Hipocresía socialdemócrata
He leído con interés la entrevista de LTPV a Christophe Guilluy, el cual aporta un diagnóstico muy interesante, ya tratado también por otros autores al referirse a la base electoral que ha dado la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump, sobre la paulatina fractura entre las élites urbanas y una gran muchedumbre de precariado que se está produciendo en los países occidentales. Se culpa, como siempre, a la globalización.
Hay algunos aspectos de sus respuestas que me gustaría analizar. En primer lugar, afirma el Sr. Guilluy que políticos como Macron ya no creen en la fractura entre derecha e izquierda. Creo que tiene razón, la gente como Macron sólo cree en la élite que, por supuesto, representan personas como él, criadas en los pesebres de la más acendrada socialdemocracia. Se acusa a estas élites de ser el producto del neoliberalismo, cuando no es cierto: en todos los países occidentales, especialmente en Europa, tales élites son el producto de las políticas socialdemócratas. El liberalismo no crea más élites que las meritocráticas. La socialdemocracia crea élites que perpetúen el sistema, elementos como Macron o su ex compañero de gabinete Valls, ambos productos de la más rancia educación elitista francesa, de la que salen la mayoría de los cuadros de altos funcionarios del socialista Estado francés.
Los mismos que acusan al neoliberalismo de crear tales élites son los que dicen, como Macron, que ya no existe la separación izquierda-derecha o que ésta ya no es relevante. No es cierto. Es más importante que nunca, lo que ocurre es que se pretende obviar para engañar al pueblo ocultándole que tales diferencias no existen sencillamente porque todos son, esencialmente, socialistas. El caso de Francia es paradigmático: se pretende acusar a la extrema derecha de Le Pen de neoliberal, cuando si ha arrastrado tanto voto de izquierdas hasta hacer desaparecer prácticamente el partido socialista es, precisamente, porque sus propuestas socio-económicas son también socialistas, aunque se diferencien en el componente nacionalista. Componente nacionalista que acusa a Europa de los males de Francia, cuando tales males sólo obedecen a su tendencia socialista exacerbada que provoca que el Estado francés suponga más del 60% de la economía del país. Pretender que un país donde el Estado ocupa tal espacio en la economía es liberal o neoliberal es una enorme falacia.
Menciona el señor Guilluy que muchos chalecos amarillos pertenecen al "bloque burgués, ecologista y liberal". Creo, con todo respeto a su opinión, que esta afirmación no se corresponde con la realidad. Basta analizar las exigencias de los chalecos amarillos para comprobar que la mayoría y las más importantes de sus reivindicaciones son socializantes, nada liberales. Tanto el Frente Nacional como Melenchon pretenden ponerse al frente de tales reivindicaciones, lo que demuestra su contenido definitivamente no liberal.
Afirma más adelante el entrevistado que la inteligencia francesa había abandonado la cuestión social para abrazar toda la ideología neoliberal. No sé en qué puede basar esta afirmación cuando si algo sufre Francia debido a su "inteligencia" es un proceso brutal de inmersión en lo políticamente correcto. Deriva de ello Guilluy el fracaso electoral de la izquierda, como si estos votos se hubieran ido realmente a un partido liberal, lo que es totalmente incorrecto. Por el contrario, esos votos se han ido al Frente Nacional, que tiene tanto que ver con el liberalismo como un ladrillo con la computación cuántica.
Estos análisis olvidan algunas realidades esenciales. Si hace veinte o treinta años, a la satisfecha clase media europea se le hubiera preguntado si deseaba el desarrollo de los países asiáticos y africanos, nadie hubiera respondido negativamente. Cuando eso ha llegado de la mano de la globalización económica se ha producido un trasvase de muchos centros económicos a esos países, donde las clases medias están emergiendo con una potencia similar a la que tuvieron tales clases medias hace un siglo cuando emergieron en Europa. Ahora nuestras clases medias no se alegran de la salida de la pobreza de grandes masas de población de esos países. Pero eso no es lo peor, porque la hipocresía forma parte de la naturaleza humana; lo peor es que tampoco parecen dispuestas a competir para mantener su posición de privilegio. En cambio, culpan a sus Estados de no darles más de lo mucho que ya les ha dado. Por tanto, es la colisión entre la globalización económica (movimiento liberal) y las políticas internas de los países occidentales (socialdemócratas) lo que está provocando estas tensiones.
A esta hipocresía occidental contribuye el mensaje falaz de la clase política que, aunque no ofrezca soluciones socialdemócratas a estas clases medias venidas a menos (porque no las hay) les oculta que la verdadera razón de su pauperización es precisamente el estado socialdemócrata que supone el mantenimiento de un statu quo prácticamente inmóvil. Cabe preguntarse si la solución pasaría por una mayor liberalización de las políticas internas de los países occidentales. Tal vez convendría hacer el experimento, ya que las otras vías es evidente que muestran síntomas de agotamiento y oclusión.
Pero esta pregunta jamás se la harán nuestros políticos. Liberalizar significa restarle poder a su ineptocracia. Liberalizar significa que la meritocracia campe por sus respetos. No van a promocionar nuestros políticos lo que acabaría con ellos.
Entre tanto, lo que pagamos la factura somos, como siempre, usted y yo.
