El derecho a la salud no es un simple asiento contable
El que lee, escribe y comenta verbalmente, adquiere ese malestar del que nos habló Ortega. Pero con el paso de los años y una vez quemadas las etapas propias de una vida intensa, hay que detenerse, mirar el camino recorrido y devolverle a la sociedad lo que esta nos ha dado. Y son los derechos sociales la factura pendiente.
Todos los que nos hemos desarrollado como ciudadanos entre dos siglos, tenemos tres pensamientos para cualquier tertulia. Si nos hemos adaptado a los cambios. Si nos hemos equivocado muchas veces. Si hemos aportado algo al entorno-circunstancia del que forma parte nuestro yo. Resumiendo: si hemos hecho todo lo que debíamos por nuestro país y si con las últimas fuerzas aún podemos hacer algo más.
La medicina como ciencia y arte, nos esperaba en los años sesenta del pasado siglo para asegurarle al ciudadano que su salud estaba en las manos adecuadas para su garantía y recuperación.
Fuera de las fronteras de un país con escasez de recursos y tecnología estaban las fuentes del conocimiento basadas en nuevas formas de llegar a las causas del problema que aquejaban al enfermo. De ahí, la salida hacia tales países, Alemania, Reino Unido y Estado Unidos de América, para la formación de quienes a su regreso enseñaban a las nuevas generaciones de médicos para la Seguridad Social. Y así, nacieron centros como La Paz, Puerta de Hierro, Clínicos de Madrid y Barcelona; Hospital General de Asturias y Valdecilla en Santander.
Ahora, en pleno siglo XXI, cualquier parecido con lo que antecede mera coincidencia. España ha logrado crear un Servicio Nacional de Salud excelente, en cantidad y calidad, capaz para resolver, sin derivar a otros países, los problemas más complejos que puedan aquejar la salud de una persona. Es verdad: "La sanidad pública española es de las mejores del mundo". Pero como todo, tiene un precio que puede ser o no ser sostenible. Ahí es donde la política se impone a la ciencia. Son los foros políticos quienes deciden cómo se reparten los recursos disponibles en nuestro país, incluso cómo se reparten en cada fragmento del Estado que son las Comunidades con su autonomía, competentes para el desarrollo del derecho a la salud de los ciudadanos, que son soberanos para los derechos sociales.
Gestionar es tomar decisiones. Y, con motivo de la crisis económica, se han tomado decisiones consistentes en recortar los recursos de la sanidad pública española. Se ha decidido mantener el gasto en la red de alta velocidad para las comunicaciones terrestres, mantener aeropuertos infrautilizados, sostener el mismo mapa municipal sin cambios que están pidiendo fusiones, manteniendo plantillas con funcionarios por criterio político clientelar, o seguir haciendo equipamientos deportivos a nivel de territorio municipal, mientras se imponían recortes en plantillas de sanitarios, en la necesaria lucha contra la obsolescencia de los centros de asistencia para la salud, o su derivaba hacia la iniciativa privada de usuarios del derecho a la asistencia sanitaria para sus dolencias. Se llegó a implantar dos sofismas. La sanidad privada hace lo mismo que la pública a menor coste económico. El mantenimiento del Servicio Nacional de Salud, con sus necesarios avances y adecuación a las demandas de la población, es insostenible.
En primer lugar, tras la organización del espacio socio-sanitario, no sólo está la respuesta debida a derechos del contribuyente; hay una inmensa riqueza conformada por un sector terciario de la economía que además puede y debe crear empleo de calidad para cuidar y curar. No se puede entender que se hayan recortado y jubilado a las plantillas de expertos en salud, mientras se han mantenido o incrementado plantillas de asesores, jefes, mandarines y otros paniaguados, con duplicidades y criterio exclusivamente político, pero en todos los casos de carácter no productivo.
En segundo lugar, se miente. La morbilidad y la mortalidad puede contenerse. Pero para ello es preciso le elaboración de planes reales de salud, con perfecta identificación de los riesgos. Ya está bien de meterse con el alcohol y no hacerlo con el estado de conservación de las carreteras. Ya está bien de meterse con el tabaco, que se sigue vendiendo, y no meterse de una forma seria y sistemática con la contaminación, ya está bien de meterse con el consumo de fármacos y no analizar la adicción desde la infancia a las máquinas -móviles, tableta, PC y otros-
En uno de los últimos estudios sobre el cáncer de piel, se señala al número de horas que las gentes permanecen en las playas, pero nadie relaciona el aumento de tal patología con los tratamientos en solárium, o el incremento de la exposición a radiaciones por el deporte de la nieve.
