Crónicas del anochecer
El fin de Occidente tal y como lo conocíamos (I)
Ya Maquiavelo se dio cuenta de que a la historia nunca le faltaron profetas del declive, pero la constatación de su omnipresencia de ninguna manera puede indicar que siempre estén equivocados.
El siglo XXI es sin duda uno de los casos a los que se habría referido Maquiavelo si le hubieran concedido el favor dudoso de ser testigo de nuestro tiempo. Porque Occidente, tal y como lo conocemos, ahora está también en su final, justo como muchas otras culturas avanzadas anteriores. Dondequiera que se mire, hay síntomas de ello en todas partes, síntomas que a menudo se trivializan con términos como "transformación", "desafío" o incluso "azar", pero que, francamente, son más bien una señal de decadencia. Los síntomas deberían ser considerados como auto-abandono, disolución o incluso destrucción. Solo es necesario con echar otro vistazo a la lista casi interminable de desafíos que tenemos por delante y que Occidente va a enfrentar en diez años. Sin que querer realizar una lista exhaustiva, Occidente se arriesga a sufrir un colapso interno, con problemas como desempleo, empobrecimiento, especulación, desindustrialización, recortes en el bienestar social, crisis financiera, deuda pública, pérdida de valor, disminución de la población, envejecimiento, dictadura mediática, miseria educativa, déficit democrático, cabildeo, despolitización, inmigración masiva, fundamentalismo, xenofobia, populismo, terrorismo o guerras asimétricas.
Occidente, o lo que queda de él, se asienta sobre una montaña de explosivos en constante crecimiento, y su desactivación se ha convertido ahora en una cosa tan improbable que una ignición controlada es vista casi como un acto de gracia. La verdadera tragedia no es la cantidad impresionante de factores que conforman la gran crisis sino, sobre todo, el hecho de que todo esto a casi nadie realmente le parece interesante. El desafío interno más poderoso, probablemente, al que Occidente se ha enfrentado quizá no tenga que ver una política general, social, cultural, que nos permitiría llegar a estar -económicamente hablando- empobrecidos, pero purificados interiormente de la crisis, sino que es más bien el resultado de una auténtica disolución, que es algo más que desinterés diario, desorientación, derrotismo y un abierto y acelerado auto-odio.
Occidente no sólo está sumido en crisis, es que está en peligro de muerte. Está en juego su supervivencia.
Si esto parece demasiado abstracto, al autor le gustaría acompañarles en un paseo por su ciudad natal -Verviers- (Bélgica); el pequeño desvío vale la pena.
Un día festivo de "Todos los Santos"
Se considera este día una fiesta indeseable en Bélgica, ya que "Todos los Santos" es un término religiosamente discriminatorio. Con mis dos hijos pequeños, abandono nuestra casa en Verviers, la ciudad del este de Bélgica, y salimos a la calle para visitar el mercado semanal, como de costumbre.
Vivimos de la misma manera que la mayoría de la gente aquí, en un edificio antiguo de finales del siglo XIX, pero con la suerte de vivir en la casa solo para nosotros. La mayoría de las viviendas vecinas existen por desmembramiento de las proporciones antiguas en tres o incluso cuatro viviendas, divididas así en apartamentos estrechos. Los descendientes de las antiguas familias notables, o bien se han extinguido o bien se han marchado. Los nombres exóticos de nuestros vecinos se pueden leer en las placas de los timbres de llamada y en los buzones. Hemos perdido la visión general de las cosas, ya que llevamos mucho tiempo entrando y saliendo de nuestros apartamentos, pero el hecho es que nos enfrentamos con permanentes grietas. La administración de la ciudad había sido muy buena durante décadas y ahora el pavimento se quiebra por causa de las malas hierbas que lo tienen cubierto, con la calle llena de baches. La privatización de las tarifas de estacionamiento nada ha cambiado las cosas. Más bien, es de sobra sabido que cada vez partes más grandes de la ciudad son tácitamente ignoradas por el sistema. Esto causa daño a la gente. Pero, eso sí, hay presencia policial. El fuerte dispositivo no es excepción en Verviers, donde las fuerzas de la ley y el orden también son cuidadosas.
