Hijos de la industria política
Hace unos días quise escribir un artículo sobre la crisis del PP que se hubiera titulado Casado es historia (e histeria). Ya no es necesario. Los acontecimientos se han precipitado de tal manera que el artículo vendría con retraso. Ya es tarde para hablar de Pablo Casado y me temo que poco volveremos a hablar de él.
Tampoco es cuestión de repetir lo que ya han dicho muchos. En principio pensé que sería interesante hacer una comparativa de los ejemplos de intrigas y traiciones a través de la historia, pero la que han protagonizado Casado y García Egea no pasa de ser un sainete burdo que en otras circunstancias menos trágicas para la situación del país seguramente nos movería más a la compasión que a la indignación.
Además, la mayor traición de Casado no ha sido a Díaz Ayuso, aunque esta lucha inútil y estúpida le haya costado el cargo, la posibilidad de tener el honor de ser presidente del Gobierno de España, la de pasar a la historia como el hombre que pudo solucionar los desmanes sanchistas y salvar a España de la deriva totalitaria. Hoy estará llorando como un niño lo que no supo defender como un adulto.
Aseguran algunos que los celos despertados por el éxito de Ayuso no pueden ser la única causa de su obsesión contra ella. Es posible que hubiera algo más (aunque lo de salvaguardar al partido de la posible corrupción de Ayuso es obvio que suena a mera excusa), pero también es más que posible que no lo hubiera. A veces, la explicación más sencilla es la verdadera. Solemos tender a considerar que las personas que ocupan altos cargos tienen motivaciones muy profundas. No es cierto. En muchas ocasiones, sus motivaciones son tan banales que no nos resulta fácil aceptarlas precisamente por su puerilidad. En todo caso, a cualquier persona racional le extraña que Casado no hubiera aprovechado el éxito de Ayuso para subirse a lomos de la ola y avanzar con paso firme hasta las elecciones generales. Dos años no es demasiado tiempo en política cuando tienes varias elecciones que prometen resultados satisfactorios, como ha ocurrido recientemente en Castilla La Vieja y ocurrirá seguramente en Andalucía a finales de año.
En lugar de aprovechar el impulso se embarcó en una lucha que cualquiera que tuviera ojos en la calle podía ver que le sería muy difícil ganar y que, caso de hacerlo, se iba a dejar por el camino cientos de miles de votos y decenas de escaños que le eran imprescindibles para acceder a la Moncloa. En lugar de hacer lo correcto, propuso o permitió que se impusieran intrigas de saloncito, un quítate tú que has ganado tanto para ponerme yo como niñatos párvulos, maquinaciones de maquiavelos de regional.
Es indiferente de quién fuera la mayor parte de culpa, de García Egea, un déspota bruto al parecer, o de Casado, que ha demostrado ser un inseguro embarrado en la mediocridad. Tanto da. Por propia iniciativa o por seguidismo de su Goebbels infantiloide, Casado es responsable de tantos errores.
Pero se veía venir. Traicionó a quienes lo auparon al puesto de Presidente del Partido Popular y a los que creímos su discurso en aquella ocasión. Pensamos entonces que, tras la negra pesadilla de Rajoy, volvía un PP digno, alejado de debilidad de los años de Rajoy que habían llevado al PP a ser un administrador más aseado de la gestión socialista, pero no un partido que pudiera considerarse mínimamente de derechas y mucho menos liberal. Aquel discurso de Casado reunió toda la ilusión de los que creíamos en un mensaje diferente al rajoyismo.
Comenzó haciendo honor a su discurso y durante un año parecía que la derecha había encontrado un referente al que asirse. Pero después destituyó a Cayetana Álvarez de Toledo porque era demasiado "dura" para la mentalidad de la derecha sometida. Al parecer, su discurso claro y contundente, poniendo las cosas claras a la izquierda en cualquier foro, provocaba suspicacias en la prensa progre y ponía de los nervios a los dirigentes de los corruptos PSOE y Podemos. Aceptar el discurso de que decir la verdad a la izquierda provoca polarización y crispación es la primera rendición. No era momento para dar la guerra cultural, al parecer era mejor que la izquierda continuara haciendo preponderar su añejo, rancio y pervertido discurso y manejarse sólo en los parámetros de la mejor gestión del PP.
