Democracia o libertad
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Puede parecer una contradicción el título de este artículo pues se suele asociar, y muchas veces de forma correcta, el término democracia con el concepto de libertad. Y es cierto que en la mayoría de países democráticos hay unos márgenes aceptables de libertad individual. Es indudable también que es mucho mejor vivir en un país democrático, por mal que esté administrado, por penosos o sinvergüenzas que sean sus dirigentes, por mucha corrupción que haya, por torpes que sean sus planteamientos y estrecha su desenvoltura en el mundo, que vivir en un país no democrático. No hay más que ver cómo se califican a sí mismos de democráticos regímenes totalitarios. Democrático es la pátina con que quiere blanquearse el que no lo es.
Podríamos discutir también el grado de democracia aceptable, pues hay países que se califican de democráticos en función de que haya elecciones, y que realmente no lo son o lo son en muy escasa medida.
Lo cierto es que democracia y libertad no son términos sinónimos ni indisociables, ni una (la libertad) es consecuencia ineludible de la otra (democracia), aunque sí que podemos predicarlo al revés: la democracia es la consecuencia ineludible de la libertad. Por eso ésta es mucho más importante.
Como dice el profesor Rallo, la democracia sólo es un mecanismo imperfecto de decisión grupal, añadiendo que la democracia se ha transformado en un sistema donde los ciudadanos eligen cada vez menos. Más triste aún es lo que indica Jorodowsky: los ignorantes creen que democracia es el derecho que tienen de elegir a un amo. Yo corregiría que no es cosa de ignorantes sino, por desgracia, de grandes mayorías (piénsese en los votantes de Sánchez, por ejemplo).
Se mantiene así la cáscara de lo que un día fue o pudo ser una verdadera democracia, pero se ha vaciado de contenido por las élites políticas.
Digresión: cuando hablamos de élites no nos referimos a grandes empresarios o millonarios que supuestamente gobiernan desde las sombras, ni a vaporosas o fantasmales conspiraciones, como le gusta al poder político hacernos creer y fomenta el cine. El poder económico individual no tiene el menor efecto en el verdadero poder, que es el político. El verdadero poder está en los Estados y quienes controlan los Estados ostentan el verdadero poder. Se hablará por muchos entonces de poderes ocultos, pero éstos son una ensoñación favorecida precisamente por los que realmente ostentan ese poder para hacer creer a los pueblos que esos políticos luchan realmente por ellos contra esos malvados poderes ocultos. Tales supuestos poderes ocultos no son sino velos que alientan los políticos para ocultar la realidad. Ursula von der Layen, Macron, Pedro Sánchez, son las élites políticas que realmente ostentan el poder. ¿Quién tiene el verdadero poder en España, Amancio Ortega o Pedro Sánchez? Pues eso.
Otro ejemplo muy claro de lo que decimos es la Rusia de Putin. Hasta quince magnates megamillonarios han muerto de forma sospechosa desde que comenzó la guerra de Ucrania por discutir o poner en duda las decisiones del presidente. ¿No queda claro quién manda? Nada es comparable al poder de los Estados y nada es comparable al poder de los políticos que ejercen el gobierno de tales Estados, hayan sido elegidos democráticamente o no.
Una vez aclarado lo anterior se hace evidente que en Europa se ha instaurado un poder superior a el de los gobiernos nacionales cuyas decisiones han de imponerse obligatoriamente en cada uno de los países de la Unión Europa bajo pena de sanciones, y que lleva a las sociedades europeas por caminos no aceptados mayoritariamente o, al menos, no aceptados democráticamente. Por ejemplo, la Unión Europea ha decidido que a partir de 2035 no debe haber vehículos de combustión. Esto supone un esfuerzo económico a la sociedad europea que nos hace poner en duda que hubiera sido aceptado por la mayoría de los europeos de haber sido consultados al respecto. Independientemente de que la decisión es arbitraria, estúpida, está basada en la falacia climática y, para colmo, es consecuencia de los intereses espurios de países interesados en el empobrecimiento de Europa y de grandes corporaciones dedicadas a las energías falsamente ecológicas, es evidente que tal decisión ha sido impuesta de modo no democrático a los europeos. Y lo mismo puede decirse del resto de la Agenda 2030.
