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Pedro Chacón
Sábado, 30 de Julio de 2022 Tiempo de lectura:

La etnocracia vasca

Etnocracia es el nombre con el que podemos denominar el régimen político del País Vasco actual y el de los últimos cuarenta años, es decir, de toda la etapa que empieza en 1978, con la transición desde el régimen franquista, se desarrolla a partir de entonces en forma de sistema político-constitucional y sigue vigente hasta hoy. Sería una variante pervertida de la democracia, en el sentido de que, en principio o aparentemente, en ella se respetarían todas las características que debe cumplir este sistema político –con los defectos propios susceptibles de aparecer en cualquier otro ejemplo de país que pongamos, pero en los que, a diferencia del caso vasco, no empañarían su consistencia–, tales como el respeto por los derechos individuales, incluida la libertad de pensamiento y de expresión, así como la representatividad –que incluye el sistema de partidos políticos–, la opinión pública libre o la división de poderes.

 

Pero concretamente en el País Vasco –y suponemos que también en Navarra, aunque en esa comunidad lo tenemos menos estudiado– hay un principio que distorsiona ese sistema hasta el punto de desvirtuarlo por completo. Principio que tiene la particularidad de que no puede ser detectado por los que vigilan la pureza de ese sistema si no conocen la sociedad vasca en la que se aplica. De hecho, hasta ahora, y aunque algunos hemos escrito sobre esta cuestión, no ha recibido ni la atención ni la importancia que merece. No esperamos que este defecto sea descubierto y denunciado desde dentro del País Vasco, dada la correlación de fuerzas que se mantiene imperturbable desde el inicio de la Transición y que hace imposible que el nacionalismo sea relevado del poder. La única esperanza de que pueda ser denunciado y desmantelado la situamos fuera, procedente del resto de España, de sus esferas de poder. Pero ahí tampoco parece, desgraciadamente, que haya mucho interés en recabar del nacionalismo vasco una explicación a este fenómeno que aquí nos ocupa.

 

El principio consiste en una selección que se ejerce sobre las listas de candidatos que presentan los partidos políticos en cada proceso electoral. Dicha selección conlleva que esas listas estén infladas de personas con apellidos eusquéricos, muchas más que las que proporcionalmente existen en la sociedad vasca.

 

Desde el artículo del estadístico José Aranda Aznar de 1998, publicado en la revista Empiria, en su número 1, titulado “La mezcla del pueblo vasco”, sabemos que esta sociedad vasca está integrada, en números redondos, por un 20% de personas con los dos primeros apellidos eusquéricos, un 30% de personas con uno de los dos primeros apellidos eusquéricos pero el otro no y un 50% de personas sin ninguno de los dos primeros apellidos eusquéricos. Estos porcentajes los vengo usando en muchos artículos, y los pongo así para abreviar, en cifras redondas y fáciles de recordar, pero si tuviera que precisar los datos que nos proporcionaba aquel artículo fundamental para conocer la demografía vasca, tendría que decir que en lugar de 20-30-50, en realidad son de 20,4%, 25,4% y 54% respectivamente. En cualquier caso, los datos ya son lo suficientemente elocuentes de la importancia del componente castellano en la sociedad vasca y que se explica tanto por el origen mixto vasco-castellano que integró el País Vasco desde el principio de su existencia, como fundamentalmente por las dos oleadas inmigratorias que llegaron a estas provincias en el último cuarto del siglo XIX y sobre todo en las décadas centrales del siglo XX al calor de la industrialización intensiva que aquí se produjo, empezando por Vizcaya, siguiendo por Guipúzcoa y alcanzando también a Álava en la última fase. Este fenómeno social tuvo una consecuencia política trascendental en el sentido de que la población autóctona originaria, marcada por el apellido eusquérico, quedó reducida a una quinta parte del total, lo que es tanto como decir a una clara minoría. También hay que subrayar, como comentamos en el artículo “El gran espejismo vasco” de esta serie, que hay más personas con apellido eusquérico en el resto de España que en el propio País Vasco y Navarra, lo cual da idea de la íntima imbricación de lo vasco con el resto de lo español, aparte de las consecuencias de índole político-social que señalábamos en ese artículo citado.