Nuestro paseo por el mercado nos lleva por calles que serían un verdadero museo de arquitectura si no fuera porque están en mal estado. A menudo, las decoraciones de estuco caen; muchas edificaciones están a la venta. Las iglesias están vacías y en mal estado. En otros casos, son demolidas inmediatamente, y así crear espacio para plazas de aparcamiento; solo mezquitas y salas de oración evangélicas brotan en cada calle. Incluso la fábrica y los almacenes, testimonios de antaño que hablan de una rica industria textil, están vacías, sin actividad, con las ventanas pegadas o tiradas al suelo. Las dos generaciones anteriores iban prosperando y las medianas empresas ahora están en venta en su mayoría y la tasa de desempleo ha alcanzado el 25 por ciento –para alojar ahora tiendas de chatarra que cambian rápidamente, o sólo tiendas nocturnas, Doner Kebab y peluquerías, éstas en su mayoría especializadas en el afeitado artístico de barbas -. Este tipo de negocios es el que parece tener un futuro prometedor. Pero tal vez cambie todo esto pronto: la Administración de la ciudad quiere enfrentarse a la resistencia masiva de la población con un futurista centro comercial, el cual, a pesar de que supone la demolición de una gran parte del centro histórico de la ciudad y la cobertura del río con el mismo, pretende crear muchos puestos de trabajo nuevos. Esto será así si la empresa no tiene el mismo final que el proyecto casi idéntico en la ciudad vecina, el de fabricar un estuche de cristal gigante que ha estado vacío durante años.
Ahora nuestro camino más allá del memorial de guerra, donde la victoria de la "Humanité" y la "Liberté" es objeto de celebración en un audaz columpio “art-decó” sobre el enemigo alemán y su infame "cultura", mientras que algunos metros más allá se cree que está el belga aquel que en la colonia del Congo sacrificó valientemente su vida por la defensa de la "civilización". La contradicción es que los dos monumentos ya no interesan en la actualidad. La explanada atiende a las personas sin hogar, cada vez más numerosas, como una granja, y está salpicada de latas de cerveza vacías. Justo al lado está el "Grand Théâtre", joya de la arquitectura clásica y en otro tiempo el corazón cultural internacional por su vida musical. La ciudad prestigiosa, hoy se abandona al derrumbe. Se ve cercada por barreras a los transeúntes antes de caerse las partes del edificio. Con grafitis están cubiertas las arcadas, salientes y balaustradas. Todo está cubierto de maleza y matorral. Falta dinero para una renovación. Los fondos públicos de la ciudad, como el conjunto del Estado belga, están fuertemente endeudados por los horrendos beneficios de la miseria. Para los impuestos locales, preferir centros deportivos o iniciativas interculturales es algo que resulta menos "elitista".
Llegamos al centro de la ciudad. Las tiendas de descuento global con sus andróginos y con poca ropa modelos están en armonía íntima al lado de las tiendas de velos (para las musulmanas) y pelucas (para los negros africanos), además de un centro de planificación familiar para el aborto y para proteger contra la violencia doméstica; también están los anuncios de la "Maison de la Laïcité " (Casa del Laicismo) para unirse a discusiones sobre multiculturalismo, masonería y sobre los crímenes pedófilos de la Iglesia.
Grandes bancos, sustentados únicamente con gigantescas inyecciones fiscales, anuncian su bajo interés, en dudoso contraste con las promesas de fondos de pensiones. Y mientras, diagonalmente opuesto a ellos, un confitero está preocupado por si la especialidad local, la albóndiga de arroz, acabará siendo prohibida dentro de poco, ya que se elabora con leche fresca no pasteurizada. He aquí un gran reto de acuerdo con la norma de la UE. ¿Es un riesgo para la salud, anuncia un antiguo alcalde (socialista) que publicó esto en el tablón de anuncios de un periódico del TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión)?. En resumen, el surrealismo belga en su forma más pura... ¿o ya es surrealismo europeo?
Ahora llegamos al mercado, pasando ante las torres del poderoso edificio neogótico de la oficina de correos, que actualmente está reaprovechada para los servicios sociales. Sus usuarios son casi exclusivamente de origen no europeo, a excepción de algunas personas mayores locales, un poco confundidas por las masas extranjeras, así como por un puñado de jóvenes con conciencia ecologista en un aislado puesto de verduras orgánica en la esquina.
