Jesucristo: ¿un mito?
Tienen razón quienes reclaman que los cristianos vuelvan a efectuar una lectura en profundidad de los textos que se encuentran en el origen de su religión. Efectivamente, es necesario que el mundo cristiano en general, y la iglesia católica en particular, repasen los principios sobre los que se asientan sus creencias, pero, sobre todo, más importante sería que desde ámbitos laicos de la sociedad se indagara, se investigara y se profundizara, desde un punto de vista científico e histórico, en el que sin duda es uno de los aspectos más importantes sobre los que se asienta nuestra civilización: la figura de Jesucristo.
Desde un punto de vista secularizado, cualquier religión solamente es una elaboración cultural más de las muchas que comenzaron a nacer en el momento fundacional en el que los seres humanos abandonaron las cuevas de la prehistoria para hacerse primero agricultores y posteriormente ganaderos. Las creencias religiosas han conformado civilizaciones, han definido movimientos migratorios, han levantado imperios y han dado luz a múltiples Estados, pero, por encima de todo esto, las grandes religiones monoteístas, y especialmente la cristiana, han configurado la tradición política, social cultural e, incluso, económica de Occidente durante casi dos mil años. En este sentido, la figura de Jesucristo adquiere una dimensión máxima que no ha alcanzado ninguna otra en la historia de la humanidad y, por lo tanto, investigar, conocer, revisar y analizar el carácter histórico de quien es el Hijo de Dios para más de 2.100 millones de personas en todo el mundo adquiere una trascendencia fundamental a la que, fuera de muy determinados y concretos ámbitos universitarios, no se ha prestado demasiada atención.
No podemos olvidar que la presunta biografía de Jesucristo, desde su nacimiento en una cueva de la ciudad de Belén (¿Nazaret?) hasta su muerte en la cruz, se construye básicamente sobre el Nuevo Testamento que, en su versión canónica, está formado esencialmente por los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Actualmente, la mayor parte de los expertos en historia de las religiones, filosofía antigua y lingüística que investigan el cristianismo primitivo coinciden en señalar que los evangelios fueron escritos, en el mejor de los casos, entre 70 y 120 años después de la presunta muerte de Jesucristo por varias personas (no necesariamente por "Mateo", "Marcos", "Lucas" y "Juan") y que, desde luego, ninguno de los autores de los mismos había tenido ningún contacto directo con la figura de Jesús.
Los evangelios, escritos tras la destrucción de Jerusalén, se crearon con el objetivo básico de poner en práctica un pionero apostolado y conseguir fieles entre los judíos, los romanos y los gentiles de la época y, por ello, son textos literarios repletos de elementos mágicos, apariciones, sucesos asombrosos, milagros y acontecimientos inexplicables que eran muy del gusto de aquellos tiempos. Pero, ¿qué sabemos de los primeros cien años de cristianismo antes de que se diera a conocer el primero de los evangelios, el de Marcos?, ¿Qué conocemos, desde un punto de vista histórico, de lo que ocurrió en los años más próximos a la presunta existencia histórica de Jesús?
El primer siglo de cristianismo que se refleja, por ejemplo, en las Cartas de Pablo se resume en la aparición de un silencio ensordecedor alrededor de la figura histórica de Jesucristo. No hay detalles en estos escritos sobre su nacimiento, su estirpe, su vida, sus enseñanzas, su doctrina o su muerte. Para Pablo, decir Jesucristo era decir Dios, una entidad deífica y divina que habitaba en el Reino de los Cielos y que era el Ser Supremo, pero en las cartas paulinas apenas se hace mención a un Jesucristo de carne y hueso que protagonizara todos los sucesos, humanos y divinos, que se le adjudican en los evangelios. El profesor canadiense Earl Doherty lo ha expresado muy claramente: "Es necesario examinar el profundo silencio sobre el Jesús de Nazareth evangélico que encontramos a lo largo de casi cien años de la más primitiva correspondencia cristiana. Ni una sola vez Pablo, o cualquier otro escritor de epístolas del primer siglo, identifica su divino Cristo Jesús con el hombre histórico reciente conocido por los evangelios. Tampoco le atribuyen las enseñanzas éticas que adjudican después a dicho hombre. Virtualmente, todos los otros detalles del cuadro del Jesús de los evangelios desaparecen de forma similar. Si Jesús fue un 'reformador social' cuyas enseñanzas dieron comienzo al movimiento cristiano, según lo presentan los académicos liberales de hoy, ¿cómo pudo perderse dicho Jesús de todas las epístolas del Nuevo Testamento de forma tan absoluta, dejando lugar sólo a un Cristo cósmico?"