 

Sobre esta realidad social, donde el elemento eusquérico ha quedado claramente minoritario y el elemento castellano es mayoritario, se levanta una realidad política donde dicho elemento eusquérico queda ampliamente sobrerrepresentado en las instituciones políticas, debido a esa selección que se realiza sobre los posibles elegibles en las distintas elecciones que se llevan a cabo, tanto municipales, como provinciales o autonómicas. Y todo ello nos da como resultado lo que llamamos etnocracia, una variante pervertida de la democracia consistente en seleccionar para los cargos públicos a personas con apellidos eusquéricos en una proporción mucho mayor que la de su presencia real en la sociedad. Y hablo de selección consciente, deliberada y premeditada, porque se repite constantemente durante los últimos cuarenta años, desde que se conformaron las nuevas instituciones en los distintos niveles de la Administración, empezando por las primeras elecciones municipales y forales en 1979 y siguiendo por las primeras autonómicas en 1980.

 

Me encargué de estudiar lo que ha ocurrido desde las elecciones autonómicas de 1980 para acá en un capítulo de mi libro Perdí la identidad que nunca tuve: el relato del País Vasco de Raúl Guerra Garrido, publicado el año 2010. Concretamente en su capítulo titulado “La sobrerrepresentación de los vascos nativos” (pp. 23-31). Allí hice una serie de calas en la composición del Parlamento vasco en distintas legislaturas. Empecé por la primera, la de 1980, cuando la cámara constaba solo de 60 miembros. Su composición era delirante, puesto que había 35 parlamentarios con los dos apellidos eusquéricos, o sea más de la mitad, mientras que luego solo había 17 con uno sí y otro no y nada más que 8 con los dos apellidos castellanos. La impresión que daba aquello es que al País Vasco real le rezumaban los apellidos eusquéricos por todos sus poros, cuando sabemos que no era ni es así. En porcentajes eso suponía que en el Parlamento vasco de 1980 el 58% de sus miembros tenía los dos primeros apellidos eusquéricos, el 28% uno sí y otro no y solo el 13% los dos castellanos. Frente a una sociedad con una composición 20%-30%-50%, como ya hemos visto, la del Parlamento resultaba completamente invertida. En aquel Parlamento incluso los partidos no nacionalistas presentaban un porcentaje de apellidos eusquéricos superior al de la sociedad real.

 

Luego me fui a la legislatura de la que salió el único Gobierno no nacionalista de la historia de la política vasca, la del año 2009, por ver si en esa ocasión, al haber permitido la formación de un gobierno no nacionalista, el porcentaje de apellidos del Parlamento se aproximaba más al real de la sociedad vasca. Pues ni por esas. En aquella ocasión saben que el PSE formó Gobierno en solitario gracias al apoyo del PP, ya que entre ambos sumaron 38 parlamentarios (PSE 25 y PP 13) frente a los 30 del PNV. La proporción de apellidos en aquella cámara fue la siguiente: 33 parlamentarios con los dos primeros apellidos eusquéricos, 18 con uno sí y otro no y 24 con los dos castellanos. De modo que, frente a la proporción de apellidos en la sociedad vasca, tomada de Aranda Aznar, que daba la consabida tríada de 20%-30%-50%, en lo que se refiere a la composición del Parlamento vasco de aquella legislatura constitucionalista (la de 2009-2012), el resultado en porcentajes fue de 44%-24%-32%, muy distorsionado todavía respecto de la realidad social apellidística vasca.

 

Y ya en el Parlamento vasco actual, el de la legislatura que comenzó a partir de las últimas elecciones autonómicas, las del 12 de julio de 2020, la composición en función de los apellidos es de 26 parlamentarios con los dos primeros apellidos eusquéricos, 28 con uno sí y otro no y 21 con los dos no eusquéricos. Con lo cual la sobrerrepresentación tiende a equilibrarse un tanto: 34%-37%-28%, pero siempre desajustada, en beneficio evidente de los apellidos eusquéricos, los porcentajes de la sociedad real, que son, como sabemos, del orden de 20%-30%-50%. Con estos tres ejemplos nos ahorramos dar los de todas las legislaturas, donde apenas cambiarán los porcentajes que acabamos de ver. Esta es la demostración evidente de la etnocracia en la que vivimos, donde los partidos políticos repiten, legislatura tras legislatura, un patrón de selección de personal, a través de la confección de sus listas de candidaturas para las elecciones, en el que prima de manera evidente el apellido eusquérico, respecto de su presencia real en la sociedad vasca.

