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Pedro Chacón
Domingo, 11 de Septiembre de 2022 Tiempo de lectura:

El mito de la limpieza de sangre y el apellido eusquérico (II)

Según Sabino Arana Goiri, en el artículo con el que abríamos la entrega anterior, titulado Atentado foral, “las villas no tenían al principio en sus códigos la ley de la limpieza de sangre” (en Obras Completas, p. 309), con lo que establece entre anteiglesias y villas una dicotomía que se mantiene a lo largo de toda su obra. A las primeras les concede la preeminencia total sobre el territorio de Vizcaya, puesto que conformarían su auténtica república desde tiempos inmemoriales; en cambio las villas serían producto de la intromisión del Señor, con ordenamiento jurídico exótico, ajeno a las costumbres vizcaínas: “Las anteiglesias son los pueblos generadores y fundadores de Bizkaya. Las villas son producto de la Bizkaya Señorial. Las anteiglesias existieron antes que los Señores, y puede decirse que aún antes de Bizkaya, pues ésta resultó de la confederación de aquellas, que eran verdaderos estados” (dice también Sabino Arana en el artículo mencionado antes, p. 308).

 

De la idea de que las anteiglesias fueran las pioneras en la exigencia de la limpieza de sangre nos interesan dos aspectos: cómo llegó esta suposición hasta Sabino Arana Goiri, lo que nos daría idea de la genealogía y perduración de esta afirmación a finales del siglo XIX; y, por otra parte, lo que nos dice la investigación actual al respecto. La relación que se establece en este sentido entre limpieza de sangre y preeminencia de las anteiglesias sobre las villas la inauguró, referida a Guipúzcoa, la obra de Juan Martínez de Zaldivia, a quien se refiere con detalle Mikel Azurmendi en su obra Y se limpie aquella tierra (que es del año 2000, las dos citas que siguen son de su p. 31), en estos términos: “En su tiempo, la casi generalidad de los vascos eran ya hidalgos; los guipuzcoanos (…) llevaban ya casi cien años siéndolo, desde 1468 exactamente; pero era más reciente la de los vizcaínos, pues solo desde 1526 se había generalizado la hidalguía para todos ellos”.

 

Pero Zaldivia (Azurmendi lo escribe Zaldivia, mientras que toda la publicística actual lo escribe Zaldibia) lo que nos escamotea en su explicación, a juicio de Azurmendi, es que la extensión de la condición hidalga a la generalidad de la población vino por la necesidad de defenderse, bajo el amparo del Señor o del Rey y sus agentes respectivos, ante las demasías de los Parientes mayores durante toda la lucha de bandos que azotó Vizcaya y Guipúzcoa durante el periodo precedente: “Zaldivia da en suponer que, al final, todo quedó como estaba antes («todos son hidalgos y ya no hay tormento») y contra toda evidencia empírica que él mismo podía haber adquirido (…) no quiso hacer relevante que las villas hermanadas en Provincia habían liberado el territorio a la circulación de bienes y personas, impidiendo que entre el rey y los vecinos existiesen gentes especiales que mediante su fuerza armada impusiesen su «excepcional» nobleza a base de someter a pechas y tributos a labradores, collazos y vecinos”. Zaldivia no habría querido otra cosa que invertir ideológicamente en favor de las anteiglesias el origen histórico de la hidalguía en las villas, cuestión esta última aceptada por todos los investigadores en lo que se refiere al territorio guipuzcoano.

 

Sabino Arana no cita a Zaldivia, como no cita a casi ningún otro autor, como es habitual en él. Aparte el hecho de que la obra de Zaldivia no fue publicada hasta 1945 por Fausto Arocena, según se nos informa en la Enciclopedia Auñamendi digital, lo cual hace muy difícil que la conociera de primera mano. Arístides de Artiñano, un tradicionalista de primera fila, a quien Sabino Arana Goiri guardaba especial estima y respeto desde su estancia en Barcelona, donde coincidieron ambos, en su obra El Señorío de Bizcaya (de 1885, la cita en p. 196) destaca para el caso vizcaíno la preeminencia histórica de las anteiglesias sobre las villas: “Puede decirse que el Infanzonado [esto es, la Tierra llana, la conformada por las anteiglesias] ha sido el depositario de la suma de fueros y libertades que poseyó el Señorío, porque a él correspondían, y en él radicaron los usos, costumbres y franquezas, adquiridas por prescripción inmemorial”. Esta idea aparece también en origen en la obra de Andrés de Poza ya citada, quien, según nos dice Carmen Muñoz de Bustillo, distingue entre hidalgos infanzones, adscritos a un solar conocido y, por eso, vizcaínos originarios y más cualificados, por más antiguos, que los demás hidalgos, o simples hidalgos, vizcaínos.