¿Por qué los partidos políticos mencionan dicha agenda como un hito deseable, pero no exponen detalladamente los costes de dichos objetivos a sus electorados? Por razones evidentes: la mayoría de las personas no aceptarían tales agendas si fueran debidamente informadas de su coste y de las renuncias que suponen. Pero a los partidos no les interesa, sencillamente, lo que digan sus electores. Sólo les interesan los objetivos impuestos por esa élite cuyas características son comunes a toda Europa: Ursula Von der Layen no tiene un pasado muy distinto al del Macron o al de Pedro Sánchez. Todos son hijos de la Industria Política sin haber hecho otra cosa de interés en sus vidas. Todos comparten presupuestos básicos esenciales: progresismo, desprecio a las masas de ciudadanos que no comparten sus designios, desprecio aún mayor a las masas de europeos que desean perpetuar su tradición cultural cristiana, altivez para llevar a cabo sus proyectos sin preocuparse de las masas de europeos que sufrirán las consecuencias, sin preocuparse del inevitable destino de empobrecimiento y decadencia de Europa (el caso de Pedro Sánchez es algo más exagerado al tratarse de un caso personal de aparente psicopatía que lo lleva a ser un dictadorzuelo bananero en potencia, posibilidad que sólo limita la imposibilidad de manejar la moneda –todos los demás pasos bolivarianos los ha dado y está dando de forma rigurosa).
De este modo, los partidos políticos se han disociado de tal manera de la sociedad que no la representan siquiera en una mínima parte excepto en los casos más antagónicos (Podemos y Vox en el caso de España). Pero los partidos socialdemócratas europeos (el PSOE es un partido populista y socialista radical, en la órbita del partido bolivariano de Chávez), entre ellos todos los que componen el Grupo Popular del Parlamento Europeo, y nuestro PP el primero, no defienden ya los intereses de sus clases medias sino las medidas y los planes del futuro diseñado por esas élites que no responden ante nadie.
La ingeniería social es lo que determina el presente y el futuro de todas las sociedades europeas. Ese futuro viene diseñado por unas líneas maestras que aceptan todos estos partidos europeístas: debemos sentirnos culpables de nuestro paso por la Tierra porque la supuesta emergencia climática es culpa nuestra; esto debe suponer que aceptemos un empobrecimiento súbito que viene de la mano de la limitación del crecimiento y de la renovación de las energías fósiles eficientes por otras falsamente no contaminantes e ineficientes; también debemos sentirnos culpables de que otros pueblos del mundo no alcancen un grado de civilización ni de progreso comparable al nuestro; no puedes negarte a las imposiciones de los sabios ingenieros sociales porque entonces serás anatemizado y calificado de negacionista, retrógrado y, siempre y en todo caso, fascista, y hasta tus supuestos correligionarios de la "derecha moderada" abjurarán de ti; por supuesto, el mercado es intrínsecamente malvado y todos los problemas son causados por esos mercados, negando que la mayoría de los problemas vienen ocasionados por las múltiples e insistentes intervenciones gubernamentales; no consumirás lo que no se te diga que debes consumir y no debes tener fe en un futuro mejor del mismo modo que no debes creer en nada que esos políticos magníficos califiquen de no sostenible.
Hasta hace unas décadas cualquiera hubiera pensado que las democracias occidentales, llamadas entonces con propiedad Mundo Libre frente al imperio soviético, no podían ejercer impulsos autoritarios. Pero desde entonces hemos visto muchos ejemplos en Europa, como el progresivo abandono de la energía nuclear, deliberadamente provocado por esas élites en función de dos premisas: el soborno ruso y la ideología idiota.
Por tanto, hoy, democracia no es sinónimo de libertad. Ni siquiera es planteable la opción de considerar que una no puede existir sin la otra, puesto que vemos que el sistema se ha pervertido de tal manera que gobiernos como el español, sustentado en una mayoría, pisotea a diario los derechos del resto de españoles. No basta considerar que porque haya una mayoría más uno de los ciudadanos el resto ha de plegarse a los designios mayoritarios, puesto que esos designios pueden ser totalitarios, como estamos comprobando en nuestro país.