 

Este mismo ejercicio de demostración de la etnocracia vasca lo llevó a cabo también Manuel Montero, catedrático de historia contemporánea en la Universidad del País Vasco y rector de la misma en el periodo 2000-2004, en un trabajo que publicó en la revista Sancho el Sabio en 2015, titulado “Etnicidad e identidad en el nacionalismo vasco”, donde se ocupa de ver la desproporción de apellidos, respecto a su presencia real en la sociedad vasca haciendo un repaso por los diferentes niveles de la Administración, comenzando por el Parlamento vasco,  siguiendo por las Juntas Generales para terminar en los ayuntamientos. Antes de seguir, sobre este tema convendría apuntar que en mi libro La identidad maketa, publicado en 2006, y concretamente en su capítulo titulado “Cuestión de números” (pp. 83-101), manejando datos procedentes del artículo ya consabido de José Aranda Aznar, hago saber cómo ciudades vascas tan importantes como Bilbao cuentan, para los años finales del siglo XX, con un 63,72% de habitantes sin ninguno de los dos primeros apellidos eusquéricos, Basauri un 68,72%, Baracaldo, Santurce, Ortuella, Sestao, Portugalete y Echévarri con más del 75%, Vitoria con 66,20%, Laguardia con 72,10%, Salvatierra con 63,16%, Rentería con el 59,31%, Irún, Pasajes y Lasarte-Oria con más del 57% y Zumárraga con el 51,02% de personas, como digo, sin ninguno de los dos primeros apellidos eusquéricos.

 

Ahora continuamos un poco más con el artículo de Manuel Montero. Tras darnos cuenta de la situación del Parlamento vasco, y que ya vimos en mis datos proporcionados más arriba, baja un escalón a las Juntas Generales, donde se encuentra con lo mismo. Montero hace también un desglose por partidos políticos, donde advierte la mayor desproporción aún entre los partidos nacionalistas, a favor obviamente de los apellidos eusquéricos, respecto de los no nacionalistas, desproporción que incluso no decae, sino todo lo contrario, en la izquierda abertzale respecto del PNV, como también había advertido yo mismo en mis trabajos precedentes, en el sentido de que en la izquierda abertzale hay incluso más proporción de apellidos eusquéricos que en el propio PNV.

 

Hay un ámbito que es el de los representantes vascos en las Cortes Generales (Congreso y Senado), que es el único donde los partidos no nacionalistas alcanzan un porcentaje de apellidos similar, en cuanto a presencia de no eusquéricos, respecto al porcentaje real de la sociedad. Pero esto solo ocurre, incluso entre partidos no nacionalistas, en relación con este único aspecto de la representatividad política, el de los representantes en Madrid, porque cuando se trata de representar a la sociedad vasca en sus instituciones propias, el porcentaje eusquérico sube en picado.

 

A escala municipal, la presencia de los dos primeros apellidos eusquéricos entre los representantes nacionalistas, cuyos partidos, como es sabido, copan la representación política en la inmensa mayoría de los ayuntamientos vascos, alcanza el paroxismo en los municipios de ámbito rural, donde los apellidos de los concejales nacionalistas presentan porcentajes que superan el 90% en ciertas ocasiones, y en algunas llegan incluso al 100% de presencia de ambos apellidos eusquéricos, para unos municipios donde el censo de apellidos eusquéricos, aun siendo mayoritario, rara vez supera el 70% de la población. Incluso en las zonas de mayoría histórica inmigrante, como la margen izquierda del Nervión, los representantes de las candidaturas nacionalistas doblan la presencia de apellidos eusquéricos respecto de dichos apellidos en el censo de población.

 

Por todo lo cual, podemos hablar perfectamente en el País Vasco, con la vista puesta en la perspectiva de estos últimos cuarenta años, de una democracia altamente defectuosa, enferma, irreal, incapaz de representar y gestionar los anhelos y las necesidades de la población vasca en su conjunto. Una democracia, en definitiva, convertida en etnocracia, donde las listas electorales que elaboran todos los partidos, incluidos los no nacionalistas –aunque en menor medida, eso sí–, de cara a cualquier tipo de elección, y consecuentemente los representantes políticos finalmente elegidos, se caracterizan por una presencia de apellidos eusquéricos que supera con mucho (como mínimo la dobla) la proporción del 20% por ciento en caso de los dos primeros apellidos eusquéricos, o de ese 30% en caso de un apellido eusquérico y otro no, que impera en la sociedad en su conjunto. Lo cual contribuye de modo decisivo a generar un espejismo social y político (recordemos el anterior artículo de esta serie) según el cual una minoría de la población vasca (la que tiene apellidos eusquéricos) se convierte en mayoritaria a los ojos de todo el mundo, mientras que, al revés, la mayoría de la población vasca real se convierte en minoritaria, marginal o incluso residual. Con la consiguiente sinergia que genera el proceso, o el efecto cultural que se retroalimenta a sí mismo, de modo que todas las actuaciones políticas se realizan según las necesidades de una minoría erigida en mayoría, y, al mismo tiempo, la mayoría real de la sociedad, la que no tiene apellidos eusquéricos, se convierte en paria en su propia tierra, en irrelevante, invisible y, por ello mismo, innecesaria.

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