En el Ayuntamiento también escuchamos los disparos de las cámaras de turistas alemanes en Verviers. Probablemente andan buscando un sabor del Mediterráneo. Y efectivamente, el mercado tiene su publicidad árabe de los productos exóticos, el blanco de los caftanes de los musulmanes, las coloridas túnicas congoleñas y las innumerables hijas veladas de las mujeres del norte de África, y todo ello sería casi algo pintoresco cuando el sol brilla. Aunque teniendo en cuenta que tenemos 216 días de lluvia por año (contra 153 en Inglaterra), el clima se refleja en el ánimo de los presentes; así las cosas, la visita a la ciudad es algo más bien desaconsejable.
Y hay algo más que nubla la alegría: se ven por todas partes soldados vigilantes con ametralladoras patrullando el área. También jeeps militares pesados y vehículos de transporte de tropas. Mientras tanto, para el paisaje urbano, en sólo dos generaciones hemos pasado del multiculturalismo de la anterior metrópolis textil a una situación donde los extranjeros, alrededor de un tercio de la población, en su mayoría no europeos de origen, traen no solo alegría y colorido, sino también preocupaciones tangibles. El camino de regreso a casa nos conduce en línea recta hacia el domicilio de uno de los grupos terroristas islamistas locales más conocidos.
Los agujeros de bala de enero aún son visibles, testimonio de cuando los terroristas equipados con granadas de mano y Kalashnikov salieron disparando, surgidos de una red de Bruselas y París, así como de numerosos combatientes activos en Siria. Solo a tiro de piedra de aquí ganó celebridad también el hijo menor de un triste imán local cuando, filmándose a sí mismo, proclamó en cánticos a Alá pidiendo la muerte de todos los no creyentes de Verviers. Pero no hay que pensar en cerrar las mezquitas, donde los sermones de odio son demostrablemente difundidos, porque según la alcaldesa (socialista), esto desencadenaría en una guerra civil.
Pronto por fin estaremos en casa, pero nos queda pasar cerca de la línea de ferrocarril. En otros tiempos, el TGV [tren de alta velocidad] y el ICE [El ICE , InterCity Express, es un tren de alta velocidad que conecta todas las ciudades principales de Alemania] rugió aquí. Los eurócratas aburridos y los ejecutivos que manejan portátiles o revistas brillantes apenas le concedieron una corta y borrosa ojeada sobre el declive de las fachadas de ladrillo y estuco. Apenas uno de ellos se ha inclinado sobre la ventanilla. Hoy en día, sólo el tráfico regional se detiene en la moribunda ciudad.
¿En qué medida se encuentra en la imagen esbozada una sociedad en declive? Estas descripciones son típicas de muchas zonas de Europa. Esta es también - como muchos alemanes piensan- la situación desastrosa en el sureste de Europa, Grecia, Italia, España, Portugal… sí, incluso las situaciones en Francia y Bélgica son malas. Hay un rumor circulando por ahí. Esencialmente parece que la actual crisis no es solamente una acumulación de factores desfavorables de índole social, económica, política o demográfica sino que, al mismo tiempo, es el significado y la identidad de la sociedad occidental la que está cuestionada. Cuantos más fuertes son nuestros políticos, más elevada es la superioridad de los "valores occidentales" para asociarlos -en flagrante contradicción- con el canto simultáneo sobre el multiculturalismo en todas partes, como si este multiculturalismo fuera parte de la civilización misma. Más bien parece que el significado real de estos valores, ya lejos de su origen, ha perdido su contenido: en lugar de una identidad positiva son, en el mejor de los casos, espacios vacíos, clichés; en el peor de los sentidos, autodestrucción abierta y un intento de ahuecar a Occidente desde adentro.
