El "Fénix" de la Hispanidad
![[Img #20112]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2021/8791_colon-def-portada.jpg)
La pandemia que llevamos arrastrando un año y medio, como consecuencia no de un virus sino de un veneno infiltrado en las arterias de nuestro sistema de Gobierno, ya ha causado miles de muertos “personas físicas” y cientos de miles de “personas morales” cuyo paro cardíaco, en la jerga de los economistas, se conoce como “quiebra”.
La situación creada por miles de quiebras individuales es grave, pero no insoluble. Lo que verdaderamente comienza a ser grave es la “quiebra colectiva”, representada por la total incapacidad del Estado para ofrecer soluciones, y también por la ausencia de una prensa crítica y libre o por el bloqueo de la sociedad civil que, al estar dividida en 17 reinos de taifas, no es capaz de unirse – como hicieron en Francia los “chalecos amarillos” - para reivindicar derechos globales claramente especificados en la Constitución de 1978. Son esos mismos reinos de taifas los que nos hacen olvidar que la Deuda Pública del Estado ha pasado en tan solo 16 años del 67% del PIB al 127% de hoy en día, debiéndose, una gran parte de ese incremento, a la financiación de los déficits de los susodichos reinos, déficits que, por otro lado, financian clientelismo local e impiden que la solidaridad – hasta ahora un rasgo típicamente español – se manifieste como debiera en su dimensión económica.
¿Estamos entrando en un “agujero negro de la historia”?
Como me diría un amigo para calmar mi ansiedad «¡Tranquilo!, no es el fin del mundo. La historia de España se ha fraguado durante siglos y no son dos Gobiernos de ignorantes e incompetentes los que, en una década, van a provocar su desaparición». No obstante, todos sabemos que regicidios, guerras y cambios de régimen a menudo han sido provocados por beatos idiotas, bien manipulados y más rápidamente eliminados, como lo fue Oswald. Quién no conoce la frase “Roma no paga traidores”. Por lo tanto, contra viento, mareas y Covid, debemos empezar a vivir, poner en marcha proyectos y caminar hacia la construcción de nuestra propia utopía y de un mundo mejor.
La historia la hacen los que creen que la voluntad mueve montañas y se ponen manos a la obra
Cuando nos asomamos al profundo precipicio de nuestra historia, observamos que ésta está tan ocupada por la tragedia como por la épica, argamasa de nuestro templo, construido por la perseverancia y fuerza de voluntad de sus ciudadanos quienes, marcados por su identidad y su conciencia de hombres libres, han grabado con letras de oro algunas de las páginas más memorables de la historia de la humanidad, antes y después de Numancia.
Pero no es suficiente que unos pocos lo sepan, es necesario que cada generación lleve grabadas las epopeyas realizadas por nuestros ancestros en esa parte del ADN que dicen es transmisible. Acaso los griegos, en los peores momentos de su odisea ¿no tienen a Ulises en su memoria y en la memoria del resto de la humanidad? Esta es, quizás, la fuerza que nos está faltando. Por eso insisto en la reivindicación de nuestra historia y de algunas de sus páginas que, pese a su grandeza, han sido ampliamente olvidadas.
Ese es el espíritu de este texto, que dirijo especialmente a la gobernanza europea, y con el que quiero recordar – debido a los difíciles momentos que atraviesa Europa – dos hechos de una importancia capital en la consolidación de nuestra cultura, y digo cultura antes que economía, pues es una Europa culturalmente fuerte la que creó la fuerza económica tantas veces admirada por otros, y es precisamente una Europa en decadencia cultural y espiritual, la que no genera ciencia ni ganas de hacer o crear, llevándonos hacia el ocaso de nuestra civilización en una larga y agonizante crisis económica, que a medida que avanza sobre el Leteo, nos hace olvidar quienes éramos.
El Camino de Compostela o Camino de Santiago: Factor cultural, espiritual, económico y político
En 2021, a partir del 25 de julio, día de Nuestro Señor, se abre de nuevo el Año Santo compostelano o Año del Jubileo. Durante este año, millones de personas, con o sin Covid, llenarán miles de rutas recorriendo el “Camino de Compostela”, guiados por los numerosos monumentos del camino durante el día y por la Vía Láctea en la noche. Los parisinos iniciarán su viaje en la misteriosa Torre de Santiago, protegida en su cúpula por tres impresionantes gárgolas que acompañan al Apóstol, y seguirán la larguísima calle de Santiago, marcada en sus aceras por bronces de Vieira, hasta la salida sur de la ciudad.
