Pobreza socialista (II)
En este enlace pueden leer la primera parte de este artículo
![[Img #19378]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/01_2021/5276_cuba-1504870_1920.jpg)
Para acabar con la pobreza, los socialistas no hacen más que hablar de ella. Si alguien les diera un euro por cada vez que mencionan su intención de acabar con la pobreza, los socialistas no necesitarían dejar tiesas las arcas de las Administraciones Públicas que gobiernan, pues serían todos ricos. Es lo que se ha llamado la lógica del sacerdote: me interesa que peques para así salvarte; esto es, me interesa que haya pobreza para vivir a costa de ella.
El inglés R. Owen propuso al imperio austrohúngaro hacer reformas sociales. La respuesta fue: "No deseamos que las grandes masas sean ricas e independientes, ¿cómo íbamos a gobernarlos entonces?". Es la respuesta socialista y el motivo de que jamás acaben con la pobreza, sino que la incrementan a marchas forzadas, como demuestran todos los ejemplos.
Así lo corrobora Thomas Sowell: "Aquéllos que están principalmente preocupados por el bienestar de los pobres, probablemente descubrirán con el tiempo que gran parte de la agenda de la izquierda realmente no beneficia mucho a los pobres, y parte de esa agenda en realidad empeora la situación de los pobres".
Para mantener el sacerdocio del cínico mantra del Presidente del Gobierno, el "nadie atrás", han de reiterar constantemente, incesantemente, hasta la saciedad, sus fórmulas y panfletos, coreados por unos partidos lanares que son empresas de poder y de colocación como estamos teniendo ocasión de comprobar mientras disfrutamos de nuestro ilustre Gobierno socialcomunista. Por supuesto, no pueden sostener el chiringuito sin incrementar aún más una industria política que es el cáncer que parasita la sociedad. Hay que expandir el Estado para apropiarse de él y hacer de la dependencia del Estado un estilo de vida. Es obligado también destruir la clase media y crear una masa ingente de parados y subvencionados que pesen al Estado como lastre y que sólo tengan como perspectiva continuar recibiendo sus exiguos subsidios.
No ignoran que la clase media fue el producto del auge del capitalismo y que allí donde se ha implantado el socialismo con éxito (éxito de miseria y opresión, por supuesto) la clase media ha dejado prácticamente de existir, ha sido aniquilada en un rápido proceso de destrucción organizado criminalmente desde las élites progresistas.
No pueden conseguir sus propósitos sin la propaganda y la mentira. Por eso, nuestro insigne vicepresidente de todo, lo primero que pedía era hacerse cargo de los medios a disposición de las administraciones públicas. No hacía falta entregárselos, el PSOE ya tiene sobrada experiencia en manipularlos a conciencia sin dejar un resquicio más que de mera apariencia a la libertad. También les es imprescindible controlar la educación, que en nuestro desgraciado país siempre ha estado en manos de la izquierda, por lo que ahora asistimos estupefactos al espectáculo de que el peor gobierno del mundo en hacer frente a la pandemia del coronavirus apenas ve castigada su incuria, su mala fe, su prevaricación y su actuación aparentemente criminal en las encuestas de opinión. La última ley de Educación es sólo una vuelta de tuerca para dar el golpe definitivo y que la siguiente generación tenga aún menos criterio que la "millenial", que ya de por sí deja mucho que desear en cuanto a preparación cultural y humanista, motivo por el cual todas las encuestas aseguran que el socialismo goza aún de mayoritario predicamento en esa generación de desilustrados.
A la izquierda no le importa en absoluto que para llevar adelante sus proyectos de ingeniería social, cuyo único y definitivo objetivo es crear una sociedad a su conveniencia para mantenerse en el poder, la distancia entre la verdad oficial y la realidad sea inconmensurable. Les bastará con seguir "creando la realidad" a su conveniencia, pues para ello cuentan con sus mercenarios de la información, los perros de la desinformación de los que hemos hablado en otras ocasiones.