Un tiempo después, en lugar de aprovechar la moción de censura de Vox contra el Gobierno que había actuado criminalmente contra la salud y la libertad de los españoles para poner de manifiesto la gestión pésima de Pedro Sánchez y sus socios, arremetió sin medida contra Vox, confundiendo al adversario con el enemigo. De ese modo amputó un brazo a la derecha española y provocó un cisma que le ha costado cientos de miles de votos al PP. Y lo peor no es que el PP pierda votos, lo peor es que sin un PP fuerte no puede haber alternativa a la España trágica de Pedro Sánchez.
Todo ha sido un error tras otro. Desde el enfoque en las elecciones catalanas a la entrega sin paliativos al gobierno traidor del Tribunal de Cuentas o del Tribunal Constitucional hasta el extraño error de Casero en la votación de la reforma laboral, son múltiples los hitos en que Casado ha ido cometiendo errores gravísimos que alejan a la derecha en su conjunto de cualquier alternativa al actual desgobierno y que, encima, reducen el PP a la raspa en favor de Vox.
Por eso, su peor traición no ha sido a Ayuso, con ser grave, sino a sus propios principios y a los españoles por extensión. Me recuerda a la traición de Rajoy en 2008 cuando, tras perder las elecciones de ese año, pasó de encabezar las manifestaciones millonarias contra el gobierno de Zapatero a esperar sentado sin hacer nada a que éste cayera solo por su incompetencia y estupidez y luego, una vez en el poder, a convertir su gestión en la tercera legislatura de Zapatero.
Traición mayor a España que, afortunadamente, le ha costado el puesto.
Generalmente es la izquierda la que mejor y más certero homenaje hace al dicho de que son los políticos los que generan un problema para cada solución. Este axioma se le puede aplicar a Casado y a García Egea con una precisión suiza.
Casado no ha sabido explotar las debilidades de este Gobierno, que son muchas a pesar de la propaganda oficial, ni ha ofrecido una lucha digna de llamarse así en el momento más crítico para España desde 1975. Precisamente por traicionarse a sí mismo no ha sabido convertirse en un líder y su memoria al frente del PP y de la oposición no dejará más que ceniza.
Pero era de esperar. Hemos hablado en otras ocasiones de la Industria Política. Y aquí están las consecuencias. Casado y García Egea son hijos de la industria política y han actuado como tales. Políticos desde jóvenes, sin otra ocupación ni profesión ni experiencia, no son más que mediocres y dependientes niñatos sin atisbo de grandeza alguna. Entienden lo público como un espacio donde medrar y del que vivir, y desde su mentalidad barata desprecian la realidad.
Estamos en una guerra contra la verdad encabezada por la izquierda. Casado y García Egea han aceptado esos parámetros y han demostrado que la verdad no Les importaba, sólo sus intrigas de tres al cuarto.
Y estamos en una guerra contra la realidad, también encabezada por la izquierda y de la que se han enajenado Casado y García Egea como demuestran sus actos, especialmente en los últimos días. Por lo que dicen, Casado aún no comprende lo que ha hecho mal, lo que implica una disociación de la realidad que requeriría tratamiento especializado.
Estamos en una guerra civil contra el socialismo y contra el nacionalismo, como expuse en mis últimos artículos. Y los Casado y García Egea de la derecha son los mejores aliados de la izquierda y del nacionalismo con sus complejos, sus pequeñas miserias y su falta de oposición a los discursos nacionalsocialistas del gobierno y de sus socios. Ellos han sido, en la práctica, los mayores defensores del cordón sanitario a Vox, una visión antidemocrática y miope, imperdonable. Les ha preocupado más el aplauso de la prensa que la realidad. Su actitud de servidumbre al PSOE es inaceptable, puesto que a nadie en su sano juicio se le oculta que el verdadero peligro para la democracia viene del PSOE. Podemos y la demás basura nacionalsocialista no son nada sin el concurso del PSOE.