Sí que es necesaria la premisa de la división de poderes para intentar garantizar un mínimo de libertad. Pero si lleváramos al extremo el argumento de la democracia y de la validez de cualquier elección mayoritaria por el simple hecho de serlo deberíamos aceptar que tanto el fiscal como el juez como el policía deberían ser elegidos no por su competencia sino por mayorías en elecciones a esos cargos.
Precisamente porque mayoría no significa libertad, pero se confunde el término, los partidos de izquierdas califican todas sus acciones, leyes, intenciones, etc, de "democráticas" para legitimarlas a pesar de que tales acciones, leyes o intenciones en realidad supongan la merma de derechos individuales de los ciudadanos o de algunos de los ciudadanos.
Esto significa que la democracia puede existir sin libertad, pero que ésta exige ineludiblemente una limitación severa de los poderes públicos para que ni siquiera en base a mayorías reales o supuestas puedan vulnerar tales derechos individuales.
Y, precisamente, para oponerse a los derechos individuales, la izquierda y la derecha moderada usan los términos "bien común", "interés general" o similares como coartada para vulnerar tales derechos individuales. No debemos utilizar el vocabulario elegido por la izquierda ni alabar una ley, una acción o un propósito porque sea democrático sino solamente cuando respete a ultranza, sin posibilidad de excepción alguna, los derechos individuales. Si admitimos excepciones basadas en el bien común o en el interés general acabaremos por laminar los derechos individuales porque estaremos dejando en manos de esos políticos determinar qué es el bien común o el interés general y bastará una decisión suya para que nos convirtamos en meros súbditos.
Lo contrario de la tiranía no es la democracia, sino la libertad y los derechos individuales. Por eso los políticos ponen el foco sólo sobre la democracia, pero no sobre los derechos individuales inalienables, que debería ser la piedra filosofal de nuestras sociedades. Si esto fuera así, los poderes públicos no podrían someternos como l están haciendo en toda Europa actualmente.
Por qué se someten los hombres ha sido una pregunta recurrente a lo largo de la historia. De la Boetie fue uno de los que mejor respondió, pero no hace falta profundizar demasiado para darse cuenta de que el miedo y la superstición, así como la cobardía acomodaticia serían las primeras razones. Debemos hacer un esfuerzo de reafirmación de nuestra personalidad y de nuestros derechos para oponernos a esa ingeniería social que nos pretende anular. Su poder sobre nosotros viene sólo de nuestra renuncia a nuestra responsabilidad y nuestra aceptación de una culpa que no nos corresponde. Debemos mostrarnos rebeldes frente a su vocabulario de sometimiento y mostrar resistencia activa e insumisión, y perderán. Dijo Mises que la democracia no es libertad, la democracia es sólo mayoritarismo, que es inherentemente incompatible con la libertad. El sabio economista volvió a decir la verdad. Debemos volver a nuestro individualismo sin complejos, pues el individualista aboga por la libertad y no soporta la opresión y desconfía del Estado por su intrínseca injusticia (como toda gran obra colectiva).
La libertad es un estado para hombres y mujeres adultos que se sienten a sí mismos y son responsables de sí mismos en tanto que los colectivistas y socialistas son como niños, que ansían que otros asuman sus responsabilidades y obedecer y no pensar ni juzgar por sí mismos. "La única utopía digna de ese nombre es la utopía de la libertad individual, en donde no hay ningún plan general, por lo que cada uno es libre de planificar su vida mientras no interfiera por la fuerza en los planes de otros para manejar sus propias vidas", dijo John Jaspers con acierto. Y la única ideología que respeta esta premisa es el liberalismo. Y el único sistema que obedece a esa premisa y que permite la libertad individual es el capitalismo. Todo lo que se oponga a esos reveladores y magníficos conceptos que han hecho grande a la civilización occidental será un paso atrás en la evolución humana, una regresión política, económica y social. Y esta regresión es la que está en marcha, dirigida y orquestada por esas élites de cartón piedra que no resistirían nuestro soplo si nos empeñáramos en ejercer nuestro derecho legítimo a la defensa propia.
