El sector vuelve a movilizarse contra la apertura en festivos
Miserias del comercio vasco
“El comercio es vida”, decía un antiguo eslogan publicitario, pero, al parecer, los empresarios y trabajadores vascos del sector, no creen en esta sentencia y para el próximo domingo 29 de noviembre han convocado una manifestación que, ante la aprobación definitiva de la próxima Ley Vasca de Comercio, tratará de presionar a las instituciones para que éstas impidan o restrinjan la apertura en festivos de los establecimientos comerciales.
Para justificar su negativa a abrir en festivos, sindicatos y empresarios del sector repiten, machaconamente, varios argumentos: que no es un servicio demandado por los consumidores, que no genera empleo nuevo y que no incrementa la actividad económica. Ninguno de ellos es cierto, como puede observar cualquier ciudadano que un domingo o día festivo se acerque a visitar las escasas tiendas que se atreven a abrir en Euskadi: siempre están llenas de gente, lo que provoca un incremento de sus ventas y posibilita que nuevos trabajadores, generalmente a tiempo parcial, se sumen a la plantilla de los comercios.
Lo que sí es cierto es que el Gobierno vasco lleva años dilapidando una ingente cantidad de recursos públicos apoyando a un pequeño comercio que no solo no tiene ningún interés en modernizar sus servicios, mejorar su actitud y acercarse a los ciudadanos sino que, además, sigue manteniendo, en la mayor parte de los casos, una forma de trabajar elitista, distante y desagradable hacia al comprador que ha ido empeorando con el paso del tiempo y que, de una forma muy especial en los casos de Guipúzcoa y Vizcaya, ha situado a los minoristas de estos territorios, salvo honrosas excepciones, entre los peores de Europa.
Que los empresarios vascos del pequeño comercio, amparándose y aliándose con el antiliberalismo mostrenco, el antiprogresismo, la demagogia y los postulados reaccionarios de los sindicatos mayoritarios vascos, sean incapaces de abrir las puertas de sus tiendas a los miles de consumidores que entrarían en sus comercios los días de fiesta, debe hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedad adocenada, perezosa e indolente que estamos creando y, sobre todo, debe hacernos recapacitar a todos los ciudadanos de Euskadi sobre cuál ha de ser, todos los días, nuestro comportamiento como consumidores ante un sector comercial que boicotea y se niega a apoyar, a animar y a enriquecer (se) con los grandes proyectos colectivos de nuestras capitales y de nuestra sociedad.
El pequeño comercio vasco no quiere levantar sus persianas para llenar de vida las calles de nuestras ciudades durante los fines de semana. Está en su derecho. Pero patronales y sindicatos deberán asumir, por un lado, que su empobrecimiento de mañana estará directamente ligado con su actitud acomodaticia y haragana de hoy. Y, por otra parte, deberán dar ejemplo de su cacareado y nunca comprobado respeto a las libertades públicas, permitiendo (sin insultos, sin amenazas, sin piquetes y sin advertencias mafiosas) el derecho a trabajar de todos aquellos, empresarios y trabajadores, que haciendo caso a la lógica enriquecedora de los emprendedores, de los innovadores y de los pioneros, estarán cumpliendo con su responsabilidad y obteniendo beneficios para sí y para todos cuando la ley, de una vez por todas, no castigue a nadie por querer trabajar.
“El comercio es vida”, decía un antiguo eslogan publicitario, pero, al parecer, los empresarios y trabajadores vascos del sector, no creen en esta sentencia y para el próximo domingo 29 de noviembre han convocado una manifestación que, ante la aprobación definitiva de la próxima Ley Vasca de Comercio, tratará de presionar a las instituciones para que éstas impidan o restrinjan la apertura en festivos de los establecimientos comerciales.
Para justificar su negativa a abrir en festivos, sindicatos y empresarios del sector repiten, machaconamente, varios argumentos: que no es un servicio demandado por los consumidores, que no genera empleo nuevo y que no incrementa la actividad económica. Ninguno de ellos es cierto, como puede observar cualquier ciudadano que un domingo o día festivo se acerque a visitar las escasas tiendas que se atreven a abrir en Euskadi: siempre están llenas de gente, lo que provoca un incremento de sus ventas y posibilita que nuevos trabajadores, generalmente a tiempo parcial, se sumen a la plantilla de los comercios.
Lo que sí es cierto es que el Gobierno vasco lleva años dilapidando una ingente cantidad de recursos públicos apoyando a un pequeño comercio que no solo no tiene ningún interés en modernizar sus servicios, mejorar su actitud y acercarse a los ciudadanos sino que, además, sigue manteniendo, en la mayor parte de los casos, una forma de trabajar elitista, distante y desagradable hacia al comprador que ha ido empeorando con el paso del tiempo y que, de una forma muy especial en los casos de Guipúzcoa y Vizcaya, ha situado a los minoristas de estos territorios, salvo honrosas excepciones, entre los peores de Europa.
Que los empresarios vascos del pequeño comercio, amparándose y aliándose con el antiliberalismo mostrenco, el antiprogresismo, la demagogia y los postulados reaccionarios de los sindicatos mayoritarios vascos, sean incapaces de abrir las puertas de sus tiendas a los miles de consumidores que entrarían en sus comercios los días de fiesta, debe hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedad adocenada, perezosa e indolente que estamos creando y, sobre todo, debe hacernos recapacitar a todos los ciudadanos de Euskadi sobre cuál ha de ser, todos los días, nuestro comportamiento como consumidores ante un sector comercial que boicotea y se niega a apoyar, a animar y a enriquecer (se) con los grandes proyectos colectivos de nuestras capitales y de nuestra sociedad.
El pequeño comercio vasco no quiere levantar sus persianas para llenar de vida las calles de nuestras ciudades durante los fines de semana. Está en su derecho. Pero patronales y sindicatos deberán asumir, por un lado, que su empobrecimiento de mañana estará directamente ligado con su actitud acomodaticia y haragana de hoy. Y, por otra parte, deberán dar ejemplo de su cacareado y nunca comprobado respeto a las libertades públicas, permitiendo (sin insultos, sin amenazas, sin piquetes y sin advertencias mafiosas) el derecho a trabajar de todos aquellos, empresarios y trabajadores, que haciendo caso a la lógica enriquecedora de los emprendedores, de los innovadores y de los pioneros, estarán cumpliendo con su responsabilidad y obteniendo beneficios para sí y para todos cuando la ley, de una vez por todas, no castigue a nadie por querer trabajar.