La falsa moderación que vendía Casado suponía en realidad supeditarse a las políticas socialistas, como demuestra que no haya sido capaz de capitalizar la debilidad del gobierno del PSOE a pesar de su pésima gestión de la pandemia, de la economía y de los ataques constantes del gobierno nacionalsocialista a la Constitución, las leyes y a España.
La renuncia a las causas que le deberían ser naturales no ha sido sino la continuación de la política de no hacer nada de Rajoy. No han comprendido que el auge imparable de Vox no es la causa de sus males, sino el efecto.
En el fondo, la gestión de Casado al frente del PP era como si renunciara a ser lo que debió ser, como si temiera no tener la legitimidad suficiente en función no de sus principios sino de las opiniones de los contertulios televisivos y de periódicos devenidos en panfletos de propaganda fascistoide, como El País.
Precisamente porque estamos en esa guerra civil blanda (aún) y lo importante, por tanto, no son Casado y García Egea, sino lo que se ha de hacer para enfrentar lo peor que nos amenaza, debemos preguntarnos si la solución Feijóo, que a nadie se le escapa que va a ser el presidente del PP en un mes, es la adecuada.
Cabe preguntarse si con Feijóo el PP seguirá siendo el partido que gestione políticas de izquierda y el de los consensos con el PSOE, esa política antidemocrática de la renuncia, o cambiará su paso. Cosa que, de momento, no podemos presumir, dado que el perfil de Feijóo ha sido hasta ahora más el de un buen gestor que el de un político decidido a defender unos principios que, en muchos casos, no sabemos cuáles son. Y si son los que en alguna ocasión ha mencionado, no como principios ideológicos, pero sí como ubicación de su proyecto en el centro y centro izquierda, estaríamos ante un socialdemócrata, lo cual no invita al optimismo. Además, quien no huya de la realidad sabe que el PP no puede gobernar sin Vox, salvo que pacte con el PSOE. Y lo que hemos oído hasta ahora a Feijóo sobre Vox no anima a pensar en una coalición de gobierno solvente y serena que pueda llevar a cabo los cambios que el país exige.
Como menciona Girauta, si la respuesta de Feijóo a si pactará con Vox es sí, podremos tener esperanzas, pero si es ambigua o es no, votarle será como votar al PSOE. De momento, ha elegido a Pons como hombre importante de su futura presidencia. Pésima señal cuando Pons es el hombre de la Agenda 2030 del PP en el Parlamento Europeo, lo que viene a decirnos que todo seguirá igual en el PP en cuanto a ideología y defensa de valores (pura socialdemocracia).
Incluso si admite tal pacto, cabe preguntarse algo tan importante como lo anterior: ¿bastará Feijóo para volver a ascender al PP a unos resultados suficientes para gobernar con Vox? ¿En tal caso, cuál de los dos partidos será primera fuerza? Si la primera fuerza fuera Vox, ¿estaría dispuesto Feijóo a darle todo su apoyo para formar gobierno?
Dudo mucho que Feijóo sea suficiente para ascender al PP a unas expectativas de voto suficientes para ganar las elecciones con solvencia. Y dudo mucho que, de no ser primera fuerza política, Feijóo apoye a Vox.
Hasta ahora, todo el mundo se ha preguntado qué es lo mejor para el PP, pero parece que nadie se pregunta qué es lo mejor para España.
Y lo mejor para España es que el candidato del PP a la presidencia del Gobierno sea quien más votos pueda acaparar. Sólo así se puede asegurar una mayoría absoluta de escaños para la derecha. Y ese alguien ha de reconocer abiertamente que gobernará con el otro partido imprescindible de derechas, que es Vox.
Sólo hay una persona que sea capaz de aunar las dos cualidades: Isabel Díaz Ayuso.
Si en el PP la prioridad fuera España, si en el PP fueran realmente patriotas, Feijóo comandaría la transición y pondría la serenidad y la unidad en el partido, pero si lo más importante no es el partido sino España hay una exigencia moral de que la candidata a las elecciones generales sea Díaz Ayuso.