Esta peregrinación, considerada por muchos hoy como de gran atractivo turístico, nació, en su momento, para resucitar la tradición espiritual europea que, en sus principios, tenía como objetivo hacer frente a un islam dominante, a través de la reivindicación de la unión espiritual cristiana, lo que con el tiempo generó una identidad europea, indisolublemente cristiana, que fue ganando terreno, dando confianza y desarrollando polos económicos gestionados por europeos de diferentes orígenes, pero unidos por la misma fe, y por lo tanto, consiguiendo una unión de los pueblos de Europa que la simple política nunca había conseguido consolidar. Y fue precisamente en España, en su parte más occidental, donde durante los siglos XI, XII y XIII, sus responsables políticos tomaron conciencia de la necesidad de reforzar la unión espiritual y política de los pueblos europeos. El impulso que dieron al Camino fue seguido con fervor por Francia y por todos sus vecinos, gracias a lo cual, los españoles pudieron continuar su política de reconquista de los territorios perdidos ante el empuje del islam y concluir su trascendente misión en 1492, con la recuperación de Granada para la cristiandad, llevada a cabo por los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón). Esta victoria política fue también una victoria espiritual, cultural y económica, que nuestros actuales dirigentes – tanto los españoles como los europeos – debieran analizar en su justa medida para enfrentarse a los problemas urbanos de Francia o al conflicto migratorio de España con Marruecos.
Pero continuando nuestro análisis histórico, conviene recordar como el mismo año que se recuperó Granada, el marino y noble español Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido bajo el nombre de Cristóbal Colón, descubría el continente americano y sus pobladores, desconocidos hasta ese día. Este encuentro de civilizaciones fue el principio de la globalización con todas las ventajas y todos los abusos que la mundialización engendra. No obstante, gracias a la visión estratégica y humanista de la reina Isabel se pudo evitar la catástrofe, pues su testamento dio lugar más tarde a lo que hoy conocemos como “Derechos Humanos”, toda una batería de derechos humanos, sociales y reguladores de las relaciones laborales que marcaron el futuro desarrollo de América. Concretamente, en su testamento de 1504, detalla la protección de las poblaciones americanas como sujetos de la Corona y promueve los matrimonios mixtos entre españoles y americanos, y al hacerlo, Isabel crea una nueva civilización, con la complejidad que representa el encuentro entre dos mundos y la fusión de éstos. Dando continuidad a su iniciativa, su nieto, el Emperador Carlos I y el hijo de éste, Felipe II, desarrollaron un gran trabajo legislativo y filosófico modificando la legislación laboral del Viejo Continente para adaptarla a las necesidades del nuevo mundo, poniendo de esta manera la España del siglo XVI en el humanismo del siglo XX.
España: Jornada laboral de ocho horas en 1593
Para recordar estos aspectos de nuestra historia, no muy bien conocidos, esperamos que, en 2022, con la pandemia del Covid ya controlada y con un principio de relance de la actividad económica, podamos festejar los 429 años de la implantación, por España, de la jornada de ocho horas de trabajo, así como de la semana de cinco días laborables.
Imagino el gesto de interrogación de algunas personas después de haber leído esta información, pero lo cierto es que,
gracias a las Leyes de Burgos de 1512, completadas por las Leyes Nuevas de 1542 y la Ordenanza de Felipe II de 1593, elaboradas para evitar los abusos cometidos por algunos encomenderos, se impuso la jornada de trabajo de ocho horas y la prohibición del trabajo de noche. Además, las Leyes Nuevas establecieron el descanso en domingo y en fiestas de guardar, como complemento de la semana de cinco días. En definitiva, una verdadera revolución laboral en pleno S. XVI. Adjuntamos el texto legal “la Ley VI de la Ordenanza de 1593, Libro III, Título VI”
«Todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes»
Ley VI de la Ordenanza de 1593. Incluida también en las Leyes de Indias (Libro III Título VI Ley VI), decía que los trabajadores también gozaban de vacaciones y recibían diez días al año, percibiendo íntegro el salario, y si les ocurriese un accidente laboral tenían derecho a recibir media paga si resultaban heridos: «Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal mientras dure la enfermedad».