Del mismo modo que no les importa en absoluto que sus propuestas para acabar con la pobreza sean una y otra vez desmentidas por la realidad, como la insistencia en subir el salario mínimo interprofesional sin tener en cuenta la productividad. Cada nueva subida liquida decenas de miles de puestos de trabajo precisamente de los más desfavorecidos y de los menos preparados. Pero qué les importa si se vende bien en una tertulia televisiva o en un telediario.
Walter E. Williams, que de la situación de los pobres negros en Estados Unidos sabía un rato, decía que había aprendido a evaluar los efectos de las políticas y no sus intenciones. Es muy posible que ni siquiera las intenciones de nuestros gobernantes sean buenas, pero lo que no deja lugar a dudas es que los efectos de sus políticas son desastrosos.
Williams criticaba las leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para los negros porque ambas inhibían la libertad y eran perjudiciales para los negros a los que supuestamente pretendían ayudar. Decía que las leyes que regulan la actividad económica son obstáculos mucho más grandes para el progreso económico de los negros que la intolerancia racial y la discriminación. Lo mismo podríamos decir de las actuales leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para la mujer en España. Las leyes de salario mínimo hacen que los trabajadores poco capacitados queden fuera del mercado laboral porque nadie está dispuesto a pagar ese salario mínimo a los trabajadores menos dotados ya que su productividad es inferior al mismo tiempo que estos trabajadores menos dotados no adquieren experiencia laboral que los haga mejores y los capacite en mayor medida, por lo que entran en el círculo vicioso del subsidio permanente y de la incompetencia sin remedio, de modo que jamás pueden escapar de su último lugar en la sociedad. Eso sí, suelen ser votantes fieles de quienes les prometen más miserable maná para continuar siendo lo que son.
Para continuar abonando tales masivos subsidios y ayudas, los progresistas utilizan, como no podía ser de otro modo, la deuda masiva. Como ésta no puede ser infinita, recurren a los déficits a través de los bancos centrales lo que provoca hiperinflación, y como no pueden controlar la inflación recurren a los controles de precios con lo que acaban por desterrar cualquier atisbo de inversión y destrozan por completo la economía. Venezuela es el ejemplo perfecto de cómo destruir un país riquísimo en poco tiempo.
Lejos de verlo, los progres camelan entonces a la población diciendo estupideces como que se puede imprimir dinero a demanda sin consecuencia negativa alguna, como nuestro insigne Ministro de Consumo o su hermano, o como algún articulista que nos viene a decir que los Estados nunca quiebran y que nunca pueden quedarse sin dinero. Se ve que no recuerda los ejemplos de Weimar, de Zimbabue o de Venezuela. Según esta teoría, los impuestos no financian nada, sólo ponen en circulación su moneda, que supuestamente les interesa a algunos compradores fantasma, pues al parecer para este autor no importa el precio de dicha moneda, como no importa que se necesite un millón de bolívares para comprar un chupachups. Según este autor, cuyo nombre no importa porque sus postulados son compartidos por la izquierda en general, lo que hay que hacer es, simplemente, orientar el modelo productivo, esto es, que un Pedro Sánchez cualquiera, desde su gran capacidad demostrada, diga a cada español lo que ha de hacer y cómo. De modo que para ello bastará con "sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades". La idiotez es gratuita y se puede escribir incluso en periódicos dignos, pero no puede evitar que la verdad la desmienta a cada paso. Sólo el ahorro, la inversión, el capital, la innovación constante y la productividad pueden acabar con la pobreza, siendo ineficaz y contraproducente intentar acabar con ella mediante la redistribución, pues entonces ¿quién creará la riqueza una vez hayas desplumado a los primeros que la crearon? La respuesta está en la riqueza de los países socialistas. Ninguna.
Thomas Sowell así lo sostiene: "la historia del siglo XX está llena de ejemplos de países que se propusieron distribuir la riqueza y terminaron redistribuyendo la pobreza". Y añade: "La riqueza es lo único que puede curar la pobreza. La razón por la que hoy hay menos pobreza no es porque los pobres obtuvieron una porción más grande del pastel, sino porque todo el pastel se hizo mucho más grande". Y luego reconoce, como debemos hacer nosotros: "Sorprende la cantidad de personas que todavía caen en el argumento de que, si la vida es injusta, la respuesta es entregar más dinero y poder a los políticos."