 

Pero además de esta genealogía de la preeminencia respecto de la hidalguía, y por consiguiente de la limpieza de sangre, de las anteiglesias vizcaínas en Sabino Arana, que dimana de la obra de Zaldivia y de Poza y que llegaría al fundador del nacionalismo vasco presumiblemente a través de Artiñano, cabría considerar con detenimiento otra hipótesis para explicar de modo más directo el porqué de la aversión de Sabino Arana a las villas, y que residiría en un aspecto capital de la ideología nacionalista originaria y en el que, a nuestro juicio, no se suele reparar lo suficiente y que no es otro que la aversión de raíz integrista, por parte del fundador del nacionalismo vasco, a la figura del Señor, fundador de las villas: “Ávidos de gloria y de honores exóticos los Señores de Bizkaya, enlazáronse con mujeres españolas de noble estirpe, y tomando parte activa en la reconquista de España, si bien en particular algunas veces, la mayor parte a las órdenes de uno u otro rey de la vecina nación, llegaron a adquirir títulos de nobleza española y a aceptar gustosos el de súbditos castellanos, consiguiendo más tarde que el Señor de Bizkaya fuera de sangre puramente española y concluyendo (1379) por que este título y el de Rey de Castilla recayeran en una misma persona; hecho al parecer indiferente, puesto que no hería directamente a la independencia de Bizkaya, pero única causa en realidad de todos nuestros males” (esto es del primer libro de Sabino Arana, Bizkaya por su independencia, recogido en Obras Completas, p. 116).

 

La aversión de Arana a la figura del Señor de Vizcaya, por derivación de su aversión integrista al rey de España, confluiría con la genealogía de la hidalguía, en su preferencia por las anteiglesias. Ahora bien, si acudimos a la investigación actual sobre las anteiglesias y las villas, en relación con la hidalguía colectiva vasca, corroboramos en primer lugar el papel principal de la limpieza de sangre como condición inicial de hidalguía. Lourdes Soria Sesé, en su trabajo “Historia institucional de Vasconia occidental en la Edad Moderna” (de 2003, en su p. 643) dice: “Imprescindible paso previo a la generalización a todos los efectos de la condición nobiliar, conseguida aquí y allá por los distintos municipios o con carácter general respecto a una exención concreta, como la del tormento, fue la afirmación y reconocimiento de la limpieza de sangre”. La misma autora, en otro de sus trabajos, el titulado “La hidalguía universal” (de 2006, p. 288) afirma el papel central de las Hermandades, corporaciones erigidas para acabar con la violencia de los Parientes mayores durante las luchas de bandos en Guipúzcoa y Vizcaya, a la hora de exigir la limpieza de sangre de sus miembros: “Es obra de dicha asociación la obtención del reconocimiento de la limpieza de sangre primero, en 1510-1511, y de la hidalguía general después”. Estamos ante la construcción ideológica de una doctrina que perdurará durante tres siglos en el País Vasco en su relación con España.

 

En definitiva, con respecto a Vizcaya, la hidalguía universal empezaría a manifestarse a partir de la implantación de los estatutos de limpieza de sangre, en una primera fase a partir de 1526, con el Fuero Nuevo de Vizcaya como legislación de referencia, y precisamente en las villas, lo cual vuelve a contradecir la asociación que establecía Sabino Arana entre limpieza de sangre y anteiglesias, tal como sostiene, entre otros, Juan Aranzadi en El Escudo de Arquíloco (de 2001, tomo I, p. 233): “Básicamente, ello supuso la extensión a la «tierra llana», la generalización a la totalidad de los pobladores de Vizcaya y Guipúzcoa, de ciertos privilegios «burgueses» (…) concedidos por el Rey a los habitantes de las villas que le habían ayudado a domeñar a la levantisca nobleza”.

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