No queremos entrar en la cuestión, pero la fuerza de su alcance histórico es única: el movimiento migratorio procedente del exterior -en su mayoría islámico- de la últimas dos generaciones de "trabajadores invitados" que se convierten en ciudadanos en muchos países, ahora conforman ya una quinta parte de toda la ciudadanía. Esto es ya una forma indirecta de auto-abandono del Occidente, que se ve afectado por el cambio demográfico y por el desequilibrio poblacional, debido a la concentración de inmigrantes en las grandes ciudades. En la cuestión de la identidad cultural no es fundamental la composición étnica de una población, sino su capacidad para integrar a los inmigrantes de manera eficiente. Y es precisamente esta capacidad de integración la que está en juego. Son casi todos rasgos de la identidad que una vez sirvió a Occidente en el ámbito de la convivencia, de la fe religiosa, de los roles de género, de la sensibilidad histórica, de la acción política y de la confianza colectiva en el futuro a través de las fronteras nacionales como delimitadoras de un espacio cultural común, los que se han erosionado o reinterpretado hasta el punto de que los recién llegados no pueden ser culpados por ello.
La diversidad de costumbres, de lengua y cultura, siempre ha sido una característica de la sociedad occidental y ha permitido el surgimiento de una burguesía occidental mundial, a través de intercambios, viajes educativos, multilingüismo y espiritualidad abierta. Pero hoy, en la era del pluralismo y el "cosmopolitismo", consideramos que hay una creciente reducción de la diversidad cultural a una única civilización global de factura americana, en la que la adhesión a la propia cultura, o se hace en la medida en que lo permita la ley como folklore o se desplaza peligrosamente hacia la intolerancia, el nacionalismo o incluso hacia el extremismo para ser igualados a ella. Por lo tanto, muchos conceptos pertenecen a la cultura occidental en todo el mundo, pero al mismo tiempo, tienen su propia complejidad y, por lo tanto, su peculiar conectividad con los demás. Occidente perdió sus ideas y forzó a las personas afectadas por ellas, ya sea disponiéndolas para el autoabandono ya sea para la formación de unas sociedades paralelas irreconciliables.
(*) David Engels, catedrático de Historia Antigua de Roma en la Universidad Libre de Bruselas, trabaja actualmente en el Instituto Zachodni, de Polonia. Es presidente de la Sociedad Internacional Oswald Spengler para el Estudio de la Humanidad y de la Historia Mundial.
Consultar: El fin de Occidente tal y como lo conocíamos (2ª Parte)
Ya Maquiavelo se dio cuenta de que a la historia nunca le faltaron profetas del declive, pero la constatación de su omnipresencia de ninguna manera puede indicar que siempre estén equivocados.
El siglo XXI es sin duda uno de los casos a los que se habría referido Maquiavelo si le hubieran concedido el favor dudoso de ser testigo de nuestro tiempo. Porque Occidente, tal y como lo conocemos, ahora está también en su final, justo como muchas otras culturas avanzadas anteriores. Dondequiera que se mire, hay síntomas de ello en todas partes, síntomas que a menudo se trivializan con términos como "transformación", "desafío" o incluso "azar", pero que, francamente, son más bien una señal de decadencia. Los síntomas deberían ser considerados como auto-abandono, disolución o incluso destrucción. Solo es necesario con echar otro vistazo a la lista casi interminable de desafíos que tenemos por delante y que Occidente va a enfrentar en diez años. Sin que querer realizar una lista exhaustiva, Occidente se arriesga a sufrir un colapso interno, con problemas como desempleo, empobrecimiento, especulación, desindustrialización, recortes en el bienestar social, crisis financiera, deuda pública, pérdida de valor, disminución de la población, envejecimiento, dictadura mediática, miseria educativa, déficit democrático, cabildeo, despolitización, inmigración masiva, fundamentalismo, xenofobia, populismo, terrorismo o guerras asimétricas.
Occidente, o lo que queda de él, se asienta sobre una montaña de explosivos en constante crecimiento, y su desactivación se ha convertido ahora en una cosa tan improbable que una ignición controlada es vista casi como un acto de gracia. La verdadera tragedia no es la cantidad impresionante de factores que conforman la gran crisis sino, sobre todo, el hecho de que todo esto a casi nadie realmente le parece interesante. El desafío interno más poderoso, probablemente, al que Occidente se ha enfrentado quizá no tenga que ver una política general, social, cultural, que nos permitiría llegar a estar -económicamente hablando- empobrecidos, pero purificados interiormente de la crisis, sino que es más bien el resultado de una auténtica disolución, que es algo más que desinterés diario, desorientación, derrotismo y un abierto y acelerado auto-odio.
