Violencia de hijos sobre sus padres: el síndrome de una sociedad enferma
En este medio se ha publicado un informe de la Fundación Amigó en el que se proyectan los datos de la violencia filio-parental en España.
En el caso del País Vasco los datos publicados sobre el año 2019 revelan un porcentaje de incremento respecto al 2018 de un 30%, lo cual es claramente significativo.
No es la primera vez que reclamo la atención sobre los datos hechos públicos por la Fiscalía del País Vasco sobre agresividad de los hijos sobre sus padres. Una generación de padres educados sobre la idea de que han de ser colegas de sus hijos y no educadores, y que a los niños hay que dejarles hacer lo que les de la gana y que sean felices, en un hedonismo que se ha extendido por toda la sociedad. Séneca se volvería a abrir las venas al ver el desconocimiento de su magisterio filosófico que partía de este axioma:
“El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien. Pero al que se le pasa en ocio y en deleites, y no la ocupa en loables ejercicios, cuando le llega el último trance, conocemos que se le fue, sin que él haya entendido que caminaba. Lo cierto es que la vida que se nos dio no es breve, nosotros hacemos que lo sea; y que no somos pobres, sino pródigos del tiempo; sucediendo lo que a las grandes y reales riquezas, que si llegan a manos de dueños poco cuerdos, se disipan en un instante; y al contrario, las cortas y limitadas, entrando en poder de próvidos administradores, crecen con el uso. Así nuestra edad tiene mucha latitud para los que usaren bien de ella.” (Tratados morales, capítulo I)
Ese hedonismo no forma la personalidad, la pervierte. Los jóvenes que han crecido bajo el paradigma hedonista son débiles de carácter, susceptibles de ser poco resistentes a la frustración, con una fuerza de voluntad débil, y, en consecuencia, con un autoconcepto pobre y una autoestima escasamente labrada.
Son datos fríos pero contundentes que requieren un análisis, los del informe publicado. Si en solo un año la violencia ejercida por hijos adolescentes a sus padres se ha incrementado en 30 dígitos sobre 100 ello se debe a alguna causa que habrá que ser descrita para atajarla; de lo contrario, estaríamos, una vez más, ante otro fenómeno reiterado de naturaleza educativa sin resolver. En ese estudio se refleja que la moda estadística de la frecuencia de edad corresponde a los 15 años. Es decir, que es justo en el momento crucial de la adolescencia donde se manifiesta este síndrome. Y las agresiones se realizan sobre progenitores que tienen aproximadamente 46 años de edad.
La mayoría de esas expresiones violentas corresponden a hijos varones. Y hay un dato verdaderamente significativo que es que tres de cada cuatro agresores corresponden a adolescentes afectados por un escaso rendimiento escolar, lo cual deja al descubierto un fracaso educativo inapelable. No debe pasar desapercibida esta variable del problema. Hay otro signo muy revelador, como es que dos de cada tres de esos adolescentes violentos tienen algún tipo de adicción a sustancias que afectan a su salud.
Si cruzamos estos datos podríamos hacer una inferencia respecto a las causas. El perfil medio de estos sujetos corresponde a alumnos con fracaso escolar, y la pregunta es por qué no se analiza el origen de ese abandono y sus factores inductores en una comunidad aquejada desde hace demasiadas décadas por una pérdida de los referentes vitales fundamentales y por una escasa aceptación de normas de convivencia y de respeto a sus componentes sociales, ahogando su pluralidad.
Durante muchos artículos he estado exponiendo la relación que hay entre la inmersión lingüística generalizada y el fracaso escolar, reflejado en sucesivos informes de la OCDE respecto a los bajos rendimientos en la comprensión lectora que tiene sus fuentes en la comprensión verbal. Este desencadenante de fracaso es recurrente y no deja lugar a la menor duda.
