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Winston Galt
Domingo, 30 de Mayo de 2021 Tiempo de lectura:

Élites, UEFA y mafia

Todos tenemos una idea bastante aproximada de lo que es el "establishment", palabra inglesa que viene a designar la colusión de intereses entre dirigentes políticos, altos funcionarios públicos, financieros e industriales más importantes, así como los dueños y directores de los principales medios de comunicación de cada país. Vendría a ser la élite de lo que hemos denominado en otros artículos Industria Política, la industria más perniciosa y nociva para la sociedad y que nos esquilma continuamente.


Sus modos de actuar se parecen mucho a los métodos fascistas: alianza del poder político con las altas finanzas. Su objetivo: dirigir los destinos de la sociedad a su antojo y mantener el "statu quo" con desprecio evidente de los pueblos y de los derechos individuales de cada ciudadano.

 

En un artículo anterior ya mencionábamos que este modo de ejercer el poder es puramente mafioso y que su objetivo es promover la extracción de la riqueza y de la voluntad de los ciudadanos.

 

En los últimos meses hemos tenido dos ejemplos muy evidentes de cómo el "establishment" ha pervertido la democracia asociado al populismo y a la izquierda.

 

En el ámbito político, la derrota de Trump es un caso paradigmático de la victoria de la confabulación de todos los estamentos en contra de un outsider incómodo. Si bien nadie puede esconder los defectos de Trump, especialmente su mala educación y su afición por epatar, tampoco se puede negar que ha sido uno de los mejores presidentes de EEUU. A principios de 2020, antes de expandirse la pandemia, el paro en su país estaba por debajo del 4% (esto es, técnicamente no había paro), no inició ni participó en ninguna guerra (algo que no había ocurrido en décadas), le puso las pilas a los aliados de la OTAN para que abonaran su parte de los gastos, frenó a las organizaciones al servicio del socialismo mundial (ONU, OMS), frenó la inmigración ilegal, elevó considerablemente el nivel de vida de las minorías negra e hispana, renegoció los principales acuerdos comerciales internacionales de su país obteniendo mayores ventajas para EEUU, paró los pies a Corea del Norte e incluso a Rusia y China, consiguió éxitos históricos para la paz y el progreso del Oriente Próximo, elevó los niveles de crecimiento de la economía USA y, finalmente, promovió un plan de producción de vacunas contra el virus chino que en tan solo un año ha provocado una reversión próximamente definitiva de la pandemia (las industrias americanas han sido las primeras en disponer de una vacuna realmente eficaz, aunque habría que hacer una mención especial para Pfizer, que despreció el dinero público y ha sido la que con más éxito y en menor tiempo ha desarrollado la vacuna).

 

[Img #20050]Pero no transigió con los deseos del "establishment" y lo redujo, no dejándose controlar por él: al no promover ni participar en ninguna guerra, el llamado "Estado profundo" (Deep state), parte esencial del "establishment", ha visto cómo se quebraban sus expectativas de negocio; al no aumentar el gasto público en los sectores deseados por el "establishment" se ha convertido en su enemigo; su discurso de devolver el poder a la gente (con un punto populista que lo aupó a la presidencia) no podía ser tolerado. De modo que se han valido de todos los resortes del enorme poder que acumulan para subvertir unas elecciones que según todas las encuestas tenía ganadas apenas unos meses antes de celebrarse. La revista Time desveló la conspiración (en la que se enorgullecía de haber participado) para cambiar el signo de las elecciones: desde imputar a Trump los efectos terribles de la pandemia en EEUU (aunque ningún presidente hubiera podido imponer confinamientos en todos los Estados precisamente por la mentalidad americana a favor de la libertad y en contra de las limitaciones gubernamentales, sin olvidar que en Nueva York los efectos de la pandemia han sido peores que en Miami, donde se ha permitido un grado mucho mayor de libertad de los ciudadanos) a ocultar la corrupción de la familia Biden, desde incendiar las calles utilizando movimientos de extrema izquierda a manipular las votaciones. No les ha frenado ni la evidente deriva destructiva del sistema, lo cual pone de manifiesto que sólo tienen un objetivo: el poder.