En el libro Código del trabajo del indígena americano el académico e historiador canario Antonio Rumeu de Armas nos señala que las Leyes de Indias garantizaban la jornada de ocho horas y, además, se cumplía, con la excepción de los trabajadores en las minas, pues para éstos, por la dureza del trabajo, la jornada se reducía a siete horas.
Como podemos observar, el siglo XVI fue un momento clave en la historia de España y del mundo pues, además de lo ya explicado, una expedición española dirigida por Magallanes y Elcano, realizó la primera circunnavegación de la Tierra y la Escuela de Salamanca empezaba a convertirse en la referencia mundial, creando las bases futuras de la Ilustración.
A este respecto, me parece oportuno viajar al pasado de mis estudios, tanto a los tiempos del bachillerato como a mis estudios universitarios, donde siempre me ha sorprendido ver cómo en mis cursos de sociología y de la historia del pensamiento, de las artes, de la ciencia, de la economía y el derecho, pasábamos de la Escolástica al Renacimiento, y de este último, sobrevolando un vacío de dos siglos, pasábamos a la Ilustración, y ya seguíamos hacia la Revolución Industrial y el mundo moderno. En realidad, nos saltábamos dos siglos esenciales para comprender la historia de Europa, de España y del mundo, dos siglos determinados por el enorme avance científico, social y cultural de España sobre las otras naciones y por la influencia de la Escuela de Salamanca en el mundo moderno. Cualquier análisis filosófico, económico y social, realizado sin el soporte de esos dos siglos dominados por la Escuela de Salamanca, resultaba viciado, sesgado e incompleto. Por eso creo que ahora, más que nunca, debemos abrir la biblioteca secreta del pensamiento europeo y mostrar al mundo, desde dentro y desde fuera de la península, la más importante escuela de filosofía, economía, derecho, sociología y ciencia de los siglos XVI y XVII: la Escuela de Salamanca, para llevarla con nosotros y enseñarla al mundo, como Moisés hizo con las Tablas de la Ley.
Resumiendo, el Camino de Santiago ha facilitado la unión de los pueblos de Europa para hacer frente al islam, creando la idea de una comunidad espiritual y política, concretizada hoy en día por la Unión Europea. Además, los Reyes Católicos introdujeron en nuestro sistema de pensamiento un cierto humanismo, desarrollado más tarde bajo la denominación “Derechos del Hombre”. Por si fuera poco, la España del S. XVI se adelantó a todos sus competidores europeos y del resto del mundo, con la instauración de la jornada de ocho horas y la semana de cinco días laborables.
La Europa del siglo XXI
La Europa de nuestros días debiera hacer un esfuerzo de memoria y de reconocimiento hacia España, pero no lo hará si nosotros, los españoles, con la memoria ya recuperada, no creamos las condiciones adecuadas para hacer revivir en nosotros mismos el "Fénix" de la Hispanidad, ese instinto creador y de estirpe, capaz de expulsar de nuestras instituciones nacionales y de las instituciones europeas a los “piratas del poder”, auténticos parásitos bulímicos que nos conducen directamente hacia el caos, a través de la desintegración de nuestra identidad que la leyenda negra, elevada en estos últimos tiempos a la enésima potencia, está – aunque no queramos creerlo -consiguiendo.
¿Qué otras medidas podríamos tomar?
Aunque nuestros políticos parecen caminar sin dirección coherente, como gallinas con la cabeza cortada, esto no quiere decir que no existan soluciones a nuestros problemas, ahora bien, para encontrarlas debemos ir a las fuentes de nuestra cultura y tomar conciencia de nuestra historia como de un todo, que engloba la España peninsular y la americana, con el fin de reconocer los mismos valores morales que subyacen en nuestro comportamiento y obtener la cohesión ciudadana necesaria para aplicar soluciones estratégicas durante los ciclos adversos, como el actual.
Conseguido esto, y en el caso español concretamente, es necesario promocionar la movilidad intrarregional e interregional entre los españoles de los dos hemisferios. Dicho de otra manera, facilitar la creación de un Erasmus nacional panhispánico que mejore el conocimiento mutuo entre los españoles de diferentes orígenes y configure las bases educativas, comportamentales y profesionales de la cohesión hispánica, alejándonos de los actuales movimientos indigenistas, que solo se apoyan en la leyenda negra e impiden el resurgimiento de nuestra civilización.