No obstante, nuestros insignes economistas progresistas insisten en ello: cada vez más poder para el Gobierno y las administraciones. Es pertinente preguntarse si se hace por ignorancia, estupidez o simple maldad. El mismo Sowell responde en parte a la pregunta cuando dice que a los intelectuales les gusta pensar en sí mismos como personas que dicen la verdad al poder, pero con demasiada frecuencia son personas que dicen mentiras para ganar poder.
Podemos apelar al sentido común de la mayoría de las personas y preguntarles si han reparado en algo evidente: los migrantes siempre buscan el capitalismo. Hemos visto llegar pateras de Cuba a Miami y pelear a los cubanos con los policías de la Florida para tocar el suelo seco con sus pies. Nunca he visto botar barcos en Miami para huir en masa hasta el paraíso socialista cubano. Del mismo modo, veo a diario decenas de emigrantes africanos llegar a Canarias, pero no veo a los canarios cruzando el océano con riesgo de su vida para alcanzar una vida mejor en África.
¡Qué raro que todos esos migrantes busquen un lugar en un país cruelmente capitalista donde pueden vivir, incluso en el peor de los casos, con las migajas que les sobran a los malísimos capitalistas mucho mejor que en sus países de origen! ¡Qué raro que la migración siempre se produzca de los países socialistas a los países capitalistas! ¿Será que todos los migrantes son masoquistas y quieren empeorar su situación?
Como el mensaje ha calado, los más débiles mentales de los países capitalistas están buscando denodadamente subterfugios y denominaciones peregrinas para obviar la palabra maldita: capitalismo. Así, ahora quieren ponerle apellidos, desde humano a filantrópico, etc. Pero el capitalismo no necesita apellidos, sólo necesita libertad para desarrollarse y que la burocracia socialista deje en paz a las personas para buscarse la vida en el mercado. Porque la también maldita palabra mercado es la única que garantiza la prosperidad. Tal vez nuestros insignes políticos progresistas no hayan reparado en que incluso en las sociedades más represivas como la soviética existió un mercado: el mercado negro. Cuando hay libertad, en el mercado negro se comercia con lo prohibido; cuando no hay libertad, en el mercado negro se comercia con los bienes de consumo esenciales y habituales en cualquier economía libre. De ese modo hay dos precios, el oficial, que nada significa, y el real, que marca el mercado negro. Cuando no hay libertad, la gente se ve obligada a utilizar los servicios del mercado negro para alcanzar un mínimo vital. ¡Qué curioso que eso sólo ocurra en los países socialistas! Aunque no es casualidad, allí donde se implanta la locura socialista en la que unos pocos deciden la economía del conjunto ocurre siempre lo mismo. En menor medida, allí donde se cercena la competencia en el mercado, como actualmente en algunos países socialdemócratas como el nuestro, las economías se colapsan por falta de competencia. El resultado es la interrupción del progreso y la caída progresiva en la pobreza.
No podemos tener la esperanza de que los socialistas acaben comprendiendo esto, pero haremos mucho si convencemos a los pobres de que de la pobreza sólo hay un modo de escapar: la libertad. Y que la libertad necesaria para escapar de la pobreza sólo se da en un sistema político: el más capitalista posible con la mayor libertad de mercado posible.
Williams también decía que el capitalismo es el sistema más moral y más productivo jamás desarrollado por el hombre: "El capitalismo es relativamente nuevo en la historia de la humanidad. Antes del surgimiento del capitalismo, la forma en la que las personas acumulaban grandes cantidades de riqueza era a través del saqueo y la esclavización de otros hombres. El capitalismo hizo posible para las personas el volverse rico sirviendo a otras personas."
La libertad es esencial por muchas razones: humanistas, morales, sociológicas y políticas. Pero cuando se nos decía que "antes el estómago lleno que la libertad" se nos estaba mintiendo. Sólo se puede llenar el estómago desde la libertad, salvo que uno quiera comer el menú de los ganados, las sobras.
