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Ernesto Ladrón de Guevara
Sábado, 27 de Junio de 2020 Tiempo de lectura:

La España constitucional de hoy es un fraude

Llevo mucho tiempo diciendo que la cabra tira al monte. Que la renuncia de la banda terrorista ETA a la violencia era una pose, que su sustrato social, cultural y fáctico sigue ahí, expectante, ladino, atento a cualquier signo que le haga peligrar la hegemonía lograda mediante el terror y los coadyuvantes políticos posibilitadores del totalitarismo latente. Impasible al desaliento, con la inestimable ayuda de quienes nos llevan como rebaño a un Nuevo Orden Mundial formado por unas piezas que encajan perfectamente: las de unos poderes financieros voraces que tratan de hacerse con los jirones de economías destrozadas y las de una llamada izquierda que busca romper todo engarce con el pasado, con la historia real de nuestros países centenarios, milenarios, con la civilización occidental, con el catolicismo, con la familia, con el derecho natural, con el derecho positivo, con todo aquello que no les sea favorable al control y dominio total de nuestras sociedades, en definitiva, con el pluralismo político y social. Para, en definitiva, romper y destruir la democracia verdadera, no la aparente, y las normas que fundamentan la convivencia política y social.

 

Ahí está ETA tras la puerta entreabierta de una sociedad amordazada, la vasca y la navarra, observando lo que se mueve, dando instrucciones a sus esbirros, los que tiran las piedras, los que amenazan a los que rompen su discurso hegemónico del miedo.

    

Ha sucedido en Sestao. Probablemente vuelva a suceder la tarde en la que escribo este artículo, en Irún. No permiten que un partido que se sale del guión de los esclavistas ejerza sus derechos constitucionales.  Aquellos que trazan el renglón en el que se escribe lo que debemos pensar y sentir monolíticamente, los que someten los dictados de nuestro pensamiento mediante nuevos ministerios de la verdad ficticia, los que llaman a los demás lo que son ellos pues por los hechos se les conocen, los fascistas de nuevo cuño, los estalinistas, que me da igual porque igual son, que no permiten la expresión de nuevas ideas, de nuevos planteamientos.

 

Vox no es el fascista, si se entiende por fascismo el sistema o el grupo social que no permite que haya expresiones distintas a las suyas. Vox no es el que tira piedras, rodamientos, ni grita  “Santiago vas a morir” o cosas por el estilo. Vox no ataca a nadie. Solamente se expresa mediante ideas, con su forma de pensar, lo que considera oportuno para modificar las cosas que a su entender no funcionan, o funcionan mal o muy mal; para recuperar otra forma de entender las cosas que de sentido a nuestra pertenencia secular a una nación, a una tradición, a un legado. Los fascistas son ellos.

 

Dirán que yo soy un fascista por decir esto. Me da igual. Si lo hacen, para mí es un halago lanzado desde sus cabezas estereotipadas, cortadas bajo el mismo patrón, clonadas. Cada uno es dueño y esclavo de su trayectoria personal, y la mía es la que es. Fascistas son ellos que no permiten la expresión de las ideas, de planteamientos políticos, de propuestas alternativas de carácter electoral sujetándose a las normas de convivencia que nos hemos dado, pese a que algunos como yo no las compartamos, pero las respetamos. Los fascistas son ellos.

 

Rocío de Meer, diputada de Vox, ha sido apedreada. Un objeto contundente ha chocado contra su ceja izquierda, y por unos pocos centímetros no ha perdido su ojo izquierdo. Un caníbal cornúpeta salido de la caverna ha lanzado ese objeto con malas, perversas intenciones, de lesionar a alguien del grupo de Vox antes de su acto político-electoral. Un acto que ha sido permitido por la autoridad pertinente puesto que Vox es un partido constitucional, legal y respetuoso con la legislación vigente pese a no compartirla en muchos casos. Es un partido legal con gente de orden. Los que no son ni una cosa ni la otra son los esbirros de la secta de Otegui, bien protegidos por los nacionalistas en el poder, que lejos de disolver una manifestación ilegal que pretendía coartar las libertades y derechos de una opción política que es el tercer grupo en el Congreso de los Diputados; es decir, que representa a millones de españoles; ha permitido que los nuevos camisas pardas neonazis, o filoestalinistas, que me da igual, igual me da, coarte, amenace, impida el pluralismo político. El PNV es igualmente responsable, o quizás más, pues tiene los mecanismos para impedir la transgresión de derechos y libertades bajo su fórmula farsaria de demócratas de toda la vida. Demócratas de papel charol, más falsos que el cartón piedra.

    

Este hecho me recuerda a aquellos años que dieron origen a este nuevo siglo cuando solicité realizar en nombre del Foro Ermua una concentración frente al edificio de Correos de Vitoria. En aquella ocasión habían asesinado a alguien, ahora no recuerdo a quién, pues fueron varias las víctimas de la llamada “socialización del sufrimiento” por aquellas fechas. Algunas muy cercanas a mí. Se me comunicó que no era posible la concentración porque Gestoras pro Anmistía tenía concedido ese espacio con antelación. Respeté la indicación y trasladé la concentración cívica a los aledaños de la Plaza de los Fueros. Pero con esta actitud quedó todo dicho. Son así. Quien no les conozca que se lo haga mirar pues necesita gafas.

 

No. Una vez más, y van ya décadas que lo estoy diciendo, la democracia no existe en España. Es una filfa, una mera excusa para que unos poderes ocultos sigan dirigiendo nuestros pasos y moviéndolos con las cuerdas de esas manos que nos llevan a donde ellos quieren trasladándonos como a marionetas. España no es una democracia. España no es un país donde se respeten los derechos individuales. España es un Estado político fallido. La España constitucional de hoy es un fraude, un engaño colectivo. Mientras en cualquier rincón de nuestra querida nación ocurra lo que sucedió ayer en Sestao, con la impasibilidad de los poderes públicos y de sus secuaces, no podemos, de ninguna manera, afirmar con rigor que estemos en una democracia. Y, por lo tanto, no sirve para nada votar. Nos están engañando. Están hurtando nuestros derechos constitucionales.

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