Nacionalidad española para todo hispanoamericano
Por último, desde un punto de vista práctico, debiera automatizarse la ley de obtención de la nacionalidad española para todo hispanoamericano que demuestre que una parte de sus raíces se encuentra en la España peninsular, como ya se hizo previamente con los descendientes de los sefarditas, pues al reconocer a nuestros hermanos hispanoamericanos como legítimos españoles, éstos se convierten, de facto, en ciudadanos de la Unión Europea, lo que, inmediatamente, aumenta el peso demográfico español y por lo tanto el del censo electoral tanto para las elecciones nacionales como para las elecciones al Parlamento Europeo, y esto último nos pondría en condiciones de igualdad frente a Francia o frente a Alemania para reclamar el Derecho de Veto cuando se pretenden imponer Directivas o Reglamentos opuestos a nuestros intereses. Este último aspecto, teniendo en cuenta el Brexit británico y las futuras negociaciones sobre el diferendo gibraltareño, así como la protección de Ceuta, Melilla y Canarias, resulta hoy en día más importante que nunca. Con este peso demográfico podríamos hacer presión para que la lengua española se convierta, naturalmente, en la lengua oficial de la Oficina Española de Patentes y de todas las instituciones europeas e internacionales. Tengamos en cuenta que además de los 47 millones de personas hablando español en la península, hay 550 millones de hispanófonos en el mundo, muchos de los cuales podrían volverse españoles y, por lo tanto, europeos.
Esta nueva situación de la Hispanidad en el seno de Europa, con las evidentes ventajas para todos los hispanoamericanos españoles y el incremento de peso y representatividad en la política europea y mundial es, por lo tanto, posible, y, además, desde un punto de vista simbólico, sería como la continuidad de lo que habíamos comenzado en 1492 y quizás antes de esta fecha tan señalada, si consideramos la creación del Camino de Unión Espiritual y Política de Europa, el Camino de Santiago.
(*) J. F. R. Queiruga. Économiste, diplômé en Droit de l'Union Européenne. Président de la Chambre de Commerce Latino-Américaine et d'ULYSSE SAS. Secrétaire Général du CMAtlv, partner d'ICB Consulting et de Parnasse Académie Ambassadeur du Réseau Monde Atlantique.
La pandemia que llevamos arrastrando un año y medio, como consecuencia no de un virus sino de un veneno infiltrado en las arterias de nuestro sistema de Gobierno, ya ha causado miles de muertos “personas físicas” y cientos de miles de “personas morales” cuyo paro cardíaco, en la jerga de los economistas, se conoce como “quiebra”.
La situación creada por miles de quiebras individuales es grave, pero no insoluble. Lo que verdaderamente comienza a ser grave es la “quiebra colectiva”, representada por la total incapacidad del Estado para ofrecer soluciones, y también por la ausencia de una prensa crítica y libre o por el bloqueo de la sociedad civil que, al estar dividida en 17 reinos de taifas, no es capaz de unirse – como hicieron en Francia los “chalecos amarillos” - para reivindicar derechos globales claramente especificados en la Constitución de 1978. Son esos mismos reinos de taifas los que nos hacen olvidar que la Deuda Pública del Estado ha pasado en tan solo 16 años del 67% del PIB al 127% de hoy en día, debiéndose, una gran parte de ese incremento, a la financiación de los déficits de los susodichos reinos, déficits que, por otro lado, financian clientelismo local e impiden que la solidaridad – hasta ahora un rasgo típicamente español – se manifieste como debiera en su dimensión económica.
¿Estamos entrando en un “agujero negro de la historia”?
Como me diría un amigo para calmar mi ansiedad «¡Tranquilo!, no es el fin del mundo. La historia de España se ha fraguado durante siglos y no son dos Gobiernos de ignorantes e incompetentes los que, en una década, van a provocar su desaparición». No obstante, todos sabemos que regicidios, guerras y cambios de régimen a menudo han sido provocados por beatos idiotas, bien manipulados y más rápidamente eliminados, como lo fue Oswald. Quién no conoce la frase “Roma no paga traidores”. Por lo tanto, contra viento, mareas y Covid, debemos empezar a vivir, poner en marcha proyectos y caminar hacia la construcción de nuestra propia utopía y de un mundo mejor.