Occidente no sólo está sumido en crisis, es que está en peligro de muerte. Está en juego su supervivencia.
Si esto parece demasiado abstracto, al autor le gustaría acompañarles en un paseo por su ciudad natal -Verviers- (Bélgica); el pequeño desvío vale la pena.
Un día festivo de "Todos los Santos"
Se considera este día una fiesta indeseable en Bélgica, ya que "Todos los Santos" es un término religiosamente discriminatorio. Con mis dos hijos pequeños, abandono nuestra casa en Verviers, la ciudad del este de Bélgica, y salimos a la calle para visitar el mercado semanal, como de costumbre.
Vivimos de la misma manera que la mayoría de la gente aquí, en un edificio antiguo de finales del siglo XIX, pero con la suerte de vivir en la casa solo para nosotros. La mayoría de las viviendas vecinas existen por desmembramiento de las proporciones antiguas en tres o incluso cuatro viviendas, divididas así en apartamentos estrechos. Los descendientes de las antiguas familias notables, o bien se han extinguido o bien se han marchado. Los nombres exóticos de nuestros vecinos se pueden leer en las placas de los timbres de llamada y en los buzones. Hemos perdido la visión general de las cosas, ya que llevamos mucho tiempo entrando y saliendo de nuestros apartamentos, pero el hecho es que nos enfrentamos con permanentes grietas. La administración de la ciudad había sido muy buena durante décadas y ahora el pavimento se quiebra por causa de las malas hierbas que lo tienen cubierto, con la calle llena de baches. La privatización de las tarifas de estacionamiento nada ha cambiado las cosas. Más bien, es de sobra sabido que cada vez partes más grandes de la ciudad son tácitamente ignoradas por el sistema. Esto causa daño a la gente. Pero, eso sí, hay presencia policial. El fuerte dispositivo no es excepción en Verviers, donde las fuerzas de la ley y el orden también son cuidadosas.
Nuestro paseo por el mercado nos lleva por calles que serían un verdadero museo de arquitectura si no fuera porque están en mal estado. A menudo, las decoraciones de estuco caen; muchas edificaciones están a la venta. Las iglesias están vacías y en mal estado. En otros casos, son demolidas inmediatamente, y así crear espacio para plazas de aparcamiento; solo mezquitas y salas de oración evangélicas brotan en cada calle. Incluso la fábrica y los almacenes, testimonios de antaño que hablan de una rica industria textil, están vacías, sin actividad, con las ventanas pegadas o tiradas al suelo. Las dos generaciones anteriores iban prosperando y las medianas empresas ahora están en venta en su mayoría y la tasa de desempleo ha alcanzado el 25 por ciento –para alojar ahora tiendas de chatarra que cambian rápidamente, o sólo tiendas nocturnas, Doner Kebab y peluquerías, éstas en su mayoría especializadas en el afeitado artístico de barbas -. Este tipo de negocios es el que parece tener un futuro prometedor. Pero tal vez cambie todo esto pronto: la Administración de la ciudad quiere enfrentarse a la resistencia masiva de la población con un futurista centro comercial, el cual, a pesar de que supone la demolición de una gran parte del centro histórico de la ciudad y la cobertura del río con el mismo, pretende crear muchos puestos de trabajo nuevos. Esto será así si la empresa no tiene el mismo final que el proyecto casi idéntico en la ciudad vecina, el de fabricar un estuche de cristal gigante que ha estado vacío durante años.
Ahora nuestro camino más allá del memorial de guerra, donde la victoria de la "Humanité" y la "Liberté" es objeto de celebración en un audaz columpio “art-decó” sobre el enemigo alemán y su infame "cultura", mientras que algunos metros más allá se cree que está el belga aquel que en la colonia del Congo sacrificó valientemente su vida por la defensa de la "civilización". La contradicción es que los dos monumentos ya no interesan en la actualidad. La explanada atiende a las personas sin hogar, cada vez más numerosas, como una granja, y está salpicada de latas de cerveza vacías. Justo al lado está el "Grand Théâtre", joya de la arquitectura clásica y en otro tiempo el corazón cultural internacional por su vida musical. La ciudad prestigiosa, hoy se abandona al derrumbe. Se ve cercada por barreras a los transeúntes antes de caerse las partes del edificio. Con grafitis están cubiertas las arcadas, salientes y balaustradas. Todo está cubierto de maleza y matorral. Falta dinero para una renovación. Los fondos públicos de la ciudad, como el conjunto del Estado belga, están fuertemente endeudados por los horrendos beneficios de la miseria. Para los impuestos locales, preferir centros deportivos o iniciativas interculturales es algo que resulta menos "elitista".
