La serpiente sigue ahí
Comienzo estas líneas con un homenaje a mi amigo octogenario Nino Muñoz, un resistente al euskonazionalismo abertzale, que en su día fue un representante vecinal muy querido en su barrio de Judimendi de nuestra ciudad de Vitoria.
Nino se entregó en cuerpo y alma a su barrio, de la misma manera que en su día -cuando aún no había sindicatos de clase- se implicó con todo su ser a la representación sindical en una importante empresa de Vitoria. Fruto de su honestidad fue despedido de esa fábrica por no ceder en lo que él consideraba justas reivindicaciones laborales de los obreros que en ella trabajaban.
Más tarde Nino fue una importante voz de los que éramos huérfanos en la opinión publicada, a través de sus múltiples “cartas al director” de diferentes medios de comunicación, casi siempre expresando su oposición a la barbarie terrorista, y a las connivencias nacionalistas en eso que se ha dado en llamar “el árbol y las nueces”.
Mi amigo Nino fue presa de un ictus del que no ha podido recuperarse.
Los amigos del terrorismo etarra, hace más de veinte años, le hicieron un acoso que no fue capaz de resistir, pues le amenazaron gravemente. Y a pesar de ello hizo caso omiso a dichas amenazas y permaneció en su amado rincón de la ciudad. Ese acoso pretendía que Nino abandonara su actividad vecinal para ocupar al asalto su lugar haciéndose con el control del barrio, cosa que lograron al desistir Nino en continuar numantinamente en un desempeño cuyo único objeto y motivación era su dedicación a los demás y ser útil para mejorar las relaciones y clima social en esa parte de la ciudad que se llama Judimendi.
Lograron tanto el objetivo de ocupar ese espacio urbano, al igual que lo hicieron con otros muchos, que esta semana con motivo de la onomástica de San Juan, patrono del Barrio, los proetarras han hecho un homenaje al que fuera uno de los asesinos convictos de Fernando Buesa y de su escolta Jorge Díez. Diego Ugarte, así se llama el criminal, que fue vecino del barrio, fue también homenajeado con grandes carteles por sus amigos, los mamporreros del barrio, el año pasado. Y en un artículo, “Argaski baten Atzean” de la revista del barrio, estos energúmenos ensalzan tanto a este etarra como a otros dos, ligados al lugar. Decenas de carteles con el programa de las fiestas del barrio incluyen una “kalejira” en apoyo a los presos de ETA, que precisamente se realizará en el día en el que escribo este comentario.
El Ayuntamiento de Vitoria -menos mal, por una vez- ha comunicado a la fiscalía el homenaje y a reclamado a la Asociación la devolución de la subvención concedida para la realización del programa festivo.
Este y otros hechos similares dejan al descubierto que los etarras lejos de arrepentirse siguen en sus trece. No asesinan, pero están ahí, y persisten en sus objetivos de terror sociológico, pues si algo no se ha ido de nuestra sociedad vasca es el miedo. La vida en las calles vascas no se ha normalizado, y la libertad brilla aún por su ausencia.
Precisamente, con ocasión de las elecciones al Parlamento Vasco últimas en la que fue candidato por Vox Santiago Abascal Escuza, padre del líder de esa formación, acudí a un mitin que se celebró en Judimendi, por mi respeto y amistad con esa persona ya fallecida y porque admiro a los que dan la cara sin complejos por España, coincida o no con sus postulados.
Al finalizar el mitin, una turba de gentuza nos recibió en la calle tirándonos piedras e intentando coaccionarnos en un claro intento de coartar la libertad de un grupo de ciudadanos que pretendía ejercer su derecho a la participación política. La policía autonómica cumplió su trabajo, pero quedó claro quién controlaba hasta el último rincón del célebre barrio vitoriano. Y seguimos igual. Todo espacio que logran ocupar se convierte en territorio comanche, antes y ahora.
Lo digo para los ingenuos que piensan que las cosas han cambiado. Es verdad que en parte ha habido una notable mejoría del clima social, pero estamos muy lejos de lograr espacios de libertad y menos de democracia.
Por cierto, al hilo de estas reflexiones, aún no sabemos nada de lo que ha sido del “expurgo” de documentación judicial, ordenado por el Gobierno Vasco, referida a procedimientos penales a ETA de gran valor histórico, denunciado por más veinticinco importantes historiadores. Esto sucedió hace un año y se ha extendido sobre el tema un tupido velo. Sería interesante saber qué se ha destruido y las razones de fondo del expolio.