 

No es necesario insistir sobre ello, pero sí se ha de poner de manifiesto la consecuencia: ahora EEUU está presidido por un hijo de la industria política, que lleva dedicándose profesionalmente a la política desde 1973 y sobre el que nadie puede explicar cómo se ha hecho rico con sueldos de funcionario público. Podemos comprobar las consecuencias de su elección: eliminar infraestructuras que iban a suponer decenas de miles de puestos de trabajo y ahorro de costes energéticos para el país (oleoducto de Keystone); aumentar el salario mínimo (con lo cual se perjudica el acceso al trabajo de las minorías negra e hispana para continuar manteniéndolas subvencionadas, esto es, mantener el clientelismo electoral); incrementar los impuestos (con lo que están de acuerdos las grandes empresas porque obstruye a la competencia); perjudicar a la manufactura del país para desbaratar la clase media (que ya no es voto Demócrata); efecto llamada a la inmigración ilegal (pues los inmigrantes legales tampoco son voto mayoritariamente Demócrata); un plan de infraestructuras encaminado a la economía verde que supondrá billones de dólares de los que se beneficiarán las grandes empresas a costa de los impuestos y la deuda de todo el país, provocando carestía de la vida y dificultando el crecimiento de la economía; incrementar los impuestos en general, de modo que la mayoría de Estados acaben como los Estados fallidos de California y Nueva York, en lugar de como Texas y Florida e, incluso, promover un impuesto corporativo mínimo para el Mundo entero, que lógicamente pagaremos todos. Esto es, en contra de lo que hizo Trump, Biden pretende incrementar el elefantiásico Estado, lo público, a cotas no imaginadas: socialismo en vena por decreto. Cada vez tendremos que costear millonariamente a más parásitos. La consecuencia: progres cada vez más ricos y sociedades cada vez más empobrecidas.

 

La Industria Política no permite a los Trump. Les fastidia el negocio.

 

Y lo mismo ocurre en el segundo ejemplo: el fútbol.

 

Alguien podrá decir que nada tiene que ver el fútbol con el poder político. Se equivoca.

 

La UEFA es un organismo creado para administrar la riqueza que crean otros, los clubes de fútbol. Como tal, por tanto, no deja de ser un órgano puramente político que ejerce funciones de representación, institucionales y de administración de esa riqueza. La UEFA, por tanto, es en el mundo del fútbol el equivalente al Estado, a cuyo alrededor nos reunimos los ciudadanos para organizar un orden que se encargue de la defensa común, de la justicia, etc.

 

La UEFA, como los Estados, no genera riqueza alguna. La extrae de sus miembros, los clubes de fútbol. Su falta de transparencia, su tradicional corrupción, su opacidad, incluso para los propios creadores de este organismo, son ya un lugar común, no por aceptado menos evidente. Basta comprobar cómo acabó la anterior cúpula de la UEFA: Platini y Villar acabaron cesados por diversos casos de corrupción.

 

Del mismo modo que es falso cuando se alega que el poder lo tienen los grandes empresarios en relación al Estado, ahora podemos comprobar que el poder en la UEFA no lo ostentan los clubes, en contra de lo que cabría pensar, sino la propia UEFA, que ha hecho crecer sus estructuras administrativas de tal modo que es completamente incontrolable. Con la UEFA ha ocurrido lo mismo que con los Estados, se ha perdido el control de los límites de su poder, y los burócratas que lo gestionan se han convertido en una casta que funciona en modo similar a  la mafia.

 

Han crecido a su alrededor organismos de todo tipo, parasitarios de la riqueza que crean los clubes. Se han creado "apparatchiks" que transitan por el mundo recibiendo comisiones y beneplácitos de los padrinos de la "familia". Corleone tenía en el bolsillo a jueces y periodistas, y la UEFA los tiene por decenas.

 

Por supuesto, cuando se siente atacada en sus privilegios de monopolio ajeno a los intereses de los clubes que lo enriquecen, clubes que firmaron su acceso a la Superliga en un primer momento porque eran conscientes de que alguien les está usurpando la riqueza que ellos crean, utilizan todas las armas a su alcance. Su principio es "todo para la UEFA, nada sin la UEFA, nada contra la UEFA", parafraseando a Mussolini cuando se refería al Estado. Al igual que cualquier movimiento estatista (socialista), se alía con el populismo para combatir a quienes quieren quitarles los privilegios, aunque sean los mismos que crean la riqueza de la que ellos se benefician.

 

Apelan, en primer lugar, al mensaje falaz y populista de que "el fútbol es de la gente", principio que sólo puede aplicarse, de todos los clubes grandes de Europa, a Real Madrid y Barcelona, pues son los únicos que no son sociedades mercantiles sino propiedad de sus socios. Era patético observar a los fans del Chelsea gritando que no les quitaran el fútbol, cuando el club de sus amores pertenece a un millonario oligarca ruso, o los rugidos de los fans del Liverpool, que también pertenece a multimillonarios ajenos por completo a su tradición que pueden hacer con esos clubes lo que les plazca, que han adquirido tales clubes bien como negocio bien como juguete sometido a su capricho.

