Estudio en Francia
Las empresas serán las próximas víctimas del terrorismo islamista
El ensayista y experto en la gestión de crisis de seguridad Michel Olivier ha explicado en la revista francesa Valeurs Actuelles que hay muchas razones para temer que el próximo atentado terrorista islamista tendrá lugar en un espacio relacionado con el mundo de las empresas, ya que en estos lugares no hay prevención de los procesos de radicalización, no hay cooperación con los servicios policiales y no hay medidas de seguridad antiterroristas.
Olivier recuerda que el primer ciudadano francés decapitado por un fanático islamista no fue el profesor Samuel Paty. Se llamaba Hervé Cornara y era un empresario que fue asesinado por uno de sus empleados el 26 de junio de 2015, cuando Occidente mantenía una dura guerra contra el autodenominado Estado Islámico. "Si las empresas no se han visto (todavía) afectadas por el terrorismo islamista en suelo francés es porque aún están siendo objetivo de un tipo diferente de yihad: la de la escisión comunitarista”, que implica que en las unidades productivas se están dando lugar procesos de radicalización y se están creando espacios aparte, ajenos a la normativa laboral, que se gestionan a través de la sharia (ley islámica). “Ciertamente”, explica Olivier, “dejarse barba no es igual que poner una bomba, el velo no es un Kalashnikov, la prescripción para observar el Ramadán que se le da a un colega en el trabajo no es el equivalente a una crucifixión en la Plaza de Mosul o de Raqqa. Existe una diferencia real entre estos actos. Pero, ¿es esto una diferencia de naturaleza o solo de grado?”.
Michel Olivier explica en su texto que lleva muchos meses investigando esta cuestión en las empresas francesas. “En todas partes, en nombre de la lucha contra la discriminación o por acomodación a las características mayoritarias de la población activa, los directivos hacen la vista gorda ante las demandas comunitarias (islámicas). El mundo del trabajo es la imagen de la sociedad en su conjunto: no podemos pedirle a las empresas que corrijan todas las deficiencias de las políticas públicas. No tienen ninguna herramienta legal para ello”.
Y añade: “Hay motivos de sobra para temer que el próximo atentado se produzca en una empresa donde no hay prevención de los riesgos de radicalización, ni cooperación con los servicios policiales ni medidas de seguridad antiterroristas. Después de la escuela, Francia corre el riesgo de descubrir, tarde o temprano, que el mundo del trabajo también se encuentra bajo el régimen implícito de la 'sharia'. La negativa a estrechar la mano de una mujer, el miedo a sancionar esta conducta, la prohibición tácita de hablar de ella, la renuncia al principio de igualdad profesional, la aceptación del velo islámico… todo esto es un terrorismo suave, lo que solíamos llamar ‘terrorismo intelectual’. La pregunta no es si ocurrirá otro ataque sino dónde ocurrirá y quién. El mundo del trabajo puede ser el próximo campo de batalla del Islam radical”.
El ensayista y experto en la gestión de crisis de seguridad Michel Olivier ha explicado en la revista francesa Valeurs Actuelles que hay muchas razones para temer que el próximo atentado terrorista islamista tendrá lugar en un espacio relacionado con el mundo de las empresas, ya que en estos lugares no hay prevención de los procesos de radicalización, no hay cooperación con los servicios policiales y no hay medidas de seguridad antiterroristas.
Olivier recuerda que el primer ciudadano francés decapitado por un fanático islamista no fue el profesor Samuel Paty. Se llamaba Hervé Cornara y era un empresario que fue asesinado por uno de sus empleados el 26 de junio de 2015, cuando Occidente mantenía una dura guerra contra el autodenominado Estado Islámico. "Si las empresas no se han visto (todavía) afectadas por el terrorismo islamista en suelo francés es porque aún están siendo objetivo de un tipo diferente de yihad: la de la escisión comunitarista”, que implica que en las unidades productivas se están dando lugar procesos de radicalización y se están creando espacios aparte, ajenos a la normativa laboral, que se gestionan a través de la sharia (ley islámica). “Ciertamente”, explica Olivier, “dejarse barba no es igual que poner una bomba, el velo no es un Kalashnikov, la prescripción para observar el Ramadán que se le da a un colega en el trabajo no es el equivalente a una crucifixión en la Plaza de Mosul o de Raqqa. Existe una diferencia real entre estos actos. Pero, ¿es esto una diferencia de naturaleza o solo de grado?”.
Michel Olivier explica en su texto que lleva muchos meses investigando esta cuestión en las empresas francesas. “En todas partes, en nombre de la lucha contra la discriminación o por acomodación a las características mayoritarias de la población activa, los directivos hacen la vista gorda ante las demandas comunitarias (islámicas). El mundo del trabajo es la imagen de la sociedad en su conjunto: no podemos pedirle a las empresas que corrijan todas las deficiencias de las políticas públicas. No tienen ninguna herramienta legal para ello”.
Y añade: “Hay motivos de sobra para temer que el próximo atentado se produzca en una empresa donde no hay prevención de los riesgos de radicalización, ni cooperación con los servicios policiales ni medidas de seguridad antiterroristas. Después de la escuela, Francia corre el riesgo de descubrir, tarde o temprano, que el mundo del trabajo también se encuentra bajo el régimen implícito de la 'sharia'. La negativa a estrechar la mano de una mujer, el miedo a sancionar esta conducta, la prohibición tácita de hablar de ella, la renuncia al principio de igualdad profesional, la aceptación del velo islámico… todo esto es un terrorismo suave, lo que solíamos llamar ‘terrorismo intelectual’. La pregunta no es si ocurrirá otro ataque sino dónde ocurrirá y quién. El mundo del trabajo puede ser el próximo campo de batalla del Islam radical”.