A esa causa es obligado añadir otros elementos concurrentes afectos a un sistema educativo derivado de unos influjos perniciosos, como son la falta de autoridad de los profesores y el desorden disciplinario en las aulas que ocasionan situaciones de anomia escolar. Anomia significa falta de norma. Y un escolar que durante su escolarización obligatoria no ha tenido un sistema normativo claro y firme, un régimen de disciplina imprescindible para que reine un clima de aula que propicie el aprendizaje, y unas exigencias que llevan a la motivación de logro en la adquisición de destrezas y conocimientos, está condenado al fracaso.
Un elemento fundamental para generar autoestima en unas personas en desarrollo es la consecución de logros mediatos; es decir, la conquista de objetivos de superación personal mediante el esfuerzo. A nivel académico esto se muestra en la obtención de calificaciones escolares numéricas que desaparecieron con las leyes educativas socialistas prorrogadas por las tímidas reformas del PP.
El alumno debe de percibir en una escala de cero a 10 en qué lugar está en la curva de frecuencia respecto al grupo, en el desarrollo de su rendimiento educativo. Este aspecto forma parte de lo que se llamaba evaluación formativa que es la capacidad para autoevaluarse mediante una calificación y saber hasta dónde ha conseguido llegar así como las metas de progreso que se debe proponer para la búsqueda de su perfeccionamiento escolar. Sin esas capacidades de determinación de los niveles de egreso escolar no es posible que las personas consigan saber hasta dónde debe llegar el fruto de su esfuerzo y la obtención de su premio o recompensa por el proceso de aprendizaje. Ese premio o recompensa no es de carácter material sino que afecta al área la autopercepción que lleva a la autoestima con lo que se suele llamar la construcción del autoconcepto.
Pero para ello tiene que haber un requerimiento fundamental de partida…
El respeto al profesor. O lo que es lo mismo, respeto a la autoridad, cualquiera que sea ésta. La palabra maestro significa el primero, el más importante, y proviene del término latino magister, “el que más”. Pero ya se encargaron desde la ley Villar de liquidar el término y sustituirlo por el concepto de profesor en un intento estúpido de cambiar la imagen del profesorado de la ESO, teniendo un semantema que era el de siempre, el eterno. El nos describía en toda la dimensión de su dignidad el concepto. Este debe ser el elemento de identificación que mueve al alumno a imitar al que para él tiene un elenco de valores representados en una persona que se expone como referencia a imitar por sus virtudes.
Si esas características de formación vicaria de la personalidad no se producen y el profesor que tiene delante no es un ejemplo de conducta, de entusiasmo por la materia, y de sólida personalidad edificada en la dignidad de su propio ser, la situación se degrada y el alumno pierde la motivación que le lleva al esfuerzo; porque no tiene un elemento ejemplarizante al cual imitar. La autoestima es el motor de la formación de la personalidad. Una autoestima bien formada afianza la identidad del alumno. Por el contrario, una personalidad deficiente o problemática lleva implícita una autoestima pobre o mal desarrollada. Lo cual suele desencadenar trastornos de personalidad y factores ansiógenos desestabilizantes de la emocionalidad; e individualidades problemáticas.
De este cóctel se derivan conductas patógenas y actitudes disruptivas qué son opositoras a todo tipo de norma, formadas por estructuras frágiles de personalidad.
Pero de esto no se habla. No se quiere saber nada de los factores de la personalidad en la formación de la adolescencia. Se habla de entelequias como “las competencias”, que nadie ha sabido describir en su semántica pseudopedagógica. Son elementos claves consustanciales al crecimiento personal futuro y a la capacidad de adaptación que tengan en su camino hacia la adultez.
Con esto lo que quiero decir es que es necesario hacer un análisis sistemático y analítico de cada uno de estos alumnos afectados a factores de violencia para valorar qué es lo que ha ocurrido y la etiología de esos comportamientos; es decir, las causas que los desencadenan, los fallos en la educación familiar, social y escolar. Si no se hace, hay una grave negligencia por parte de las instituciones; a las que corresponde vislumbrar por qué las tasas de agresividad y violencia en los adolescentes son de tal magnitud en el ámbito doméstico; lo cual es grave. Es un dato que fue absolutamente excepcional en otros tiempos y hoy se manifiesta con crudeza. Parece necesario hacer parada y fonda y diseccionar los factores desencadenantes.