Esta exigencia moral también le es exigible a Díaz Ayuso. Parece conformarse con apoyar a Feijóo, seguramente más para no soliviantar aún más al partido que por convicción. Seguramente convencida por sus allegados de que es muy joven y que en el futuro podrá aspirar, sin duda, a la presidencia del partido y del Gobierno. Pero la tranquilidad de los barones del PP y la negación de la apariencia de excesiva ambición por parte de Ayuso no deberían ser los criterios de determinación de la persona que encabece la lista del PP al congreso, sino el mayor bien de la nación. Y nos encontramos en un momento histórico en que nada puede esperar porque el riesgo de no ganar las elecciones al frente nacionalsocialista es demasiado elevado si no es ella la líder del PP y no hay margen de error posible porque otros cuatro años de Sánchez serán, sin paliativos, el desastre sin posibilidad de recuperación. Por eso no debe importarnos ni el PP ni Feijóo ni nadie más. Sólo buscar la salvación de un país que no soportaría otros cuatro años de gobierno nacionalsocialista. La ruina, el destrozo institucional, el camino a la subdemocracia bananera será irreversible con otros cuatro años más de Sánchez.
Ayuso es quien más votos puede acaparar, y éste debería ser el único criterio válido para elegir a la persona que se presente a las próximas elecciones generales si la prioridad es España. Otra cosa es que el país no sea la prioridad y ya veremos si para entonces tiene arreglo.
Que Díaz Ayuso haya firmado la paz con el partido tras la retirada de Casado no debería ser óbice para que tanto ella como el propio partido se dieran cuenta de que es la solución, no el problema.
Ayuso demostró en Madrid de lo que es capaz y así se ha corroborado allí donde ha ido. Y con la ventaja de que Vox tampoco perdió apoyo. La suma de los dos sería imbatible para el nacionalsocialismo.
¿Cree usted que todos tendrán la generosidad suficiente para reconocer lo obvio y actuar en consecuencia? Yo, no. Al fin y al cabo, Feijóo es también hijo de la industria política. Pero lo cierto es que debemos elegir: ¿Salvación o ruina?
Ésa es la cuestión.
(*) Winston Galt es autor de la exitosa novela distópica Frío Monstruo
Hace unos días quise escribir un artículo sobre la crisis del PP que se hubiera titulado Casado es historia (e histeria). Ya no es necesario. Los acontecimientos se han precipitado de tal manera que el artículo vendría con retraso. Ya es tarde para hablar de Pablo Casado y me temo que poco volveremos a hablar de él.
Tampoco es cuestión de repetir lo que ya han dicho muchos. En principio pensé que sería interesante hacer una comparativa de los ejemplos de intrigas y traiciones a través de la historia, pero la que han protagonizado Casado y García Egea no pasa de ser un sainete burdo que en otras circunstancias menos trágicas para la situación del país seguramente nos movería más a la compasión que a la indignación.
Además, la mayor traición de Casado no ha sido a Díaz Ayuso, aunque esta lucha inútil y estúpida le haya costado el cargo, la posibilidad de tener el honor de ser presidente del Gobierno de España, la de pasar a la historia como el hombre que pudo solucionar los desmanes sanchistas y salvar a España de la deriva totalitaria. Hoy estará llorando como un niño lo que no supo defender como un adulto.
Aseguran algunos que los celos despertados por el éxito de Ayuso no pueden ser la única causa de su obsesión contra ella. Es posible que hubiera algo más (aunque lo de salvaguardar al partido de la posible corrupción de Ayuso es obvio que suena a mera excusa), pero también es más que posible que no lo hubiera. A veces, la explicación más sencilla es la verdadera. Solemos tender a considerar que las personas que ocupan altos cargos tienen motivaciones muy profundas. No es cierto. En muchas ocasiones, sus motivaciones son tan banales que no nos resulta fácil aceptarlas precisamente por su puerilidad. En todo caso, a cualquier persona racional le extraña que Casado no hubiera aprovechado el éxito de Ayuso para subirse a lomos de la ola y avanzar con paso firme hasta las elecciones generales. Dos años no es demasiado tiempo en política cuando tienes varias elecciones que prometen resultados satisfactorios, como ha ocurrido recientemente en Castilla La Vieja y ocurrirá seguramente en Andalucía a finales de año.