Comienzo estas líneas con un homenaje a mi amigo octogenario Nino Muñoz, un resistente al euskonazionalismo abertzale, que en su día fue un representante vecinal muy querido en su barrio de Judimendi de nuestra ciudad de Vitoria.
Nino se entregó en cuerpo y alma a su barrio, de la misma manera que en su día -cuando aún no había sindicatos de clase- se implicó con todo su ser a la representación sindical en una importante empresa de Vitoria. Fruto de su honestidad fue despedido de esa fábrica por no ceder en lo que él consideraba justas reivindicaciones laborales de los obreros que en ella trabajaban.
Más tarde Nino fue una importante voz de los que éramos huérfanos en la opinión publicada, a través de sus múltiples “cartas al director” de diferentes medios de comunicación, casi siempre expresando su oposición a la barbarie terrorista, y a las connivencias nacionalistas en eso que se ha dado en llamar “el árbol y las nueces”.
Mi amigo Nino fue presa de un ictus del que no ha podido recuperarse.
Los amigos del terrorismo etarra, hace más de veinte años, le hicieron un acoso que no fue capaz de resistir, pues le amenazaron gravemente. Y a pesar de ello hizo caso omiso a dichas amenazas y permaneció en su amado rincón de la ciudad. Ese acoso pretendía que Nino abandonara su actividad vecinal para ocupar al asalto su lugar haciéndose con el control del barrio, cosa que lograron al desistir Nino en continuar numantinamente en un desempeño cuyo único objeto y motivación era su dedicación a los demás y ser útil para mejorar las relaciones y clima social en esa parte de la ciudad que se llama Judimendi.
Lograron tanto el objetivo de ocupar ese espacio urbano, al igual que lo hicieron con otros muchos, que esta semana con motivo de la onomástica de San Juan, patrono del Barrio, los proetarras han hecho un homenaje al que fuera uno de los asesinos convictos de Fernando Buesa y de su escolta Jorge Díez. Diego Ugarte, así se llama el criminal, que fue vecino del barrio, fue también homenajeado con grandes carteles por sus amigos, los mamporreros del barrio, el año pasado. Y en un artículo, “Argaski baten Atzean” de la revista del barrio, estos energúmenos ensalzan tanto a este etarra como a otros dos, ligados al lugar. Decenas de carteles con el programa de las fiestas del barrio incluyen una “kalejira” en apoyo a los presos de ETA, que precisamente se realizará en el día en el que escribo este comentario.
El Ayuntamiento de Vitoria -menos mal, por una vez- ha comunicado a la fiscalía el homenaje y a reclamado a la Asociación la devolución de la subvención concedida para la realización del programa festivo.
Este y otros hechos similares dejan al descubierto que los etarras lejos de arrepentirse siguen en sus trece. No asesinan, pero están ahí, y persisten en sus objetivos de terror sociológico, pues si algo no se ha ido de nuestra sociedad vasca es el miedo. La vida en las calles vascas no se ha normalizado, y la libertad brilla aún por su ausencia.
Precisamente, con ocasión de las elecciones al Parlamento Vasco últimas en la que fue candidato por Vox Santiago Abascal Escuza, padre del líder de esa formación, acudí a un mitin que se celebró en Judimendi, por mi respeto y amistad con esa persona ya fallecida y porque admiro a los que dan la cara sin complejos por España, coincida o no con sus postulados.
Al finalizar el mitin, una turba de gentuza nos recibió en la calle tirándonos piedras e intentando coaccionarnos en un claro intento de coartar la libertad de un grupo de ciudadanos que pretendía ejercer su derecho a la participación política. La policía autonómica cumplió su trabajo, pero quedó claro quién controlaba hasta el último rincón del célebre barrio vitoriano. Y seguimos igual. Todo espacio que logran ocupar se convierte en territorio comanche, antes y ahora.
Lo digo para los ingenuos que piensan que las cosas han cambiado. Es verdad que en parte ha habido una notable mejoría del clima social, pero estamos muy lejos de lograr espacios de libertad y menos de democracia.
Por cierto, al hilo de estas reflexiones, aún no sabemos nada de lo que ha sido del “expurgo” de documentación judicial, ordenado por el Gobierno Vasco, referida a procedimientos penales a ETA de gran valor histórico, denunciado por más veinticinco importantes historiadores. Esto sucedió hace un año y se ha extendido sobre el tema un tupido velo. Sería interesante saber qué se ha destruido y las razones de fondo del expolio.