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Antonio Ríos Rojas
Sábado, 04 de Agosto de 2018 Tiempo de lectura:

¿Un Bach para agosto o para toda la vida?

Desde la primera nota me di cuenta de que este Kyrie me regalaría una singular experiencia. En realidad la primera nota de esta interpretación es un inspirar, un inhalar, un respirar hondo que nos dispone para una espiración consoladora, liberadora. El oyente puede oír perfectamente al comienzo de la pieza ese aire que dilata más el alma que el pecho del coro y de la orquesta. Y a eso mismo quedamos expuestos a lo largo de toda esta pieza, a un aspirar y espirar que dispone a una contemplación tan honda que acaba en dejación, a través de la cual ya no sentimos la respiración. Había escuchado cientos de veces este Kyrie de la Misa en si menor de Bach, ¿por qué ahora en manos del director rumano Sergiu Celebidache todo era nuevo, todo ganaba en luz?

 

Todo empezó cuando mi amigo Levénte Török, jovencísimo y prometedor director de orquesta húngaro me llamó para decirme: “Acabo de tener una de las más grandes experiencias musicales de mi vida. Te enviaré algo. Por favor escúchalo y dime tu opinión”. He aquí mi modesta, sin duda mi subjetiva opinión, primero compartida con mis amigos más allegados y ahora también con ustedes.

 

Durante muchos años he desprestigiado las interpretaciones de música barroca con orquestas modernas (como es el caso de esta versión de Celebidache con la Filarmónica de Munich). Como fiel oyente de aquel excelente programa de radio que fue “Conversación galante” de José Carlos Cabello, las interpretaciones de música barroca con instrumentos y criterios musicológicos que no fueran de época me parecían carentes de fuego, de pasión, lentas, tediosas, interminables. Exceptuando algunos coros de las versiones de Karl Richter, el Bach en manos de las grandes orquestas sinfónicas y los más renombrados directores no me decían absolutamente nada. El argumento que se esgrimía tenía su fundamento: el barroco –especialmente Bach- había sido revitalizado, casi redescubierto por músicos como Mendelssohn, que interpretaban a los autores barrocos con las grandes orquestas románticas –que son las mismas que tenemos hoy en día-. El resultado, ya lo hemos dicho, un Bach privado del fuego barroco, parsimonioso, solemne y lento hasta el tedio. A grandes rasgos, aún hoy mantengo esta visión, aunque el paso del tiempo nos ha devuelto a muchos defensores radicales de la interpretación historicista de la música barroca una mayor apertura respecto a las interpretaciones con criterios románticos de Bach, de Händel, de Purcell… Esta versión de Celebidache corrobora mi apertura. En realidad esta versión va más allá de criterios musicológicos, y la verdad es que en ella asistimos a un milagro musical.

 

La Misa en si menor, compuesta en 1733, fue una de las pocas obras religiosas que Bach escribió para el rito católico. Su primera pieza, el Kyrie, es la que ocupa estas líneas.

 

“Kyrie eleison, Christe eleison”, “Señor ten piedad, Cristo ten piedad”. Aunque el fiel permanezca de pie en este instante de la Misa católica, es este el instante en el que realmente el hombre se postra en súplica. El postrarse de rodillas ante la consagración del pan y del vino es una acción de adoración ante el Salvador, que los fieles creen presente en el pan y el vino; pero al pedir a Dios en el Kyrie que se apiade de nosotros, el interior del hombre, al saberse sin fuerzas, se postra por angustia, y es su corazón el que pide caer de rodillas entregándose por completo a Dios. Por ello en casi todas las misas musicales, el Kyrie y el Agnus Dei, son las piezas más conmovedoras, pues en ellas todo hombre encuentra acogida, mientras que el Gloria, el Credo o el Sanctus, tienden a ser exultantes afirmaciones, demasiado cargadas de teológica seguridad y suficiencia; demasiado para beatos.