 

A este supuesto "clamor popular", que se ignoró para decidir llevar el próximo mundial a Catar (es hecho probado que se lograron los votos necesarios de los compromisarios de la UEFA mediante sobornos destapados por el FBI), se une la opinión de muchos de los "colocados" del mundo del fútbol, desde futbolistas que prestan sus servicios a cambio de sueldos millonarios que les pagan clubes al servicio de dictaduras de Oriente Próximo a entrenadores que cobran sus millonarios servicios también a otras dictaduras del mismo ámbito geográfico. Es más, en el caso de Guardiola, su inveterada y habitual hipocresía alcanza nuevas cotas: sostiene que jugar en las máximas competiciones hay que ganárselo en el campo, cuando su equipo jamás ha ganado nada hasta que ha llegado un Estado de los emiratos y ha puesto miles de millones para contratar a los mejores jugadores comenzando entonces a ganar en una evidente desigualdad de oportunidades con otros muchos equipos ingleses. No ha alcanzado el éxito a base de ganar en el campo sino a golpe de talonario.

 

Lo que no dicen ninguno de esos jugadores y entrenadores millonarios es que una Superliga supondría límites salariales serios para jugadores y entrenadores y también posiblemente normas comunes sobre comisiones de agentes, etc. Pero ellos se oponen a la Superliga por "amor al fútbol", por supuesto.

 

En otro evidente ejercicio de hipocresía, David Beckham se queja de que se cree una superliga "cerrada" cuando el club que él ha adquirido en USA juega en una liga cerrada. Rumenigge, que algún día tendrá que explicar por qué se opone a la Superliga cuando por sí mismo su club apenas genera interés fuera de Alemania, acaba de ser nombrado alto ejecutivo de la UEFA (qué casualidad). Como alguien ha dicho, muchos ex deportistas con trayectorias mediocres fuera de jugar al fútbol y poca o ninguna capacidad profesional para afrontar el futuro son personas que han tomado decisiones a favor del "statu quo" que perjudica claramente a sus propios clubes.

 

Como habitualmente hacen los Estados, se miente sobre la naturaleza del artefacto, pues la Superliga propuesta por doce de los más importantes clubes de Europa, no era cerrada y, en cualquier caso, el formato estaba abierto a negociación con la UEFA. Tampoco acababa con las ligas nacionales, en contra de lo que se ha dicho, ni con otras competiciones de menor entidad europeas, como la UEFA League. Es más, según algunas fuentes, la Superliga destinaba al fútbol base unos 400 millones, mientras que la UEFA destina actualmente 130 millones.

 

Si uno piensa en la Superliga siendo un seguidor de un equipo de capacidad económica y deportiva media como el Sevilla, por ejemplo, no puede dejar de echar de menos una competición de este tipo, pues el acceso a esa competición provocaría de un solo golpe unos ingresos mínimos de 250 millones de euros, cuando el presupuesto habitual del Sevilla está en torno a los 226 millones. ¿Se imagina alguien al Sevilla con esos ingresos que duplicarían su presupuesto actual? Se convertiría en un grande de Europa en pocos años. Y esto podría ocurrirle a docenas de equipos con el paso de las temporadas.

 

Acusó el presidente del Villarreal al presidente del Real Madrid de egoísta en una emisora de radio. Es un ejercicio claro de cinismo, pues el Villarreal recibe todos los años una cantidad enorme de millones en derechos de televisión que no le corresponden por su propia capacidad y ello sólo gracias a Real Madrid y Barcelona, que son los que de verdad generan el dinero de las televisiones. Que el Villarreal alcance casi todos los años puestos de UEFA League, algún año incluso la Champions, no se debe a los esfuerzos del propietario sino a lo que generan Real Madrid y Barcelona en gran medida.

 

Por supuesto, toda estructura estatista (socialista, por tanto) obtiene inmediatamente el apoyo de los miembros de otros "establishment" que podrían ver como un ejemplo indeseable la revuelta ante la UEFA. Si Macron se pronunció en contra de la Superliga sin venir a cuento y sin explicar demasiado sus motivos, el primer ministro inglés se ha comportado como el Luca Brasi de la UEFA.

 

Su amenaza a los clubes ingleses, alegando que podrían imponer impuestos de lujo a los clubes para que les fuera más difícil fichar jugadores estrella, con obligar por ley a dar los partidos en abierto (eso sería la ruina del fútbol) o las amenazas con investigar los permisos de trabajo de muchos jugadores, no han caído en saco roto y han provocado la estampida de esos clubes. No se ha reparado en que si amenaza con aplicar de forma rigurosa la ley a los clubes es que actualmente no lo está haciendo, lo que supondría un caso claro de prevaricación. Esto es el "establishment": una connivencia evidente entre el poder político y una organización cuasimafiosa, en la que, al igual que en el Socialismo, los políticos y burócratas tienen mucho más poder que los ricos (Real Madrid).

