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Miércoles, 08 de Mayo de 2019 Tiempo de lectura:
En memoria de David Rentero Corral

Juicio ante el Supremo (*)

[Img #15651]Sus amigos, que lo querían a rabiar, rezaron un responso por su alma en la Capilla Castrense de Inchaurrondo, escucharon en posición de “firmes” el Himno Nacional y entonaron, respetuosamente, "La muerte no es el final...".

 

Pero cuando todo hubo terminado, cuando el silencio llenó de soledad la modesta capilla, David Rentero, solo, vistió de nuevo su uniforme de campaña, ciñó su cintura con un usado cinturón de lona, se calzó las botas de paracaidista, se cubrió con su boina verde y comenzó, cabizbajo, su camino para presentarse ante Dios.

 

Los ángeles mudos de la capilla levantaron la cabeza por primera vez, miraron al caminante y no se atrevieron a seguirle. Marchaba muy lentamente, con recogimiento, con miedo -por primera vez en su existencia- y con esperanza. Esperaba ser juzgado por el Dios de la clemencia y pensaba presentar algo de su vida al Dios de la justicia.

 

- La larga y terrible enfermedad, los dolores, la lenta agonía... No, se dijo, eso no puedo presentarlo. Eso ya lo ofrecí allá abajo...

 

- La incomprensión, la traición de algunos que se llamaron, algún día, mis amigos... pero, no. Eso no puede tener valor en el cielo.

 

- Los atentados, las calumnias, las insidias... Pero eso está pagado. Me lo pagaron con creces los compañeros de la COE 41, del GAR, del CESID, del CNI...

 

- La obtención de información para luchar contra ETA y contra la izquierda abertzale... los controles, los apostaderos, las vigilancias, los seguimientos, las entrevistas, las “herrikos”, Rentería y Hernani...; eso sí que vale, pero eso tampoco puedo presentarlo, eso pertenece a los casi mil asesinados que ya han pasado el juicio de Dios. (Unos golpes secos, como taconazos de botas militares, sonaban entre los luceros que jalonaban el camino; David Rentero no los oía, pendiente sólo de sus recuerdos, y tampoco veía la hermosa y nutrida guardia de boinas verdes que se iba formando tras él).

 

- ¡Dios! ¡Qué poco tengo para presentarte! Y rebuscaba en su memoria, recorriendo -de nuevo- toda su vida.

 

- Quizá las vidas de los españoles que arrebaté a una muerte segura tras la mucha información que obtuve sobre ETA...

 

- Quizá las mentiras que tuve que escuchar en silencio..., quizás las calumnias..., quizás...

 

[Img #15650]David movió la cabeza y nada de eso creyó digno de presentarle al Señor. Y llegó a las puertas del Cielo y se miraba una y otra vez las manos vacías. Se paró un instante sin querer seguir su camino. Pensó en el fin de ETA, en la posibilidad, tal vez, de un período de paz duradero para todos los españoles... ¿Le valdría eso? Y entró.

 

Le esperaba, para acompañarle, un guardia civil, un veterano del GAR. No lo conocía, no podía conocerlo, era un guardia civil del primer ADE, de Argamasilla, uniformado también con el uniforme de campaña y la boina verde. David le habló de su pesar y el guardia le dijo:

 

- David, yo sólo traje en mis labios una frase: “Dómine, non sum dignus ut intres sub tectum meum...”. Y me abrió de par en par las puertas de la eternidad.

 

[Img #15649]De pronto, como en el Día del Pilar en Inchaurrondo, se apercibió de los cientos de almas formando fila a un lado y otro del cada vez más ancho camino. Eran las nutridas compañías de los guerrilleros y guardias civiles de todos los tiempos, destinados ahora en la Guardia de los Luceros...

 

- Algunos son de tu época -dijo el guardia-, los conocerás.

 

- A ese sí. Era el jefe de mi Sección en el GAR, lo mataron en Arechavaleta; y a ese, era el conductor del teniente, también lo mataron en Arechavaleta en el mismo atentado; y a ese, fue asesinado en el Alto de Meagas; y a esos compañeros que asesinaron en Latifiya, en Irak...

 

- Ten valor, David, y si los necesitas, no dudes en llamarlos, serán sus valedores en el juicio.

 

El camino se había terminado. Y el recuerdo de su vida, también. Y se miraba, una y otra vez, las manos vacías. Las trompetas del juicio se oyeron con fuerza. Una gran claridad inundó todo a su alrededor.

 

David, soldado, guerrillero y guardia civil de por vida, no pudo ponerse firme. Encorvó su tronco siempre erguido y cayó de rodillas con los ojos cerrados y las lágrimas surcando sus mejillas. Nada oía y no se atrevía a mirar. Poco a poco fue levantando la frente hasta posar su mirada en la base de una columna que él ya había visto en otra parte. Siguió levantando los ojos y en el capitel de la columna, el alba purísima de un manto que también creía reconocer. Más arriba, dos manos cruzadas, una sonrisa de madre, una mirada de amor. Sí, allí, sonriéndole amorosamente, estaba la Virgen del Pilar, la “Pilarica”, la “Patrona”, la Madre del guardia civil...

 

- ¡Claro! ¡Acudiré a Ella!. Ahí estaba su salvación. ¡Madre mía, acudiré a ti!...

 

David, ya con más ánimo, terminó de levantar la cabeza, se puso de pie, dio un suspiro muy hondo y se dispuso a someterse al juicio de Dios.

 

- Dómine, non sum... y no pudo continuar. Extendió sus manos vacías y ante él, con los brazos en cruz, el mismísimo Cristo Redentor. Pero del costado de este Cristo esta vez no brotaban las cien gotas de sangre en memoria de cada uno de los cien guardias civiles asesinados por ETA en Guipúzcoa, ni tampoco abría los brazos en señal de crucifixión. Este Cristo, ahora en Majestad, con los brazos abiertos, acogía sonriente al buen soldado, al buen guerrillero, al buen guardia civil que creía llegar ante Él con las manos vacías. Y su uniforme de campaña se cambió en uniforme de gala por la mirada de Dios...

 

Y sus manos, sostenidas por la guardia que lo esperaba sobre los luceros, se engrandecían más y más para poder sostener los cientos -tal vez miles- de corazones de guerrilleros y guardias civiles, que sin él saberlo, llegaban a sus manos como ofrenda de su vida y de su muerte en el gran juicio de Dios...

 

David, compañero; hoy, como ayer, como hace treinta y tantos años, donde quiera que estés, un abrazo emocionado y el más militar de los saludos de quien se honra en llamarse tu amigo, desde Inchaurrondo, desde esta Guardia Civil nuestra que siempre será la tuya...

 


 

(1) Adaptación de un artículo escrito por Luis Hernández del Pozo y publicado por el diario El Alcázar el 20.11.1976.

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