En lugar de aprovechar el impulso se embarcó en una lucha que cualquiera que tuviera ojos en la calle podía ver que le sería muy difícil ganar y que, caso de hacerlo, se iba a dejar por el camino cientos de miles de votos y decenas de escaños que le eran imprescindibles para acceder a la Moncloa. En lugar de hacer lo correcto, propuso o permitió que se impusieran intrigas de saloncito, un quítate tú que has ganado tanto para ponerme yo como niñatos párvulos, maquinaciones de maquiavelos de regional.
Es indiferente de quién fuera la mayor parte de culpa, de García Egea, un déspota bruto al parecer, o de Casado, que ha demostrado ser un inseguro embarrado en la mediocridad. Tanto da. Por propia iniciativa o por seguidismo de su Goebbels infantiloide, Casado es responsable de tantos errores.
Pero se veía venir. Traicionó a quienes lo auparon al puesto de Presidente del Partido Popular y a los que creímos su discurso en aquella ocasión. Pensamos entonces que, tras la negra pesadilla de Rajoy, volvía un PP digno, alejado de debilidad de los años de Rajoy que habían llevado al PP a ser un administrador más aseado de la gestión socialista, pero no un partido que pudiera considerarse mínimamente de derechas y mucho menos liberal. Aquel discurso de Casado reunió toda la ilusión de los que creíamos en un mensaje diferente al rajoyismo.
Comenzó haciendo honor a su discurso y durante un año parecía que la derecha había encontrado un referente al que asirse. Pero después destituyó a Cayetana Álvarez de Toledo porque era demasiado "dura" para la mentalidad de la derecha sometida. Al parecer, su discurso claro y contundente, poniendo las cosas claras a la izquierda en cualquier foro, provocaba suspicacias en la prensa progre y ponía de los nervios a los dirigentes de los corruptos PSOE y Podemos. Aceptar el discurso de que decir la verdad a la izquierda provoca polarización y crispación es la primera rendición. No era momento para dar la guerra cultural, al parecer era mejor que la izquierda continuara haciendo preponderar su añejo, rancio y pervertido discurso y manejarse sólo en los parámetros de la mejor gestión del PP.
Un tiempo después, en lugar de aprovechar la moción de censura de Vox contra el Gobierno que había actuado criminalmente contra la salud y la libertad de los españoles para poner de manifiesto la gestión pésima de Pedro Sánchez y sus socios, arremetió sin medida contra Vox, confundiendo al adversario con el enemigo. De ese modo amputó un brazo a la derecha española y provocó un cisma que le ha costado cientos de miles de votos al PP. Y lo peor no es que el PP pierda votos, lo peor es que sin un PP fuerte no puede haber alternativa a la España trágica de Pedro Sánchez.
Todo ha sido un error tras otro. Desde el enfoque en las elecciones catalanas a la entrega sin paliativos al gobierno traidor del Tribunal de Cuentas o del Tribunal Constitucional hasta el extraño error de Casero en la votación de la reforma laboral, son múltiples los hitos en que Casado ha ido cometiendo errores gravísimos que alejan a la derecha en su conjunto de cualquier alternativa al actual desgobierno y que, encima, reducen el PP a la raspa en favor de Vox.
Por eso, su peor traición no ha sido a Ayuso, con ser grave, sino a sus propios principios y a los españoles por extensión. Me recuerda a la traición de Rajoy en 2008 cuando, tras perder las elecciones de ese año, pasó de encabezar las manifestaciones millonarias contra el gobierno de Zapatero a esperar sentado sin hacer nada a que éste cayera solo por su incompetencia y estupidez y luego, una vez en el poder, a convertir su gestión en la tercera legislatura de Zapatero.
Traición mayor a España que, afortunadamente, le ha costado el puesto.
Generalmente es la izquierda la que mejor y más certero homenaje hace al dicho de que son los políticos los que generan un problema para cada solución. Este axioma se le puede aplicar a Casado y a García Egea con una precisión suiza.