Si no se hace ese análisis de su génesis, no seremos capaces de abordar las necesidades que tienen estos alumnos en sus procesos de formación, y la valoración de su conducta, sin ese encoger de hombros que deja al descubierto la apatía de las autoridades educativas y de las fiscalías. Solamente conozco un caso que es la excepción, el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, que conjuga justicia y pedagogía, y aplica medidas correctivas ejemplares desde la óptica del superior interés del niño y sus condicionantes de desarrollo. Y hay que abordar con valentía cualquier tipo de estudio de análisis y de prospección respecto a por qué sucede y cuáles son las responsabilidades concurrentes.
La destrucción del conocimiento y la descomposición de los valores que forman parte de nuestra cultura antropológica han hecho suficiente daño como para ser tenidos en cuenta a efectos de corregir errores. Los factores de la personalidad en un adolescente dejan al descubierto los baches en su recorrido de formación y los errores educativos que han originado los socavones. Cuando se manifiestan los comportamientos asociales suele ser tarde. La falta de modelos constructivos de conducta derivados de la irresponsabilidad de muchas programaciones televisivas que exhiben series y películas que son en sí mismas una apología de la violencia y la destrucción de valores humanos, constituyen un caldo propicio de estas cosmovisiones adolescentes que se manifiestan a partir de los 12 años, si no es antes. Y constituyen unas fibras con las que se deconstruye la personalidad y el carácter, sobre todo si se nada a contracorriente de los valores en los que se ha construido nuestra sociedad por su configuración civilizatoria cristiana. Los adolescentes deben crecer en ambientes sanos y bien lo saben quienes no aceptan que los demás tengamos los mismos privilegios que ellos, que es llevar a sus hijos a colegios con un carácter propio y un proyecto educativo donde la persona es objeto y propósito de la acción educativa.
En este medio se ha publicado un informe de la Fundación Amigó en el que se proyectan los datos de la violencia filio-parental en España.
En el caso del País Vasco los datos publicados sobre el año 2019 revelan un porcentaje de incremento respecto al 2018 de un 30%, lo cual es claramente significativo.
No es la primera vez que reclamo la atención sobre los datos hechos públicos por la Fiscalía del País Vasco sobre agresividad de los hijos sobre sus padres. Una generación de padres educados sobre la idea de que han de ser colegas de sus hijos y no educadores, y que a los niños hay que dejarles hacer lo que les de la gana y que sean felices, en un hedonismo que se ha extendido por toda la sociedad. Séneca se volvería a abrir las venas al ver el desconocimiento de su magisterio filosófico que partía de este axioma:
“El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien. Pero al que se le pasa en ocio y en deleites, y no la ocupa en loables ejercicios, cuando le llega el último trance, conocemos que se le fue, sin que él haya entendido que caminaba. Lo cierto es que la vida que se nos dio no es breve, nosotros hacemos que lo sea; y que no somos pobres, sino pródigos del tiempo; sucediendo lo que a las grandes y reales riquezas, que si llegan a manos de dueños poco cuerdos, se disipan en un instante; y al contrario, las cortas y limitadas, entrando en poder de próvidos administradores, crecen con el uso. Así nuestra edad tiene mucha latitud para los que usaren bien de ella.” (Tratados morales, capítulo I)
Ese hedonismo no forma la personalidad, la pervierte. Los jóvenes que han crecido bajo el paradigma hedonista son débiles de carácter, susceptibles de ser poco resistentes a la frustración, con una fuerza de voluntad débil, y, en consecuencia, con un autoconcepto pobre y una autoestima escasamente labrada.