Otro elemento que podría cuestionar la existencia histórica de Jesucristo es la casi total ausencia de referencias al personaje que se produce entre los escritores y las fuentes no cristianas de la época. Salvo algunas brevísimas reseñas siempre indirectas halladas en la obra de algunos historiadores romanos (Flavio Josefo, Tácito, Suetonio), y que en su mayor parte se han revelado como fruto de interpolaciones y manipulaciones posteriores, el mutismo sobre Jesucristo es absoluto en la obra de los más reconocidos historiadores del momento como, entre otros, Séneca, Petronio, Plutarco o Epicteto. Si queremos acercarnos de verdad a los orígenes del cristianismo, debemos profundizar sin miedo, y sin prejuicios, en revisar profundamente la figura histórica de Jesucristo. Actualmente, y a la luz del conocimiento científico, el cristianismo presenta todos los visos de ser una religión que, como tantas otras y como fruto muy concreto de una sociedad y de un momento histórico determinado, nació de una poderosa fuerza mítica que unió retazos del judaísmo anterior, de las tradiciones religiosas mesopotámicas, del mitraísmo (una religión nacida en lo que hoy es Irak muy popular en la Roma de aquellos tiempos), del gnosticismo, de los dioses paganos romanos e, incluso, de ritos espirituales que se habían instalado en el Imperio llegados desde Oriente. Por esto, al final, al analizar los orígenes del cristianismo tendríamos siempre que recordar las palabras que el historiador Robert W. Funk, fundador y copresidente del Seminario de Jesús, escribía hace algunos años: "Como historiador, no sé con certeza si Jesús realmente existió, si él es algo más que una quimera de algunas imaginaciones hiperactivas... Desde mi punto de vista, no hay nada acerca de Jesús de Nazaret que podamos conocer más allá de cualquier posible duda. (...) Y el Jesús que los eruditos han aislado en los antiguos evangelios, evangelios que están hinchados de la voluntad de creer, puede llegar a ser sólo otra imagen que únicamente refleja nuestros más profundos anhelos".
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Desde un punto de vista secularizado, cualquier religión solamente es una elaboración cultural más de las muchas que comenzaron a nacer en el momento fundacional en el que los seres humanos abandonaron las cuevas de la prehistoria para hacerse primero agricultores y posteriormente ganaderos. Las creencias religiosas han conformado civilizaciones, han definido movimientos migratorios, han levantado imperios y han dado luz a múltiples Estados, pero, por encima de todo esto, las grandes religiones monoteístas, y especialmente la cristiana, han configurado la tradición política, social cultural e, incluso, económica de Occidente durante casi dos mil años. En este sentido, la figura de Jesucristo adquiere una dimensión máxima que no ha alcanzado ninguna otra en la historia de la humanidad y, por lo tanto, investigar, conocer, revisar y analizar el carácter histórico de quien es el Hijo de Dios para más de 2.100 millones de personas en todo el mundo adquiere una trascendencia fundamental a la que, fuera de muy determinados y concretos ámbitos universitarios, no se ha prestado demasiada atención.
No podemos olvidar que la presunta biografía de Jesucristo, desde su nacimiento en una cueva de la ciudad de Belén (¿Nazaret?) hasta su muerte en la cruz, se construye básicamente sobre el Nuevo Testamento que, en su versión canónica, está formado esencialmente por los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Actualmente, la mayor parte de los expertos en historia de las religiones, filosofía antigua y lingüística que investigan el cristianismo primitivo coinciden en señalar que los evangelios fueron escritos, en el mejor de los casos, entre 70 y 120 años después de la presunta muerte de Jesucristo por varias personas (no necesariamente por "Mateo", "Marcos", "Lucas" y "Juan") y que, desde luego, ninguno de los autores de los mismos había tenido ningún contacto directo con la figura de Jesús.
Los evangelios, escritos tras la destrucción de Jerusalén, se crearon con el objetivo básico de poner en práctica un pionero apostolado y conseguir fieles entre los judíos, los romanos y los gentiles de la época y, por ello, son textos literarios repletos de elementos mágicos, apariciones, sucesos asombrosos, milagros y acontecimientos inexplicables que eran muy del gusto de aquellos tiempos. Pero, ¿qué sabemos de los primeros cien años de cristianismo antes de que se diera a conocer el primero de los evangelios, el de Marcos?, ¿Qué conocemos, desde un punto de vista histórico, de lo que ocurrió en los años más próximos a la presunta existencia histórica de Jesús?
El primer siglo de cristianismo que se refleja, por ejemplo, en las Cartas de Pablo se resume en la aparición de un silencio ensordecedor alrededor de la figura histórica de Jesucristo. No hay detalles en estos escritos sobre su nacimiento, su estirpe, su vida, sus enseñanzas, su doctrina o su muerte. Para Pablo, decir Jesucristo era decir Dios, una entidad deífica y divina que habitaba en el Reino de los Cielos y que era el Ser Supremo, pero en las cartas paulinas apenas se hace mención a un Jesucristo de carne y hueso que protagonizara todos los sucesos, humanos y divinos, que se le adjudican en los evangelios. El profesor canadiense Earl Doherty lo ha expresado muy claramente: "Es necesario examinar el profundo silencio sobre el Jesús de Nazareth evangélico que encontramos a lo largo de casi cien años de la más primitiva correspondencia cristiana. Ni una sola vez Pablo, o cualquier otro escritor de epístolas del primer siglo, identifica su divino Cristo Jesús con el hombre histórico reciente conocido por los evangelios. Tampoco le atribuyen las enseñanzas éticas que adjudican después a dicho hombre. Virtualmente, todos los otros detalles del cuadro del Jesús de los evangelios desaparecen de forma similar. Si Jesús fue un 'reformador social' cuyas enseñanzas dieron comienzo al movimiento cristiano, según lo presentan los académicos liberales de hoy, ¿cómo pudo perderse dicho Jesús de todas las epístolas del Nuevo Testamento de forma tan absoluta, dejando lugar sólo a un Cristo cósmico?"
Otro elemento que podría cuestionar la existencia histórica de Jesucristo es la casi total ausencia de referencias al personaje que se produce entre los escritores y las fuentes no cristianas de la época. Salvo algunas brevísimas reseñas siempre indirectas halladas en la obra de algunos historiadores romanos (Flavio Josefo, Tácito, Suetonio), y que en su mayor parte se han revelado como fruto de interpolaciones y manipulaciones posteriores, el mutismo sobre Jesucristo es absoluto en la obra de los más reconocidos historiadores del momento como, entre otros, Séneca, Petronio, Plutarco o Epicteto. Si queremos acercarnos de verdad a los orígenes del cristianismo, debemos profundizar sin miedo, y sin prejuicios, en revisar profundamente la figura histórica de Jesucristo. Actualmente, y a la luz del conocimiento científico, el cristianismo presenta todos los visos de ser una religión que, como tantas otras y como fruto muy concreto de una sociedad y de un momento histórico determinado, nació de una poderosa fuerza mítica que unió retazos del judaísmo anterior, de las tradiciones religiosas mesopotámicas, del mitraísmo (una religión nacida en lo que hoy es Irak muy popular en la Roma de aquellos tiempos), del gnosticismo, de los dioses paganos romanos e, incluso, de ritos espirituales que se habían instalado en el Imperio llegados desde Oriente. Por esto, al final, al analizar los orígenes del cristianismo tendríamos siempre que recordar las palabras que el historiador Robert W. Funk, fundador y copresidente del Seminario de Jesús, escribía hace algunos años: "Como historiador, no sé con certeza si Jesús realmente existió, si él es algo más que una quimera de algunas imaginaciones hiperactivas... Desde mi punto de vista, no hay nada acerca de Jesús de Nazaret que podamos conocer más allá de cualquier posible duda. (...) Y el Jesús que los eruditos han aislado en los antiguos evangelios, evangelios que están hinchados de la voluntad de creer, puede llegar a ser sólo otra imagen que únicamente refleja nuestros más profundos anhelos".