Llegamos al centro de la ciudad. Las tiendas de descuento global con sus andróginos y con poca ropa modelos están en armonía íntima al lado de las tiendas de velos (para las musulmanas) y pelucas (para los negros africanos), además de un centro de planificación familiar para el aborto y para proteger contra la violencia doméstica; también están los anuncios de la "Maison de la Laïcité " (Casa del Laicismo) para unirse a discusiones sobre multiculturalismo, masonería y sobre los crímenes pedófilos de la Iglesia.
Grandes bancos, sustentados únicamente con gigantescas inyecciones fiscales, anuncian su bajo interés, en dudoso contraste con las promesas de fondos de pensiones. Y mientras, diagonalmente opuesto a ellos, un confitero está preocupado por si la especialidad local, la albóndiga de arroz, acabará siendo prohibida dentro de poco, ya que se elabora con leche fresca no pasteurizada. He aquí un gran reto de acuerdo con la norma de la UE. ¿Es un riesgo para la salud, anuncia un antiguo alcalde (socialista) que publicó esto en el tablón de anuncios de un periódico del TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión)?. En resumen, el surrealismo belga en su forma más pura... ¿o ya es surrealismo europeo?
Ahora llegamos al mercado, pasando ante las torres del poderoso edificio neogótico de la oficina de correos, que actualmente está reaprovechada para los servicios sociales. Sus usuarios son casi exclusivamente de origen no europeo, a excepción de algunas personas mayores locales, un poco confundidas por las masas extranjeras, así como por un puñado de jóvenes con conciencia ecologista en un aislado puesto de verduras orgánica en la esquina.
En el Ayuntamiento también escuchamos los disparos de las cámaras de turistas alemanes en Verviers. Probablemente andan buscando un sabor del Mediterráneo. Y efectivamente, el mercado tiene su publicidad árabe de los productos exóticos, el blanco de los caftanes de los musulmanes, las coloridas túnicas congoleñas y las innumerables hijas veladas de las mujeres del norte de África, y todo ello sería casi algo pintoresco cuando el sol brilla. Aunque teniendo en cuenta que tenemos 216 días de lluvia por año (contra 153 en Inglaterra), el clima se refleja en el ánimo de los presentes; así las cosas, la visita a la ciudad es algo más bien desaconsejable.
Y hay algo más que nubla la alegría: se ven por todas partes soldados vigilantes con ametralladoras patrullando el área. También jeeps militares pesados y vehículos de transporte de tropas. Mientras tanto, para el paisaje urbano, en sólo dos generaciones hemos pasado del multiculturalismo de la anterior metrópolis textil a una situación donde los extranjeros, alrededor de un tercio de la población, en su mayoría no europeos de origen, traen no solo alegría y colorido, sino también preocupaciones tangibles. El camino de regreso a casa nos conduce en línea recta hacia el domicilio de uno de los grupos terroristas islamistas locales más conocidos.
Los agujeros de bala de enero aún son visibles, testimonio de cuando los terroristas equipados con granadas de mano y Kalashnikov salieron disparando, surgidos de una red de Bruselas y París, así como de numerosos combatientes activos en Siria. Solo a tiro de piedra de aquí ganó celebridad también el hijo menor de un triste imán local cuando, filmándose a sí mismo, proclamó en cánticos a Alá pidiendo la muerte de todos los no creyentes de Verviers. Pero no hay que pensar en cerrar las mezquitas, donde los sermones de odio son demostrablemente difundidos, porque según la alcaldesa (socialista), esto desencadenaría en una guerra civil.