Son datos fríos pero contundentes que requieren un análisis, los del informe publicado. Si en solo un año la violencia ejercida por hijos adolescentes a sus padres se ha incrementado en 30 dígitos sobre 100 ello se debe a alguna causa que habrá que ser descrita para atajarla; de lo contrario, estaríamos, una vez más, ante otro fenómeno reiterado de naturaleza educativa sin resolver. En ese estudio se refleja que la moda estadística de la frecuencia de edad corresponde a los 15 años. Es decir, que es justo en el momento crucial de la adolescencia donde se manifiesta este síndrome. Y las agresiones se realizan sobre progenitores que tienen aproximadamente 46 años de edad.
La mayoría de esas expresiones violentas corresponden a hijos varones. Y hay un dato verdaderamente significativo que es que tres de cada cuatro agresores corresponden a adolescentes afectados por un escaso rendimiento escolar, lo cual deja al descubierto un fracaso educativo inapelable. No debe pasar desapercibida esta variable del problema. Hay otro signo muy revelador, como es que dos de cada tres de esos adolescentes violentos tienen algún tipo de adicción a sustancias que afectan a su salud.
Si cruzamos estos datos podríamos hacer una inferencia respecto a las causas. El perfil medio de estos sujetos corresponde a alumnos con fracaso escolar, y la pregunta es por qué no se analiza el origen de ese abandono y sus factores inductores en una comunidad aquejada desde hace demasiadas décadas por una pérdida de los referentes vitales fundamentales y por una escasa aceptación de normas de convivencia y de respeto a sus componentes sociales, ahogando su pluralidad.
Durante muchos artículos he estado exponiendo la relación que hay entre la inmersión lingüística generalizada y el fracaso escolar, reflejado en sucesivos informes de la OCDE respecto a los bajos rendimientos en la comprensión lectora que tiene sus fuentes en la comprensión verbal. Este desencadenante de fracaso es recurrente y no deja lugar a la menor duda.
A esa causa es obligado añadir otros elementos concurrentes afectos a un sistema educativo derivado de unos influjos perniciosos, como son la falta de autoridad de los profesores y el desorden disciplinario en las aulas que ocasionan situaciones de anomia escolar. Anomia significa falta de norma. Y un escolar que durante su escolarización obligatoria no ha tenido un sistema normativo claro y firme, un régimen de disciplina imprescindible para que reine un clima de aula que propicie el aprendizaje, y unas exigencias que llevan a la motivación de logro en la adquisición de destrezas y conocimientos, está condenado al fracaso.
Un elemento fundamental para generar autoestima en unas personas en desarrollo es la consecución de logros mediatos; es decir, la conquista de objetivos de superación personal mediante el esfuerzo. A nivel académico esto se muestra en la obtención de calificaciones escolares numéricas que desaparecieron con las leyes educativas socialistas prorrogadas por las tímidas reformas del PP.
El alumno debe de percibir en una escala de cero a 10 en qué lugar está en la curva de frecuencia respecto al grupo, en el desarrollo de su rendimiento educativo. Este aspecto forma parte de lo que se llamaba evaluación formativa que es la capacidad para autoevaluarse mediante una calificación y saber hasta dónde ha conseguido llegar así como las metas de progreso que se debe proponer para la búsqueda de su perfeccionamiento escolar. Sin esas capacidades de determinación de los niveles de egreso escolar no es posible que las personas consigan saber hasta dónde debe llegar el fruto de su esfuerzo y la obtención de su premio o recompensa por el proceso de aprendizaje. Ese premio o recompensa no es de carácter material sino que afecta al área la autopercepción que lleva a la autoestima con lo que se suele llamar la construcción del autoconcepto.
Pero para ello tiene que haber un requerimiento fundamental de partida…
El respeto al profesor. O lo que es lo mismo, respeto a la autoridad, cualquiera que sea ésta. La palabra maestro significa el primero, el más importante, y proviene del término latino magister, “el que más”. Pero ya se encargaron desde la ley Villar de liquidar el término y sustituirlo por el concepto de profesor en un intento estúpido de cambiar la imagen del profesorado de la ESO, teniendo un semantema que era el de siempre, el eterno. El nos describía en toda la dimensión de su dignidad el concepto. Este debe ser el elemento de identificación que mueve al alumno a imitar al que para él tiene un elenco de valores representados en una persona que se expone como referencia a imitar por sus virtudes.
