Barack Obama, terrorismo global y cuartos de baño
En un artículo publicado recientemente en la revista norteamericana “The Atlantic”, el presidente Barack Obama, impulsor de la legitimación internacional del régimen islamista de Irán, blanqueador de las FARC colombianas, responsable de insuflar nuevo aliento al totalitarismo comunista de Cuba, revitalizador de Hamas y autor del mayor cúmulo de errores que Estados Unidos ha cometido en Oriente Medio desde hace varias décadas, reconoce que él nunca ha creído que el terrorismo constituya una amenaza seria para Estados Unidos.
De hecho, tal como explica la revista, incluso a lo largo de 2014, cuando los terroristas del autodenominado Estado Islámico ejecutaban periódicamente a sus rehenes norteamericanos, “las emociones presidenciales estaban bajo control”. Tal y como recuerda una de sus asesoras más cercanas, Barack Obama insistía en que “no van a venir a Estados Unidos a cortar cabezas” y reiteraba una y otra vez a su círculo más próximo algo que él tiene por un gran descubrimiento intelectual, a pesar de ser una solemne estupidez: “Las armas de mano, los accidentes automovilísticos o las caídas en los cuartos de baño causan más muertes en Estados Unidos que el terrorismo”.
Lo que olvida el presidente Barack Obama, o lo que es peor, lo que nunca ha sabido el líder demócrata es que los delitos de terrorismo tienen una marcada especificidad que los hace esencialmente distintos de otros tipos de delitos y, por supuesto, de cualquier otro daño que pueda sufrir un ser humano de formar accidental. Siempre, el objetivo de un atentado no es solamente la persona o el grupo de personas que sufren el ataque violento, sino que lo que los terroristas buscan con su acción criminal es atacar al Estado democrático, atemorizar y chantajear al resto de la sociedad para que ésta ceda a sus exigencias (políticas, económicas o de cualquier otro tipo) y, sobre todo, crear un clima de terror colectivo que lleve a instituciones, organizaciones, empresas y ciudadanos en general a plantearse posturas dimisionarias y de capitulación tendentes a sucumbir ante las condiciones de los delincuentes.
Esta realidad indisociable de toda actividad terrorista se conoce como “macrovictimización terrorista” y, en algunos casos, en las situaciones más graves y descontroladas, puede alumbrar Estados fallidos o sociedades globalmente amenazadas por la violencia terrorista.
Barack Obama, a lo largo de su trayectoria como presidente de los Estados Unidos, ha demostrado ignorar que el terrorismo es una forma de criminalidad que genera una victimización especialmente severa y no comparable con la producida por otro tipo de delitos comunes. El concepto de macrovictimización refleja con nitidez el indefinido número de víctimas directas e indirectas que la actividad terrorista provoca. No en vano, se trata, esencialmente, de actos gravemente criminales (provocación intencionada de la muerte, graves lesiones o injerencias inadmisibles en la libertad o seguridad de las personas y/o comunidades) cometidos por una organización que trata de crear un estado de terror en sectores significativos de la población con la finalidad de lograr sus objetivos ideológicos (políticos o religiosos, fundamentalmente) a través del desistimiento cívico o del condicionamiento injustificado de las políticas diseñadas e implementadas por los poderes públicos.
Es por todo esto que los efectos dramáticos de esta macrovictimización justifican que destacados organismos internacionales como las Naciones Unidas, el Consejo de Europa o la Unión Europea, hayan calificado al terrorismo, en cualquiera de sus formas y manifestaciones, como una de las amenazas más graves para la paz y la seguridad internacionales.
Barack Obama parece pasar más tiempo rumiando chicle, viendo series de televisión o viajando por placer a cuenta de los prersupuestos públicos que leyendo los informes que le hacen llegar sus asesores, frustrados por el comportamiento del presidente ante el terrorismo internacional. De hecho, John Kerry, el actual secretario de Estado y una persona muy alejada de cualquier ideología extremista o de cualquier comportamiento políticamente “duro”, es uno de los más preocupados por este particular “laissez faire, laissez passer” de Barack Obama con respecto a la amenaza terrorista.