Por todo lo anterior, el próximo programa de cualquier partido político que quiera ser digno de tal categoría y dignificar la política consistiría casi exclusivamente en señalar los límites al poder político que pretende implantar en cuanto alcance el poder: El poder ejecutivo no podrá tener el menor contacto con el poder judicial que no sea estrictamente protocolario. Todos los miembros del CGPJ serán elegidos por los jueces, los cuales no podrán agruparse en asociaciones profesionales en modo alguno y habrá un único acceso por méritos a la profesión. El poder legislativo deberá estar delimitado por una estricta legislación electoral que asegure la igualdad de voto de todos los españoles, residan donde residan. Cualquier político que en funciones gaste, salvo acontecimiento y necesidad extraordinarios, un euro más de lo ingresado en su administración será procesado por malversación de caudales públicos. Los partidos serán asociaciones libres de ciudadanos, sin recibir un euro de subvención estatal y comparecerán ante los ciudadanos en listas abiertas. Las circunscripciones electorales serán comarcales y sólo podrá ser elegido un diputado por circunscripción, que responderá directamente ante sus electores. Los concursos públicos sólo podrán practicarse por el mecanismo de subasta pública...
Ustedes pueden añadir y soñar otras mil medidas. Seguro que el mundo resultante de esa limitación de poderes estatales y gubernamentales supondría un mayor avance social y económico, como demuestra la historia que así ha sido en la época en que la influencia estatal era mínima. Recuerden el Nueva York de finales del siglo XIX y el de ahora. A muchos sorprenderá saber que el sistema escolar privado de entonces, que abarcaba la escolarización completa, era mucho mejor que el actual, un desastre desde que el Estado y los políticos se han encargado de la educación. Y así ha sido con todo (por no entrar a valorar las guerras terribles que han provocado).
Es urgente incurrir en rebeldía si no queremos que el sometimiento sea total e irremediable. Los problemas suelen desaparecer (salvo casos de orden público) cuando el gobierno los deja de lado y se ocupa la sociedad. Es urgente volver al individualismo positivado en la Ley sin posibilidad alguna de vulneración, incrustar una burbuja de derechos individuales que jamás, bajo ningún concepto ni circunstancia, puedan ser vulnerados por los poderes públicos.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo
Puede parecer una contradicción el título de este artículo pues se suele asociar, y muchas veces de forma correcta, el término democracia con el concepto de libertad. Y es cierto que en la mayoría de países democráticos hay unos márgenes aceptables de libertad individual. Es indudable también que es mucho mejor vivir en un país democrático, por mal que esté administrado, por penosos o sinvergüenzas que sean sus dirigentes, por mucha corrupción que haya, por torpes que sean sus planteamientos y estrecha su desenvoltura en el mundo, que vivir en un país no democrático. No hay más que ver cómo se califican a sí mismos de democráticos regímenes totalitarios. Democrático es la pátina con que quiere blanquearse el que no lo es.
Podríamos discutir también el grado de democracia aceptable, pues hay países que se califican de democráticos en función de que haya elecciones, y que realmente no lo son o lo son en muy escasa medida.
Lo cierto es que democracia y libertad no son términos sinónimos ni indisociables, ni una (la libertad) es consecuencia ineludible de la otra (democracia), aunque sí que podemos predicarlo al revés: la democracia es la consecuencia ineludible de la libertad. Por eso ésta es mucho más importante.
Como dice el profesor Rallo, la democracia sólo es un mecanismo imperfecto de decisión grupal, añadiendo que la democracia se ha transformado en un sistema donde los ciudadanos eligen cada vez menos. Más triste aún es lo que indica Jorodowsky: los ignorantes creen que democracia es el derecho que tienen de elegir a un amo. Yo corregiría que no es cosa de ignorantes sino, por desgracia, de grandes mayorías (piénsese en los votantes de Sánchez, por ejemplo).
Se mantiene así la cáscara de lo que un día fue o pudo ser una verdadera democracia, pero se ha vaciado de contenido por las élites políticas.