Si esas características de formación vicaria de la personalidad no se producen y el profesor que tiene delante no es un ejemplo de conducta, de entusiasmo por la materia, y de sólida personalidad edificada en la dignidad de su propio ser, la situación se degrada y el alumno pierde la motivación que le lleva al esfuerzo; porque no tiene un elemento ejemplarizante al cual imitar. La autoestima es el motor de la formación de la personalidad. Una autoestima bien formada afianza la identidad del alumno. Por el contrario, una personalidad deficiente o problemática lleva implícita una autoestima pobre o mal desarrollada. Lo cual suele desencadenar trastornos de personalidad y factores ansiógenos desestabilizantes de la emocionalidad; e individualidades problemáticas.
De este cóctel se derivan conductas patógenas y actitudes disruptivas qué son opositoras a todo tipo de norma, formadas por estructuras frágiles de personalidad.
Pero de esto no se habla. No se quiere saber nada de los factores de la personalidad en la formación de la adolescencia. Se habla de entelequias como “las competencias”, que nadie ha sabido describir en su semántica pseudopedagógica. Son elementos claves consustanciales al crecimiento personal futuro y a la capacidad de adaptación que tengan en su camino hacia la adultez.
Con esto lo que quiero decir es que es necesario hacer un análisis sistemático y analítico de cada uno de estos alumnos afectados a factores de violencia para valorar qué es lo que ha ocurrido y la etiología de esos comportamientos; es decir, las causas que los desencadenan, los fallos en la educación familiar, social y escolar. Si no se hace, hay una grave negligencia por parte de las instituciones; a las que corresponde vislumbrar por qué las tasas de agresividad y violencia en los adolescentes son de tal magnitud en el ámbito doméstico; lo cual es grave. Es un dato que fue absolutamente excepcional en otros tiempos y hoy se manifiesta con crudeza. Parece necesario hacer parada y fonda y diseccionar los factores desencadenantes.
Si no se hace ese análisis de su génesis, no seremos capaces de abordar las necesidades que tienen estos alumnos en sus procesos de formación, y la valoración de su conducta, sin ese encoger de hombros que deja al descubierto la apatía de las autoridades educativas y de las fiscalías. Solamente conozco un caso que es la excepción, el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, que conjuga justicia y pedagogía, y aplica medidas correctivas ejemplares desde la óptica del superior interés del niño y sus condicionantes de desarrollo. Y hay que abordar con valentía cualquier tipo de estudio de análisis y de prospección respecto a por qué sucede y cuáles son las responsabilidades concurrentes.
La destrucción del conocimiento y la descomposición de los valores que forman parte de nuestra cultura antropológica han hecho suficiente daño como para ser tenidos en cuenta a efectos de corregir errores. Los factores de la personalidad en un adolescente dejan al descubierto los baches en su recorrido de formación y los errores educativos que han originado los socavones. Cuando se manifiestan los comportamientos asociales suele ser tarde. La falta de modelos constructivos de conducta derivados de la irresponsabilidad de muchas programaciones televisivas que exhiben series y películas que son en sí mismas una apología de la violencia y la destrucción de valores humanos, constituyen un caldo propicio de estas cosmovisiones adolescentes que se manifiestan a partir de los 12 años, si no es antes. Y constituyen unas fibras con las que se deconstruye la personalidad y el carácter, sobre todo si se nada a contracorriente de los valores en los que se ha construido nuestra sociedad por su configuración civilizatoria cristiana. Los adolescentes deben crecer en ambientes sanos y bien lo saben quienes no aceptan que los demás tengamos los mismos privilegios que ellos, que es llevar a sus hijos a colegios con un carácter propio y un proyecto educativo donde la persona es objeto y propósito de la acción educativa.