“El terrorismo, especialmente el terrorismo del Estado Islámico (EI), es una amenaza para el mundo entero”, afirma Kerry. Y añade: “Esta (el EI) es una organización abierta y públicamente comprometida con la destrucción de Occidente y con la generación del caos en Oriente Medio. Imagínense que pasaría si no resistiéramos y lucháramos contra ellos en una coalición, tal y como lo estamos haciendo. Seguramente, nos enfrentaríamos a nuevas migraciones masivas hacia Europa que destruirían el viejo continente, que terminarían con el proyecto europeo y que alumbrarían una situación parecida a la que ya se vivió en los años treinta del pasado siglo XX, con los fascismos y los nacionalismos campando a sus anchas. Por esto estamos interesados en luchar contra el terrorismo, tenemos un enorme interés en ello”.
Ahora, solamente hace falta que Barack Obama, aunque ya defenestrado, se entere de esta situación. Quienes afirman que el presidente norteamericano ya es plenamente consciente de ello arguyen que él, lo que busca, es “no crear histeria y mantener las cosas en un equilibrio apropiado”, tal y como revela el propio Kerry.
Algunas analistas explican que el presidente Obama ha tratado de ser extremadamente cuidadoso con esta cuestión por su propia naturaleza “relajada” y porque teme especialmente que surjan brotes de xenofobia contra los musulmanes o que nazcan movimientos extremistas que traten de cuestionar el orden constitucional norteamericano. Pero, sobre todo, Barack Obama cierra los ojos ante la amenaza terrorista global porque está más preocupado por otras cuestiones. Durante sus mandatos ha resultado fundamental su giro hacia Asia, donde, en su opinión, se halla el futuro económico de Estados Unidos y también uno de los principales desafíos para este país: China, con su economía abiertamente capitalista y su textura política monolíticamente totalitaria.
Por este motivo, Barack Obama ha centrado todos sus esfuerzos en la reconstrucción y el estrechamiento de lazos con sus socios del Tratado de Asia y en el establecimiento de nuevos acuerdos preferenciales con naciones potencialmente en la órbita de Estados Unidos como Birmania, Corea o Vietnam, siempre tan temerosos de la amenaza latente de la dominación china.
Mientras tanto, Obama ha descuidado dramáticamente el papel que desempeña su país donde actualmente se está jugando el destino de Occidente, en Europa, y ante la inoperancia crónica de la UE ha dejado que sean otros, especialmente la Rusia de Vladimir Putin, quienes se encarguen de “controlar” y de “apaciguar” una situación extremadamente delicada. Y esto, como todo en las relaciones entre las grandes potencias mundiales, tendrá sus consecuencias.
Y no serán positivas.
En un artículo publicado recientemente en la revista norteamericana “The Atlantic”, el presidente Barack Obama, impulsor de la legitimación internacional del régimen islamista de Irán, blanqueador de las FARC colombianas, responsable de insuflar nuevo aliento al totalitarismo comunista de Cuba, revitalizador de Hamas y autor del mayor cúmulo de errores que Estados Unidos ha cometido en Oriente Medio desde hace varias décadas, reconoce que él nunca ha creído que el terrorismo constituya una amenaza seria para Estados Unidos.
De hecho, tal como explica la revista, incluso a lo largo de 2014, cuando los terroristas del autodenominado Estado Islámico ejecutaban periódicamente a sus rehenes norteamericanos, “las emociones presidenciales estaban bajo control”. Tal y como recuerda una de sus asesoras más cercanas, Barack Obama insistía en que “no van a venir a Estados Unidos a cortar cabezas” y reiteraba una y otra vez a su círculo más próximo algo que él tiene por un gran descubrimiento intelectual, a pesar de ser una solemne estupidez: “Las armas de mano, los accidentes automovilísticos o las caídas en los cuartos de baño causan más muertes en Estados Unidos que el terrorismo”.
Lo que olvida el presidente Barack Obama, o lo que es peor, lo que nunca ha sabido el líder demócrata es que los delitos de terrorismo tienen una marcada especificidad que los hace esencialmente distintos de otros tipos de delitos y, por supuesto, de cualquier otro daño que pueda sufrir un ser humano de formar accidental. Siempre, el objetivo de un atentado no es solamente la persona o el grupo de personas que sufren el ataque violento, sino que lo que los terroristas buscan con su acción criminal es atacar al Estado democrático, atemorizar y chantajear al resto de la sociedad para que ésta ceda a sus exigencias (políticas, económicas o de cualquier otro tipo) y, sobre todo, crear un clima de terror colectivo que lleve a instituciones, organizaciones, empresas y ciudadanos en general a plantearse posturas dimisionarias y de capitulación tendentes a sucumbir ante las condiciones de los delincuentes.
Esta realidad indisociable de toda actividad terrorista se conoce como “macrovictimización terrorista” y, en algunos casos, en las situaciones más graves y descontroladas, puede alumbrar Estados fallidos o sociedades globalmente amenazadas por la violencia terrorista.
