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Marta González Isidoro
Jueves, 11 de Octubre de 2018 Tiempo de lectura:

La España viva que quiere ser grande otra vez

Detalle del acto de Vox en Vistalegre   /   Imagen: MGIHacer grande una nación puede ser un eslogan de marketing político y electoral impactante y muy útil en algunos casos porque apela a la emoción, a la subjetividad más primaria de un individuo que siente su alma cosida a su bandera y a unos símbolos que le dan identidad y le recuerda de dónde viene. Impactante… y vacío si no va acompañado de una profunda convicción ética de que mejorar la calidad de vida, garantizar la seguridad, la igualdad, la libertad y la justicia, y dar la batalla por la dignidad de su gente es lo que aporta realmente valor a un Gobierno. En una época caracterizada a nivel global por el conformismo, por la corrupción moral del silencio y por una ciudadanía que acepta cómoda su propia manipulación, sin coraje suficiente para arriesgarse por la defensa de la libertad cada vez más cercenada, la idea de recuperar el espacio político como servicio social suena muy alentador. Disentir de la tiranía de la corrección política y de las políticas que reescriben la Historia – o se la inventan - o encorsetan y victimizan al individuo en infinidad de categorías en función de raza, religión, lengua, sexo o colectivo, o confrontan a los ciudadanos de un mismo país, es un acto de resistencia no exento de riesgos.

 

Hace falta valor para ir de frente sin atajos ni grises, sin miedo a sufrir el ostracismo social, político y mediático o la descalificación, incluso la violencia personal. Aunque casi es mejor estar solo que mal acompañado. Compromiso con la libertad y la responsabilidad individual, con el esfuerzo, el mérito, la disciplina y el servicio a la sociedad, con el cumplimiento de la ley, una fiscalidad responsable y no confiscatoria, la defensa de las fronteras y la cohesión nacional, con un proyecto nacional que recupere en el interior las competencias de Educación, Sanidad y Seguridad y sea euro-exigente frente a una burocracia manifiestamente ineficaz para hacer frente a muchos de los desafíos a los que se enfrenta nuestro continente. Propuestas sensatas y de sentido común perfectamente asumibles por todo un abanico de sensibilidades si no fuera por la deslegitimación y tergiversación constante de una derecha sociológica acomplejada y una izquierda oportunista, corrupta, desleal y arrogada de una superioridad moral bochornosa.

 

Dar la batalla de las ideas en un mundo descafeinado y desnortado y proponer un ideario ideológico capaz de recuperar la España de los Valores en un acto multitudinario de afirmación democrática es un desafío impresionante y un éxito político incuestionable a pesar de la feroz reacción mediática que, ya sea por mala fe o por ignorancia supina, confunde información con la opinión más torticera trufada de ideología, engaño y mentiras.

 

La desafección con el sistema democrático establecido tiene mucho que ver con la inacción de determinadas élites para resolver de forma satisfactoria los desajustes que se han producido en el sistema de bienestar en las últimas décadas, y que han puesto de manifiesto la fragilidad de nuestras sociedades libres ante una globalización que muestra su cara más amarga en la incompatibilidad de una inmigración descontrolada que no siempre se integra, que denigra la cultura occidental pero que se aprovecha de sus servicios, en la pérdida de autoridad del Estado nación, en el distanciamiento de los ciudadanos frente a sus Instituciones, y en la aparición de opciones que, como en el caso particular de España, cuestionan los fundamentos mismos de nuestro sistema constitucional, la libertad y el estado plural y de Derecho.

 

Curioso que sean precisamente los que persiguen el derribo del orden constitucional en un asalto a las instituciones amparándose en el resentimiento y el odio más cavernario, y los que se sirven de la intimidación y la violencia para imponer su particular paraíso totalitario, los que tachen de retrógrados, insolidarios, racistas…y fachas a los que simplemente creen que ya es hora de rectificar el rumbo para mejorar. El fantasma que recorre Occidente no presagia esta vez muerte ni desolación, sino esperanza e ilusión. Es, quizá, el último tren del sentido común para recuperar los verdaderos valores que hicieron de Occidente el baluarte del humanismo hoy secuestrado por el marxismo cultural.    

 

Si hay voto de extrema derecha, no está en VOX. No en la gente ni en los dirigentes del VOX de Vistalegre del pasado 7 de octubre. Si asusta un discurso claro, sensato, liberal y cohesionador es porque es necesario. Porque remueve conciencias, amenaza chiringuitos y desmonta el mito de que somos una nación frustrada y echada a perder. Los españoles somos Europa y Occidente y tenemos cientos de motivos para sentirnos orgullosos de nuestra Historia, nuestra lengua, nuestras tradiciones y nuestra bandera. Ante la evidente pérdida de su libertad y su independencia, la España Viva ha despertado de su letargo y no tiene que pedir permiso ni perdón por querer, juntos, hacer España grande otra vez.

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