeniero. Sí, pero también debe ser un buen amigo y un gran poeta.

 

 

 

 

 

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