Digresión: cuando hablamos de élites no nos referimos a grandes empresarios o millonarios que supuestamente gobiernan desde las sombras, ni a vaporosas o fantasmales conspiraciones, como le gusta al poder político hacernos creer y fomenta el cine. El poder económico individual no tiene el menor efecto en el verdadero poder, que es el político. El verdadero poder está en los Estados y quienes controlan los Estados ostentan el verdadero poder. Se hablará por muchos entonces de poderes ocultos, pero éstos son una ensoñación favorecida precisamente por los que realmente ostentan ese poder para hacer creer a los pueblos que esos políticos luchan realmente por ellos contra esos malvados poderes ocultos. Tales supuestos poderes ocultos no son sino velos que alientan los políticos para ocultar la realidad. Ursula von der Layen, Macron, Pedro Sánchez, son las élites políticas que realmente ostentan el poder. ¿Quién tiene el verdadero poder en España, Amancio Ortega o Pedro Sánchez? Pues eso.
Otro ejemplo muy claro de lo que decimos es la Rusia de Putin. Hasta quince magnates megamillonarios han muerto de forma sospechosa desde que comenzó la guerra de Ucrania por discutir o poner en duda las decisiones del presidente. ¿No queda claro quién manda? Nada es comparable al poder de los Estados y nada es comparable al poder de los políticos que ejercen el gobierno de tales Estados, hayan sido elegidos democráticamente o no.
Una vez aclarado lo anterior se hace evidente que en Europa se ha instaurado un poder superior a el de los gobiernos nacionales cuyas decisiones han de imponerse obligatoriamente en cada uno de los países de la Unión Europa bajo pena de sanciones, y que lleva a las sociedades europeas por caminos no aceptados mayoritariamente o, al menos, no aceptados democráticamente. Por ejemplo, la Unión Europea ha decidido que a partir de 2035 no debe haber vehículos de combustión. Esto supone un esfuerzo económico a la sociedad europea que nos hace poner en duda que hubiera sido aceptado por la mayoría de los europeos de haber sido consultados al respecto. Independientemente de que la decisión es arbitraria, estúpida, está basada en la falacia climática y, para colmo, es consecuencia de los intereses espurios de países interesados en el empobrecimiento de Europa y de grandes corporaciones dedicadas a las energías falsamente ecológicas, es evidente que tal decisión ha sido impuesta de modo no democrático a los europeos. Y lo mismo puede decirse del resto de la Agenda 2030.
¿Por qué los partidos políticos mencionan dicha agenda como un hito deseable, pero no exponen detalladamente los costes de dichos objetivos a sus electorados? Por razones evidentes: la mayoría de las personas no aceptarían tales agendas si fueran debidamente informadas de su coste y de las renuncias que suponen. Pero a los partidos no les interesa, sencillamente, lo que digan sus electores. Sólo les interesan los objetivos impuestos por esa élite cuyas características son comunes a toda Europa: Ursula Von der Layen no tiene un pasado muy distinto al del Macron o al de Pedro Sánchez. Todos son hijos de la Industria Política sin haber hecho otra cosa de interés en sus vidas. Todos comparten presupuestos básicos esenciales: progresismo, desprecio a las masas de ciudadanos que no comparten sus designios, desprecio aún mayor a las masas de europeos que desean perpetuar su tradición cultural cristiana, altivez para llevar a cabo sus proyectos sin preocuparse de las masas de europeos que sufrirán las consecuencias, sin preocuparse del inevitable destino de empobrecimiento y decadencia de Europa (el caso de Pedro Sánchez es algo más exagerado al tratarse de un caso personal de aparente psicopatía que lo lleva a ser un dictadorzuelo bananero en potencia, posibilidad que sólo limita la imposibilidad de manejar la moneda –todos los demás pasos bolivarianos los ha dado y está dando de forma rigurosa).
De este modo, los partidos políticos se han disociado de tal manera de la sociedad que no la representan siquiera en una mínima parte excepto en los casos más antagónicos (Podemos y Vox en el caso de España). Pero los partidos socialdemócratas europeos (el PSOE es un partido populista y socialista radical, en la órbita del partido bolivariano de Chávez), entre ellos todos los que componen el Grupo Popular del Parlamento Europeo, y nuestro PP el primero, no defienden ya los intereses de sus clases medias sino las medidas y los planes del futuro diseñado por esas élites que no responden ante nadie.