(*) Winston Galt es autor de la exitosa novela de culto Frío Monstruo
He leído con interés la entrevista de LTPV a Christophe Guilluy, el cual aporta un diagnóstico muy interesante, ya tratado también por otros autores al referirse a la base electoral que ha dado la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump, sobre la paulatina fractura entre las élites urbanas y una gran muchedumbre de precariado que se está produciendo en los países occidentales. Se culpa, como siempre, a la globalización.
Hay algunos aspectos de sus respuestas que me gustaría analizar. En primer lugar, afirma el Sr. Guilluy que políticos como Macron ya no creen en la fractura entre derecha e izquierda. Creo que tiene razón, la gente como Macron sólo cree en la élite que, por supuesto, representan personas como él, criadas en los pesebres de la más acendrada socialdemocracia. Se acusa a estas élites de ser el producto del neoliberalismo, cuando no es cierto: en todos los países occidentales, especialmente en Europa, tales élites son el producto de las políticas socialdemócratas. El liberalismo no crea más élites que las meritocráticas. La socialdemocracia crea élites que perpetúen el sistema, elementos como Macron o su ex compañero de gabinete Valls, ambos productos de la más rancia educación elitista francesa, de la que salen la mayoría de los cuadros de altos funcionarios del socialista Estado francés.
Los mismos que acusan al neoliberalismo de crear tales élites son los que dicen, como Macron, que ya no existe la separación izquierda-derecha o que ésta ya no es relevante. No es cierto. Es más importante que nunca, lo que ocurre es que se pretende obviar para engañar al pueblo ocultándole que tales diferencias no existen sencillamente porque todos son, esencialmente, socialistas. El caso de Francia es paradigmático: se pretende acusar a la extrema derecha de Le Pen de neoliberal, cuando si ha arrastrado tanto voto de izquierdas hasta hacer desaparecer prácticamente el partido socialista es, precisamente, porque sus propuestas socio-económicas son también socialistas, aunque se diferencien en el componente nacionalista. Componente nacionalista que acusa a Europa de los males de Francia, cuando tales males sólo obedecen a su tendencia socialista exacerbada que provoca que el Estado francés suponga más del 60% de la economía del país. Pretender que un país donde el Estado ocupa tal espacio en la economía es liberal o neoliberal es una enorme falacia.
Menciona el señor Guilluy que muchos chalecos amarillos pertenecen al "bloque burgués, ecologista y liberal". Creo, con todo respeto a su opinión, que esta afirmación no se corresponde con la realidad. Basta analizar las exigencias de los chalecos amarillos para comprobar que la mayoría y las más importantes de sus reivindicaciones son socializantes, nada liberales. Tanto el Frente Nacional como Melenchon pretenden ponerse al frente de tales reivindicaciones, lo que demuestra su contenido definitivamente no liberal.
Afirma más adelante el entrevistado que la inteligencia francesa había abandonado la cuestión social para abrazar toda la ideología neoliberal. No sé en qué puede basar esta afirmación cuando si algo sufre Francia debido a su "inteligencia" es un proceso brutal de inmersión en lo políticamente correcto. Deriva de ello Guilluy el fracaso electoral de la izquierda, como si estos votos se hubieran ido realmente a un partido liberal, lo que es totalmente incorrecto. Por el contrario, esos votos se han ido al Frente Nacional, que tiene tanto que ver con el liberalismo como un ladrillo con la computación cuántica.
Estos análisis olvidan algunas realidades esenciales. Si hace veinte o treinta años, a la satisfecha clase media europea se le hubiera preguntado si deseaba el desarrollo de los países asiáticos y africanos, nadie hubiera respondido negativamente. Cuando eso ha llegado de la mano de la globalización económica se ha producido un trasvase de muchos centros económicos a esos países, donde las clases medias están emergiendo con una potencia similar a la que tuvieron tales clases medias hace un siglo cuando emergieron en Europa. Ahora nuestras clases medias no se alegran de la salida de la pobreza de grandes masas de población de esos países. Pero eso no es lo peor, porque la hipocresía forma parte de la naturaleza humana; lo peor es que tampoco parecen dispuestas a competir para mantener su posición de privilegio. En cambio, culpan a sus Estados de no darles más de lo mucho que ya les ha dado. Por tanto, es la colisión entre la globalización económica (movimiento liberal) y las políticas internas de los países occidentales (socialdemócratas) lo que está provocando estas tensiones.
A esta hipocresía occidental contribuye el mensaje falaz de la clase política que, aunque no ofrezca soluciones socialdemócratas a estas clases medias venidas a menos (porque no las hay) les oculta que la verdadera razón de su pauperización es precisamente el estado socialdemócrata que supone el mantenimiento de un statu quo prácticamente inmóvil. Cabe preguntarse si la solución pasaría por una mayor liberalización de las políticas internas de los países occidentales. Tal vez convendría hacer el experimento, ya que las otras vías es evidente que muestran síntomas de agotamiento y oclusión.
Pero esta pregunta jamás se la harán nuestros políticos. Liberalizar significa restarle poder a su ineptocracia. Liberalizar significa que la meritocracia campe por sus respetos. No van a promocionar nuestros políticos lo que acabaría con ellos.
Entre tanto, lo que pagamos la factura somos, como siempre, usted y yo.
(*) Winston Galt es autor de la exitosa novela de culto Frío Monstruo