Los pobres deben tener algo claro: sin libertad no hay pan digno de tal nombre.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo M-XXI. La batalla por la libertad
En este enlace pueden leer la primera parte de este artículo
![[Img #19378]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/01_2021/5276_cuba-1504870_1920.jpg)
Para acabar con la pobreza, los socialistas no hacen más que hablar de ella. Si alguien les diera un euro por cada vez que mencionan su intención de acabar con la pobreza, los socialistas no necesitarían dejar tiesas las arcas de las Administraciones Públicas que gobiernan, pues serían todos ricos. Es lo que se ha llamado la lógica del sacerdote: me interesa que peques para así salvarte; esto es, me interesa que haya pobreza para vivir a costa de ella.
El inglés R. Owen propuso al imperio austrohúngaro hacer reformas sociales. La respuesta fue: "No deseamos que las grandes masas sean ricas e independientes, ¿cómo íbamos a gobernarlos entonces?". Es la respuesta socialista y el motivo de que jamás acaben con la pobreza, sino que la incrementan a marchas forzadas, como demuestran todos los ejemplos.
Así lo corrobora Thomas Sowell: "Aquéllos que están principalmente preocupados por el bienestar de los pobres, probablemente descubrirán con el tiempo que gran parte de la agenda de la izquierda realmente no beneficia mucho a los pobres, y parte de esa agenda en realidad empeora la situación de los pobres".
Para mantener el sacerdocio del cínico mantra del Presidente del Gobierno, el "nadie atrás", han de reiterar constantemente, incesantemente, hasta la saciedad, sus fórmulas y panfletos, coreados por unos partidos lanares que son empresas de poder y de colocación como estamos teniendo ocasión de comprobar mientras disfrutamos de nuestro ilustre Gobierno socialcomunista. Por supuesto, no pueden sostener el chiringuito sin incrementar aún más una industria política que es el cáncer que parasita la sociedad. Hay que expandir el Estado para apropiarse de él y hacer de la dependencia del Estado un estilo de vida. Es obligado también destruir la clase media y crear una masa ingente de parados y subvencionados que pesen al Estado como lastre y que sólo tengan como perspectiva continuar recibiendo sus exiguos subsidios.
No ignoran que la clase media fue el producto del auge del capitalismo y que allí donde se ha implantado el socialismo con éxito (éxito de miseria y opresión, por supuesto) la clase media ha dejado prácticamente de existir, ha sido aniquilada en un rápido proceso de destrucción organizado criminalmente desde las élites progresistas.
No pueden conseguir sus propósitos sin la propaganda y la mentira. Por eso, nuestro insigne vicepresidente de todo, lo primero que pedía era hacerse cargo de los medios a disposición de las administraciones públicas. No hacía falta entregárselos, el PSOE ya tiene sobrada experiencia en manipularlos a conciencia sin dejar un resquicio más que de mera apariencia a la libertad. También les es imprescindible controlar la educación, que en nuestro desgraciado país siempre ha estado en manos de la izquierda, por lo que ahora asistimos estupefactos al espectáculo de que el peor gobierno del mundo en hacer frente a la pandemia del coronavirus apenas ve castigada su incuria, su mala fe, su prevaricación y su actuación aparentemente criminal en las encuestas de opinión. La última ley de Educación es sólo una vuelta de tuerca para dar el golpe definitivo y que la siguiente generación tenga aún menos criterio que la "millenial", que ya de por sí deja mucho que desear en cuanto a preparación cultural y humanista, motivo por el cual todas las encuestas aseguran que el socialismo goza aún de mayoritario predicamento en esa generación de desilustrados.
A la izquierda no le importa en absoluto que para llevar adelante sus proyectos de ingeniería social, cuyo único y definitivo objetivo es crear una sociedad a su conveniencia para mantenerse en el poder, la distancia entre la verdad oficial y la realidad sea inconmensurable. Les bastará con seguir "creando la realidad" a su conveniencia, pues para ello cuentan con sus mercenarios de la información, los perros de la desinformación de los que hemos hablado en otras ocasiones.
