Los tres miedos
Los ingentes esfuerzos que se están llevando a cabo para alterar la historia de lo ocurrido en Euskadi durante las últimas décadas están dando frutos maduros. La actividad desarrollada por las instituciones vascas, con el Gobierno que preside Urkullu y el departamento dirigido por el inefable Jonan Fernández está consiguiendo que el recuerdo de ETA se difumine y se tergiverse.
A estos esfuerzos no son ajenos los miembros de la autodenominada izquierda abertzale, interesados desde el no reconocimiento de las barbaridades que han protagonizado en que el olvido prevalezca a la verdad, con la mínima excepción de un patético grupúsculo, Amnistía ta Askatasuna (ATA), del que ya nadie habla.
Ni lo es un amplio sector de una sociedad enferma y cobarde que durante décadas ha mirado hacia otro lado, sin enfrentar las aberraciones que tenían en su propias familias y una violencia sin sentido que se convirtió en factor estructural y vertebrador.
Todos prefieren pasar la página más oscura de los últimos 40 años.
El discurso oficial y el oficioso que argumentan estas manipuladoras actuaciones incluye la expresión de un temor: que lo ocurrido no vuelva a repetirse.
Ese temor es indicativo de un temor, que a mi entender, tras un sencillo análisis, se puede desglosar en tres miedos, los tres miedos los sufren los protagonistas de lo ocurrido y los actuales manipuladores, que son conscientes del historicidio que están cometiendo.
Primer miedo. Dicen temer que lo ocurrido vuelva a suceder; se refieren a la posibilidad de que resurja un grupo violento en el seno de lo poco que queda de la izquierda abertzale, que reivindicase el legado de una extinta ETA que ya procedió a la apertura y lectura de su testamento. Posible, pero altamente improbable, no así la posibilidad de que un sector de la desnortada y confusa juventud que han educado en las herriko tabernas (bares independentistas y proetarras) y en unos núcleos familiares llenos de odio, en vez de en un sistema educativo de libertades y reconocimiento de los Derechos Humanos, desarrolle formas de violencia.
Segundo miedo. Más en privado, algunos reconocen tener miedo a que nuevas manifestaciones de violencia vinculadas a una causa independentista y de fuerte naturaleza nacionalista, provocase una reacción también violenta pero de signo contrario, algo que con mínimas excepciones no se produjo contra ETA, pero que con los nuevos tiempo políticos y sociales en Europa, podría estar más cerca que nunca, contar con más apoyos no solo populares sino de cobertura logística y soportes ideológicos; reacción que por novedosa propicia nuevos temores derivados del desconocimiento de lo que pudiese ocurrir y de la posible magnitud alcanzable.
Tercer miedo. Lo que nunca dicen es que el miedo más profundo del que adolecen es el miedo a que por alguna razón fuera de su control se proceda a revisar la manipulación que se está llevando a cabo de todo lo acontecido, de los hechos, o sea, de la historia. Este miedo es tan visceral y tan intenso que se oculta, incluso en privado, y como ocurre con los grandes temores su fuerza es tal que lleva incluso a los mentirosos a creerse sus propias mentiras.
Este conjunto de miedos, expresión directa de los fantasmas de un horrible pasado reciente y de las sombras que proyectan las verdades, son muestra concreta de las miserias que fabrican los cobardes y residuos que nos deja esta sociedad enferma; pero tan reales como que hubo centenares de asesinos y miles de víctimas.
Por increíble que pueda parecerle a un observador externo y distante, ETA generaba temores, pero no solo estos que he referido, de hecho a la par también creaba un marco de estabilidad, seguridad y garantías para sus miembros, colaboradores, simpatizantes y cobardes de diferentes calañas. ETA contribuyó de manera decisiva a crear una sociedad perversa pero funcional, un modelo que hay que borrar del recuerdo, porque en él han participado demasiadas personas atendiendo a demasiados oscuros intereses.