La ingeniería social es lo que determina el presente y el futuro de todas las sociedades europeas. Ese futuro viene diseñado por unas líneas maestras que aceptan todos estos partidos europeístas: debemos sentirnos culpables de nuestro paso por la Tierra porque la supuesta emergencia climática es culpa nuestra; esto debe suponer que aceptemos un empobrecimiento súbito que viene de la mano de la limitación del crecimiento y de la renovación de las energías fósiles eficientes por otras falsamente no contaminantes e ineficientes; también debemos sentirnos culpables de que otros pueblos del mundo no alcancen un grado de civilización ni de progreso comparable al nuestro; no puedes negarte a las imposiciones de los sabios ingenieros sociales porque entonces serás anatemizado y calificado de negacionista, retrógrado y, siempre y en todo caso, fascista, y hasta tus supuestos correligionarios de la "derecha moderada" abjurarán de ti; por supuesto, el mercado es intrínsecamente malvado y todos los problemas son causados por esos mercados, negando que la mayoría de los problemas vienen ocasionados por las múltiples e insistentes intervenciones gubernamentales; no consumirás lo que no se te diga que debes consumir y no debes tener fe en un futuro mejor del mismo modo que no debes creer en nada que esos políticos magníficos califiquen de no sostenible.
Hasta hace unas décadas cualquiera hubiera pensado que las democracias occidentales, llamadas entonces con propiedad Mundo Libre frente al imperio soviético, no podían ejercer impulsos autoritarios. Pero desde entonces hemos visto muchos ejemplos en Europa, como el progresivo abandono de la energía nuclear, deliberadamente provocado por esas élites en función de dos premisas: el soborno ruso y la ideología idiota.
Por tanto, hoy, democracia no es sinónimo de libertad. Ni siquiera es planteable la opción de considerar que una no puede existir sin la otra, puesto que vemos que el sistema se ha pervertido de tal manera que gobiernos como el español, sustentado en una mayoría, pisotea a diario los derechos del resto de españoles. No basta considerar que porque haya una mayoría más uno de los ciudadanos el resto ha de plegarse a los designios mayoritarios, puesto que esos designios pueden ser totalitarios, como estamos comprobando en nuestro país.
Sí que es necesaria la premisa de la división de poderes para intentar garantizar un mínimo de libertad. Pero si lleváramos al extremo el argumento de la democracia y de la validez de cualquier elección mayoritaria por el simple hecho de serlo deberíamos aceptar que tanto el fiscal como el juez como el policía deberían ser elegidos no por su competencia sino por mayorías en elecciones a esos cargos.
Precisamente porque mayoría no significa libertad, pero se confunde el término, los partidos de izquierdas califican todas sus acciones, leyes, intenciones, etc, de "democráticas" para legitimarlas a pesar de que tales acciones, leyes o intenciones en realidad supongan la merma de derechos individuales de los ciudadanos o de algunos de los ciudadanos.
Esto significa que la democracia puede existir sin libertad, pero que ésta exige ineludiblemente una limitación severa de los poderes públicos para que ni siquiera en base a mayorías reales o supuestas puedan vulnerar tales derechos individuales.
Y, precisamente, para oponerse a los derechos individuales, la izquierda y la derecha moderada usan los términos "bien común", "interés general" o similares como coartada para vulnerar tales derechos individuales. No debemos utilizar el vocabulario elegido por la izquierda ni alabar una ley, una acción o un propósito porque sea democrático sino solamente cuando respete a ultranza, sin posibilidad de excepción alguna, los derechos individuales. Si admitimos excepciones basadas en el bien común o en el interés general acabaremos por laminar los derechos individuales porque estaremos dejando en manos de esos políticos determinar qué es el bien común o el interés general y bastará una decisión suya para que nos convirtamos en meros súbditos.
Lo contrario de la tiranía no es la democracia, sino la libertad y los derechos individuales. Por eso los políticos ponen el foco sólo sobre la democracia, pero no sobre los derechos individuales inalienables, que debería ser la piedra filosofal de nuestras sociedades. Si esto fuera así, los poderes públicos no podrían someternos como l están haciendo en toda Europa actualmente.