Del mismo modo que no les importa en absoluto que sus propuestas para acabar con la pobreza sean una y otra vez desmentidas por la realidad, como la insistencia en subir el salario mínimo interprofesional sin tener en cuenta la productividad. Cada nueva subida liquida decenas de miles de puestos de trabajo precisamente de los más desfavorecidos y de los menos preparados. Pero qué les importa si se vende bien en una tertulia televisiva o en un telediario.
Walter E. Williams, que de la situación de los pobres negros en Estados Unidos sabía un rato, decía que había aprendido a evaluar los efectos de las políticas y no sus intenciones. Es muy posible que ni siquiera las intenciones de nuestros gobernantes sean buenas, pero lo que no deja lugar a dudas es que los efectos de sus políticas son desastrosos.
Williams criticaba las leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para los negros porque ambas inhibían la libertad y eran perjudiciales para los negros a los que supuestamente pretendían ayudar. Decía que las leyes que regulan la actividad económica son obstáculos mucho más grandes para el progreso económico de los negros que la intolerancia racial y la discriminación. Lo mismo podríamos decir de las actuales leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para la mujer en España. Las leyes de salario mínimo hacen que los trabajadores poco capacitados queden fuera del mercado laboral porque nadie está dispuesto a pagar ese salario mínimo a los trabajadores menos dotados ya que su productividad es inferior al mismo tiempo que estos trabajadores menos dotados no adquieren experiencia laboral que los haga mejores y los capacite en mayor medida, por lo que entran en el círculo vicioso del subsidio permanente y de la incompetencia sin remedio, de modo que jamás pueden escapar de su último lugar en la sociedad. Eso sí, suelen ser votantes fieles de quienes les prometen más miserable maná para continuar siendo lo que son.
Para continuar abonando tales masivos subsidios y ayudas, los progresistas utilizan, como no podía ser de otro modo, la deuda masiva. Como ésta no puede ser infinita, recurren a los déficits a través de los bancos centrales lo que provoca hiperinflación, y como no pueden controlar la inflación recurren a los controles de precios con lo que acaban por desterrar cualquier atisbo de inversión y destrozan por completo la economía. Venezuela es el ejemplo perfecto de cómo destruir un país riquísimo en poco tiempo.
Lejos de verlo, los progres camelan entonces a la población diciendo estupideces como que se puede imprimir dinero a demanda sin consecuencia negativa alguna, como nuestro insigne Ministro de Consumo o su hermano, o como algún articulista que nos viene a decir que los Estados nunca quiebran y que nunca pueden quedarse sin dinero. Se ve que no recuerda los ejemplos de Weimar, de Zimbabue o de Venezuela. Según esta teoría, los impuestos no financian nada, sólo ponen en circulación su moneda, que supuestamente les interesa a algunos compradores fantasma, pues al parecer para este autor no importa el precio de dicha moneda, como no importa que se necesite un millón de bolívares para comprar un chupachups. Según este autor, cuyo nombre no importa porque sus postulados son compartidos por la izquierda en general, lo que hay que hacer es, simplemente, orientar el modelo productivo, esto es, que un Pedro Sánchez cualquiera, desde su gran capacidad demostrada, diga a cada español lo que ha de hacer y cómo. De modo que para ello bastará con "sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades". La idiotez es gratuita y se puede escribir incluso en periódicos dignos, pero no puede evitar que la verdad la desmienta a cada paso. Sólo el ahorro, la inversión, el capital, la innovación constante y la productividad pueden acabar con la pobreza, siendo ineficaz y contraproducente intentar acabar con ella mediante la redistribución, pues entonces ¿quién creará la riqueza una vez hayas desplumado a los primeros que la crearon? La respuesta está en la riqueza de los países socialistas. Ninguna.
Thomas Sowell así lo sostiene: "la historia del siglo XX está llena de ejemplos de países que se propusieron distribuir la riqueza y terminaron redistribuyendo la pobreza". Y añade: "La riqueza es lo único que puede curar la pobreza. La razón por la que hoy hay menos pobreza no es porque los pobres obtuvieron una porción más grande del pastel, sino porque todo el pastel se hizo mucho más grande". Y luego reconoce, como debemos hacer nosotros: "Sorprende la cantidad de personas que todavía caen en el argumento de que, si la vida es injusta, la respuesta es entregar más dinero y poder a los políticos."