En tercer lugar, han logrado un modelo económico dónde vuelve la pobreza, desde la energética hasta la alimentaria. Son inútiles ante las demandas, por envejecimiento poblacional y aumento de procesos crónicos, en una absoluta falta de planificación, y así evitar las insoportables listas de espera, que deben analizarse como un parámetro más de la calidad para el sistema, y no disfrazarse en el papel.
En cuarto lugar, tanto hablar de eficiencia, cuando no ha interesado unificar la historia clínica electrónica en todo el Estado, dejando así el negocio informático a cada comunidad, pero impidiendo que el usuario del Sistema Nacional de Salud, disponga de una sola y accesible historia para toda la nación y sus servicios públicos de asistencia sanitaria.
Malos tiempos para la lírica. Los dirigentes que toman iniciativas son cada vez más políticos y menos expertos. El espacio de la sociedad civil se ha infectado por la política, o por las subvenciones, que acallan la crítica de quienes deberían ejercitarla, salvo excepciones como lo acontecido en Madrid, frente a la política "liberal" del Gobierno de la Dama Aguirre.
Resumiendo: Hemos ganado en capacidad para hacer trasplantes y colocar implantes, pero hemos perdido en proximidad y accesibilidad al sistema de aquella Seguridad Social que puso en marcha la red de "Residencias y Ciudades Sanitarias" que gestionaba el Instituto Nacional de Previsión, que además formaba a los mejores especialistas, que luego serían la cantera para las plantillas de los mejores hospitales públicos de Europa.
Todo apunta que el mercado prepara sus garras para convertir el derecho a la salud en un gran negocio, y los sindicatos convertidos en funcionarios del Estado, se olvidan que la tarjeta de la Seguridad Social es, en muchísimos casos, el único ahorro de las clases populares. Esas, sobre las que se han hecho diez mil nuevos millonarios en plena crisis.

El que lee, escribe y comenta verbalmente, adquiere ese malestar del que nos habló Ortega. Pero con el paso de los años y una vez quemadas las etapas propias de una vida intensa, hay que detenerse, mirar el camino recorrido y devolverle a la sociedad lo que esta nos ha dado. Y son los derechos sociales la factura pendiente.
Todos los que nos hemos desarrollado como ciudadanos entre dos siglos, tenemos tres pensamientos para cualquier tertulia. Si nos hemos adaptado a los cambios. Si nos hemos equivocado muchas veces. Si hemos aportado algo al entorno-circunstancia del que forma parte nuestro yo. Resumiendo: si hemos hecho todo lo que debíamos por nuestro país y si con las últimas fuerzas aún podemos hacer algo más.
La medicina como ciencia y arte, nos esperaba en los años sesenta del pasado siglo para asegurarle al ciudadano que su salud estaba en las manos adecuadas para su garantía y recuperación.
Fuera de las fronteras de un país con escasez de recursos y tecnología estaban las fuentes del conocimiento basadas en nuevas formas de llegar a las causas del problema que aquejaban al enfermo. De ahí, la salida hacia tales países, Alemania, Reino Unido y Estado Unidos de América, para la formación de quienes a su regreso enseñaban a las nuevas generaciones de médicos para la Seguridad Social. Y así, nacieron centros como La Paz, Puerta de Hierro, Clínicos de Madrid y Barcelona; Hospital General de Asturias y Valdecilla en Santander.
Ahora, en pleno siglo XXI, cualquier parecido con lo que antecede mera coincidencia. España ha logrado crear un Servicio Nacional de Salud excelente, en cantidad y calidad, capaz para resolver, sin derivar a otros países, los problemas más complejos que puedan aquejar la salud de una persona. Es verdad: "La sanidad pública española es de las mejores del mundo". Pero como todo, tiene un precio que puede ser o no ser sostenible. Ahí es donde la política se impone a la ciencia. Son los foros políticos quienes deciden cómo se reparten los recursos disponibles en nuestro país, incluso cómo se reparten en cada fragmento del Estado que son las Comunidades con su autonomía, competentes para el desarrollo del derecho a la salud de los ciudadanos, que son soberanos para los derechos sociales.
