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Martes, 10 de Julio de 2018 Tiempo de lectura:

Agur, Setién

Se llamaba José Maria Setién Alberro y le ha llegado la hora de rendir cuentas ante ÉL.


Mucho se puede hablar y escribir acerca de tan polémico personaje. Nadie puede dudar de su preparación teológica y su prolífica obra como pensador; ahora bien, por lo que se le recordará es por su lejanía, ambigüedad y falta de empatía con las víctimas del terrorismo etarra mientras mostraba su proximidad, cariño, condescendencia y receptividad con los victimarios y su causa.


Tenemos multitud de ejemplos para traer a colación: su negativa a ceder la catedral para celebrar las exequias de un dirigente socialista asesinado;  la prohibición de dejar que los ataúdes entrasen en los templos cubiertos con la bandera nacional, mientras se celebraban las honras fúnebres por los guardias civiles y policías asesinados; su declaración llamando "revolucionarios" a los victimarios; su lapidaria pregunta a unos familiares de víctimas del terrorismo: "¿Dónde está escrito que un padre deba querer por igual a sus hijos?"; su precipitación para con los funerales de servidores públicos cuyos féretros salían en muchas ocasiones por la puerta trasera de las iglesias mientras todo eran facilidades para honrar a los etarras muertos, convertidos en mártires con unas homilías hagiográficas de los pistoleros cuyos féretros portaban la serpiente y el hacha y un largo etcétera de despropósitos con las víctimas, familiares y con quien mostrase apego con los asesinados.


No fue un buen samaritano para su toda su grey sino partidista, trazando una línea divisoria entre fieles de primera, los suyos, y el resto.
 

Incluso Juan Pablo II vio cómo el pastor Setién iba por libre en asuntos tan penosos y merecedores de la caridad cristiana más elemental y tuvo que apelar al orden.


Si el Cielo existe, no puede haber un lugar para él.
 

 

Francisco Javier Sáenz Martínez (Lasarte-Oria)

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