Por qué se someten los hombres ha sido una pregunta recurrente a lo largo de la historia. De la Boetie fue uno de los que mejor respondió, pero no hace falta profundizar demasiado para darse cuenta de que el miedo y la superstición, así como la cobardía acomodaticia serían las primeras razones. Debemos hacer un esfuerzo de reafirmación de nuestra personalidad y de nuestros derechos para oponernos a esa ingeniería social que nos pretende anular. Su poder sobre nosotros viene sólo de nuestra renuncia a nuestra responsabilidad y nuestra aceptación de una culpa que no nos corresponde. Debemos mostrarnos rebeldes frente a su vocabulario de sometimiento y mostrar resistencia activa e insumisión, y perderán. Dijo Mises que la democracia no es libertad, la democracia es sólo mayoritarismo, que es inherentemente incompatible con la libertad. El sabio economista volvió a decir la verdad. Debemos volver a nuestro individualismo sin complejos, pues el individualista aboga por la libertad y no soporta la opresión y desconfía del Estado por su intrínseca injusticia (como toda gran obra colectiva).
La libertad es un estado para hombres y mujeres adultos que se sienten a sí mismos y son responsables de sí mismos en tanto que los colectivistas y socialistas son como niños, que ansían que otros asuman sus responsabilidades y obedecer y no pensar ni juzgar por sí mismos. "La única utopía digna de ese nombre es la utopía de la libertad individual, en donde no hay ningún plan general, por lo que cada uno es libre de planificar su vida mientras no interfiera por la fuerza en los planes de otros para manejar sus propias vidas", dijo John Jaspers con acierto. Y la única ideología que respeta esta premisa es el liberalismo. Y el único sistema que obedece a esa premisa y que permite la libertad individual es el capitalismo. Todo lo que se oponga a esos reveladores y magníficos conceptos que han hecho grande a la civilización occidental será un paso atrás en la evolución humana, una regresión política, económica y social. Y esta regresión es la que está en marcha, dirigida y orquestada por esas élites de cartón piedra que no resistirían nuestro soplo si nos empeñáramos en ejercer nuestro derecho legítimo a la defensa propia.
Por todo lo anterior, el próximo programa de cualquier partido político que quiera ser digno de tal categoría y dignificar la política consistiría casi exclusivamente en señalar los límites al poder político que pretende implantar en cuanto alcance el poder: El poder ejecutivo no podrá tener el menor contacto con el poder judicial que no sea estrictamente protocolario. Todos los miembros del CGPJ serán elegidos por los jueces, los cuales no podrán agruparse en asociaciones profesionales en modo alguno y habrá un único acceso por méritos a la profesión. El poder legislativo deberá estar delimitado por una estricta legislación electoral que asegure la igualdad de voto de todos los españoles, residan donde residan. Cualquier político que en funciones gaste, salvo acontecimiento y necesidad extraordinarios, un euro más de lo ingresado en su administración será procesado por malversación de caudales públicos. Los partidos serán asociaciones libres de ciudadanos, sin recibir un euro de subvención estatal y comparecerán ante los ciudadanos en listas abiertas. Las circunscripciones electorales serán comarcales y sólo podrá ser elegido un diputado por circunscripción, que responderá directamente ante sus electores. Los concursos públicos sólo podrán practicarse por el mecanismo de subasta pública...
Ustedes pueden añadir y soñar otras mil medidas. Seguro que el mundo resultante de esa limitación de poderes estatales y gubernamentales supondría un mayor avance social y económico, como demuestra la historia que así ha sido en la época en que la influencia estatal era mínima. Recuerden el Nueva York de finales del siglo XIX y el de ahora. A muchos sorprenderá saber que el sistema escolar privado de entonces, que abarcaba la escolarización completa, era mucho mejor que el actual, un desastre desde que el Estado y los políticos se han encargado de la educación. Y así ha sido con todo (por no entrar a valorar las guerras terribles que han provocado).
Es urgente incurrir en rebeldía si no queremos que el sometimiento sea total e irremediable. Los problemas suelen desaparecer (salvo casos de orden público) cuando el gobierno los deja de lado y se ocupa la sociedad. Es urgente volver al individualismo positivado en la Ley sin posibilidad alguna de vulneración, incrustar una burbuja de derechos individuales que jamás, bajo ningún concepto ni circunstancia, puedan ser vulnerados por los poderes públicos.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo