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Antonio Ríos Rojas
Jueves, 19 de Abril de 2018 Tiempo de lectura:
En torno a España y la UE (2ª Parte)

Las ideas

[Img #13770]En el artículo anterior, del cual este es continuación, decíamos que con las declaraciones de la ministra de justicia alemana se había puesto de manifiesto la esencia real, la causa final de la UE: la abolición de la soberanía de los Estados.

 

Ahora nos toca analizar con más detenimiento qué postulados están detrás de todo esto. Lo anunciábamos ya en las palabras finales del artículo anterior. Lo que está detrás es la visión y realización de la plenitud del ser humano como ser consumidor ajeno a toda raíz que no sea la que le lleva al deseo de tener, y al deseo de cambiar pronto unas cosas por otras, convirtiéndolo en un ser que, elevado por el incienso de las palabras solidaridad, igualdad, libertad, tolerancia, etc… se desplaza por el mundo levitando en actitud comprensiva hacia todo y hacia todos, surcando los cielos sin fronteras desde los que se le hacen realidad las palabras del apóstol Zapatero, “la tierra pertenece al viento”. Llegado el hombre al cielo, acontece el fin de la historia.


Los postulados ideológicos han sido servidos por dos tendencias filosóficas, con lo que se muestra que la filosofía, para desgracia de ella, se confunde no pocas veces con la ideología. La hermenéutica y la filosofía posmoderna. He ahí los acusados. Ese grupo, cautivador y seductor de jóvenes, formado por Derrida, Deleuze, Vattimo, en parte Foucault, Habermas, Gadamer, etc… se ha dividido bien el trabajo, unos más entregados a la deconstrucción, otros más a la construcción, pero todos a una para dar cumplimiento a “el fin de la historia”.

 

El fin de la historia para estos autores es el fin de los grandes relatos, sobre todo del relato de la metafísica occidental. Primero destacan el radical historicismo del ser humano, que abre las puertas de un perspectivismo y a la postre de un relativismo radical. Vattimo, por ejemplo, intenta que ese relativismo conduzca a unas bases de ética universal, ética que para él es más fácil de instaurar que desde sistemas metafísicos gigantes.

 

Esa nueva ética universal, en lugar de enraizar al ser humano en una historia (pues el historicismo es relativismo, y la historia no), en una tradición y en un pasado, lo desguaza, despoja al hombre de todo lo que hay de “viejo” en él, lo depura de metafísica. Y sólo así, este despojo que es el hombre debe construir una ética en diálogo con otros despojos, con otros hombres, con todos los hombres, pues todo ser humano es una pieza desguazada que, sin “el otro” actual ni es nada ni tiene razón de ser.

 

De aquí surge la “ética de comunicación ilimitada” de Habermas o “la moral del diálogo” de Gadamer. De aquí surge el gusto patológico por el debate, ya sea en el plató de televisión o en el aula. El diálogo, la comunicación ilimitada, el debate, se convierte no sólo en forma de aprendizaje, sino en forma de ser, pues el ser humano debe estar en aprendizaje permanente, en diálogo perenne. Sólo así puede el hombre “ser”. Y así ha de ser -dicen ellos- “para evitar el nihilismo”, pues detrás del Ser de la metafísica clásica –anuncian aterrados los posmodernos y hermeneutas- está la nada. Esto es de una estupidez soberana, primero por motivos ontológicos en los que aquí no entramos, pero segundo porque decir que detrás del ser está la nada es como decir que detrás del bien está el mal o que tras el pico de una montaña está el abismo. Este último ejemplo nos viene que ni pintado, pues precisamente son los altos picos los que quiere erradicar la posmodernidad a fin de que no existan abismos. Ese es el fin de los grandes relatos, ese es el fin de la metafísica occidental, de la tradición vertical de Occidente, el fin del esfuerzo y del sentido ascético del mundo. La hermenéutica y la posmodernidad pretenden sortear -superar incluso- el “nihilismo” a través de un mundo parecido a un mosaico. El ser humano forma parte de un mundo-mosaico, de un puzle. Las bromas de Arcimboldo al pintar rostros humanos formados por piezas de frutas y verduras se ha acabado haciendo realidad siglos después. El mundo como un conjunto de piezas lego que se compenetran, y que se “penetran” mutuamente (no en vano el sexo libre es un motor de esta filosofía). Toda ficha encaja bien, sea del sexo que sea, por supuesto, pues toda ficha busca el encaje con el otro en el diálogo. De ahí que el islam encaje también en Europa, a fin y al cabo somos todos entes despojados de raíz que sólo el diálogo y el debate son capaces de ensamblar. Si algo tiene visos de no encajar, las piezas del puzle habrán de pulirse a través del diálogo, limando los picos salientes de piezas demasiado extrañas. El borde de la pieza A que no encaja en B debe ser pulido, aunque lo ideal sería recortar ambas piezas en lo poco para un encaje perfecto y solidario. Ceder.

 

A eso se llama hoy “hacer política”, término que gusta cantar sobre todo al PSOE y a PODEMOS. Hacer política, dialogar, ceder. Y es que la socialdemocracia y el comunismo piji-progre se han tragado entera la ideología de la hermenéutica y de la posmodernidad. Se la han tragado sin leerla. Quizás en los vuelos levitativos del cielo del diálogo les viniera el aire de esa filosofía. De haber leído podemitas y socialistas a los citados -por los que yo siento aprecio intelectual- no podrían ser tan burdamente lerdos. Deleuze, Foucault o Vattimo son grandísimos pensadores. Y sólo puede negar eso quien no los haya leído. Ver cómo Vattimo conoce al dedillo a Heidegger hasta lograr manipularlo brillantemente (Leáse “Más allá del sujeto” o "Ética de la interpretación”) es para tomarse a estos filósofos en serio. Con ellos no puede haber debate, sino en todo caso combate, pero por lo menos que uno luche con gente de categoría, no con aquellos a los que sólo les ha llegado el aire de la hermenéutica o la posmodernidad, sintiéndose personas libres cuando sólo son burócratas y tecnócratas de tres al cuarto.


Así, pues, es el tiempo del relativismo, de mutilarse, de recortarse, de ceder. Pero no se han dado cuenta de que en la UE hay siempre uno que jamás cede. El que manda nunca cede, sino que “invita” a ceder a los demás. Quien manda en la UE es un ser que hay que ocultar, difuminar al máximo, no vaya a ser que en el fondo se manifieste que aún siguen ahí los grandes relatos, la visión jerárquica del mundo, aunque revestida de diablo. Quien manda es el dinero de unas élites, y la UE, es decir, Alemania, es el gestor de ese dinero. Y con ello volvemos al artículo anterior. La ministra alemana, la administradora de justicia de las élites no hizo sino aplicar a otros la filosofía europeísta: tolerancia, libertad, no violencia, democracia, diálogo, debate. Y así vemos que la Europa de la UE, que posee una estructura mucho más votátil y quimérica que España, impone a esta sus presupuestos ideológicos, desestructurando así a naciones que tienen una estructura canonizada, mucho más que la superestructura de la UE. (Léase Bueno, G: “España no es un mito”; p.205-241).


Imponiéndose, elevándose la UE, es decir, Alemania sobre España, se impone la utopía al realismo político, a la estructura soberana de los Estados. España nunca defendió la vaga utopía, salvo en el periodo 1931-1936 (especialmente en el periodo 1931-1934), gracias a la importación europea, comunismo incluido. Las utopías pertenecen al mundo alemán y anglosajón, y al ruso como efecto de aquellos. En España, el catolicismo se apoyó en la más realista de todas las filosofías, la escolástica. En España, la utopía sólo acontecía de forma individual, en las celdas de los místicos, nunca a nivel general, a excepción de, cuando por degeneración de las costumbres, había que regenerar estas, constituyéndose la utopía en España no como abolición de las costumbres, sino como vuelta a las mismas. Ese es el componente heroico y utópico de España, el restituir.


Es pues intolerable que una superestructura utópica de corte luterano como la UE, es decir, Alemania, humille a España, porque eso es no sólo humillar a una nación, a la soberanía española, es humillar al realismo y al sentido común. España, tan llena de imbéciles que odian a su nación porque odian en el fondo a su propia ignorancia, tiene, sin embargo, más unidad y mucho más realismo que la UE. España tiene una lengua común, una cultura común y una religión común. La Europa de la UE ¿qué tiene en común? El dinero y el “diálogo interdisciplinar”. Por no tener en común no tiene ni una lengua, por no hablar del cristianismo. Sí, hubo un tiempo en que una Europa sublime de verdad tuvo en común el latín, pero lo que unía a los pueblos por el latín era el saber, el conocimiento, que además se apoyaba en una religión cristiana aún no cismatizada. ¿Qué une hoy el inglés, esa lengua que Albert Rivera quiere implantar en todos los españoles? El inglés de hoy representa y sirve sólo al dinero y a la técnica, mientras que el latín de antaño servía al saber y a la Tradición. Me parto de risa cuando los europeístas actuales claman esa Europa unida de la Edad Media a través del latín. No consigue uno contener el esfínter.


Espero haber mostrado de alguna manera la situación de descomposición esencial que está en la base de las llamadas “democracias avanzadas”, de “las democracias posmodernas”. Se nos promete el aire universal a costa de las raíces. Digámoslo al modo del siglo de oro español: Se nos promete el cielo, a costa de usurparnos el suelo; pero sin suelo ¿quién mirará al verdadero cielo?
 

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