 

Que la Superliga sea una gran idea no tiene importancia. Aunque podrían negociarse algunos de sus presupuestos básicos, sus cualidades no pueden ser ocultadas: no habría riesgo de que no hubiera competitividad por ser una competición semicerrada, pues basta ver la NBA, competición totalmente cerrada y comprobar que seguramente en ningún otro deporte hay mayor competitividad. Los partidos tendrían mucha más audiencia y serían mucho más interesantes, pues ya no habría un partido Liverpool- Appoel de Nicosia que a nadie interesa, sino muchos más partidos entre los grandes, lo que haría sin duda crecer la audiencia y el reporte económico para los clubes implicados; los espectadores tendrían muchas más posibilidades de elegir ver grandes acontecimientos deportivos, no como ahora que "lo bueno" comienza en marzo, con los octavos y cuartos de la Champions; los clubes pequeños recibirían mucho más beneficios aunque participaran minoritariamente en el reparto al ser éste más grande; el fútbol dispondría de mayores medios económicos para desarrollarse mejor (desde mejores aspectos técnicos a más escuelas repartidas por el mundo, especialmente en los países pobres). Por último, un aspecto que los estatistas no quieren reconocer: los clubes, verdaderos propietarios de la riqueza que se genera, deben ser libres para organizarse como deseen, como entidades privadas que son. La falta de libertad para los clubes es la misma que si a usted o a mí nos impidieran organizar una asociación de canto.

 

Por eso no extraña que estén en contra todos los que lo están: desde los mencionados más arriba a toda la izquierda europea. Ésta, proteica en sus principios por no tener ninguno, se opone a que los clubes ejerzan su libertad a favor de un organismo cuasiestatal como la UEFA y alegando que se perdería la democracia en el fútbol, cuando ni el fútbol tiene ni tiene por qué tener nada de democrático ni la UEFA representa precisamente principios democráticos.

 

El fútbol es el perfecto ejemplo de lo que ocurre cuando se pierde el control de los organismos políticos y éstos se convierten, como los Estados, en fríos monstruos imposibles de domesticar.

 

Ahora, el señor Ceferin, soberbio líder de esa institución faro de la civilización que es la UEFA, envalentonado como un jefecillo de la mafia neoyorquina que quiso desafiar al Padrino, se atreve a insultar al señor Pérez y a amenazar con represalias que van desde la expulsión de las competiciones a la más sibilina de impedir ganar a los equipos que se mantienen en la Superliga a través del manejo artero de los arbitrajes, algo a lo que ya ha jugado en otras ocasiones la UEFA sin el menor recato. Como es normal en cualquier organización de poder causimafiosa, se combinan ahora los castigos con los premios. Así, el nuevo vicepresidente de la UEFA será el presidente del PSG, equipo que no se unió a la Superliga por razones que todos sospechamos, y el presidente del nuevo Comité Ejecutivo es el saliente presidente del Bayern Munich, que tampoco se sumó a los doce promotores de la Superliga. A los equipos de los jeques y de los oligarcas, ya les ha prometido el señor Ceferin hacer la vista gorda con las cantidades que ingresen en sus clubes sin respetar el "fair play". Es decir, mayor desigualdad frente a la igualdad de oportunidades que ofrecía a todos los participantes la Superliga, con el mismo esquema de gasto para todos. A partir de ahora, el fútbol "de la gente" será cada vez más de los jefes y de los oligarcas.

 

El otro día Santiago Navajas comparaba a Florentino Pérez con el John Galt del fútbol. Frente a él, la inmensa catarata de los mediocres (Espada dixit), de los adeptos al "statu quo" injusto y gangsteril que se arriman al árbol que los cobija para no perder sus privilegios. El señor Ceferin ha celebrado la vuelta al redil (un desprecio inmenso a los clubes, a los que ha tratado como a ovejas descarriadas), pero a nadie puede engañar su reacción airada: esconde el temor de perder su chiringuito, del que vive opíparamente ese empleado que no es más que un burócrata mediocre digno sucesor de la saga Corleone.

 

Pablo Molina concluía su artículo sobre esta materia con una sentencia que no podemos sino trasladar: "Es el momento de que todos los aficionados nos pronunciemos. Hay que elegir entre Superliga o UEFA, limpieza o corrupción, negocio o ruina, libre mercado o socialismo."

 

(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo y del ensayo La batalla por la libertad

 

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