Barack Obama, a lo largo de su trayectoria como presidente de los Estados Unidos, ha demostrado ignorar que el terrorismo es una forma de criminalidad que genera una victimización especialmente severa y no comparable con la producida por otro tipo de delitos comunes. El concepto de macrovictimización refleja con nitidez el indefinido número de víctimas directas e indirectas que la actividad terrorista provoca. No en vano, se trata, esencialmente, de actos gravemente criminales (provocación intencionada de la muerte, graves lesiones o injerencias inadmisibles en la libertad o seguridad de las personas y/o comunidades) cometidos por una organización que trata de crear un estado de terror en sectores significativos de la población con la finalidad de lograr sus objetivos ideológicos (políticos o religiosos, fundamentalmente) a través del desistimiento cívico o del condicionamiento injustificado de las políticas diseñadas e implementadas por los poderes públicos.
Es por todo esto que los efectos dramáticos de esta macrovictimización justifican que destacados organismos internacionales como las Naciones Unidas, el Consejo de Europa o la Unión Europea, hayan calificado al terrorismo, en cualquiera de sus formas y manifestaciones, como una de las amenazas más graves para la paz y la seguridad internacionales.
Barack Obama parece pasar más tiempo rumiando chicle, viendo series de televisión o viajando por placer a cuenta de los prersupuestos públicos que leyendo los informes que le hacen llegar sus asesores, frustrados por el comportamiento del presidente ante el terrorismo internacional. De hecho, John Kerry, el actual secretario de Estado y una persona muy alejada de cualquier ideología extremista o de cualquier comportamiento políticamente “duro”, es uno de los más preocupados por este particular “laissez faire, laissez passer” de Barack Obama con respecto a la amenaza terrorista.
“El terrorismo, especialmente el terrorismo del Estado Islámico (EI), es una amenaza para el mundo entero”, afirma Kerry. Y añade: “Esta (el EI) es una organización abierta y públicamente comprometida con la destrucción de Occidente y con la generación del caos en Oriente Medio. Imagínense que pasaría si no resistiéramos y lucháramos contra ellos en una coalición, tal y como lo estamos haciendo. Seguramente, nos enfrentaríamos a nuevas migraciones masivas hacia Europa que destruirían el viejo continente, que terminarían con el proyecto europeo y que alumbrarían una situación parecida a la que ya se vivió en los años treinta del pasado siglo XX, con los fascismos y los nacionalismos campando a sus anchas. Por esto estamos interesados en luchar contra el terrorismo, tenemos un enorme interés en ello”.
Ahora, solamente hace falta que Barack Obama, aunque ya defenestrado, se entere de esta situación. Quienes afirman que el presidente norteamericano ya es plenamente consciente de ello arguyen que él, lo que busca, es “no crear histeria y mantener las cosas en un equilibrio apropiado”, tal y como revela el propio Kerry.
Algunas analistas explican que el presidente Obama ha tratado de ser extremadamente cuidadoso con esta cuestión por su propia naturaleza “relajada” y porque teme especialmente que surjan brotes de xenofobia contra los musulmanes o que nazcan movimientos extremistas que traten de cuestionar el orden constitucional norteamericano. Pero, sobre todo, Barack Obama cierra los ojos ante la amenaza terrorista global porque está más preocupado por otras cuestiones. Durante sus mandatos ha resultado fundamental su giro hacia Asia, donde, en su opinión, se halla el futuro económico de Estados Unidos y también uno de los principales desafíos para este país: China, con su economía abiertamente capitalista y su textura política monolíticamente totalitaria.
Por este motivo, Barack Obama ha centrado todos sus esfuerzos en la reconstrucción y el estrechamiento de lazos con sus socios del Tratado de Asia y en el establecimiento de nuevos acuerdos preferenciales con naciones potencialmente en la órbita de Estados Unidos como Birmania, Corea o Vietnam, siempre tan temerosos de la amenaza latente de la dominación china.
Mientras tanto, Obama ha descuidado dramáticamente el papel que desempeña su país donde actualmente se está jugando el destino de Occidente, en Europa, y ante la inoperancia crónica de la UE ha dejado que sean otros, especialmente la Rusia de Vladimir Putin, quienes se encarguen de “controlar” y de “apaciguar” una situación extremadamente delicada. Y esto, como todo en las relaciones entre las grandes potencias mundiales, tendrá sus consecuencias.
Y no serán positivas.