 

Si el Kyrie es en sí un rezo, una petición desde lo hondo del corazón del hombre, esta petición suena muy especial en manos de Sergiu Celebidache. Cuando oímos este Kyrie inspiramos para pedir a Dios, pero -como he dicho al comienzo-, espiramos con un consuelo tal en manos de Celebidache, con una entrega tan absoluta y a la vez serena que sabemos que algo diferente, alguna compresión de Dios distinta se esconde en estos 14 minutos.

 

Los violines vibran como signo de un calor especial, tal como vibra el horizonte en el desierto traspasado por el sol ardiente. La lentitud de esta interpretación no responde a la visión de un Cristo arrastrando la cruz; es más bien la lentitud de quien camina por el desierto bajo el sol abrasador lo que está en juego en esta interpretación. Y es que en esta versión de Celebidache hay algo oriental; hay en este Kyrie un dejarse, una entrega tan radical, una contemplación tan honda en esa misma entrega, que nos quedaríamos horas gozando de esta súplica  interminable. La interpretación es exageradamente lenta pero jamás aburrida. En manos de Karajan, de Richter o de Böhm -otros directores que con criterios modernos grabaron esta Misa- el ritmo es también lentísimo, pero carecen de este misterio que logra el director rumano.

 

¿Fue quizás su budismo confeso el que le dio estas claves para este Kyrie que nos hace caminar por los desiertos de Oriente? Es posible que así sea. El caso es que nos parece ver y oír a la Jerusalén celeste, que ha sido olvidada por el cristianismo tanto como la Jerusalén terrena. El cristianismo primitivo, incluso el de la alta Edad Media  no olvidó esta referencia cristiana a Oriente. El Oriente cristiano es la mística, mientras que Occidente es la teología y la ascesis. Comete hoy el mundo moderno un excesivo culto a lo oriental y al budismo, pero hay que decir también que no pocos católicos y protestantes han olvidado por su parte su necesaria referencia a Oriente. Y sin embargo, pese a la mística oriental de este Bach de Celebidache, esta versión del Kyrie nos recuerda al más teológico de los evangelios, el de Juan. En nada nos parece ver aquí, en la suavidad consoladora de esta interpretación, el rigor de un Mateo o la sequedad narrativa de un Marcos. Y sí, quizás esté presente la dulzura, la entrega lenta y perseverante de María en el evangelio de Lucas. Sin duda hay algo femenino y místico en esta versión.

 

La lentitud serena con la que Celebidache hace sonar a los cornos ingleses y especialmente a los oboes tiene algo mágico. Los cornos ingleses y los oboes toman un protagonismo destacado en el diálogo con los violines. Los instrumentos de viento suenan parsimoniosos, serenos. Están y no están. Parece que nos quieren enseñar la vacuidad de todas las cosas. Destacan sin destacar. Este tratamiento mágico de los instrumentos de viento no nos recuerda sólo al oriente que simboliza Jerusalén, sino también a Cafarnaún, junto al Mar de Galilea. Difícil no recordar aquí aquel momento inmortal de la película “Jesús de Nazareth” (Zeffirelli, 1977)  en la que Jesús, encarnado por Robert Powell, se acerca a Pedro bajo el sol resplandeciente de Cafarnaún. De qué forma tan fascinante y seductora se compenetran esta versión de Celebidache con muchas escenas de esta película de Zeffirelli rodadas en Marruecos y Túnez.

 

En este sol de agosto prueben alimentar su alma con esta Bach de Celebidache. Si les gusta tanto como a mí, igual lo toman para toda la vida. Y si ese es el caso no dejen de darlo a conocer.

 

Otras versiones de este Kyrie que me parecen de gran profundidad son las de Herreweghe (9 minutos) y la de Minkowski (10 minutos). Las dos, a diferencia de la de Celebidache, interpretadas con instrumentos de época.

 

 

 

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