Pronto por fin estaremos en casa, pero nos queda pasar cerca de la línea de ferrocarril. En otros tiempos, el TGV [tren de alta velocidad] y el ICE [El ICE , InterCity Express, es un tren de alta velocidad que conecta todas las ciudades principales de Alemania] rugió aquí. Los eurócratas aburridos y los ejecutivos que manejan portátiles o revistas brillantes apenas le concedieron una corta y borrosa ojeada sobre el declive de las fachadas de ladrillo y estuco. Apenas uno de ellos se ha inclinado sobre la ventanilla. Hoy en día, sólo el tráfico regional se detiene en la moribunda ciudad.
¿En qué medida se encuentra en la imagen esbozada una sociedad en declive? Estas descripciones son típicas de muchas zonas de Europa. Esta es también - como muchos alemanes piensan- la situación desastrosa en el sureste de Europa, Grecia, Italia, España, Portugal… sí, incluso las situaciones en Francia y Bélgica son malas. Hay un rumor circulando por ahí. Esencialmente parece que la actual crisis no es solamente una acumulación de factores desfavorables de índole social, económica, política o demográfica sino que, al mismo tiempo, es el significado y la identidad de la sociedad occidental la que está cuestionada. Cuantos más fuertes son nuestros políticos, más elevada es la superioridad de los "valores occidentales" para asociarlos -en flagrante contradicción- con el canto simultáneo sobre el multiculturalismo en todas partes, como si este multiculturalismo fuera parte de la civilización misma. Más bien parece que el significado real de estos valores, ya lejos de su origen, ha perdido su contenido: en lugar de una identidad positiva son, en el mejor de los casos, espacios vacíos, clichés; en el peor de los sentidos, autodestrucción abierta y un intento de ahuecar a Occidente desde adentro.
No queremos entrar en la cuestión, pero la fuerza de su alcance histórico es única: el movimiento migratorio procedente del exterior -en su mayoría islámico- de la últimas dos generaciones de "trabajadores invitados" que se convierten en ciudadanos en muchos países, ahora conforman ya una quinta parte de toda la ciudadanía. Esto es ya una forma indirecta de auto-abandono del Occidente, que se ve afectado por el cambio demográfico y por el desequilibrio poblacional, debido a la concentración de inmigrantes en las grandes ciudades. En la cuestión de la identidad cultural no es fundamental la composición étnica de una población, sino su capacidad para integrar a los inmigrantes de manera eficiente. Y es precisamente esta capacidad de integración la que está en juego. Son casi todos rasgos de la identidad que una vez sirvió a Occidente en el ámbito de la convivencia, de la fe religiosa, de los roles de género, de la sensibilidad histórica, de la acción política y de la confianza colectiva en el futuro a través de las fronteras nacionales como delimitadoras de un espacio cultural común, los que se han erosionado o reinterpretado hasta el punto de que los recién llegados no pueden ser culpados por ello.
La diversidad de costumbres, de lengua y cultura, siempre ha sido una característica de la sociedad occidental y ha permitido el surgimiento de una burguesía occidental mundial, a través de intercambios, viajes educativos, multilingüismo y espiritualidad abierta. Pero hoy, en la era del pluralismo y el "cosmopolitismo", consideramos que hay una creciente reducción de la diversidad cultural a una única civilización global de factura americana, en la que la adhesión a la propia cultura, o se hace en la medida en que lo permita la ley como folklore o se desplaza peligrosamente hacia la intolerancia, el nacionalismo o incluso hacia el extremismo para ser igualados a ella. Por lo tanto, muchos conceptos pertenecen a la cultura occidental en todo el mundo, pero al mismo tiempo, tienen su propia complejidad y, por lo tanto, su peculiar conectividad con los demás. Occidente perdió sus ideas y forzó a las personas afectadas por ellas, ya sea disponiéndolas para el autoabandono ya sea para la formación de unas sociedades paralelas irreconciliables.
(*) David Engels, catedrático de Historia Antigua de Roma en la Universidad Libre de Bruselas, trabaja actualmente en el Instituto Zachodni, de Polonia. Es presidente de la Sociedad Internacional Oswald Spengler para el Estudio de la Humanidad y de la Historia Mundial.
Consultar: El fin de Occidente tal y como lo conocíamos (2ª Parte)