Gestionar es tomar decisiones. Y, con motivo de la crisis económica, se han tomado decisiones consistentes en recortar los recursos de la sanidad pública española. Se ha decidido mantener el gasto en la red de alta velocidad para las comunicaciones terrestres, mantener aeropuertos infrautilizados, sostener el mismo mapa municipal sin cambios que están pidiendo fusiones, manteniendo plantillas con funcionarios por criterio político clientelar, o seguir haciendo equipamientos deportivos a nivel de territorio municipal, mientras se imponían recortes en plantillas de sanitarios, en la necesaria lucha contra la obsolescencia de los centros de asistencia para la salud, o su derivaba hacia la iniciativa privada de usuarios del derecho a la asistencia sanitaria para sus dolencias. Se llegó a implantar dos sofismas. La sanidad privada hace lo mismo que la pública a menor coste económico. El mantenimiento del Servicio Nacional de Salud, con sus necesarios avances y adecuación a las demandas de la población, es insostenible.
En primer lugar, tras la organización del espacio socio-sanitario, no sólo está la respuesta debida a derechos del contribuyente; hay una inmensa riqueza conformada por un sector terciario de la economía que además puede y debe crear empleo de calidad para cuidar y curar. No se puede entender que se hayan recortado y jubilado a las plantillas de expertos en salud, mientras se han mantenido o incrementado plantillas de asesores, jefes, mandarines y otros paniaguados, con duplicidades y criterio exclusivamente político, pero en todos los casos de carácter no productivo.
En segundo lugar, se miente. La morbilidad y la mortalidad puede contenerse. Pero para ello es preciso le elaboración de planes reales de salud, con perfecta identificación de los riesgos. Ya está bien de meterse con el alcohol y no hacerlo con el estado de conservación de las carreteras. Ya está bien de meterse con el tabaco, que se sigue vendiendo, y no meterse de una forma seria y sistemática con la contaminación, ya está bien de meterse con el consumo de fármacos y no analizar la adicción desde la infancia a las máquinas -móviles, tableta, PC y otros-
En uno de los últimos estudios sobre el cáncer de piel, se señala al número de horas que las gentes permanecen en las playas, pero nadie relaciona el aumento de tal patología con los tratamientos en solárium, o el incremento de la exposición a radiaciones por el deporte de la nieve.
En tercer lugar, han logrado un modelo económico dónde vuelve la pobreza, desde la energética hasta la alimentaria. Son inútiles ante las demandas, por envejecimiento poblacional y aumento de procesos crónicos, en una absoluta falta de planificación, y así evitar las insoportables listas de espera, que deben analizarse como un parámetro más de la calidad para el sistema, y no disfrazarse en el papel.
En cuarto lugar, tanto hablar de eficiencia, cuando no ha interesado unificar la historia clínica electrónica en todo el Estado, dejando así el negocio informático a cada comunidad, pero impidiendo que el usuario del Sistema Nacional de Salud, disponga de una sola y accesible historia para toda la nación y sus servicios públicos de asistencia sanitaria.
Malos tiempos para la lírica. Los dirigentes que toman iniciativas son cada vez más políticos y menos expertos. El espacio de la sociedad civil se ha infectado por la política, o por las subvenciones, que acallan la crítica de quienes deberían ejercitarla, salvo excepciones como lo acontecido en Madrid, frente a la política "liberal" del Gobierno de la Dama Aguirre.
Resumiendo: Hemos ganado en capacidad para hacer trasplantes y colocar implantes, pero hemos perdido en proximidad y accesibilidad al sistema de aquella Seguridad Social que puso en marcha la red de "Residencias y Ciudades Sanitarias" que gestionaba el Instituto Nacional de Previsión, que además formaba a los mejores especialistas, que luego serían la cantera para las plantillas de los mejores hospitales públicos de Europa.
Todo apunta que el mercado prepara sus garras para convertir el derecho a la salud en un gran negocio, y los sindicatos convertidos en funcionarios del Estado, se olvidan que la tarjeta de la Seguridad Social es, en muchísimos casos, el único ahorro de las clases populares. Esas, sobre las que se han hecho diez mil nuevos millonarios en plena crisis.











