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Antonio Ríos Rojas
Martes, 19 de Junio de 2018 Tiempo de lectura:

Súbditos del vacío. Razón y pasión

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Pedro Sánchez, como escudero fiel de esas máquinas de triturar llamadas “democracias avanzadas”, traicionará hasta grados sin precedentes a la nación española. A España se la viene traicionando desde hace mucho tiempo, y especialmente desde la Transición, pero lo que se propone Sánchez con su PSOE zapaterizado es un paso de gigante, propio de un gigante sin cabeza, un paso que me temo no acabará bien para la convivencia entre españoles. Evidentemente, Sánchez no se sabe traidor;  muy al contrario, se intuye a sí mismo como salvador de España, y hasta de Europa. Sí, eso mismo que promulgaron Unamuno, Maeztu y Giménez Caballero, que la salvación de Europa habría de venir por España, ¡pero no de esta forma, cacho ...!


El “pensamiento” de Sánchez se carga de aromas de justicia y santidad democráticas, para él fuera de toda duda, esa democracia de la que –piensa Sánchez- carecen España y Europa, la democracia en su estado prístino, verdadero, esencial. Suena a risa que una ministra expresara hace unos días el mismo pensamiento que Gustavo Bueno hizo añicos en “El Fundamentalismo democrático”, frase que sólo un necio -o necia- puede repetir; esta: “los problemas de la democracia española, europea, mundial, se resuelven con más democracia”. Además Sánchez  y su Gobierno viven tan instalados en la inopia que están convencidos de que sus medidas solidarias y de diálogo eterno –excepto, claro está, con los conservadores españoles- serán elogiadas en Europa. A España siempre se la ha vejado en el continente, pero las políticas de Sánchez van a convertir a España en el hazmerreír de la Europa que comienza ya a perfilarse. Para Europa fuimos antes retrógrados, oscurantistas e inquisidores; ahora los españoles seremos bufones, y España, el circo.


Pero centrándonos más en nuestro país, digamos que el motivo impulsor de este metro noventa y dos que se ha instalado de ocupa en la Moncloa es dar cumplimiento a lo que para él es la esencia de España, ser una “nación de naciones”; término que a la vista y al olfato progresanchesco suena como un incensario agitado, por el que exhala el sacrosanto incienso democrático. La única verdad es que esa “nación de naciones” es una dinamo que esparce un gas letal por el que acabará asfixiándose la nación española. La “nación de naciones” es la mayor máquina trituradora pensada para España. Lo de “pensada” es un decir, porque “nación de naciones” no puede pensarse, a menos que las “naciones” referidas en el segundo término de la expresión sean consideradas en su aserción clásica, preestatal, de “pueblos”, “regiones”; de lo contrario es impensable que pueda haber un soberano de soberanos, una soberanía de soberanías, un estado de estados, una ciudad de ciudades. Esto sólo cabría si el primer componente de la expresión ejerce una fuerza peyorativa y despreciativa respecto a los miembros del segundo componente. Lo que nos va a triturar, lo que va a expulsar ese mencionado gas venenoso es precisamente el triunfo del decir sobre el pensar, que lleva al triunfo de la imaginación más delirante contra la razón. El que funda sin la base sólida de una razón realista, funda sobre vacío. No hace falta explicar tomismo a Sánchez, el cuento de los tres cerditos le puede valer, además, lo entenderá mejor. Fundar sobre vacío, con el material de la palabra ajena a la razón realista, es construir con paja; pero precisamente ese es el fin último de “democracias avanzadas”, esa es su idea del “habitar”.