No obstante, nuestros insignes economistas progresistas insisten en ello: cada vez más poder para el Gobierno y las administraciones. Es pertinente preguntarse si se hace por ignorancia, estupidez o simple maldad. El mismo Sowell responde en parte a la pregunta cuando dice que a los intelectuales les gusta pensar en sí mismos como personas que dicen la verdad al poder, pero con demasiada frecuencia son personas que dicen mentiras para ganar poder.
Podemos apelar al sentido común de la mayoría de las personas y preguntarles si han reparado en algo evidente: los migrantes siempre buscan el capitalismo. Hemos visto llegar pateras de Cuba a Miami y pelear a los cubanos con los policías de la Florida para tocar el suelo seco con sus pies. Nunca he visto botar barcos en Miami para huir en masa hasta el paraíso socialista cubano. Del mismo modo, veo a diario decenas de emigrantes africanos llegar a Canarias, pero no veo a los canarios cruzando el océano con riesgo de su vida para alcanzar una vida mejor en África.
¡Qué raro que todos esos migrantes busquen un lugar en un país cruelmente capitalista donde pueden vivir, incluso en el peor de los casos, con las migajas que les sobran a los malísimos capitalistas mucho mejor que en sus países de origen! ¡Qué raro que la migración siempre se produzca de los países socialistas a los países capitalistas! ¿Será que todos los migrantes son masoquistas y quieren empeorar su situación?
Como el mensaje ha calado, los más débiles mentales de los países capitalistas están buscando denodadamente subterfugios y denominaciones peregrinas para obviar la palabra maldita: capitalismo. Así, ahora quieren ponerle apellidos, desde humano a filantrópico, etc. Pero el capitalismo no necesita apellidos, sólo necesita libertad para desarrollarse y que la burocracia socialista deje en paz a las personas para buscarse la vida en el mercado. Porque la también maldita palabra mercado es la única que garantiza la prosperidad. Tal vez nuestros insignes políticos progresistas no hayan reparado en que incluso en las sociedades más represivas como la soviética existió un mercado: el mercado negro. Cuando hay libertad, en el mercado negro se comercia con lo prohibido; cuando no hay libertad, en el mercado negro se comercia con los bienes de consumo esenciales y habituales en cualquier economía libre. De ese modo hay dos precios, el oficial, que nada significa, y el real, que marca el mercado negro. Cuando no hay libertad, la gente se ve obligada a utilizar los servicios del mercado negro para alcanzar un mínimo vital. ¡Qué curioso que eso sólo ocurra en los países socialistas! Aunque no es casualidad, allí donde se implanta la locura socialista en la que unos pocos deciden la economía del conjunto ocurre siempre lo mismo. En menor medida, allí donde se cercena la competencia en el mercado, como actualmente en algunos países socialdemócratas como el nuestro, las economías se colapsan por falta de competencia. El resultado es la interrupción del progreso y la caída progresiva en la pobreza.
No podemos tener la esperanza de que los socialistas acaben comprendiendo esto, pero haremos mucho si convencemos a los pobres de que de la pobreza sólo hay un modo de escapar: la libertad. Y que la libertad necesaria para escapar de la pobreza sólo se da en un sistema político: el más capitalista posible con la mayor libertad de mercado posible.
Williams también decía que el capitalismo es el sistema más moral y más productivo jamás desarrollado por el hombre: "El capitalismo es relativamente nuevo en la historia de la humanidad. Antes del surgimiento del capitalismo, la forma en la que las personas acumulaban grandes cantidades de riqueza era a través del saqueo y la esclavización de otros hombres. El capitalismo hizo posible para las personas el volverse rico sirviendo a otras personas."
La libertad es esencial por muchas razones: humanistas, morales, sociológicas y políticas. Pero cuando se nos decía que "antes el estómago lleno que la libertad" se nos estaba mintiendo. Sólo se puede llenar el estómago desde la libertad, salvo que uno quiera comer el menú de los ganados, las sobras.
Los pobres deben tener algo claro: sin libertad no hay pan digno de tal nombre.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo M-XXI. La batalla por la libertad