Casado no ha sabido explotar las debilidades de este Gobierno, que son muchas a pesar de la propaganda oficial, ni ha ofrecido una lucha digna de llamarse así en el momento más crítico para España desde 1975. Precisamente por traicionarse a sí mismo no ha sabido convertirse en un líder y su memoria al frente del PP y de la oposición no dejará más que ceniza.
Pero era de esperar. Hemos hablado en otras ocasiones de la Industria Política. Y aquí están las consecuencias. Casado y García Egea son hijos de la industria política y han actuado como tales. Políticos desde jóvenes, sin otra ocupación ni profesión ni experiencia, no son más que mediocres y dependientes niñatos sin atisbo de grandeza alguna. Entienden lo público como un espacio donde medrar y del que vivir, y desde su mentalidad barata desprecian la realidad.
Estamos en una guerra contra la verdad encabezada por la izquierda. Casado y García Egea han aceptado esos parámetros y han demostrado que la verdad no Les importaba, sólo sus intrigas de tres al cuarto.
Y estamos en una guerra contra la realidad, también encabezada por la izquierda y de la que se han enajenado Casado y García Egea como demuestran sus actos, especialmente en los últimos días. Por lo que dicen, Casado aún no comprende lo que ha hecho mal, lo que implica una disociación de la realidad que requeriría tratamiento especializado.
Estamos en una guerra civil contra el socialismo y contra el nacionalismo, como expuse en mis últimos artículos. Y los Casado y García Egea de la derecha son los mejores aliados de la izquierda y del nacionalismo con sus complejos, sus pequeñas miserias y su falta de oposición a los discursos nacionalsocialistas del gobierno y de sus socios. Ellos han sido, en la práctica, los mayores defensores del cordón sanitario a Vox, una visión antidemocrática y miope, imperdonable. Les ha preocupado más el aplauso de la prensa que la realidad. Su actitud de servidumbre al PSOE es inaceptable, puesto que a nadie en su sano juicio se le oculta que el verdadero peligro para la democracia viene del PSOE. Podemos y la demás basura nacionalsocialista no son nada sin el concurso del PSOE.
La falsa moderación que vendía Casado suponía en realidad supeditarse a las políticas socialistas, como demuestra que no haya sido capaz de capitalizar la debilidad del gobierno del PSOE a pesar de su pésima gestión de la pandemia, de la economía y de los ataques constantes del gobierno nacionalsocialista a la Constitución, las leyes y a España.
La renuncia a las causas que le deberían ser naturales no ha sido sino la continuación de la política de no hacer nada de Rajoy. No han comprendido que el auge imparable de Vox no es la causa de sus males, sino el efecto.
En el fondo, la gestión de Casado al frente del PP era como si renunciara a ser lo que debió ser, como si temiera no tener la legitimidad suficiente en función no de sus principios sino de las opiniones de los contertulios televisivos y de periódicos devenidos en panfletos de propaganda fascistoide, como El País.
Precisamente porque estamos en esa guerra civil blanda (aún) y lo importante, por tanto, no son Casado y García Egea, sino lo que se ha de hacer para enfrentar lo peor que nos amenaza, debemos preguntarnos si la solución Feijóo, que a nadie se le escapa que va a ser el presidente del PP en un mes, es la adecuada.
Cabe preguntarse si con Feijóo el PP seguirá siendo el partido que gestione políticas de izquierda y el de los consensos con el PSOE, esa política antidemocrática de la renuncia, o cambiará su paso. Cosa que, de momento, no podemos presumir, dado que el perfil de Feijóo ha sido hasta ahora más el de un buen gestor que el de un político decidido a defender unos principios que, en muchos casos, no sabemos cuáles son. Y si son los que en alguna ocasión ha mencionado, no como principios ideológicos, pero sí como ubicación de su proyecto en el centro y centro izquierda, estaríamos ante un socialdemócrata, lo cual no invita al optimismo. Además, quien no huya de la realidad sabe que el PP no puede gobernar sin Vox, salvo que pacte con el PSOE. Y lo que hemos oído hasta ahora a Feijóo sobre Vox no anima a pensar en una coalición de gobierno solvente y serena que pueda llevar a cabo los cambios que el país exige.