Los ingentes esfuerzos que se están llevando a cabo para alterar la historia de lo ocurrido en Euskadi durante las últimas décadas están dando frutos maduros. La actividad desarrollada por las instituciones vascas, con el Gobierno que preside Urkullu y el departamento dirigido por el inefable Jonan Fernández está consiguiendo que el recuerdo de ETA se difumine y se tergiverse.
A estos esfuerzos no son ajenos los miembros de la autodenominada izquierda abertzale, interesados desde el no reconocimiento de las barbaridades que han protagonizado en que el olvido prevalezca a la verdad, con la mínima excepción de un patético grupúsculo, Amnistía ta Askatasuna (ATA), del que ya nadie habla.
Ni lo es un amplio sector de una sociedad enferma y cobarde que durante décadas ha mirado hacia otro lado, sin enfrentar las aberraciones que tenían en su propias familias y una violencia sin sentido que se convirtió en factor estructural y vertebrador.
Todos prefieren pasar la página más oscura de los últimos 40 años.
El discurso oficial y el oficioso que argumentan estas manipuladoras actuaciones incluye la expresión de un temor: que lo ocurrido no vuelva a repetirse.
Ese temor es indicativo de un temor, que a mi entender, tras un sencillo análisis, se puede desglosar en tres miedos, los tres miedos los sufren los protagonistas de lo ocurrido y los actuales manipuladores, que son conscientes del historicidio que están cometiendo.
Primer miedo. Dicen temer que lo ocurrido vuelva a suceder; se refieren a la posibilidad de que resurja un grupo violento en el seno de lo poco que queda de la izquierda abertzale, que reivindicase el legado de una extinta ETA que ya procedió a la apertura y lectura de su testamento. Posible, pero altamente improbable, no así la posibilidad de que un sector de la desnortada y confusa juventud que han educado en las herriko tabernas (bares independentistas y proetarras) y en unos núcleos familiares llenos de odio, en vez de en un sistema educativo de libertades y reconocimiento de los Derechos Humanos, desarrolle formas de violencia.
Segundo miedo. Más en privado, algunos reconocen tener miedo a que nuevas manifestaciones de violencia vinculadas a una causa independentista y de fuerte naturaleza nacionalista, provocase una reacción también violenta pero de signo contrario, algo que con mínimas excepciones no se produjo contra ETA, pero que con los nuevos tiempo políticos y sociales en Europa, podría estar más cerca que nunca, contar con más apoyos no solo populares sino de cobertura logística y soportes ideológicos; reacción que por novedosa propicia nuevos temores derivados del desconocimiento de lo que pudiese ocurrir y de la posible magnitud alcanzable.
Tercer miedo. Lo que nunca dicen es que el miedo más profundo del que adolecen es el miedo a que por alguna razón fuera de su control se proceda a revisar la manipulación que se está llevando a cabo de todo lo acontecido, de los hechos, o sea, de la historia. Este miedo es tan visceral y tan intenso que se oculta, incluso en privado, y como ocurre con los grandes temores su fuerza es tal que lleva incluso a los mentirosos a creerse sus propias mentiras.
Este conjunto de miedos, expresión directa de los fantasmas de un horrible pasado reciente y de las sombras que proyectan las verdades, son muestra concreta de las miserias que fabrican los cobardes y residuos que nos deja esta sociedad enferma; pero tan reales como que hubo centenares de asesinos y miles de víctimas.
Por increíble que pueda parecerle a un observador externo y distante, ETA generaba temores, pero no solo estos que he referido, de hecho a la par también creaba un marco de estabilidad, seguridad y garantías para sus miembros, colaboradores, simpatizantes y cobardes de diferentes calañas. ETA contribuyó de manera decisiva a crear una sociedad perversa pero funcional, un modelo que hay que borrar del recuerdo, porque en él han participado demasiadas personas atendiendo a demasiados oscuros intereses.