Lo más grave a los ojos de alguien con un mínimo de formación seria y meritoria es que el poder lo han tomado administradores y animadores sociales de cuyos cerebros emana un evangelio utópico sin trascendencia, laico, de palabras biensonantes, dispuesto a traer cuanto antes la parusía final y perfecta del hombre, es decir, su fin. Fundan sobre un imperativo categórico solidario que no se queda en incienso, sino que es gas mortal, letal, sobre todo –para empezar- porque la mitad de los españoles se niega de raíz a respirar este veneno. Pero si el pensamiento sanchesco lograra insertar en los pulmones de todos ese gas letal, sobrevendría el definitivo mestizaje, la plétora de la globalización, y tras ella la robotización, antesala del fin de las culturas, del fin del hombre. Loando a la multiplicidad del ser humano, en el fondo la aniquilan.


Pedro Sánchez es el administrador perfecto de esta hecatombe, pero existe una administradora mucho más tenebrosa aún. Juro, prometo -como ustedes quieran- que cuando hace años oí en una entrevista  televisiva a una diputada del PSOE que hasta entonces desconocía, corrí a enviar un mensaje a mi hermano y a un amigo para decirles que estaba oyendo al modelo de la vaciedad. Se trataba de Meritxel Batet. Hoy es precisamente esta mujer y el vacío que representa lo que puede destrozar nuestra nación por dos vías: la primera, la de otorgar a los separatistas aún más de los privilegios de los que ya disfrutan en detrimento del resto de España, y la segunda, convirtiendo a España en una ONG.


El reino de lo vacío se está instaurando desde hace decenios. Lo vacío manda y modela el mundo, pero lo que Sánchez y el PSOE zapaterizado traen es la revelación e instauración definitiva del reino de lo huero, un paso tan de gigante, tan de metro noventa y dos, que desconoce que tras ese paso está el abismo, la palabra dicha, bien tañida, pero no pensada; la palabra huera por encima de la razón de peso. Es el triunfo de la música pop por encima de la arquitectura clásica. La palabra dicha y bien tañida, que adquiriendo la esencia de una pluma, vuela y levita mecida por suaves vientos zapateriles y evangélicos; la palabra que danza ingrávida en ese escenario teatral llamado cultura. Ante la danzarina palabra vacía o la frase tópica que se eleva a las nubes, tan volátil y atmosférica que se difumina, que se mezcla con todo, muy poco tiene que hacer la pesada razón, hija del “peso de la tradición” –nótese la expresión peyorativa que suele emplearse al hablar de tradición- que arrastra raíces como mortificantes cadenas.
 

Pero no sólo es la claudicación de la razón ante el lenguaje lo que está destruyendo a España, es también la muerte de toda pasión honda, pues lo que este PSOE y PODEMOS promueven es un sentimentalismo universalista, flaco, escuálido y antipasional que no tiene más bases que “el hacer el bien a todos los hombres, y por supuesto mujeres, y transes, y…”. Pero como ejemplo de esta muerte de la pasión reparemos un instante más en Meritxel Batet. No se observa el más mínimo y esperanzador signo de  pasión en esa mujer, ni tan siquiera para comunicar el evangelio del vacío, ¿quizás esto le dé un halo de estúpida melancolía? No, la melancolía la tienen los hombres –y mujeres-, pero un hombre, una mujer, sin razón y sin pasión se convierte en una máquina programada, un robot al que se le carga de palabras hueras que suenan y vuelan, pero que tienen el efecto de un gas corrosivo. En políticos como Sánchez y Batet está el futuro de España. ¡Qué hemos hecho! ¡En qué clase de estercolero hemos convertido nuestras escuelas, nuestros medios de comunicación y nuestras mentes para dejar a España, nuestro pasado, presente y futuro en tales manos; en manos de constructores de paja!
 

Lo quiero repetir; lo que amenaza con asfixiar a España es, en primer lugar, la atmósfera asfixiante de un lenguaje desasido ya del pensamiento, de la razón; y en segundo lugar, el triunfo del sentimentalismo contra la pasión, una pasión que nunca emerge de lo espurio, sino de un suelo, de una base, de unas raíces, tal como la razón, tal como la Tradición.

 

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