La historia la hacen los que creen que la voluntad mueve montañas y se ponen manos a la obra
Cuando nos asomamos al profundo precipicio de nuestra historia, observamos que ésta está tan ocupada por la tragedia como por la épica, argamasa de nuestro templo, construido por la perseverancia y fuerza de voluntad de sus ciudadanos quienes, marcados por su identidad y su conciencia de hombres libres, han grabado con letras de oro algunas de las páginas más memorables de la historia de la humanidad, antes y después de Numancia.
Pero no es suficiente que unos pocos lo sepan, es necesario que cada generación lleve grabadas las epopeyas realizadas por nuestros ancestros en esa parte del ADN que dicen es transmisible. Acaso los griegos, en los peores momentos de su odisea ¿no tienen a Ulises en su memoria y en la memoria del resto de la humanidad? Esta es, quizás, la fuerza que nos está faltando. Por eso insisto en la reivindicación de nuestra historia y de algunas de sus páginas que, pese a su grandeza, han sido ampliamente olvidadas.
Ese es el espíritu de este texto, que dirijo especialmente a la gobernanza europea, y con el que quiero recordar – debido a los difíciles momentos que atraviesa Europa – dos hechos de una importancia capital en la consolidación de nuestra cultura, y digo cultura antes que economía, pues es una Europa culturalmente fuerte la que creó la fuerza económica tantas veces admirada por otros, y es precisamente una Europa en decadencia cultural y espiritual, la que no genera ciencia ni ganas de hacer o crear, llevándonos hacia el ocaso de nuestra civilización en una larga y agonizante crisis económica, que a medida que avanza sobre el Leteo, nos hace olvidar quienes éramos.
El Camino de Compostela o Camino de Santiago: Factor cultural, espiritual, económico y político
En 2021, a partir del 25 de julio, día de Nuestro Señor, se abre de nuevo el Año Santo compostelano o Año del Jubileo. Durante este año, millones de personas, con o sin Covid, llenarán miles de rutas recorriendo el “Camino de Compostela”, guiados por los numerosos monumentos del camino durante el día y por la Vía Láctea en la noche. Los parisinos iniciarán su viaje en la misteriosa Torre de Santiago, protegida en su cúpula por tres impresionantes gárgolas que acompañan al Apóstol, y seguirán la larguísima calle de Santiago, marcada en sus aceras por bronces de Vieira, hasta la salida sur de la ciudad.
Esta peregrinación, considerada por muchos hoy como de gran atractivo turístico, nació, en su momento, para resucitar la tradición espiritual europea que, en sus principios, tenía como objetivo hacer frente a un islam dominante, a través de la reivindicación de la unión espiritual cristiana, lo que con el tiempo generó una identidad europea, indisolublemente cristiana, que fue ganando terreno, dando confianza y desarrollando polos económicos gestionados por europeos de diferentes orígenes, pero unidos por la misma fe, y por lo tanto, consiguiendo una unión de los pueblos de Europa que la simple política nunca había conseguido consolidar. Y fue precisamente en España, en su parte más occidental, donde durante los siglos XI, XII y XIII, sus responsables políticos tomaron conciencia de la necesidad de reforzar la unión espiritual y política de los pueblos europeos. El impulso que dieron al Camino fue seguido con fervor por Francia y por todos sus vecinos, gracias a lo cual, los españoles pudieron continuar su política de reconquista de los territorios perdidos ante el empuje del islam y concluir su trascendente misión en 1492, con la recuperación de Granada para la cristiandad, llevada a cabo por los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón). Esta victoria política fue también una victoria espiritual, cultural y económica, que nuestros actuales dirigentes – tanto los españoles como los europeos – debieran analizar en su justa medida para enfrentarse a los problemas urbanos de Francia o al conflicto migratorio de España con Marruecos.
Pero continuando nuestro análisis histórico, conviene recordar como el mismo año que se recuperó Granada, el marino y noble español Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido bajo el nombre de Cristóbal Colón, descubría el continente americano y sus pobladores, desconocidos hasta ese día. Este encuentro de civilizaciones fue el principio de la globalización con todas las ventajas y todos los abusos que la mundialización engendra. No obstante, gracias a la visión estratégica y humanista de la reina Isabel se pudo evitar la catástrofe, pues su testamento dio lugar más tarde a lo que hoy conocemos como “Derechos Humanos”, toda una batería de derechos humanos, sociales y reguladores de las relaciones laborales que marcaron el futuro desarrollo de América. Concretamente, en su testamento de 1504, detalla la protección de las poblaciones americanas como sujetos de la Corona y promueve los matrimonios mixtos entre españoles y americanos, y al hacerlo, Isabel crea una nueva civilización, con la complejidad que representa el encuentro entre dos mundos y la fusión de éstos. Dando continuidad a su iniciativa, su nieto, el Emperador Carlos I y el hijo de éste, Felipe II, desarrollaron un gran trabajo legislativo y filosófico modificando la legislación laboral del Viejo Continente para adaptarla a las necesidades del nuevo mundo, poniendo de esta manera la España del siglo XVI en el humanismo del siglo XX.