Como menciona Girauta, si la respuesta de Feijóo a si pactará con Vox es sí, podremos tener esperanzas, pero si es ambigua o es no, votarle será como votar al PSOE. De momento, ha elegido a Pons como hombre importante de su futura presidencia. Pésima señal cuando Pons es el hombre de la Agenda 2030 del PP en el Parlamento Europeo, lo que viene a decirnos que todo seguirá igual en el PP en cuanto a ideología y defensa de valores (pura socialdemocracia).
Incluso si admite tal pacto, cabe preguntarse algo tan importante como lo anterior: ¿bastará Feijóo para volver a ascender al PP a unos resultados suficientes para gobernar con Vox? ¿En tal caso, cuál de los dos partidos será primera fuerza? Si la primera fuerza fuera Vox, ¿estaría dispuesto Feijóo a darle todo su apoyo para formar gobierno?
Dudo mucho que Feijóo sea suficiente para ascender al PP a unas expectativas de voto suficientes para ganar las elecciones con solvencia. Y dudo mucho que, de no ser primera fuerza política, Feijóo apoye a Vox.
Hasta ahora, todo el mundo se ha preguntado qué es lo mejor para el PP, pero parece que nadie se pregunta qué es lo mejor para España.
Y lo mejor para España es que el candidato del PP a la presidencia del Gobierno sea quien más votos pueda acaparar. Sólo así se puede asegurar una mayoría absoluta de escaños para la derecha. Y ese alguien ha de reconocer abiertamente que gobernará con el otro partido imprescindible de derechas, que es Vox.
Sólo hay una persona que sea capaz de aunar las dos cualidades: Isabel Díaz Ayuso.
Si en el PP la prioridad fuera España, si en el PP fueran realmente patriotas, Feijóo comandaría la transición y pondría la serenidad y la unidad en el partido, pero si lo más importante no es el partido sino España hay una exigencia moral de que la candidata a las elecciones generales sea Díaz Ayuso.
Esta exigencia moral también le es exigible a Díaz Ayuso. Parece conformarse con apoyar a Feijóo, seguramente más para no soliviantar aún más al partido que por convicción. Seguramente convencida por sus allegados de que es muy joven y que en el futuro podrá aspirar, sin duda, a la presidencia del partido y del Gobierno. Pero la tranquilidad de los barones del PP y la negación de la apariencia de excesiva ambición por parte de Ayuso no deberían ser los criterios de determinación de la persona que encabece la lista del PP al congreso, sino el mayor bien de la nación. Y nos encontramos en un momento histórico en que nada puede esperar porque el riesgo de no ganar las elecciones al frente nacionalsocialista es demasiado elevado si no es ella la líder del PP y no hay margen de error posible porque otros cuatro años de Sánchez serán, sin paliativos, el desastre sin posibilidad de recuperación. Por eso no debe importarnos ni el PP ni Feijóo ni nadie más. Sólo buscar la salvación de un país que no soportaría otros cuatro años de gobierno nacionalsocialista. La ruina, el destrozo institucional, el camino a la subdemocracia bananera será irreversible con otros cuatro años más de Sánchez.
Ayuso es quien más votos puede acaparar, y éste debería ser el único criterio válido para elegir a la persona que se presente a las próximas elecciones generales si la prioridad es España. Otra cosa es que el país no sea la prioridad y ya veremos si para entonces tiene arreglo.
Que Díaz Ayuso haya firmado la paz con el partido tras la retirada de Casado no debería ser óbice para que tanto ella como el propio partido se dieran cuenta de que es la solución, no el problema.
Ayuso demostró en Madrid de lo que es capaz y así se ha corroborado allí donde ha ido. Y con la ventaja de que Vox tampoco perdió apoyo. La suma de los dos sería imbatible para el nacionalsocialismo.
¿Cree usted que todos tendrán la generosidad suficiente para reconocer lo obvio y actuar en consecuencia? Yo, no. Al fin y al cabo, Feijóo es también hijo de la industria política. Pero lo cierto es que debemos elegir: ¿Salvación o ruina?
Ésa es la cuestión.
(*) Winston Galt es autor de la exitosa novela distópica Frío Monstruo