España: Jornada laboral de ocho horas en 1593
Para recordar estos aspectos de nuestra historia, no muy bien conocidos, esperamos que, en 2022, con la pandemia del Covid ya controlada y con un principio de relance de la actividad económica, podamos festejar los 429 años de la implantación, por España, de la jornada de ocho horas de trabajo, así como de la semana de cinco días laborables.
Imagino el gesto de interrogación de algunas personas después de haber leído esta información, pero lo cierto es que,
gracias a las Leyes de Burgos de 1512, completadas por las Leyes Nuevas de 1542 y la Ordenanza de Felipe II de 1593, elaboradas para evitar los abusos cometidos por algunos encomenderos, se impuso la jornada de trabajo de ocho horas y la prohibición del trabajo de noche. Además, las Leyes Nuevas establecieron el descanso en domingo y en fiestas de guardar, como complemento de la semana de cinco días. En definitiva, una verdadera revolución laboral en pleno S. XVI. Adjuntamos el texto legal “la Ley VI de la Ordenanza de 1593, Libro III, Título VI”
«Todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes»
Ley VI de la Ordenanza de 1593. Incluida también en las Leyes de Indias (Libro III Título VI Ley VI), decía que los trabajadores también gozaban de vacaciones y recibían diez días al año, percibiendo íntegro el salario, y si les ocurriese un accidente laboral tenían derecho a recibir media paga si resultaban heridos: «Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal mientras dure la enfermedad».
En el libro Código del trabajo del indígena americano el académico e historiador canario Antonio Rumeu de Armas nos señala que las Leyes de Indias garantizaban la jornada de ocho horas y, además, se cumplía, con la excepción de los trabajadores en las minas, pues para éstos, por la dureza del trabajo, la jornada se reducía a siete horas.
Como podemos observar, el siglo XVI fue un momento clave en la historia de España y del mundo pues, además de lo ya explicado, una expedición española dirigida por Magallanes y Elcano, realizó la primera circunnavegación de la Tierra y la Escuela de Salamanca empezaba a convertirse en la referencia mundial, creando las bases futuras de la Ilustración.
A este respecto, me parece oportuno viajar al pasado de mis estudios, tanto a los tiempos del bachillerato como a mis estudios universitarios, donde siempre me ha sorprendido ver cómo en mis cursos de sociología y de la historia del pensamiento, de las artes, de la ciencia, de la economía y el derecho, pasábamos de la Escolástica al Renacimiento, y de este último, sobrevolando un vacío de dos siglos, pasábamos a la Ilustración, y ya seguíamos hacia la Revolución Industrial y el mundo moderno. En realidad, nos saltábamos dos siglos esenciales para comprender la historia de Europa, de España y del mundo, dos siglos determinados por el enorme avance científico, social y cultural de España sobre las otras naciones y por la influencia de la Escuela de Salamanca en el mundo moderno. Cualquier análisis filosófico, económico y social, realizado sin el soporte de esos dos siglos dominados por la Escuela de Salamanca, resultaba viciado, sesgado e incompleto. Por eso creo que ahora, más que nunca, debemos abrir la biblioteca secreta del pensamiento europeo y mostrar al mundo, desde dentro y desde fuera de la península, la más importante escuela de filosofía, economía, derecho, sociología y ciencia de los siglos XVI y XVII: la Escuela de Salamanca, para llevarla con nosotros y enseñarla al mundo, como Moisés hizo con las Tablas de la Ley.
Resumiendo, el Camino de Santiago ha facilitado la unión de los pueblos de Europa para hacer frente al islam, creando la idea de una comunidad espiritual y política, concretizada hoy en día por la Unión Europea. Además, los Reyes Católicos introdujeron en nuestro sistema de pensamiento un cierto humanismo, desarrollado más tarde bajo la denominación “Derechos del Hombre”. Por si fuera poco, la España del S. XVI se adelantó a todos sus competidores europeos y del resto del mundo, con la instauración de la jornada de ocho horas y la semana de cinco días laborables.
La Europa del siglo XXI
La Europa de nuestros días debiera hacer un esfuerzo de memoria y de reconocimiento hacia España, pero no lo hará si nosotros, los españoles, con la memoria ya recuperada, no creamos las condiciones adecuadas para hacer revivir en nosotros mismos el "Fénix" de la Hispanidad, ese instinto creador y de estirpe, capaz de expulsar de nuestras instituciones nacionales y de las instituciones europeas a los “piratas del poder”, auténticos parásitos bulímicos que nos conducen directamente hacia el caos, a través de la desintegración de nuestra identidad que la leyenda negra, elevada en estos últimos tiempos a la enésima potencia, está – aunque no queramos creerlo -consiguiendo.
¿Qué otras medidas podríamos tomar?
Aunque nuestros políticos parecen caminar sin dirección coherente, como gallinas con la cabeza cortada, esto no quiere decir que no existan soluciones a nuestros problemas, ahora bien, para encontrarlas debemos ir a las fuentes de nuestra cultura y tomar conciencia de nuestra historia como de un todo, que engloba la España peninsular y la americana, con el fin de reconocer los mismos valores morales que subyacen en nuestro comportamiento y obtener la cohesión ciudadana necesaria para aplicar soluciones estratégicas durante los ciclos adversos, como el actual.
Conseguido esto, y en el caso español concretamente, es necesario promocionar la movilidad intrarregional e interregional entre los españoles de los dos hemisferios. Dicho de otra manera, facilitar la creación de un Erasmus nacional panhispánico que mejore el conocimiento mutuo entre los españoles de diferentes orígenes y configure las bases educativas, comportamentales y profesionales de la cohesión hispánica, alejándonos de los actuales movimientos indigenistas, que solo se apoyan en la leyenda negra e impiden el resurgimiento de nuestra civilización.
Nacionalidad española para todo hispanoamericano
Por último, desde un punto de vista práctico, debiera automatizarse la ley de obtención de la nacionalidad española para todo hispanoamericano que demuestre que una parte de sus raíces se encuentra en la España peninsular, como ya se hizo previamente con los descendientes de los sefarditas, pues al reconocer a nuestros hermanos hispanoamericanos como legítimos españoles, éstos se convierten, de facto, en ciudadanos de la Unión Europea, lo que, inmediatamente, aumenta el peso demográfico español y por lo tanto el del censo electoral tanto para las elecciones nacionales como para las elecciones al Parlamento Europeo, y esto último nos pondría en condiciones de igualdad frente a Francia o frente a Alemania para reclamar el Derecho de Veto cuando se pretenden imponer Directivas o Reglamentos opuestos a nuestros intereses. Este último aspecto, teniendo en cuenta el Brexit británico y las futuras negociaciones sobre el diferendo gibraltareño, así como la protección de Ceuta, Melilla y Canarias, resulta hoy en día más importante que nunca. Con este peso demográfico podríamos hacer presión para que la lengua española se convierta, naturalmente, en la lengua oficial de la Oficina Española de Patentes y de todas las instituciones europeas e internacionales. Tengamos en cuenta que además de los 47 millones de personas hablando español en la península, hay 550 millones de hispanófonos en el mundo, muchos de los cuales podrían volverse españoles y, por lo tanto, europeos.
Esta nueva situación de la Hispanidad en el seno de Europa, con las evidentes ventajas para todos los hispanoamericanos españoles y el incremento de peso y representatividad en la política europea y mundial es, por lo tanto, posible, y, además, desde un punto de vista simbólico, sería como la continuidad de lo que habíamos comenzado en 1492 y quizás antes de esta fecha tan señalada, si consideramos la creación del Camino de Unión Espiritual y Política de Europa, el Camino de Santiago.
(*) J. F. R. Queiruga. Économiste, diplômé en Droit de l'Union Européenne. Président de la Chambre de Commerce Latino-Américaine et d'ULYSSE SAS. Secrétaire Général du CMAtlv, partner d'ICB Consulting et de Parnasse Académie Ambassadeur du Réseau Monde Atlantique.